EL BORRADOR DE LA HISTORIA

50 AÑOS

APUNTES DE LA SALUD

Detrás de las cifras

Los principales indicadores de salud pública -esperanza de vida, tasa de mortalidad y mortandad infantil- muestran en la actualidad cifras insospechadas para el Chile de hace medio siglo. Si en 1950 el país tenía un perfil de nación subdesarrollada, hoy tenemos una estructura de mortalidad y enfermedades propias de países desarrollados. Un ejemplo: de cada mil niños que nacían en 1950, 153 morían antes del primer año de vida. En 1998, después de décadas de inversión en instalaciones hospitalarias, planes de alimentación infantil, enseñanza del cuidado del recién nacido y extensión del período post natal, mueren sólo 10 de cada mil niños que nacen.  

Baño incluido

El baño ayudó a mejorar la salud de los chilenos. A medida que fue incorporado al hogar, los nuevos hábitos de higiene acabaron con algunas enfermedades. Para la mayoría de la población, tener servicios sanitarios dentro de la vivienda era un verdadero lujo, tanto así que en 1960 sólo el 15% de las viviendas tenía baño exclusivo, mientras que el 25% lo compartía y el 60% sólo contaba con pozos negros o fosas sépticas. Diez años más tarde, con la expansión del alcantarillado y del agua por cañería, la situación ya se había revertido. Mientras el 85% de la población contaba con "retrete exclusivo", sólo el 14 % aún compartía el suyo. El censo de 1992 reflejó el salto definitivo en las condiciones de higiene: siete de cada 10 viviendas contaban con un baño con ducha o tina.

 

De la botica al drugstore

Estantes de madera y largas vitrinas repletas de medicamentos recibían a los clientes que llegaban a comprar sus remedios a las boticas. Un dependiente de cotona blanca recibía las recetas, que podían ser pomadas contra los hongos, crema de rosa para las damas o tónicos para frenar la caída del cabello. Aunque muchos remedios eran fabricados en la propia farmacia, los precios estaban regulados por el Estado y la legislación establecía que los locales debían estar a razonable distancia unos de otros.

Cincuenta años después no sólo han desaparecido las antiguas boticas, también las farmacias de barrio están en proceso de extinción. La libertad de precios decretada en 1980 y el crecimiento de los laboratorios hizo que surgieran las grandes cadenas farmacéuticas, que se han convertido en auténticos supermercados de la salud. Así, de las 1.960 farmacias independientes que había en el país en 1974, cerca de 1.100 han cerrado sus puertas. En 1994 éstas ocupaban el 44 % del mercado, pero hoy sólo tienen el 20 %. El 80 % restante es disputado por tres grandes consorcios.

Récord de cesáreas

A mediados del siglo pasado, Chile tenía una alta tasa de mortalidad materna producto de las infecciones postparto. Si en 1950 murieron 752 mujeres por complicaciones en el embarazo, en 1997 la cifra se redujo a 61 casos. La forma de acorralar este foco de muerte fue aumentar sistemáticamente el acceso hospitalario para partos, lo que hoy alcanza al 99,6 % de las mujeres.

Así, la mortalidad materna se redujo de casi tres madres por cada mil nacidos vivos en 1960, a 0,23 por cada mil en la actualidad, siendo la principal causa el aborto.

Sin embargo, el desarrollo hizo de las cesáreas un procedimiento cada vez más común. Tanto así, que Chile es actualmente el país que ostenta el mayor índice de cesáreas en Latinoamérica. Sólo en 1998 se registró un récord de 125.221 cesáreas, contra 165.877 partos normales.

Las dos caras de la gordura

La revista Eva promocionó en los '50 un concurso en todo el país llamado "Vitalmín Vitaminado". Se buscaba a los niños más gorditos para "condecorarlos" como los más hermosos de Chile. La idea no era descabellada en una época en que la desnutrición azotaba a la población infantil.

Tras 25 años de programas alimentarios, entrega de leche para embarazadas, lactantes y preescolares, en 1975 la desnutrición llegó al 15,5 % de la población menor de seis años. En 1992 se redujo a un 5,7 %, y en 1998 a un 0,6 %.

