EL BORRADOR DE LA HISTORIA

50 AÑOS

ECONOMÍA EN CHILE

Ahorrando debajo del colchón

Desde la década de los '50 hasta principios de los '80 las personas naturales no eran negocio para los bancos: ellas no ahorraban y si lo hacían era por muy poco tiempo. La alta inflación, superior a dos dígitos, consumía los ahorros en corto tiempo, por lo que se prefería adquirir bienes o -literalmente- tener la plata "bajo el colchón". Hoy pasa lo contrario: la gran innovación está en la banca de personas.

A mediados de los '70 el número de instituciones bancarias comenzó a aumentar y en 1981 había más de 40, duplicando las que existían en 1953 (22 bancos). Sin embargo, la crisis de 1982 y la intervención de la banca marcaron un nuevo rumbo, donde se inició la progresiva concentración del sector.

 

Frases para el bronce

Ineficiencia productiva en Chile

"Las causas principales de la ineficiencia productiva de Chile provienen, en mi concepto, mucho más de las políticas gubernamentales que de la administración deficiente de las empresas mismas".

Arnorld Harberger, profesor de economía de Chicago, tras su visita a Chile en 1956.

Préstamo

"Chile debería prestarnos su equipo económico. Economistas que pueden bajar simultáneamente la inflación, tarifas y el desempleo serían bienvenidos en Washington".

The Wall Street Journal, 15 de julio de 1980.

 

Intransigencia

"Que se coman las vacas".

Martín Costabal, asesor del ministro de Hacienda en una reunión entre técnicos del gobierno y angustiados productores lecheros, el 31 de julio de 1977. La frase se convirtió en un símbolo de la intransigencia de los Chicago Boys.

 

  La caída del cobre

El cobre, la vedette de las exportaciones chilenas, ha disminuido su importancia en la economía nacional de las últimas décadas. Si en 1960 conformaba el 70 % del valor de las exportaciones nacionales, el año pasado aportó sólo el 37 % del retorno.

Aunque en 40 años las ventas de cobre se han multiplicado 17 veces -de US$ 341 millones a US$ 5.800 millones-, su caída se explica por el explosivo crecimiento de las exportaciones de otros sectores. Las ventas no cupríferas han crecido de US$ 148 millones en 1960, a US$ 9.700 millones el año pasado. Desde 1980, el retorno de estas exportaciones supera el del cobre.

 

En busca de la riqueza

Si hace cinco décadas ya había comenzado el deterioro económico del país -bollante y prometedor a inicios de siglo-, la tendencia se quebró con la irrupción de los Chicago boys en los '70. Después de 15 años de apertura económica, a finales de los '80 la riqueza de las personas se había duplicado.

Con 22 años en el bolsillo, a comienzos de 1949, el joven italiano David del Curto Libera decide dejar su natal Mise -un pequeño pueblo en la Lombardía- y embarcarse rumbo a Chile en busca de nuevas oportunidades. Aquí, su tío Antonio lo incorpora como empleado en su negocio de comercialización de frutos secos. Rápidamente domina los secretos de la actividad y del idioma, se casa y comienza a buscar mayores desafíos. En 1951 se independiza y arma su propia firma de exportación de alimentos, básicamente miel, nueces, almendras, frijoles y lentejas, siendo Argentina su principal mercado. En 1960 inicia la exportación de fruta fresca, a comienzos de los '70 empieza a viajar por el mundo para colocar su fruta más allá de América Latina y en 1980 es distinguido por Pro Chile como el mejor exportador nacional.

Un año antes que David del Curto, también desde Italia pero con bastante más años, llega a Chile Anacleto Angelini. Sus negocios acá parten con la compra de un fundo en Curicó y Mulchén -donde se lanza a la actividad forestal-, las fábricas de Pinturas Tajamar y, durante los '50, las pesqueras Eperva e Indo. Considerado en los '70 el cuarto grupo económico del país según El mapa de la extrema riqueza, de Fernando Dahse, es en 1985 tras adquirir el 41 % de Copec que Angelini salta a las ligas mayores. Desde medidados de los '90 integra el ranking de los hombres más ricos de Chile que elabora la revista Forbes.

