EL BORRADOR DE LA HISTORIA
50 AÑOS
LA
HISTORIA
Y EL FUTURO INTERNACIONAL
De la guerra fría a la globalización
Aquella pared inexorable que dividía al
planeta en dos polos enemigos en los '50 se pulverizó para dar paso a un nuevo
orden internacional radicalmente opuesto.
(Foto:
COPESA)
Junio
1948: Stalin
ordena bloquear las rutas que unen a Berlín con el sector occidental de
Alemania. Británicos, norteamericanos y franceses inician un puente aéreo para
abastecer a la población alemana. Durante 15 meses se lanzaron 13 mil toneladas
mensuales de bienes y alimentos.
Abril 1949:
Con la firma del Tratado del Atlántico Norte se crea la OTAN, una alianza de
defensa militar entre los países occidentales.
Octubre 1949:
Finaliza la guerra civil china con la victoria comunista de Mao Tse Tung.
Junio 1950:
Estalla la guerra de Corea, el primer enfrentamiento ideológico, con la
participación de Estados Unidos y China.
Mayo 1955:
Se firma el Pacto de Varsovia, la alianza militar del bloque soviético.
Noviembre 1956:
Tanques soviéticos reprimen las revueltas anticomunistas en Hungría.
Enero1959:
Triunfa en Cuba la revolución de Fidel Castro.
Abril 1961:
Estados Unidos apoya a un grupo de cubanos exiliados para desembarcar en la isla
y derrocar a Castro. La operación fracasa al ser capturados los rebeldes en Bahía
Cochinos.
Agosto 1961:
Las autoridades de Alemania Oriental comienzan a levantar el Muro de Berlin.
Octubre 1962:
Crisis de los misiles: Estados Unidos ordena el bloqueo de Cuba al descubrir que
la URSS intenta instalar misiles en la isla. Es uno de los momentos más álgidos
de la guerra fría.
Agosto 1964:
Estados Unidos entra formalmente a la guerra de Vietnam. Su participación se
extenderá hasta 1975.
Agosto1968:
Soldados soviéticos reprimen en Checoslovaquia la llamada Primavera de Praga,
que buscaba reformas democráticas.
Febrero 1972:
El Presidente norteamericano Richard Nixon viaja a China y reanuda relaciones
diplomáticas.
Marzo 1985:
Mijail Gorbachov asume como secretario general del Partido Comunista Soviético.
Inicia sus políticas de reestructuración económica (perestroika) y de
apertura política (glasnot).
Junio
1989: Cientos de jóvenes
son masacrados por el Ejército chino en la Plaza de Tiananmen.
Noviembre 1989:
Las autoridades de Alemania Oriental permiten el libre tránsito entre Berlín
Oriental y Occidental. Cae el Muro de Berlín.
Diciembre
1991: Mijaíl
Gorbachov renuncia a su cargo y pone fin a la Unión Soviética.
La mañana
del 17 de agosto de 1962, después de tomar un ligero desayuno, el joven Peter
Fechter, de 17 años, y su amigo Helmut Kulbeik corrieron al lugar que aún
despertaba una macabra fascinación entre los habitantes de Berlín del Este:
una pared de 14 kilómetros levantada por las autoridades de Alemania Oriental
para separar a Berlín comunista del sector occidental de la ciudad.
La barrera había sido
alzada -ante el horror del mundo- exactamente un año antes, bajo el pretexto de
mantener a los occidentales fuera de los límites. Pero las autoridades
comunistas sabían que en realidad era para detener el flujo de los refugiados
que arrancaban de su país. Desde 1949, cerca de tres millones de personas habían
huido desde Alemania Oriental; 30 mil solamente en el mes en que se levantó el
muro.
Fechter había crecido
respirando la escasez y rigidez del sistema comunista. Una vez que perdió todas
las esperanzas de poder incrementar su sueldo de US$ 50 mensuales, o alcanzar un
futuro mejor, decidió emigrar hacia Occidente.