Sin embargo, con los '90 comenzó el dramático surgimiento de la obesidad infantil. Las estadísticas muestran que prácticamente cuatro de cada 10 alumnos de primer año básico tiene sobrepeso u obesidad y, a diferencia del pasado, los premios son hoy para los delgados.

Tabaquismo: fin del glamour

Igual que en el resto del mundo, en los '50 el cigarrillo era símbolo de status y sensualidad en Chile. Pero la imagen del actor hollywoodense que conquistaba con un cigarrillo en los labios se ha vuelto cada vez más obsoleta. Hoy la sociedad ha restringido los espacios de los fumadores, el cine evita mostrar a las estrellas con un cigarrillo y médicamente se ha zanjado la vieja polémica de cuánto daño provoca el tabaco. Pese a que se asume que fumar es un problema de salud pública que mata anualmente a 11.000 personas en el país, los chilenos siguen fumando igual, o más.

   

Frases para el bronce

Premio Nobel

"Solíamos pensar que nuestro destino estaba en las estrellas. Ahora sabemos, en larga medida, que nuestro destino está en los genes" 

(James Watson, Premio Nobel, primer director del Proyecto Genoma, iniciado en Estados Unidos en octubre de 1990 para mapear a los más de 100.000 genes que determinan al ser humano).

 

El hombre por dentro

Durante la última mitad del siglo pasado surgieron técnicas que cambiaron para siempre la forma de diagnosticar enfermedades. La más revolucionaria fue, para muchos, la imagenología: equipos capaces de mostrar el interior del cuerpo humano.

La primera radiografía criolla se tomó en 1896. Fue la primera de Iberoamérica y la séptima del mundo. Pero recién en los '60 se perfeccionaron los rayos X. Los '70 trajeron el escaner y la medicina nuclear. En 1977, la Clínica Sara Moncada importó el primer ecógrafo para ver el feto, mientras que la endoscopía permitió recorrer las paredes del estómago y esófago.

En los '80, la laparoscopía hizo posible introducir pequeñas cámaras dentro del cuerpo y manejar a control remoto los instrumentos quirúrgicos. Se comenzó a aplicar la resonancia magnética nuclear, que entrega imágenes de cualquier sección del cuerpo humano y mide, incluso, el flujo de sangre en determinada parte del organismo.

 

Menos camas, menos hospitales

Hoy existen menos camas hospitalarias por habitante que hace medio siglo. De las 4,6 camas por cada mil habitantes que había en 1950, actualmente hay 2,9 por cada mil personas. Los hospitales tampoco han aumentado proporcionalmente al crecimiento de la población. Esto obedece principalmente a que hoy, en promedio, los chilenos están menos tiempo hospitalizados y muchas enfermedades y cirugías se tratan en forma ambulatoria. La política gubernamental de salud también ha variado: de la construcción de grandes hospitales, objetivo primordial del pasado, ahora se privilegian los consultorios locales, reservando las instalaciones hospitalarias para la medicina y enfermedades más complicadas.  

De la tuberculosis al cáncer

Las pestes, como la poliomielitis, el sarampión, la viruela y la tuberculosis mataron a casi un cuarto de la población chilena de mediados del siglo pasado. Pero ahora el rostro de la muerte es otro: el cáncer, los problemas cardiovasculares, el Sida y las enfermedades respiratorias.

En rigor, uno ya no se muere igual que en los '50. Los avances en la medicina cambiaron radicalmente el rostro de la muerte en el país y hoy son otras las razones y la edad por las cuales fallecemos. Mientras la esperanza de vida de la población se ha empinado de los 55 a los 75 años, la principal causa de muerte de mediados del siglo XX -las pestes- ha sido borrada de un plumazo y reemplazada por problemas cardiovasculares y el cáncer.