Mientras Del Curto y Angelini -fieles exponentes del self made man- se levantan, otro inmigrante, el árabe Juan Yarur Lolas, ya había conquistado su lugar no sólo entre los poderosos del país, sino de América Latina, y también a pulso.

Estos son sólo trozos, pedazos de historia de los poderosos que se comenzaban a perfilar -Andrónico Luksic recién incursionaba en la minería y Eliodoro Matte aún ni pensaba comprar acciones de la Papelera- y los que roncaban fuerte a comienzos de los '50. Todos hombres que "hacían dinero", básicamente en los sectores minero, industrial, financiero y agrícola.

Sin embargo, mientras los grupos económicos de mitad de siglo mostraban un dinamismo a prueba de balas -pese a ser pocos y familiares-, la econnomía chilena ya revelaba con crudeza las señales de un estancamiento que la acompañaría por largas décadas. Aunque en 1950 Chile ostentaba un ingreso per cápita más alto que el de Japón, España e Italia, un paulatino descenso económico venía perfilándose desde los '30 y después de la Segunda Guerra Mundial se agudizaría dramáticamente. Mientras Europa reconstruía sus economías desde las cenizas e innumerables naciones abrazaban el libre mercado, Chile quedó entrampado en la búsqueda de diferentes modelos económicos que hasta mediados de los '70 no encontró respuesta.

El país que a inicios de siglo había crecido a ritmo sostenido (entre 1915 y 1930 el producto per cápita aumentó a un 3,6 % anual), en los '50 ya iba cuesta abajo. En el período 1960-1985 el ingreso per cápita de los chilenos creció, en promedio, a un tímido 0,7 % al año, mientras en Japón aumentaba ocho veces entre 1950 y 1985. Es recién a partir de esa fecha, y después de la "revolución económica" del gobierno militar, que la tendencia chilena se revierte y el ingreso promedio en los hogares comienza a crecer a tasas promedios anuales del 5 %. Después de 15 años de apertura económica, a finales de los '80, la riqueza de las personas se había duplicado.

Indiscutiblemente más ricos, hoy los estándares de vida de las familias más pobres "no son muy distintos a los de la clase media de hace cinco décadas en la parte material", explica el economista de la Universidad de Chile, Eduardo Engel.

Sin embargo, las exigencias de la población han cambiado. A partir de los '80 en adelante lo natural para los chilenos fue el alto crecimiento. Con tasas que se empinaron al 6 % y 7 % durante casi 10 años, hoy lo normal es que la economía crezca, y mucho. Indices que en el pasado hubieran sido un éxito, hoy constituyen apenas un resultado mediocre.

Pero si la modernidad y los logros de las últimas décadas subieron la vara de las expectativas, más importante aún fue el consenso que surgió respecto al modelo económico a seguir. Hoy, el Estado ya no es el gran impulsor de la economía y todos los sectores políticos apuestan por la empresa privada para evitar el círculo de estancamiento que predominó hasta 1973.  

LOS MODELOS FRACASADOS

En los últimos '50 años los chilenos experimentaron cinco modelos económicos distintos. Hasta mediados de los '70 el debate sobre la senda de crecimiento resultó estéril y la espiral de inflación atacó como un cáncer a cada una de las administraciones, desde Ibáñez del Campo en adelante. La apuesta de que el Estado era el mejor instrumento para distribuir la riqueza sólo alimentó un progresivo deterioro de la economía.

A través de la Corfo, los tentáculos del Estado se extendían hacia compañías como Endesa, Enap, CAP, Iansa, Lan Chile, CTC y Entel y el proteccionismo de la industria nacional se impuso como camino de desarrollo. "La primera reacción que uno experimenta al oír que todos necesitan proteccion, es concluir que ninguna de las industrias vale realmente la pena para Chile", comentaba en 1956 el economista de la Universidad de Chicago Arnold Harberger tras su visita al país. La producción industrial a medidados de esa misma década había caído a sus niveles más bajos desde los años '30.