Poco antes de las dos de
la tarde, los jóvenes comenzaron a poner en práctica el plan que habían
repasado una y otra vez. Se sacaron los zapatos y entraron por la ventana de un
aserradero que limitaba con el muro. Pero antes de saltar había que cruzar un
área abierta, conocida como el corredor de la muerte.
Kulbeik corrió rápidamente
y alcanzó el muro. Fechter, paralizado por la presencia de un policía a pasos
de distancia, dudó lo suficiente como para despertar la atención del guardia.
Mientras alcanzaba la cima del muro, una ráfaga de disparos lo derribó sobre
la pared.
Los minutos que siguieron,
mientras Fechter agonizaba, grafican trágicamente los límites del poder en la
era de la guerra fría: un mundo que desde los años '50 y hasta 1989 se dividiría
en dos polos por una barrera inexorable y que marcaría con fuerza el destino de
todos los habitantes del mundo.
Cuarenta minutos después
de la balacera, y aunque Fechter aún respiraba, los guardias de ambos lados de
la muralla seguían inmóviles, esperando órdenes. Sabían que cualquier
interferencia podía iniciar una guerra mundial. Finalmente, el cuerpo de
Fechter sucumbió. Era la primera víctima del Muro de Berlín y mártir de toda
una generación.
La historia moderna no
volvería a conocer un sistema internacional tan rígido y antagónico como el
que se levantó, expandió y derrumbó en la última mitad del siglo XX. La
Alemania dividida fue un fiel reflejo de este mundo. Toda la política, desde
1950 hasta la caída del Muro de Berlín, estuvo marcada por la guerra fría.
Una vez que ésta se esfumó, el planeta cambió dramáticamente. Hoy es una
sociedad guiada por los intereses económicos y con la democracia como principal
sistema político.
Desde
que Winston Churchill anunciara en 1946 que "una cortina de hierro está
descendiendo sobre Europa", el mundo pasó a ser una sociedad dividida,
donde proliferaban las alianzas militares y todos -desde las selvas de Nicaragua
hasta Corea, Afganistán y el Congo- sintieron la amenaza del bloque enemigo.
Mientras los regímenes comunistas se extendían por Europa del Este de la mano
de la Unión Soviética y en Asia con el triunfo de la revolución de Mao,
Estados Unidos, a través de la doctrina Truman, se convirtió en defensor del
"mundo libre", que incluía a Europa Occidental, América Latina,
Oceanía y Japón. Las fronteras eran rígidas y los dos bloques férreamente
delimitados. A inicios de los '80 ya había en el mundo una capacidad nuclear
capaz de destruir todo el planeta no sólo una vez, sino varias, y nadie estaba
en condiciones de predecir el fin de ese orden mundial.
Sin embargo, lo que para dos generaciones completas constituyó un marco internacional imposible de modificar, se derrumbó en sólo seis meses, concluyendo con la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento de la Unión Soviética. Junto a ellos se esfumó también el debate respecto al sistema político y económico que regiría el mundo.
Al comenzar el siglo XXI, hay un consenso mundial acerca de
la democracia y las economías abiertas. El mercado, más impulsado por el
pragmatismo que por banderas ideológicas, ha pasado a ser el nuevo motor entre
las naciones. Si ayer las multitudes salían a las calles reclamando justicia
social, hoy sus banderas de lucha son los aumentos de sueldos.
Es la era de la post guerra fría.
En 1957,
los soviéticos colocaron en órbita el primer satélite artificial y
proclamaron su triunfo en la carrera por la ciencia y la tecnología. A fines de
esa misma década una vasta literatura de economistas norteamericanos reveló
que la Unión Soviética estaba creciendo al doble que cualquier país
capitalista y triplicaba el crecimiento promedio anual de Estados Unidos. En los
'60 reinaba el optimismo entre los jerarcas marxistas quienes pronosticaban que,
muy luego, sus pueblos serían los más prósperos del mundo. "Esta guerra
ideológica continuará hasta que finalmente gane pacíficamente la URSS, porque
los trabajadores explotados por los capitalistas, querrán parecerse a nosotros,
los soviéticos", escribió Seyon Reznik en su libro La Era Post Soviética.