En otras palabras, los chilenos padecemos hoy las mismas enfermedades que matan a los habitantes de los países desarrollados. La llegada del Sida al país en 1984, por ejemplo -que ya ha cobrado 2.500 vidas-, demostró que si bien en la actualidad vivimos más y mejor, la medicina enfrenta nuevos y dramáticos desafíos.  

 

La mortífera tuberculosis

En 1950, cuando en el país había cerca de seis millones de habitantes, las enfermedades infecciosas -poliomielitis, sarampión, malaria, viruela y tuberculosis, entre otras- causaban casi la cuarta parte de los fallecimientos, atacando a todos los segmentos de la población. Nadie estaba libre de contraer la enfermedad y, tal como ocurre ahora con el Sida, los tuberculosos eran condenados por la sociedad. Se les llamaba despectivamente "tísicos" y la gente huía de ellos por temor a correr la misma suerte. La prensa recogía en julio de 1951 que "el 50 % de la población escolar primaria de Valparaíso está contagiada de tuberculosis antes de los siete años". La enfermedad, la más letal del siglo XX, cobró en 1950 nueve mil 216 vidas.

La polio también provocaba estragos: con un promedio de 800 casos al año, Chile sufrió sucesivas epidemias el '50, '54, '56 y '57, mientras que el sarampión sólo en 1962 causó 3.200 muertes.

Sin embargo, la masificación de los antibióticos durante los '50 cambiaría para siempre un terrible escenario de muerte que se arrastraba desde inicios del siglo pasado. La penicilina, traída a Chile por el doctor Sótero del Río en 1942 -14 años después de su descubrimiento- fue clave, junto a la famosa vacuna BCG, en la lucha contra la tuberculosis. El antibiótico acabó también en una sola dosis con la temida sífilis.  

La combinación de los nuevos medicamentos con los planes de vacunación masiva redujo a fines de los '50 la tasa de mortalidad por enfermedades infecciosas en un 70%. Pero el triunfo final se obtendría más tarde. La viruela fue erradicada en 1954, la poliomielitis en 1976 y el control del sarampión a inicios de los '80, antes que en cualquier otro país sudamericano. Hoy sólo un ínfimo 3 % de los fallecimientos obedece a estas pestes.

Los males de la Modernidad

Pero así como se esfumaron las enfermedades infecciosas, nuevos males surgieron por el brusco cambio demográfico que experimentó el país durante el último medio siglo. Las mejores condiciones de vida y el avance de la medicina aumentaron la edad promedio, por lo que hoy morimos de males propios de una población más vieja.

En los '60 irrumpió el cáncer, cuyos casos se triplicaron rápidamente y hoy es la segunda causa de muerte en el país. La primera son los problemas cardiovasculares, que comenzaron a aumentar en la década del '70. Y en los años '80 surgieron los males cerebrovasculares y la plaga más temida del siglo XX: el Sida. Un mes después de que en Estados Unidos se identificara el virus -y luego de tres años del primer caso norteamericano- en Chile se informó en mayo de 1984 sobre la primera persona contagiada con el mal. Al 31 de marzo del 2000 se registraban en el país 3.596 personas enfermas de Sida, 4.237 portadores asintomáticos y 2.567 fallecidos, pese a que gracias a planes de prevención masiva el incremento anual de la enfermedad es cada vez menor.  

Sin embargo, los únicos males que se han mantenido durante medio siglo en los ranking de muerte son los respiratorios, como las neumonías y las bronconeumonías. La gran diferencia es que si en 1950 éstas afectaban principalmente a los niños, hoy sus víctimas están de preferencia entre los mayores de 65 años. El esmog ha comenzado a jugar un dramático rol en estos decesos. Según recientes estudios, la contaminación aumenta en un 10 % la mortalidad.  

Para los expertos, la mala calidad del aire implicará que las expectativas de vida disminuyan, al menos en Santiago, entre 10 y 12 años.

 

Las únicas enfermedades que se han mantenido durante medio siglo en los ranking de muerte son las respiratorias, que si antes afectaban principalmente a los niños, hoy atacan de preferencia a los mayores de 65 años (Foto: COPESA).