Lánguida economía incapaz de llevar riqueza a los hogares, en 1953 el costo de vida aumentó en un 50 %. Tres años más tarde, esta cifra se incrementaría a un 88 %.

Ni siquiera la llegada de la Misión Klein Sacks en 1953 fue capaz de reactivar al país. Su propuesta de abrir la economía -lo que dos décadas después harían los Chicago boys - no se concretó por el alto costo social que acarrearía.

Según un estudio del Centro de Estudios Públicos, en 1960 cerca del 40 % de la población era pobre, de acuerdo con la definición de la canasta básica actual. Para 1972, Chile ocupó el penúltimo lugar en Latinamérica en crecimiento económico, según un informe de la Cepal. Ese mismo año, el FMI informó que el país batía el récord de inflación mundial, con un 143 %.  

BORRANDO LO ANTIGUO

Cuando en los albores del gobierno militar Augusto Pinochet llamó a su gabinete a un puñado de jóvenes economistas que seguían a pie juntillas el libre mercado, los chilenos no sospecharon la revolución económica que comenzaba. Si bien la receta ya había mostrado exitosos resultados en el mundo, Chile se convertiría en un pionero continental que aplicaría con pasión todos aquellos principios. Privatizaciones, liberalización de los precios, apertura a los capitales extranjeros, eliminación de las barreras comerciales, reducción del gasto público, reformas laborales -con facilidades de despido y fuertes reducciones de salarios reales- fueron barriendo como un vendaval con la tradicional estructura económica del país. Dolorosa en ajustes y combatida por la oposición, la férrea mano de Pinochet y la convicción casi religiosa del equipo económico hizo que Chile viviera entre 1973 y 1981 una época fundacional. A diferencia de la mayoría de las naciones que experimentan evoluciones ecónomicas, el país vivió una "revolución", gatillada en parte por el desastroso estado de la economía a inicios de los '70.

Tras la privatización de más de 400 empresas, y el ingreso de capitales extranjeros, nació una nueva generación de empresarios. Para 1981, la inflación se había reducido de tres dígitos a 9.5 %.

 

LA BRECHA ENTRE RICOS Y POBRES

En los años '60, según el libro "Un siglo de política económica chilena", de Patricio Meller, mientras el 10% más pobre de la población tenía una participación de 1,5 % en el ingreso total, el 10 % más rico abarcaba el 40,2 %. La razón entre el ingreso de ambos grupos era de 1 a 27. Es decir, el más rico ganaba un 27 % más que el más pobre. Cuarenta años después la brecha entre ricos y pobres no ha desaparecido. De hecho, el ingreso per cápita promedio del país hoy se mueve entre los $ 150.000 y $ 180.000. Según cifras de 1996, el ingreso mensual promedio por persona de más del 95 % de las familias chilenas fue inferior a $ 500.000.

Hoy el 20 % más rico tiene un ingreso entre catorce y quince veces más alto que el 20 % más pobre. Esto antes de recaudar impuestos y registrarse la inversión en gasto social (salud y educación). Esto quiere decir que ex post, "la diferencia entre más pobres se mueve entre ocho y nueve veces", explica el economista Eduardo Engel.

 

EL CHILENO SALIÓ EN BUSCA DE NEGOCIOS

Cansado de esperar que el dinero provenga del Estado, en los últimos 50 años los chilenos tomaron el futuro en sus manos. Atrás quedó la aspiración de ser empleado público o trabajar 40 años en la misma empresa. Esta idea dio paso a una actitud emprendedora que está siendo el motor de toda la economía.

"Yo estudié ingeniería. Me recibí el año '39 y la mayoría de los ingenieros amigos míos los empleaba la Corfo. Así también partí yo. La gente se iba a las pegas que daba el Fisco. Hoy, en cambio, se han metido masas de chiquillos jóvenes en los negocios de internet, que todavía no se sabe ni siquiera cómo van a sobrevivir. Hasta yo tengo dos nietos en eso".

Ernesto Ayala, actual presidente de Empresas CMPC -holding que tiene como base la histórica Papelera de Puente Alto, resume así su propia experiencia del giro vivido por los chilenos en la segunda mitad del siglo XX.