Sin embargo, a partir de los '70, Occidente ingresó a una nueva fase de la revolución científica y tecnológica, abriendo una brecha insalvable entre ambos mundos. Ya en 1980 el 60% de los polacos vivían bajo los niveles de pobreza y el estándar de vida había caído a los niveles de diez años atrás. En Rumania no había carbón para inviernos de 20 grados bajo cero, e incluso en la próspera Alemania Democrática el crecimiento se había estancado. El asfixiante centralismo y el retraso tecnológico sumieron a la región en una profunda parálisis. Cuando el estancamiento alcanzó a las Fuerzas Armadas, y amenazó a la URSS con dejarla rezagada en la carrera armamentista, la inquietud hizo nido entre los jerarcas del Kremlin.
Pese a ello, cuando el 9 de noviembre de 1989 las agencias de noticias, radios y TV del mundo informaron que los controles que separaban a los dos Berlín se habían abierto -y los jóvenes comenzaron a derribar el muro- la sorpresa fue total. Apenas dos días antes en un debate del Consejo General de las Naciones Unidas los más audaces analistas habían vaticinado que el muro caería en un plazo de diez años.
Mientras millones de hombres, con la fuerza de los procesos
largamente incubados- se deshacían del marxismo y comenzaban a recorrer un
nuevo y hasta entonces impredecible camino político, se derrumbaron los dogmas
que habían imperado durante décadas, como el estatismo y la lucha de clases.
En menos de un año las dos Alemania volvieron a ser una y en 1992, la URSS dejó
de existir, desgranándose en un decena de países.
Hoy los
empresarios estadounidenses abren locales de Mc Donalds a cuadras del Kremlin y
astronautas rusos y norteamericanos trabajan en conjunto en el espacio. Ha
surgido una realidad distinta, guiada por intereses regionales, variables económicas
y una renovada cultura democrática.
No sólo desaparecieron casi todos los gobiernos comunistas
del mundo (salvo China, Cuba y Corea del Norte) sino también cayeron las
dictaduras militares de América Latina y muchos gobiernos autoritarios de
Africa. Según el organismo norteamericano Freedom House en 1994 había 137 países
libres o parcialmente libres de 192 analizados. En 1950, en cambio, de las cien
naciones que existían, veinte tenían regímenes comunistas y otras tantas
estaban bajo gobiernos autoritarios.
Después del fin de la guerra fría se multiplicaron los países
-pasando de 168 a 194 en menos de cincoo años- y se impusieron los pactos económicos
por sobre las uniones político-militares del pasado. Las grandes
transnacionales entraron en un espiral de fusiones que aun está lejos de
concluir, mientras nació el Nafta, se concretó la Unión Europea y se estimuló
la Apec.
Hoy la amenaza para la paz mundial ya no está en los
enemigos ideológicos, sino en lideres autoritarios que ponen en riesgo la
estabilidad de su entorno, como Saddam Hussein en Irak.
Es un nuevo orden. Lo que el autor norteamericano Francis
Kukuyama denominó "el fin de la historia".
En los años
'50 comienza un proceso largamente soñado por países repartidos en Africa y
Asia. Tras décadas de un férreo control de gobiernos europeos sobre naciones
como Congo, Zaire, Tanzania, Sud Africa y Uganda, comienza el fin del
colonialismo. Los gobiernos de Inglaterra, Francia, Portugal y Bélgica cesan
sus dominios en tierras lejanas. En este espiral de descolonización, si en 1950
había en el planeta alrededor de 100 países, hoy existe casi el doble: 194.
Sin embargo, las ansias de independencia no siempre trajeron paz a estas naciones. Debieron aprender a gobernarse y mantener la paz. En su mayoría comenzaron un turbulento período de ajuste económico y político y entraron al juego de la guerra fría para obtener apoyo económico y controlar a los movimientos guerrilleros. Uno de los casos más emblemáticos fue Angola. Mientras el gobierno de ese país se mantenía vinculado a la órbita soviética, y recibió apoyo de Cuba, la guerrilla opositora de Unitas recibió asistencia encubierta de Occidente.