La revolución de los ´50

Si hubiera que escoger una década de la historia de Chile donde las políticas públicas cambiaron para siempre la salud de los chilenos, sería la de los '50. El Servicio Nacional de Salud (SNS), inaugurado en 1952, aplicó innovadoras iniciativas que lograron el descenso de la mortalidad, la muerte infantil y la desnutrición. Eso provocó el interés de especialistas en salud pública extranjeros que vinieron a estudiar el sistema chileno.

Los antibióticos, los planes de vacunación masiva y la política de prevención del Estado -que llegó hasta las más alejadas localidades del país enseñando higiene, el cuidado del embarazo y las ventajas de la lactancia- lograron disminuir la viruela, la tuberculosis, la poliomielitis y el sarampión.

Había que vacunarse a los dos, cuatro y seis meses de edad y comenzaron a ser obligatorias las vacunas triples contra la difteria, el tétanos y la tos convulsiva. Incluso, en 1954 se instaló en Chile una de las primeras plantas productoras de penicilina en el mundo, la que funcionó hasta 1973.

El lema de la época era: "Prevenir vale más que curar".

 

Así moríamos

En 1950 las tres primeras causas de muertes eran las enfermedades infecciosas, respiratorias y cardiovasculares. En 1997, en cambio, son las enfermedades cardíacas, las respiratorias y los tumores malignos.

 

Visionarios de la salud

Dos médicos fueron claves en la batalla contra las pestes que azotaron el país a mediados del siglo pasado: el doctor Sótero del Río, que trajo la penicilina a Chile, y el doctor Conrado Ristori, apodado "Señor Sarampión" por miembros de la Organización Mundial de la Salud, debido a su esfuerzo para erradicar la enfermedad.

 

Fecundados en cristal

Seis años después de que Louise Browne, el primer bebé-probeta, naciera en Inglaterra, un equipo médico del Hospital Militar trajo al mundo en 1985 al primer chileno -y latinoamericano- nacido mediante la ffertilización in vitro. Hoy viven más de 500 niños en el país que fueron fecundados fuera del cuerpo materno.

Además de esta técnica, se practica en Chile la inducción de la ovulación, la operación de las trompas, tratamientos con hormonas y terapias más sofisticadas, como la inseminación intrauterina y el Gift. De hecho, en 1996 se realizó por primera vez en Chile el método Icsi, técnica que a través de un microscopio computarizado introduce sólo un espermio dentro del óvulo.

Con esto, la ciencia no sólo ha abierto una puerta para el 10 % de las parejas en edad fértil con problemas para concebir, sino que ha provocado un fuerte debate bioético respecto de los límites en que se pueden manipular los nacimientos.

Adiós al médico familiar

Una antigua costumbre se mantenía en los campos durante los '50: cuando el médico de la zona salía de ronda a caballo, en los frontis de las casas se colgaba un paño blanco para anunciar que había un enfermo.

En esa época había menos médicos que hoy por cada chileno. El desarrollo hizo desaparecer a los doctores de familia -que diagnosticaban mediante auscultaciones manuales- y trajo a los médicos especialistas, respaldados por la tecnología y nuevos tratamientos, quienes han sido claves en el avance científico del país.

Hoy existen en Chile 58 subespecialidades médicas, pero en la última década el debate se ha centrado en la necesidad de volver a contar con "médicos de cabecera", como tienen los países desarrollados.

Trasplantes a la chilena

"Lo hice a la chilena", explicó por televisión el doctor Jorge Kaplán sobre cómo había transportado un corazón para el primer trasplante de ese órgano realizado en Chile, en 1968. "Compré una olla en una mercería y en su interior trasladé el corazón de Gabriel para injertarlo en el cuerpo de María Elena".

De esta forma, un año después de que el sudafricano Christian Barnard realizara el primer caso exitoso en el mundo, Chile inició la era de los trasplantes de corazón. Con anterioridad, ya se había hecho trasplante de riñón en el Hospital J.J. Aguirre, mientras un equipo de la Universidad Católica había instalado el primer marcapasos en 1963.