Al llegar la década del '50, la gran aspiración de la clase media o profesional chilena era ser empleado fiscal o de una gran multinacional. Corfo, Endesa o el Banco del Estado eran las instituciones en las que la gente quería trabajar.

Razones para ello no faltaban: el Estado era el principal actor de la actividad económica del país y el gran generador de empleos. Pero lo que caracterizó a la segunda mitad del siglo fue el lento pero progresivo cambio en la dirección opuesta. "Se produjo una disminución de la importancia del Estado en términos objetivos, ya sea como porcentaje del producto, como empleador o agente empresarial, y surgió una mayor exaltación de la empresa privada y de la opción del trabajo empresarial", explica el socio de la consultora Adimark, Roberto Méndez.

Basta ver que de las más de 40 empresas estatales existentes en 1950 (en su mayoría líderes de la industria nacional), la presencia del Estado en el sector productivo hoy está reducida a casos puntuales como Codelco, Enap, Enami, Correos, el Metro y algunas sanitarias, que incluso están en proceso de privatización. Grandes compañías creadas por Corfo, como Iansa o Endesa, han pasado a manos privadas.

Este retroceso del Estado, que se concentró en las últimas tres décadas, tuvo un fuerte impacto en la vida de los chilenos, empleados, profesionales y empresarios.

LA CAíDA DEL GIGANTE

"Yo hago clases en la Escuela de Administración de la Universidad Católica, y si uno les pregunta a los alumnos, ninguno quiere ser empleado de una gran corporación. Todos quieren ser empresarios o integrarse a pequeñas compañías con gran potencial, donde pueden ser socios rápidamente. Ser empleado de gobierno o de grandes corporaciones internacionales es hoy la opción de los menos arrojados o brillantes. Es casi una opción de segundo nivel", indica Roberto Méndez.

¿Qué fue lo que produjo a este nuevo chileno, más arriesgado, que sabe que su futuro depende de su propio esfuerzo, que valora la educación y, aunque juega Kino y Loto, cree menos en la fortuna o la buena voluntad del "papá Fisco"? Libertad económica. Ella fue la responsable del cambio de mentalidad y aspiraciones de las personas, impulsada en los '70 con la llegada al régimen militar de los Chicago Boys, la nueva casta de economistas defensores del libre mercado.

Bajo el nuevo modelo, las sucesivas privatizaciones le arrebataron al Estado gran parte de las 530 compañías que en 1973 estaban bajo su control y las nuevas reglas del juego permitieron que emergiera una nueva generación de pequeños y grandes empresarios.

En los años '50 había centenares de prohibiciones que mermaban la capacidad creadora de los chilenos. Tras el ropaje de ser un Estado protector, no sólo prohibía importar hasta un repuesto de automóvil. La Ley de Alcoholes de 1938, con el pretexto de evitar el alcoholismo, impidió por más de tres décadas a los chilenos plantar nuevas viñas. Sólo el SAG podía autorizar la plantación de viñas, lo que restringía la oferta de vino, frenaba la entrada de nuevos productores y, por ende, la competencia en el sector.

En Chile llegaron a existir precios fijados por el Estado para más de 3.200 artículos y servicios. Hasta los hot dog tenían un precio establecido por las autoridades, así como la palta, el tomate y sus otros acompañantes.

"El trabajo más importante de los industriales era pasar en el Ministerio de Economía y en la Dirinco consiguiendo autorización para subir los precios", recuerda Ayala. "Cómo iba a haber progreso si los top de las empresas se pasaban haciendo cola en el ministerio... Ibas a hablar con el ministro y había una cola de 20 esperando. La Papelera tenía a 25 personas dedicadas a trabajar con el Banco Central para conseguir los permisos para importar repuestos".

EL SHOCK DE LA COMPETENCIA

Si bien la llegada del libre mercado produciría a mediano plazo una mayor cantidad de empresarios, el cambio no fue fácil. Para nadie.