Al término de la guerra fría un nuevo movimiento -el nacionalismo- toma fuerza. Son los ucranianos, letonios y kazajastanos que ya no quieren pertenecer a la Unión Soviética. O los eslovacos y los checos que tampoco tienen interés por mantenerse unidos. Como una enfermedad contagiosa, estos movimientos florecen por todo el mundo.
Desde 1990 han aparecido 23 países nuevos. Esto ha ido
unido, además, de una intensa marea migratoria. Cientos de miles de habitantes
de los países de la ex Unión Soviética y de las naciones africanas han
buscado refugio en los países occidentales que gozan de un mejor estándar de
vida, para escapar de las guerras o del hambre.
Proyección 2000-2050
Las naciones del siglo XXI
Las naciones no desaparecen, pero están
perdiendo terreno en los asuntos mundiales, mientras que otros actores comienzan
a tomar fuerza. A estos últimos los llamamos "los gladiadores
mundiales" y se han transformado en contendientes más fuertes.
Alvin Toffler (*)
Presenciaremos el
surgimiento de nuevas unidades políticas, muchas de las cuales aparecen gracias
a internet. Podríamos ver una federación de ciudades estados aliadas con un
grupo de ONG, todos conectados electrónicamente (Ilustración: Marcelo
Duhalde).
A medida
que recorremos el mundo nos preguntamos constantemente si las naciones estados
quedarán obsoletas. ¿Seguirán existiendo Estados Unidos, China y Francia? Las
naciones no necesariamente desaparecen, pero están perdiendo terreno en los
asuntos mundiales, mientras que otros actores comienzan a tomar fuerza. En el
libro Powershift (1990) [Cambio de Poderes] los llamamos "los gladiadores
mundiales" y desde entonces se han transformado en contendientes más
fuertes y con mayor poder en la arena mundial.
No es nuevo ver que las
grandes corporaciones mundiales tienen una mayor influencia en los eventos
globales que muchas de las propias naciones. Es el caso de las religiones
renacientes. El Islam tiene un papel claramente sobresaliente, cuyos intereses
van más allá de cualquier nación. La Iglesia Católica es un actor
fundamental de la escena actual y lo fue en los hechos que concluyeron con el
desmoronamiento de la Unión Soviética.
Por otra parte, las ONG
(organizaciones no gubernamentales) se están multiplicando rápidamente. Estas
van desde Greenpeace hasta las miles de organizaciones de menor importancia,
pero muy activas. Su fuerza la están logrando a través de internet. La
reciente protesta en contra de la Organización Mundial de Comercio (OMC) fue sólo
el primer disparo de un inminente conflicto entre las ONG y las OIG
(organizaciones intergubernamentales), como la OMC, el FMI, el Banco Mundial y
muchas otras. Las ONG van a comenzar a exigir participación en estas OIG, las
que hasta ahora sólo representan a las naciones estados.
Antes de 1648 y del
Tratado de Westfalia no existían las naciones como conocemos hoy. Se trataba de
ciudades estados, ducados, principados, estados papales, etc. Había poco
sentido del nacionalismo o de la lealtad a la nación. Se era leal a un rey o a
un príncipe, o a la Iglesia, pero no necesariamente a una nación. Había muy
poco de las características esenciales que, según nuestra visión actual,
definirían a la nación Estado.
Hoy una nación Estado es
básicamente un país con una economía integrada, un mercado nacional y una
estructura política pareja. Sin un mercado nacional, una categoría de nación
carece de poder. Puede haber un Estado, pero no será una nación Estado.
Actualmente los mercados y
las economías nacionales son cada vez menos importantes, mientras que los
mercados mundiales y la economía mundial crecen en importancia. Los mercados y
las economías regionales -e inclusive, los mercados y economías locales- se
están haciendo más importantes.
Asimismo, las naciones están
pasando por momentos difíciles a la hora de controlar sus propias fronteras,
monedas, condiciones ecológicas y circulación de información.