El número de trasplantes en el país ha aumentado sostenidamente. Además de los de corazón y riñón -que son los más frecuentes-, también see han agregado los de hígado y pulmón.

 

El mapa mental de Chile

En los '50 se evitaba a los siquiatras y sicólogos. Pero hoy, que las enfermedades mentales aumentaron con la vida moderna, recurrir a especialistas dejó de suscitar prejuicios.

Aunque hace 50 años había escasos estudios sobre la salud mental en el país, en las últimas décadas la depresión, la angustia y la ansiedad han crecido en forma alarmante (Foto: FOTOPLUS).

Hay un gran nombre con que algunos siquiatras se refieren a Santiago: la capital de la depresión. La ciudad luce uno de los índices más altos de enfermedades mentales del planeta -un 52,2 % de los habitantes, según la Organización Mundial de la Salud- y la mitad de los pacientes que llegan a los consultorios tienen algún tipo de problema sicológico.

Pero hace medio siglo no se hablaba de depresión, ni de angustia, ni de ansiedad. Ir al sicólogo -si es que se encontraba alguno- era algo que debía mantenerse en secreto si es que no se quería pasar por "loco", y los siquiatras eran considerados como especialistas sólo para los enfermos internados en los manicomios.

Existía un prejuicio social respecto de los males de la mente -que eran vistos como una debilidad personal-, mientras que la siquiatría y la sicología comenzaban a ampliar sus conocimientos acerca de la mente humana. Sufrir en los '50 una fuerte depresión era ganarse un diagnóstico de sicosis, neurosis severa o, incluso, esquizofrenia. Algunos tratamientos aplicados en esa época -como la terapia insulínica, que dejaba al paciente en estado de coma- harían palidecer a los especialistas de hoy. La mayoría de los cuadros severos de neurosis o epilepsia, por ejemplo, terminaban en el manicomio.

La Nueva Mirada

Las cifras de la población "alienada" en los recintos de Santiago, Antofagasta, Iquique y Viña del Mar daban cuenta en 1950 de 3.240 pacientes. Ese mismo año La Tercera informaba que en el Manicomio Nacional (actual Instituto Siquiátrico José Hortwitz) "de los 2.500 enfermos, sólo 500 tienen médico tratante y el resto queda abandonado a su suerte".

Pero en esa década se produjeron cambios que revolucionarían los tratamientos. Desde Estados Unidos la fuerte influencia del sicoanálisis -que recoge la historia personal del pacciente como otro factor que incide en las enfermedades- complementa la mirada biologisista de la siquiatría, mientras que en 1953 se titulaban los primeros sicólogos. Esa nueva mirada permitió humanizar el concepto de enfermedades mentales.  

Sin embargo, lo determinante llegó en los '60, con la aparición de los antidepresivos y los antisicóticos, lo que hizo cada vez menos necesaria la reclusión.  

Diez años después, en los '70, comenzó a utilizarse el litio -un estabilizador anímico- que hizo bajar la tasa de suicidios del mundo, y en los '80 se lanzó al mercado el famoso Prozac (fluoxetina) para tratar la depresión.  

La última década trajo consigo la concepción actual de los males de la mente, es decir, la idea de que el individuo porta una carga genética -que puede ser factor de vulnerabilidad mental-, a la que se suman sus vivencias y los factores ambientales que lo rodean.  

Aunque hace 50 años había escasos estudios sobre la salud mental en el país, en las últimas décadas la depresión, la angustia y la ansiedad han crecido en forma alarmante.  

Pero los tratamientos siguen siendo inaccesibles para gran parte de la población. El promedio de cada consulta es de 14.000 pesos y la subvención de las isapres y Fonasa es casi nula.

 

Un país que envejece

De los seis millones de chilenos que había en 1950, sólo 400 mil -un 6,5 %- tenía más de 60 años. Pero hoy existen 1.500.000 personas de la tercera edad, y son el 10 % de la población.

Hoy no sólo cambió la expectativa de vida en Chile, sino que también el concepto de vejez (Foto: VICTOR TABJA).

