PRIMERA
MITAD DEL SIGLO XX
EL
PROGRESO TECNOLÓGICO
LAS
DISTANCIAS SE REDUCEN
El
automóvil
El interés
primario que despierta el nuevo vehículo inventado por Gottfried y
perfeccionado por Benz (el padre del Mercedes) es principalmente de carácter
deportivo. Muy pronto el nuevo medio se hace un lugar en las grandes naciones
occidentales y rápidamente aparecen empresas automovilísticas nacionales como
la Peugeot francesa. Italia es especialmente fecunda en propuestas automovilísticas,
y en su territorio se encuentran las turinesas FIAT y Lancia, y también Alfa,
Isotta Fraschini y Bugatti.
Sin
embargo, una vez más la primacía de la industrialización racional corresponde
a los Estados Unidos: en 1908, en Detroit, Henry Ford construye la mayor
fábrica de automóviles del mundo.
Con la
introducción de la cadena de montaje y la consiguiente realización del
primer utilitario de bajo precio, el famoso Ford T, Henry Ford asume rápidamente
una posición de cabeza en el mercado mundial del automóvil.
Las
secuelas de la industria automovilística son igualmente florecientes: es
preciso modificar las carreteras existentes para hacerlas transitables con neumáticos,
recubriéndolas de una capa de asfalto. Hay que construir otras nuevas,
desarrollar la producción industrial y la distribución del carburante por toda
la red viaria, redactar un nuevo código de circulación e instruir a los
conductores. Las asociaciones de automovilistas se multiplican. La más famosa,
el Automobil Club d’Italia (ACI), se inaugura en 1900 en Milán.
En 1901 se
celebra en Italia el primer Giro automovilístico, con salida en Turín y
llegada en Milán, pero la manifestación no alcanza todavía los niveles de las
futuras competiciones automovilísticas y obtiene un modesto éxito de público.
A partir
de 1905 comienza la fabricación de camiones para el transporte, cuyo uso no se
generaliza hasta la primera guerra mundial, y de autobuses. En Italia en estos años
el Ministerio de Obras Públicas adjudica las primeras líneas automovilísticas
asfaltadas en competencia casi directa con las más antiguas vías férreas,
cuyo trazado no se debe obstaculizar. En 1910 el servicio público se hace más
funcional, con líneas de autobuses que alcanzan los 3.000 kilómetros de
recorrido.
El
avión
En el
siglo XX el hombre por fin consigue volar. La invención del dirigible, obra del
conde Von Zeppelin, y los primeros vuelos de los hermanos Wright a bordo de
aviones a motor constituyen los primeros pasos de la historia de la aviación,
una historia marcada en sus primeros momentos por una sucesión de récords
fundamentales para el desarrollo de nuevas técnicas constructivas. Al igual que
sucede con el automóvil, los aviones al principio se emplean en audaces
empresas deportivas, y los aviadores se ganan la fama de temerarios fanfarrones.
Ejecutan peligrosas acrobacias en pie sobre las alas de los aparatos en pleno
vuelo y participan en carreras alrededor de torres u otros obstáculos. El afán
de heroismo y de ser los primeros marcan los primeros años de vida de la aviación;
la primera guerra mundial constituye un banco de pruebas excepcional para
los nuevos artefactos voladores. El aeroplano, capaz de volar rápido como una
flecha hacia el objetivo y regresar sano y salvo a la base, se transforma en una
temible arma de guerra.
La
industria aeronáutica inicia una gran fase de desarrollo y produce durante el
conflicto varios tipos de aparatos: cazas, bombarderos, aviones de
reconocimiento... El biplano, proyectado por el italiano Francesco Baracca, y el
caza alemán del Barón Rojo, jugarán un papel protagonista en la guerra, al
igual que los nuevos Sopwith Camel y el Foller, perfeccionados posteriormente,
una vez acabado el conflicto. Tras la guerra, la reconversión industrial del
sector aeronáutico lleva a la explotación del avión como medio de transporte;
se construyen nuevos aeropuertos con capacidad para acoger y gestionar un tráfico
cada vez más intenso. Con la institución de los primeros grandes vuelos
regulares, que cubren enormes distancias con escalas en los aeropuertos para
repostar, el avión se convierte en uno de los medios de transporte más
importantes de la sociedad moderna.