Por lo tanto, son muchos
los signos que señalan la disminución del poder de la nación Estado en el
mundo actual, a diferencia de lo que sucede con las nuevas entidades políticas
(o antiguas, algunas resurgieron), las que crecen con cierta influencia. Creo
que presenciaremos el surgimiento de todo tipo de nuevas unidades políticas,
muchas de las cuales aparecen gracias a internet. Podríamos ver una federación
de ciudades estados aliadas con un grupo de ONG, todos conectados electrónicamente
y, quizás, con armas de destrucción masiva.
En todo el mundo hay una
gran cantidad de grupos separatistas y secesionistas, y en el libro War and
Anti-War (1993) [La Guerra y la Antiguerra] escribí sobre un fenómeno llamado
"la revuelta del rico".
En el pasado la pobreza
hizo que los pueblos exigieran sus derechos, se sublevaran y separaran. Hoy algo
de eso persiste. También es posible ver que las regiones ricas están exigiendo
su autonomía o el derecho a independizarse de los países de los cuales forman
parte.
En la Italia del norte, la
región más rica del país, los separatistas quieren desvincularse de la
empobrecida región del sur. En Brasil, el norte está azotado por la pobreza,
mientras que el sur está más desarrollado económicamente; hay separatistas,
no muy fuertes ni importantes, que quieren separarse del sur. Las regiones ricas
de los países alzan sus voces para decir que no quieren seguir pagando
impuestos a los gobiernos centrales que vayan en ayuda de las regiones más
pobres, ya que sabemos que el dinero no irá en ayuda de los pobres, sino que se
repartirá entre las corruptas fuerzas políticas.
Europa está tratando de
integrar y formar una unidad económica. Pero tendrá que permitir una mayor
autonomía regional si quiere evitar el continuo derramamiento de sangre, en
especial a medida que permite el ingreso a más naciones. Creo que los británicos
han sido muy sabios, al devolver un cierto grado de autonomía a Escocia, Gales
y ahora a Irlanda, para prevenir el separatismo, cada vez más fuerte en el
continente.
En cualquier parte donde
existan economías avanzadas, los gobiernos centralizados tendrán que renunciar
al poder para lograr conservarlo. Y cuando se incorporan regiones a las ONG
transnacionales, religiones y corporaciones, además de los mercados financieros
que ahora disminuyen la imagen de los bancos centrales nacionales, se hace
evidente que las naciones Estados tendrán que aceptar a los Gladiadores
Mundiales no Nacionales.
Alvin Toffler, futurólogo
estadounidense , es autor de El shock del futuro (1970), La Tercera Ola (1980), El
cambio del poder (1990) y Las guerras del futuro (1993).
Proyección 2000 - 2050
Pensando el 2050
En medio siglo América Latina tendrá 600
millones de habitantes y América del Norte, otros 600. Habrán desaparecido de
nuestro hemisferio varias lenguas, algunos países y todas las monedas menos
una. El continente será bilingüe y multicultural, como tienden a serlo Nueva
York, Buenos Aires, Ciudad de México y Los Angeles.
Héctor Aguilar Camín (*)
(Ilustración: Natalia Herrera)
En el 2050, América
Latina tendrá 600 millones de habitantes y América del Norte, otros 600. Habrán
desaparecido de nuestro hemisferio varias lenguas, algunos países y todas las
monedas menos una. El continente será bilingüe y multicultural, como tienden a
serlo Nueva York, Buenos Aires, Ciudad de México y Los Angeles.
Si las cosas continúan
como van, el hemisferio occidental seguirá siendo el lugar de las
desigualdades: países ricos y pobres, elites cosmopolitas y multitudes
provincianas. Pero será también el lugar de la mezcla y la migración, del
asalto a las fronteras del bienestar para millones de hombres y mujeres
decididos a buscarlo donde brillan las luces de la prosperidad.
Al pobre paso que lleva, México
tardará 70 años en alcanzar el nivel de vida que tiene hoy Estados Unidos.