"Para los empresarios fue bastante duro, porque se liberó el comercio exterior. Los importadores comenzaron a traer mercadería a bajos precios, obligando a la industria chilena a agudizar sus costos", afirma Ernesto Ayala.

Algunos de los empresarios más afianzados en el sistema antiguo se resistieron al cambio y muchos de ellos no sobrevivieron. Eran los que habían crecido sólo en base a los subsidios y la protección estatal.

La nueva ideología hizo readecuarse también a los chilenos en busca de empleo. Según Raúl de la Puente, presidente de la Anef, el número de empleados en la administración central -excluidas las Fuerzas Armadas y las empresas estatales- se ha reducido en más de 130.000 plazas en los últimos 25 años. Según cifras de la revista Qué Pasa de la época, en 1974 los empleados públicos representaban el 30 % de la fuerza laboral. Hoy constituyen sólo el 5,8 %.

EL INDIVIDUALISMO Y LOS ROSTROS DEL ÉXITO

Este proceso llegó después de que la población vivió, en las décadas del '50 y '60, un cambio en la estructura de la familia tras la incorporación de la mujer al trabajo y un aumento de la cobertura educacional. Por esto, tras las reformas económicas, los chilenos fueron capaces de competir internamente y con los productores extranjeros. En las últimas décadas se volcaron al trabajo "de una manera casi obsesiva, donde han mostrado una inimaginada prolijidad", sostiene Eugenio Tironi en su libro "La irrupción de las masas y el malestar de las elites". "Eso fue básico para que numerosas empresas chilenas conquistaran posiciones estratégicas en Latinoamérica y lograran penetrar con sus productos y servicios en mercados internacionales" Uno de los signos más patentes del cambio de aspiraciones experimentado son los modelos de éxito que la sociedad ha acuñado a través del tiempo. Si en los años '50 el ideal era ser profesional de la Universidad de Chile, lograr un puesto fiscal y adquirir una casa en Ñuñoa, con el paso de las décadas emerge el individualismo y el éxito económico en el mundo empresarial.

Pese a lo duro y competitivo del mercado, entre los chilenos existe hoy el consenso de que con trabajo y esfuerzo -y ya sin el aporte benefactor del Estado- es posible conseguir los objetivos. Atrás quedó la definición dada hace casi un siglo por el historiador Francisco Antonio Encina, quien en su libro "Nuestra inferioridad económica", aseguraba que los chilenos éramos una raza poco industriosa, sin habilidad para la creación de riqueza. Este individualismo, que lleva a que la máxima aspiración de la mayoría sea hoy ser su propio jefe y trabajar en el sector privado, es lo que está moviendo a la economía chilena.

 

Al llegar la década del '50, la gran aspiración de la clase media o profesional chilena era ser empleado fiscal o de una gran multinacional. Actualmente los profesionales buscan ser empresarios o integrarse a pequeñas compañías con gran potencial.

   

LOS QUE TIRAN EL CARRO

Las caras ya no son las mismas. Tanto el paso de los años como los vaivenes de los distintos sectores económicos han empujado y derribado a muchos grupos empresariales. Pero más allá de si las empresas están en manos de los Matte, Angelini, Yarur o Cruzat, la fórmula empresarial tampoco es la misma.

"El empresariado de los '90 es muy diferente al de hace un par de décadas", asegura Eugenio Tironi en su libro "La irrupción de las masas y el malestar de las elites".

Y es que primero tuvo que coexistir con un Estado interventor, que luego se volvió estatizador; enfrentar la apertura económica a mediados de los '70, la crisis económica en los '80 y luego la transición democrática y la internacionalización en los '90, para ver en el nuevo milenio cómo las multinacionales que antes competían con el empresario desde el exterior vienen a instalarse directamente en el país.

En este proceso tuvieron que aprender a competir, a ser más eficientes y a innovar. Pero si se adaptaron a estos cambios, no fue por convicción ni por posiciones ideológicas, "sino por simple necesidad", afirma el consultor Roberto Méndez. "El empresario, por definición, está buscando oportunidades para desarrollar su actividad, para tener buenos resultados y ha sabido ver las oportunidades donde estas han existido", agrega.