Embarcaciones
y ferrocarriles
El sector
de los transportes se convierte en un elemento determinante dentro de la segunda
revolución industrial. Las innovaciones más importantes tienen lugar en el
campo de la navegación: los barcos a vapor sustituyen a los de vela a partir de
las últimas décadas del siglo XIX, posibilitando contactos más rápidos y
seguros entre los distintos continentes. La apertura del canal de Suez (1869)
reduce sensiblemente la duración de la travesía entre Europa y Asia, mientras
el canal de Panamá (1914) permite el tránsito entre el océano Atlántico
y el Pacífico. Con el invento de los motores diésel es posible proyectar
nuevas embarcaciones cada vez más grandes y más potentes. Comienza la era de
los piróscafos y los transatlánticos, que arrastra a las compañías navieras
a una imponente guerra tecnológica con el fin de conseguir niveles de velocidad
y seguridad cada vez mayores. El optimismo productivo de estos años sufre un
importante parón tras la tragedia del Titanic, que obliga a las empresas
a aplicar aún más prudencia en la producción de las grandes embarcaciones
transoceánicas.
En el
ferrocarril tienen lugar continuos progresos: ya sabemos que en los Estados
Unidos se había terminado en 1869 una línea férrea que comunicaba la costa
atlántica con la pacífica (el ferrocarril transcontinental); en el inmenso
imperio ruso a comienzos del siglo finalizan las obras del ferrocarril
transiberiano, que une Moscú con la costa del Pacífico. En Italia se excavan
algunos túneles (como el del Brennero, del Fréjus, del San Gottardo y del
Sempione) que permiten superar otros tantos puertos alpinos por ferrocarril,
facilitando el contacto entre los estados separados por la cordillera de los
Alpes. Es interesante observar algunos datos sobre el aumento de los kilómetros
de trazado viario en el mundo: en 1850 la red ferroviaria de todo el mundo
alcanzaba cerca de 37.000 kilómetros; en 1870 la cifra es de 210.000, y a
comienzos del siglo XX son ya 790.000 kilómetros.
LA
ENERGÍA
La
electricidad
Ya a
finales del siglo XVIII el italiano Alessandro Volta había logrado producir
electricidad usando una pila, pero el sistema no se desarrolló mucho debido a
su escasa funcionalidad. A lo largo del siglo XIX se perfecciona la dinamo, un
aparato giratorio que transforma la energía mecánica en energía eléctrica.
Casi al mismo tiempo se inventa el motor eléctrico, que transforma la energía
eléctrica en mecánica. Estos descubrimientos hacen posible pensar en la
producción masiva de energía utilizando el movimiento de las aguas, es decir,
la energía hidráulica, que ya anteriormente se había empleado para hacer
funcionar los molinos, canalizando las aguas de lluvia o de alta montaña para
hacerlas accionar una gran dinamo. Pero una vez producida la cantidad necesaria
de energía era preciso resolver el problema de su transporte hasta las ciudades
más pobladas, donde la demanda era mayor pero que muchas veces estaban muy
alejadas del lugar de producción. Para solucionar este inconveniente se crearon
electroductos, gracias a los cuales se pudo aplicar la energía eléctrica en
los ambientes domésticos, en las industrias, en la iluminación privada y pública,
en la tracción de medios de transporte (tranvías y trenes), etcétera. La
aplicación inmediata de la electricidad tuvo lugar naturalmente en el campo de
la iluminación, sobre todo después de la invención por Thomas Alva Edison
(1879) de la lámpara incandescente, que aún hoy día se utiliza de forma
generalizada en los ambientes domésticos. Las instalaciones eléctricas se
adoptaron inicialmente para la iluminación de las calles y los edificios públicos:
París fue la primera ciudad iluminada con farolas eléctricas. Con la
introducción de la corriente en las viviendas, la industria encontró un nuevo
sector de expansión y comenzó a producir los primeros electrodomésticos
rudimentarios.