Para entonces EE.UU. estará por lo menos una vez arriba del nivel de vida de
hoy, pero tendrá viviendo en su territorio a treinta o cuarenta millones de
mexicanos. Y otros tantos de otras nacionalidades latinas. Hacia mediados del
siglo entrante, por cada quince personas que trabajen en los Estados Unidos,
diez estarán jubiladas. La americana será una sociedad de rentistas viejos, jóvenes
adultos y profesionistas de edad madura.
Puedo imaginar un
gigantesco mercado común, con la cabeza y los hombros en los Estados Unidos y
la cintura, las caderas y la mitad de sus consumidores en México, Centroamérica
y el Cono Sur. Puedo imaginar sobre ese cuerpo una población en perpetuo
movimiento por trabajo, estudios, placer y negocio, una colección de países en
los que lo global se habrá vuelto local y lo local, global.
El dólar será la moneda
única y la pobreza y la riqueza se medirán por la capacidad de las familias de
recibir y procesar información en sus computadoras. La ecología habrá
resembrado en el continente sus enormes bosques originarios, limpiado sus aguas,
y devuelto el equilibrio delirante de sus faunas y floras.
Los libros de papel habrán
desaparecido, junto con los autos de gasolina y el cáncer de mama y otros
destinos genéticos. Mis nietos empezarán a vivir en las primeras décadas del
siglo la vida centenaria que yo no tendré, las mujeres serán por fin la mitad
y algo más en todos los órdenes del amor y el trabajo, y los viejos de 60 años
estarán a la mitad y no en el último tercio de la vida.
¿Cómo será la vida
diaria? Más conectada que nunca a vidas remotas, tan próximas a nosotros como
la instantánea comunicación de cuerpo entero por internet y canales de video.
¿Habrá un abismo cada
vez mayor entre los privilegiados y los excluidos? Sí. Habrá un abismo de
conocimiento y bienestar entre el punto más alto de la riqueza y el punto más
bajo de la pobreza, aunque entre el punto más bajo de la pobreza de hoy y el de
mediados del siglo XXI habrá también otro abismo.
¿Se recluirán los ricos
en comunidades incluso más cerradas y herméticas por temor al crimen? Los
ricos inventarán nuevos shangri-lahs vedados a las desgracias, y el mundo
seguirá golpeando y asediando sus puertas con los fantasmas de la mendicidad,
el odio y la envidia.
Viviremos los tiempos de
la primera generación de clases medias americanas nacidas en todas partes del
mundo. Usos, costumbres y noticias serán globales. Pero la patria seguirá
siendo mínima y local, con el sabor de las cosas que comimos en la infancia y
el color y la forma de las cosas a las que abrimos los ojos por primera vez.
Los pobres migrarán con
su casa a cuestas. El siglo XXI les será favorable porque será un siglo de
vastas migraciones y fronteras porosas, de mercados globales y residencias múltiples.
Una nueva riqueza disponible para los pobres será el achicamiento cultural y
tecnológico del mundo. Podrán cruzar en una generación varias épocas históricas,
pasarán de la comunidad prehispánica a la aldea global, del mixteco al inglés
sin aprender español, de su pueblo rural a Los Angeles sin detenerse en Ciudad
de México. Todas estas cosas nuevas y portentosas, previsibles y fantásticas
pasarán o no. Como enseña la historia, el futuro es lugar de prodigios y
sorpresas. Algunas cosas fundamentales podemos, sin embargo, tener por seguras.
Las ballenas seguirán
refugiándose en las aguas del Golfo de California para parir. Las mariposas
monarca seguirán plegando sus alas en su santuario de Michoacán. Las mujeres
seguirán sufriendo por la frialdad de los hombres y éstos por la indiferencia
de las mujeres. Los novelistas seguirán contando historias de amantes
desdichados y familias extraordinarias. Los poetas seguirán viendo a través de
la niebla y Mozart sonando a través de los tiempos. Las cumbres de la
cordillera andina que dibujan el cuerpo esbelto de Chile y las hendiduras sin
fin del Cañón del Colorado apenas habrán sentido en su piel la adición milimétrica
del paso del tiempo.
Héctor Aguilar Camín,
escritor mexicano y autor de "La Guerra de Galio" y "El
Resplandor de la Madera".