Siglo
XIX
El
Siglo XIX, estuvo marcado por profundos cambios económicos, políticos y
sociales. Los descubrimientos tecnológicos favorecieron la industrialización y
la creación de nuevos y rápidos medios de transporte que facilitaron la
circulación de las mercancías, las personas y las ideas. La aparición de las
industrias determinó el afianzamiento de la burguesía empresarial mientras que
en las ciudades se concentraban grandes masas de trabajadores asalariados. Los
enfrentamientos sociales se alternaban a las revueltas populares por la
independencia y la unidad nacional. El ochocientos, un siglo de gran
efervescencia cultural se caracterizó por una profunda renovación en todos los
sectores, fruto del deseo de libertad y afirmación del individuo.
Los
descubrimientos científicos y tecnológicos del siglo XIX mejoraron
considerablemente las condiciones de vida de las gentes provocando una disminución
de la mortalidad infantil y el incremento demográfico. El desarrollo de las
nuevas tecnologías permitió que se multiplicaran las fábricas y las
industrias modificando la estructura económica de los países y favoreciendo la
concentración de la población en las ciudades. La invención de artefactos
prodigiosos como el telégrafo, la dinamo, la bombilla eléctrica y la fotografía,
hicieron albergar a las gentes de la época, una confianza ciega en el progreso
que parecía hacer al hombre casi invencible. También los cambios sociales
fueron profundos, provocados por el paso paulatino de una civilización agrícola
a una sociedad industrial moderna.
La
carrera a la industrialización comenzó en Inglaterra a finales del siglo
XVIII, extendiéndose luego a Francia, Bélgica, Alemania, Estados Unidos y en
el resto del mundo occidental. La apertura de nuevas fábricas y la modernización
de las ya existentes precisaron de mucha mano de obra formada por los numerosos
trabajadores agrícolas que desde el campo se habían trasladado a las
proximidades de las fábricas; a la rica burguesía formada por los empresarios
en cuyas manos estaba el poder económico, financiero y político se contraponía
la masa de obreros y trabajadores que de forma progresiva empezaron a
reivindicar sus derechos pidiendo el sufragio universal, la reglamentación del
trabajo y la escolarización de los menores. No faltaron los movimientos que,
como el Ludismo, estaban en contra de la mecanización del trabajo, a la que
consideraban responsable de la descualificación del trabajo artesanal y del
fortalecimiento del poder en mano de los dueños de las fábricas. Sin embargo
las manifestaciones de protesta no lograron detener el progreso tecnológico.
Para
celebrar el progreso y facilitar la circulación de las ideas y los
conocimientos científicos se organizaron de forma periódica ferias de muestras
internacionales que se denominaron exposiciones universales. En ellas al igual
que los grandes almacenes podían hallarse inventos útiles o extravagantes como
la dentadura artificial (1822), la máquina de escribir (1823), la pistola de
tambor giratorio de Colt (1835) y el motor de dínamo de Siemens y la máquina
de cocer de Singer (1851). También la casa se convirtió en el espejo de las
nuevas comodidades y de una nueva riqueza que se manifestaba en la posesión de
innumerables objetos colectivos. Se amasaban muebles renacentistas, jarrones
chinos, alfombras turcas y persas y mullidos divanes, además de una gran
profusión de cortinajes y plantas exóticas. La fotografía con los retratos en
pose se convirtió en la prueba tangible del papel social de la familia y la
invención de la cámara tomavistas y del proyector cinematográfica por parte
de los hermanos Louis y August Lumiere (1895) contribuyó a documentar de forma
aún más completa la nueva y resplandeciente realidad.