El
motor eléctrico
La
profundización en el estudio de la electricidad condujo al desarrollo de los
motores eléctricos, que dieron resultados positivos por la extraordinaria
facilidad con que se controlaban y por el buen rendimiento que se obtenía con
ellos. En las fábricas se aplicaron motores eléctricos a las máquinas útiles
(las que desempeñan un trabajo, como los taladros, tornos, fresadoras y
cepillos). El principio sobre el que se basaba el nuevo dispositivo es
exactamente el contrario que en la dinamo: en realidad, un motor eléctrico no
es otra cosa que un aparato capaz de convertir la electricidad en energía mecánica,
utilizable para cualquier aplicación práctica. El motor eléctrico demostró
ofrecer excepcionales posibilidades de desarrollo en el ámbito de los
transportes. En este sector Alemania se situó a la cabeza: en la Exposición de
Berlín de 1879 se presentó, como uno de los elementos estrella de la ingeniería
alemana, la locomotora eléctrica construida por Werner Von Siemens, que
transportaba a los visitantes por el interior de la feria.
Inglaterra
reaccionó cuatro años más tarde ante el enésimo desafío alemán,
inaugurando la primera línea férrea eléctrica que cubría un recorrido turístico
a lo largo de la playa de Brighton; poco después la tracción eléctrica se
aplicó a los ferrocarriles urbanos y más tarde subterráneos en Londres. La
electrificación de las vías férreas, con la consiguiente sustitución de las
locomotoras a vapor por locomotoras eléctricas, es un fenómeno común a todos
los países europeos a comienzos del siglo XX. También Italia conquistó un
lugar destacado gracias a la electrificación, realizada entre 1902 y 1904, de
las líneas que partían del puerto de Génova y en el trayecto Turín-Módena.
Así, los pasajeros no tenían que sufrir los inconvenientes derivados de la
concentración del humo de las locomotoras a vapor en el largo túnel del Frejus.
La sociedad suiza Brown-Boveri, la americana General Electric y la alemana
Siemens constituyen en los primeros años del siglo el eje de la industria
mundial en nuevo e inmenso campo de aplicación del revolucionario motor eléctrico.
Una
nueva energía
La otra
nueva fuente de energía que se comienza a utilizar durante la Segunda Revolución
industrial es el petróleo. A lo largo del siglo XIX se había difundido la
iluminación a gas, pero eran pocas las ciudades que contaban con redes
adecuadas de distribución. Era necesario disponer de otra fuente de iluminación
igualmente práctica, y se encontró en el nuevo combustible.
El primer
pozo de extracción de petróleo de un yacimiento subterráneo fue obra de E. L.
Drake en 1859, en el Estado americano de Pennsylvania. Casi al mismo tiempo se
encontró un sistema para extraer del petróleo el queroseno, que se utilizaba
para la iluminación. Con el invento y la amplia difusión de los motores de
explosión, que se aplicaron sobre todo a los medios de locomoción, aumentó
sensiblemente la demanda de gasolina y nafta, dos derivados del crudo. Esto
supuso un rápido impulso para la industria petroquímica. Con el paso de los años
y las sucesivas innovaciones, sobre todo en el campo aéreo y naval, el petróleo
se convierte en un bien muy preciado con una característica muy especial: no
existe en formas inagotables en la naturaleza. En consecuencia, el petróleo se
extrae de yacimientos que con el paso de los años se agotan, y es preciso
buscar constantemente otros nuevos. La posesión de yacimientos petrolíferos se
convierte en una nueva fuente de enorme riqueza, que se concentra en manos de un
número reducido de empresarios americanos y sobre todo de príncipes árabes.
La lucha por la conquista de los pozos de petróleo tiene muchas veces
repercusiones políticas y militares y los ataques a los yacimientos, que en
algunos casos son el principal recurso económico de la nación, se convierten
en una nueva fuerza disuasoria en el campo militar y político.