El doctor José Froimovich, en su libro "Geriatría, gerontología, vejez", publicado en 1955, describía que los 50 años "es la iniciación del descenso", que los 60 "es la edad del testamento", y que entre los 70 y 75 años "somos rugosos viejos, sentados en la sala de espera del último viaje y creyéndonos vivir de milagro".

Hoy no sólo cambió la expectativa de vida en Chile, sino que también el concepto de vejez. Si antes alguien de 60 años era considerado un anciano, hoy la mayoría de las personas de esa edad está activa. Nadie las calificaría "en la época del testamento" y, la verdad, tampoco viven de milagros.

Básicamente, los viejos de hoy no son los mismos de antes.

Allí está Providencia. Era la comuna de los matrimonios jóvenes de los '50 y el centro de reunión de la juventud de fines de los '60 y principios de los '70. Pero hoy es el sector con mayor porcentaje de la tercera edad -22 %-, más del doble del promedio nacional, y el ejemplo más claro y extremo del proceso demográfico vivido en Chile en las últimas décadas.

De a poco nos hemos convertido en un país más viejo. Mientras en 1950 la edad promedio de los chilenos era 26 años, hoy es 31. Si hace cinco décadas por cada 100 niños había 18 personas mayores de 60, ahora hay 36. La tercera edad sencillamente se ha duplicado.

 

Planes Especiales

La razón es simple: hoy nacen menos niños y la población adulta vive más. En 1960 cada mujer tenía en promedio 4,5 hijos, pero en la actualidad tiene 2,4 hijos, cifra incluso más baja que el promedio mundial. Y si la expectativa de vida en 1950 era de 55 años, hoy un hombre que ha cumplido los 60 puede aspirar a vivir otros 12 años más, en tanto que las esperanzas de la mujer se elevan hasta los 73 años.

Esto obligó a que en los '90 se iniciaran los primeros planes especiales para la tercera edad, grupo que hoy es el 11 % de los egresos de los hospitales y que utiliza el 22 % del presupuesto total de salud. En 1998 se inauguró un programa preventivo de atención primaria para los ancianos y el Ministerio de Salud comenzó a repartir mensualmente un puré alimenticio llamado "crema años dorados" entre 100.000 abuelos. En otras palabras, la revolucionaria iniciativa de entregar leche a los menores de un año, iniciada en 1954, hoy se repite con los adultos mayores.  

Y mientras se creaba en 1995 la especialización en geriatría en las facultades de Medicina, el Ministerio de Vivienda entregaba las primeras casas y departamentos para la tercera edad, con puertas anchas, interruptores a mediana altura y ausencia de escalones.  

En el Ojo del Mercado

A pesar de la desprotección en que se encuentran los ancianos por las bajas jubilaciones, el mercado ha comenzado a responder lentamente a este creciente sector.

Programas para ellos en Digeder y en las municipalidades; rebajas en cines, museos y restaurantes; descuentos en alojamiento, alimentación y transportes; cursos especiales en universidades, y lujosos edificios residenciales que incluyen médico de planta, restaurante y servicio de mucama son ejemplos de un fenómeno propio de los años '90.  

Algunas empresas destinan un porcentaje de sus contrataciones a los adultos mayores -el 40 % de los chilenos sobre los 65 años continúa trabajando- y en el mercado ya existen alimentos especialmente enriquecidos para la tercera edad.  

Sin embargo, aún nadie sabe qué sucederá con un país que envejece antes de lograr su desarrollo. Europa y Estados Unidos fueron ricos antes de ser viejos.

Proyección 2000-2050
La terapia que cambiará el mundo

Para el 2030 la terapia basada en genes habrá revolucionado la práctica de la medicina. Cuando tengamos la capacidad de dar al paciente el gen que queramos con el propósito de curar una enfermedad, entonces tendremos también la capacidad de administrarle algún gen para cualquier otro propósito.