De hecho, de ser los marginados y limitados por un Estado paternalista a principios de los '50, en los '90 "coparon el centro de la escena y son los protagonistas del proceso que consume las mayores energías de la sociedad: el crecimiento económico", constata Tironi.

Los administradores: Y si en los '50 la riqueza se medía en stocks, que cada empresario acumulaba, ahora, en cambio, se mide en el flujo de recursos que es capaz de generar. Por eso es importante contratar generadores de riqueza. Surge así una nueva clase social, los administradores.

Para algunos es evidente que, antes, los dueños de la riqueza buscaban a sus pares para administrar sus negocios. Para otros nunca fue así. Uno de ellos es el presidente de Empresas CMPC, Ernesto Ayala. Ingeniero, hijo de ingeniero, hermano de ingenieros y padre de ingenieros, afirma que los empresarios no pueden darse el lujo de tener a ejecutivos ineficientes sólo por su apellido. Y si antes la aristocracia parecía autoconsolidarse poniendo a sus pares, era sólo porque solía haber una directa relación entre el nivel social y el grado de educación.

No obstante, ahora que la educación ya no es un bien exclusivo y la empresa privada es la que tira el carro de la economía, surge esta casta de administradores que en cualquier momento pueden transformarse también en empresarios.

Ejecutivos como los Büchi (Hernán, ex ministro y hoy asesor y director de empresas; Richard, gerente general de Entel; Antonio, gerente de nuevos negocios de la misma compañía, y Marcos, gerente general del Consorcio Financiero), los Pérez Mackenna (Francisco, en la gerencia general de Quiñenco, y Rodrigo, en la del Deutsche Bank en Chile) o los Silva Bafalluy (Máximo, en la presidencia de Banmédica; Ernesto, director de Enersis, y Antonio, del estudio de abogados Carey y Compañía) forman parte de este grupo.

Frases para el bronce

Sobrevivir a los Chicago

"La empresa privada chilena logró sobrevivir a la reforma agraria del Presidente Frei, ha logrado sobrevivir a Allende y ha logrado sobrevivir a los Chicago. ¡Por Dios que debemos ser eficientes para eso!" 

(Manuel Feliú, al asumir como presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio, julio de 1986).

 

Proyección 2000-2050
El liderazgo del mañana

Las costumbres de antaño ya no regirán en las futuras organizaciones. Los líderes empresariales deberán dejar de mandar para, en su lugar, convencer. Ya no se hablará de gerentes, sino de funcionarios. Los cargos no estarán relacionados con autoridad, sino con la responsabilidad de cada empleado.

Dirigir estas nuevas empresas requiere de una actitud diferente. Los ejecutivos no deben verse como guías, sino como directores de orquesta. Y los buenos directores no se ven como jefes; son medios al servicio de un resultado (Ilustración: Roberto Ortega).

Peter Drucker (*)

No hace mucho me topé con el caso de una empresa que estaba aproximadamente en el lugar 80 en la lista de las 500 de la revista "Fortune". La expectativa de su director ejecutivo era ubicarla en el número cinco en 10 años, de manera que lo sorprendí al afirmar que no pensaba que esa lista existiría para entonces, por lo que dicha meta no tenía sentido. Y es que esa lista asume que todo lo que uno hace está bajo su propio control y que uno es el dueño y director. Pero esa idea está cambiando. Ya son muchas las empresas en que la mayor parte del trabajo se realiza mediante alianzas, operaciones conjuntas, participación minoritaria y contratos informales.

Pues bien, le dije al director de esa empresa que dejara de estudiar la historia de las ciencias y comenzara a estudiar la de las tribus, porque es así como las cosas se van a estructurar en el mañana. Y, en ese plano, la única autoridad es la que surge de la sabiduría, capacidad y habilidad. Habrá que aprender a construir empresas y no a dirigirlas. Ese será el concepto de organización del futuro. Por eso es mejor dejar de hablar de gerentes y comenzar a hablar de funcionarios.