LA
INDUSTRIA Y EL CAPITALISMO DE LAS FINANZAS
El
capitalismo industrial
Los tres
procesos fundamentales que caracterizan la actividad económica de comienzos del
siglo XX son la reorganización de los sistemas productivos, la mayor intervención
estatal en el campo económico y el crecimiento funcional del capital económico.
Estas
nuevas coordenadas político-económicas se manifiestan sobre todo en los
llamados “países de segunda velocidad”, es decir, aquellos en los que la
fase de industrialización se ha puesto en marcha recientemente, mientras que
otras economías nacionales que se desarrollaron antes, como la inglesa y la
francesa, permanecen ligadas a formas de gestión económica más tradicionales.
La ausencia de aplicación de los principios de la producción científica lleva
a que estas últimas naciones permanezcan rezagadas en la carrera por la
competitividad económica mundial, superadas por economías nacionales con menos
prejuicios y más modernas.
En este contexto, el Estado, con varias modalidades según las diversas realidades políticas y sociales, se convierte en el motor del desarrollo económico, respaldando los capitales industriales que cada vez están más ligados a los financieros. La política y la economía se convierten en interlocutores privilegiados con el objetivo común de incrementar la potencia y el prestigio nacional. Las grandes industrias obtienen del Estado importantes encargos y sistemas más favorables de protección aduanera, y a cambio ofrecen a los gobiernos la posibilidad de dirigir la producción hacia los sectores estratégicos de la industria nacional. En los primeros años del siglo, gracias a los acuerdos de este tipo entre distintas esferas de la sociedad, los “países de segunda velocidad” adquieren un papel protagonista en un desarrollo económico sin precedentes.
La
revolución en el consumo doméstico
En los
primeros años del siglo, gracias a la introducción de la electricidad
el desarrollo tecnológico se convierte en protagonista de una micro-revolución
en el consumo doméstico. La industria de los aparatos domésticos es cada vez más
boyante y en estos años se lanzan al mercado numerosos aparatos destinados a
cambiar para siempre las costumbres cotidianas del ciudadano. La llegada de la
electricidad a los hogares no tiene lugar a gran escala hasta los años veinte,
pero en América ya desde la primera década del siglo la difusión de la energía
eléctrica doméstica era considerable. En Italia los primeros inventos que se
sirven de la nueva forma de alimentación son el Esquimal (una máquina para
fabricar hielo) y el Oso (un aparato para moler café).
Los
inventores de estos años han de enfrentarse con el problema de la conservación
de los alimentos, fundamental para una sociedad que muy pronto se caracterizará
por el consumo masivo. Desde los primeros frigoríficos más rudimentarios se
pasa muy pronto, en virtud de las asociaciones que regulan el mundo de la
innovación técnica, a los aparatos de aire acondicionado, experimentados con
éxito por Willis Carrer en 1902. Seguirán la batidora y la picadora de carne;
en 1901 el inglés Hubert Cecil Booth patenta el aspirador y crea una empresa de
limpieza mecanizada: la Vacuum Cleaner Company. También en el campo doméstico
se manifiesta el vínculo entre el mundo industrial y el mundo del capital, con
la inmediata capitalización de las innovaciones técnicas. En 1908 William
Hoover introduce una versión más ligera del aspirador, con una bolsa interior
para recoger el polvo, que se convertirá en un estándar en la producción
mundial.
En los
primeros años del siglo se introduce asimismo la lavadora eléctrica, que causa
un increíble impacto en la vida de las amas de casa de todos los países, y
otras innovaciones tecnológicas, todas ellas destinadas a hacer más cómoda la
vida: desde la estufa eléctrica hasta la tostadora, si bien en esta primera
fase sólo están al alcance de las clases más acomodadas.
El
estilo de Ford
El término
“fordismo” alude a una forma especial de entender la producción industrial
basada en la máxima explotación de las posibilidades que ofrece la introducción
de la cadena de montaje en las fábricas. La cadena de montaje permite controlar
todas y cada una de las fases del proceso productivo, medir con precisión su
duración y racionalizar y planificar su desarrollo.