W. French Anderson (*)

En los umbrales del siglo XXI, el virulento demonio de la limpieza étnica domina algunos países. ¿Qué nos podría pasar si añadimos mejoras genéticas intencionadas a nuestro mundo? (Ilustración: Marcelo Duhalde).

Yo pronostico que para el 2030 la terapia basada en genes habrá revolucionado la práctica de la medicina. La terapia génica consiste en cualquier terapia basada en reemplazar o modificar las funciones de los genes del organismo.

Las dos principales ramas serán la terapia génica, por la que se inyectan uno o más genes en pacientes para tratar una enfermedad, o bien la terapia con drogas, en la que se administra una sustancia al paciente para modificar la expresión de uno o más genes en su organismo.

El Proyecto Genoma Humano nos está enseñando ahora cuáles son todos los genes humanos y, con el tiempo, podremos saber qué es lo que hacen. Desarrollaremos rápidamente la capacidad de detectar las deficiencias o debilidades de los genes. Por "debilidades" quiero decir aquellos que no funcionen óptimamente para el entorno en el que el portador vive (si le causa una cierta tensión debido a la dieta, la radiación, toxinas o cualquier otra cosa). Estos genes pueden acabar desarrollando en los pacientes una enfermedad grave.

Una vez que un gen defectuoso o de bajo funcionamiento esté detectado, tendremos la capacidad de dar al paciente un gen más efectivo para reemplazarlo (terapia génica), o, si ese gen está sintetizando un producto normal, pero en poca o demasiada cantidad, una droga que incremente o inhiba su producción. Para el año 2030 anticipo que podrá haber un tratamiento basado en los genes para cada enfermedad.

La terapia con drogas no altera el genoma humano, pero sí la terapia génica. Cuando tengamos la capacidad de dar al paciente el gen que queramos con el propósito de curar una enfermedad, entonces tendremos también la capacidad de administrarle algún gen para cualquier otro propósito. Temo que la contrapartida de esta poderosa tecnología pueda ser que los eugenistas acaben por practicar esto a una escala mucho mayor de la que cualquier tipo de política de reproducción selectiva lo haría.

Desde este punto de vista, la sociedad está enfrentada a una gran amenaza. En nombre de pequeñas "mejoras", que vemos convenientes, podríamos empezar a usar la ingeniería genética para intentar "mejorarnos" a nosotros o a nuestros hijos. La ingeniería genética en la línea germinal humana implicaría entonces cambios permanentes en el capital genético.

A finales del siglo XX hemos demostrado que estamos mal preparados para combatir la discriminación, hasta en sus formas actuales. En los umbrales del siglo XXI, el virulento demonio de la limpieza étnica domina algunos países. ¿Qué nos podría pasar si añadimos mejoras genéticas intencionadas a nuestro mundo? En 1998 se realizó una película en Hollywood llamada Gattaca, en la que sólo los individuos genéticamente limpios podían conseguir buenos trabajos. "Los hijos del amor", procreados por métodos naturales, eran relegados a las posiciones de mayor pobreza.

Yo creo que la única protección de nuestra sociedad para evitar caer por esta resbaladiza pendiente hacia una sociedad similar a Gattaca es poner claras paradas a lo largo del camino. Y la única forma de hacerlo es desarrollar una sociedad informada capaz de reconocer los peligros de la ingeniería genética y prevenir los abusos de la tecnología antes de que sea demasiado tarde.

No podemos imponer reglas a la sociedad del siglo que viene. Las personas del futuro harán el mismo caso a nuestra opinión que el que hicimos nosotros a las lejanas prohibiciones de nuestros predecesores del siglo XIX. Pero debemos entrar en la era de la ingeniería genética de la forma más responsable posible. Esto implica que no deberíamos usar la terapia genética para otro propósito que no sea el tratamiento de enfermedades graves, sin importarnos lo tentador que pueda resultar intentar "mejorarnos" con esta poderosa tecnología.

(*) W. French Anderson, director de Terapia Genética de la Escuela de Medicina de la Universidad de Carolina del Sur, llevó a cabo el primer tratamiento de terapia génica en pacientes humanos. Extracto del libro "Proyecciones".

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