Las personas que hoy se encuentran en las organizaciones siguen apegadas al modelo del siglo XIX, tomado del Ejército de Prusia, el primer modelo moderno de organización. Los prusianos derrotaron a los austríacos en 1866, que contaban con un Ejército mucho más grande y mejor armado, y luego, cuatro años después, a los franceses, que también estaban mucho mejor armados. Y lo hicieron porque crearon una organización y usaron la tecnología eficazmente. La empresa imitó su tipo de mando y estructura, basada en que el puesto equivale a la autoridad. Ahora, sin embargo, estamos avanzando hacia estructuras en las que el puesto significa responsabilidad y no autoridad. El trabajo no consiste en ordenar, sino en convencer.

Dirigir estas nuevas empresas requiere de una actitud diferente. Los ejecutivos no deben verse como guías, sino como directores de orquesta. Y los buenos directores no se ven como jefes. Son medios al servicio de un resultado, con la misión de conseguir que la orquesta se escuche a la perfección. Para lograrlo es esencial la confianza; sólo cuando ésta existe, el clarinetista puede tocar. Y confianza significa que no hay sorpresas.

Durante la Segunda Guerra Mundial conocí a uno de los seres humanos más deplorables del mundo. Después de la guerra lo convencí de que fuera a una capacitación de sensibilidad. Pensé que había hecho una contribución a la humanidad, porque volvió desbordando bondad. Tres semanas después hablé con el ingeniero jefe y le dije: "¿Cómo lo está haciendo este tipo?", y me respondío: "No creo que podamos seguir soportándolo. Todas las mañanas que llega a la oficina y dice "buenos días" pasamos el resto del día preocupados de si realmente eso fue lo que quiso desear o no". Tres semanas después le pregunté al mismo ingeniero si las cosas habían mejorado. "Gracias a Dios -me dijo- volvió a ser el mismo hijo de perra de siempre y ahora sabemos qué esperar de él. Podemos volver a confiar en él".

Las personas también están cambiando y son cada vez más versátiles, con múltiples expectativas y mucha confianza en sí mismas. Hasta hace muy poco, si uno era hijo de un campesino, sería campesino. La versatilidad social era casi desconocida. Hoy no es así. Casi toda la gente joven que conozco tiene su currículum vitae en el cajón del escritorio. Hay que aceptar que debemos tratar a casi todas las personas como voluntarios que llevan sus herramientas en sus cabezas y pueden ir a cualquier parte con ellas. Y ahora sabemos lo que atrae y mantiene a los voluntarios.

Primero, una misión clara. Las personas necesitan saber qué es lo que pretende lograr la organización en que trabajan. Segundo, responsabilidad ante los resultados, lo que implica una evaluación y revisión constante. Y tercero, un aprendizaje continuo, cosa que también deben aprender las empresas del futuro.

Una misión no debe ser, como creen algunos, pomposa, sino algo concreto. Conozco mucho la empresa Coca-Cola y la gran mayoría de su personal está totalmente dedicado a ella. No conozco ninguna otra empresa que plasme un sentimiento tan fuerte de comunidad. Su misión es "derrotar a Pepsi". Sólo eso. Sin embargo, si no se comparte esa misión, no se permanece mucho tiempo en Coca-Cola.

La mayoría de estas prácticas y conceptos se seguirán aplicando en el futuro. La pregunta es si llegaremos a un punto en el cual nosotros calzaremos. Todavía no lo sabemos. Sin embargo, la primera constante en el trabajo de la gestión es hacer que la fuerza humana sea eficaz y las debilidades, improcedentes. Esa es la finalidad de toda organización. La segunda constante es que los gerentes son responsables por los resultados. A ellos no se les paga por ser filósofos, sino por sus resultados. La gestión no es una rama de la filosofía; es una práctica. Las personas de las sociedades desarrolladas serán cada vez más dependientes del acceso a una organización, porque son especialistas y necesitan acceder al conocimiento especializado de los otros para, en conjunto, realizar su trabajo.

(*) Peter Drucker, profesor estadounidense y autor de "La práctica de la administración", es considerado el gurú de la gestión empresarial.

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