Los
niveles de producción y en consecuencia los beneficios se doblan gracias a esta
innovación que no es sólo tecnológica sino también estratégica; la cadena
de montaje abre el camino para la producción en serie, característica de la
industria de los bienes de rápido consumo.
Henry Ford
concibe la idea de desarrollar la cadena de montaje en las fábricas inspirándose
en el sistema de distribución de las piezas de novillo que utilizan los
carniceros de Chicago a finales del siglo XIX, sirviéndose de carros que
circulan sobre raíles.
El primer
sector de la fábrica de Ford en Detroit donde se introduce la cadena de
montaje es el sector del montaje de imanes: con el sistema antiguo un obrero
tardaba 20 minutos en producir una pieza; con la cadena, gracias al
fraccionamiento de la misma tarea en 29 operaciones distintas y secuenciales, el
tiempo de producción se reduce a 13 minutos y más adelante a 5. El sistema se
basa en hacer que las piezas se desplacen sobre una cinta, frente al método
anterior que requería que el obrero se desplazara. De esta forma se impide que
el trabajador se distraiga o pierda el tiempo. El Ford T es el primer vehículo
producido por una cadena de montaje, y la contención de sus costes, que
facilita su difusión, se debe precisamente al nuevo tipo de gestión industrial
adoptada por Ford.
La segunda
revolución industrial está caracterizada por el fordismo, que lleva el espíritu
de la productividad hasta las últimas consecuencias y se basa en una rígida ética
del éxito y la eficacia, que debe gobernar la lógica de la técnica y del
rendimiento.
Charlie
Chaplin inmortaliza
en la película Tiempos modernos los inconvenientes y la alienación
laboral que sufre la clase obrera en las fábricas de orientación fordista, y
refleja la masificación de la mano de obra como un elemento característico de
la sociedad del siglo XX.
El
mundo de las finanzas
El sistema
capitalista en el periodo de la segunda revolución industrial presenta características
muy diferentes de las de épocas anteriores, hasta el punto de que algunos
economistas marxistas, como Hilferding, llegan a definir esta nueva fase como
“capitalismo financiero”. El término nace de la conciencia del papel
cada vez más importante que desempeñan las grandes instituciones bancarias en
la planificación de la economía nacional.
El recurso
a los bancos con la consiguiente emisión de grandes cantidades de títulos en
bolsa se hace indispensable para la puesta en marcha de las nuevas fábricas
modernas y para el despegue de los países “de segunda velocidad”. El régimen
de oligopolio que caracteriza el mercado, nacido de la concentración de grandes
empresas, obligará muy pronto a las pequeñas y medianas empresas a recurrir a
diversas formas de financiación.
De esta
situación nace un nuevo tipo de banca llamado “banca mixta”, capaz de
reconvertir los ahorros acumulados en la sociedad de masas en inversiones
productivas diversas. De esta manera, por una parte, los bancos siguen desempeñando
sus habituales funciones comerciales (recogida de los depósitos de los
ahorradores) y por otra parte se transforman muy pronto en agentes de negocios,
invirtiendo los depósitos en la producción empresarial y en otras actividades
ligadas a los sectores más activos de la economía.
Alemania
es el primer país en perfeccionar este nuevo modelo en sus cuatro grandes
bancos, conocidos como “las cuatro D”: el Deutsche, el Diskonto, el Dresdner
y el Darmstadter Bank. El papel del viejo continente en el proceso de
concentración bancaria está reforzado por instituciones como las cuatro D
alemanas, el London City Bank y el Crédit Lyonnais, que amplían su influencia
en todo el mundo gracias a sus redes de filiales y agencias locales repartidas
por los cinco continentes.
Inglaterra
se convierte en el principal centro financiero del mundo, y la exportación de
los modelos bancarios de las capitales europeas a América Latina, Oriente Medio
y Asia propicia el nacimiento de nuevas formas de subordinación económica de
los países beneficiarios de las inversiones europeas, dejando vía libre a un
nuevo tipo de política imperialista.
LAS TELECOMUNICACIONES
El
telégrafo eléctrico
El telégrafo eléctrico, inventado en 1837 por Morse, fue una de las primeras y más importantes aplicaciones de la electricidad para la transmisión de señales a distancia. Consta de una estación emisora, una línea de transmisión y una estación receptora. La función de las dos estaciones es intercambiable, y por tanto en una y otra hay un dispositivo para enviar mensajes y un aparato receptor. El dispositivo para enviar mensajes está formado por una palanca que gira en torno a un eje; cuando se acciona, se crea un contacto entre un polo de la pila y la línea (realizada en una aleación de hierro y zinc), y cuando se libera, un muelle lo pone en contacto con el receptor. El receptor consta de un electroimán sobre el cual hay un ancla de hierro dulce que forma parte de una palanca giratoria, cuyo movimiento está regulado por un muelle antagonista. Con el paso de la corriente, el electroimán hace bajar el ancla; como consecuencia, el extremo de la palanca se eleva y presiona la tira de papel que, accionada mediante un mecanismo de relojería, se desenrolla de una rueda para enrollarse en otra, pasando junto a una punta impregnada de tinta. Con este mecanismo se trazan puntos y líneas sobre la tira de papel, cuya longitud está regulada por la duración del contacto. Las señales obtenidas de este modo se pueden traducir a continuación mediante un código elaborado al efecto, que relaciona los signos con las letras del alfabeto (el código Morse). Con el telégrafo Morse se podían transmitir en una hora aproximadamente 500 palabras y enviar varios mensajes simultáneamente a través de la misma línea. Se utilizó en primer lugar para transmitir comunicaciones oficiales y más tarde para el envío de mensajes privados. Su aplicación más importante se encuentra en el mundo de las finanzas de los primeros años del siglo XX, al proporcionar información en tiempo casi real a los financieros que trabajaban en los mercados de distintos países. Con el desarrollo de las ondas de radio, el telégrafo se empleará en las comunicaciones marítimas de emergencia, y gracias a los puentes de radio hará posible el contacto entre prácticamente todos los continentes.
El
teléfono
El aparato
telefónico se patentó en Washington el 14 de febrero de
1876 simultáneamente por A. G. Bell y E. Gray, pero una década
antes P. Reis en Alemania y C. Bourseul en Francia habían creado y presentado
un aparato capaz de transmitir la voz humana.
Al igual
que sucede con el telégrafo, el teléfono ha seguido una evolución
diferente en Francia y en los países anglófonos. En París se acogía el
nacimiento de un nuevo instrumento destinado a mejorar las comunicaciones
oficiales, mientras en Washington y en Londres los grandes empresarios brindaban
por el nacimiento de un artefacto capaz de proporcionarles el don de la
ubicuidad.
La
tendencia a considerar el nuevo aparato como un medio para la comunicación
interpersonal sin intermediarios toma cuerpo a finales del siglo XIX: el teléfono
tiene un uso principalmente comercial y profesional, arrebatando al telégrafo
el nicho más rentable. La nueva tecnología conlleva la constitución de una
tupida red de conexiones que además de ser “físicas” (como sucede con el
telégrafo) tienen también una dimensión “social”, ya que se realizan
dentro de una comunidad o de un grupo homogéneo. Precisamente la necesidad de
poner en continuo contacto entre sí a los dirigentes de industrias y empresas
privadas favorece la necesidad de un uso “privado” del medio. De la red física
que une los despachos parten nuevas conexiones hacia las residencias privadas de
los directivos que pueden continuar gestionando sus negocios y dando
instrucciones a sus empleados desde sus hogares.
La
especial situación de las comunidades rurales americanas en los primeros años
del siglo (pocas fábricas, físicamente alejadas unas de otras, dispersas en un
espacio muy amplio) sugiere un nuevo modelo de uso a los gestores del servicio
telefónico. Además de para dar instrucciones a los empleados, el teléfono
sirve para unir entre sí a personas físicamente distantes, favoreciendo la
comunicación y el sentimiento de pertenencia a una comunidad definida aunque
diseminada por un vastísimo territorio. Se consolidan las llamadas “visitas
telefónicas”, es decir, las comunicaciones que no corresponden a situaciones
de emergencia ni al ámbito de los negocios, sino a simples “charlas” entre
personas lejanas. La distinta situación rural de Francia y de Europa
(comunidades físicamente unidas en comunidades más o menos grandes) inhibe
durante mucho tiempo este nuevo uso del medio en el viejo continente, y sólo
una agresiva política de “penetración” llevada a cabo por los gestores del
servicio (como la que se realizó en Italia), unida a una rebaja en los costes
de uso y a la anulación de los gastos de instalación, etcétera, permitirá el
desarrollo de redes telefónicas nacionales. En las ciudades la difusión del
teléfono para uso privado sigue el proceso de urbanización de la periferia: el
nuevo aparato permite mantener vivos los vínculos debilitados por la necesidad
de abandonar el lugar de nacimiento para establecerse en zonas más
industrializadas.
Radio
y televisión
La
historia de la radio como medio de comunicación de masas arranca después de
1916, cuando la Radio Corporation of America (RCA) construye un aparato receptor
destinado al uso doméstico.
La radio
se difunde rápidamente en los Estados Unidos, y muy pronto entra en contacto
directo con las grandes industrias de artículos de consumo que ven aumentar las
ventas de sus productos gracias a la publicidad y el patrocinio de programas
musicales y concursos.
En 1920
hace la KDKA de Pittsburgh, la primera emisora comercial, y cuatro años más
tarde se pueden contar ya seiscientas estaciones. También se forman las
primeras redes nacionales, es decir, asociaciones entre emisoras privadas que
transmiten los mismos programas y la misma publicidad, cubriendo el territorio
nacional sin limitaciones locales: la National Broadcast Company (NBC) data de
1926, la Columbia Broadcasting System (CBS) es de 1929.
En Europa
la situación es diferente porque las emisoras radiofónicas y más tarde las de
televisión no tienen carácter privado sino que están gestionadas más o menos
directamente por el Estado en un régimen de monopolio total o parcial. En
1922 nace la British Broadcasting Corporation (BBC).
En el período
de entreguerras la radio se convierte en un formidable instrumento de propaganda
en manos de los regímenes totalitarios, especialmente con la incorporación de
una serie de características técnicas que mejoran su calidad y su potencia: en
Italia la primera transmisión radiofónica corresponde a un discurso de
Mussolini en 1924, mientras en Alemania la radio se convierte en una auténtica
arma en manos del genio de la propaganda nazi Joseph Goebbels.
El grado
de difusión de los aparatos es ya muy elevado en estos años, pero tras la
guerra, con la introducción de aparatos más ligeros y de bajo precio, alcanza
cifras vertiginosas y llega a cubrir casi toda la población occidental tras la
introducción del transistor, que permite reducir las dimensiones del aparato, y
de la alimentación por medio de baterías.
Los orígenes
de la televisión se remontan a finales del siglo XIX, cuando Nipkow (ruso) y
Leblanc (francés) experimentan con los primeros instrumentos mecánicos para el
envío a distancia de imágenes en movimiento. Estas investigaciones sobre el
nuevo “televisor” se aceleran a partir de 1923; efectivamente, en este año
el ruso-americano Vladimir Kosmic Zvorykin inventa el iconoscopio (un tubo
electrónico que transforma las imágenes en señales eléctricas), el precursor
de la cámara de televisión, que mejora claramente la calidad de las imágenes;
en los años siguientes el mismo Zvorykin logra el iconoscopio “de imagen”
que multiplica los fotoelectrones proporcionando una transmisión mucho más nítida.
Entre 1926
y 1928 tienen lugar en Inglaterra y en América las primeras transmisiones
experimentales, pero la guerra impone un compás de espera en las
investigaciones sobre la televisión, marginada por la radio, más manejable y
segura. Al término del conflicto, en el clima de reconversión industrial que
caracteriza el mundo occidental, se reactivan las investigaciones sobre la
transmisión y recepción de imágenes y a mediados de los años 50 la televisión
se convierte en una realidad social y comercial en gran parte del mundo.