Tan oportunistas como siempre.

 

 

Antes del 73, se creían los monopolistas de la Revolución chilena, no la hacían ni dejaban que otros la hicieran. El golpe y la dictadura que se nos vino encima en parte gracias a sus actitudes claudicantes y débiles ante los militares y los gringos, pareció haber limpiado sus pecados derechistas y que la lucha antifascista de una nueva generación de militantes  los habría vuelto a encauzar por la senda de los principios revolucionarios. Pero todo era apariencia. El exilio parece que terminó no de renovarlos, sino de corromperlos y de acomodarlos a los requerimientos del imperialismo y las transnacionales mientras se derrumbaba el  revisionismo del bloque soviético al cual seguían (“Se nos cayeron las catedrales” dijo Guastavino). Después que las masas populares con sus protestas y combates diarios arrinconaron a Pinochet, vuelven a Chile “renovados” congraciados con la burguesía imperialista que los mantuvo, renegando de los viejos principios marxistas y leninistas, “pasados de moda”. Surgió entonces por voluntad del imperialismo que necesitaba desembarazarse luego del viejo dictador, la “Concertación”, criatura de los yanquis que unía como buenos hermanos que son, a los burgueses vendidos a los gringos desde 1960 seguidores de Eduardo Frei, con nuestros viejos amigos revisionistas y guevaristas de la antigua y desparecida UP.

Ese milagro creado en Washington buscó la forma de hacer una exitosa transición eliminando el peligro que las protestas populares de los 80 acabasen en una revolución de tipo sandinista.  Gran frustración para los rábanos de la Gladys y Lucho Corvalán, que son dejados fuera del banquete hasta ahora y deben seguir embaucando a los comandantes del Frente, con la supuesta resistencia armada y “todas las formas de lucha”. Hasta que cansados los del FPMR, y después de algunas derrotas como la de Carrizal y el atentado, que desprestigiaron su opción financiada a todo millón por Cuba, optaron por separarse de la vieja camarilla revisionista de Gladys y Volodia para poder luchar por su cuenta. Hasta ahí llegó el revisionismo armado en Chile, y rápidamente tuvo que ir a golpear a las puertas de la Concertación pidiendo un pedazo de torta democrática, en vísperas del plebiscito aprobado por Washington que traspasaría elegantemente el poder desde las manos manchadas de Pinochet a las codiciosas de los “renovados” y los DC.                  

 

Así se fraguó el “retorno a la democracia” y la transición que supuestamente devolvería a todos los chilenos el derecho a ser ciudadanos y a tener el Standard de vida humano que se merecen. Los ciudadanos del país, le dieron esperanzados su apoyo a la Concertación (la alegría ya venía). Fue integrada por “socialistas renovados” o socialdemócratas en realidad, burgueses reaccionarios como los DC en su mayoría, y hasta antiguos pinochetistas “arrepentidos” cuando ya dejaban el poder. Todos se repartieron el poder del gobierno, los ministerios, los servicios, las empresas  estatales como Codelco, FFCC.,Empreñar, los puertos, etc. etc.

            Veinte años casi, se “sacrificaron”, utilizando los mecanismos del gobierno con buenos sueldos, coimeando, adulando a los militares, persiguiendo y espiando a los que continuaban en actitudes revolucionarias. Para eso contaron con la ayuda de la oposición, la derecha de siempre, demócrata ahora porque participa en las elecciones y prestaba sus votos en el Congreso para hacer las leyes que deseba la Concertación a cambio de no tocar nada de la economía macro dejada por la dictadura. Las Isapres , las AFP y otros robos institucionales aún persisten para vergüenza de los concertacionistas. Para qué hablar de leyes laborales.

Todos estos años clamaban y vociferaban antes de cada elección que ellos eran campeones de la igualdad y la democracia; del progresismo y la libertad.  Pero al pueblo solo llagaron las migajas del banquete que se dieron junto con la derecha económica chilena a la que pasearon por todo el mundo; las grandes transnacionales gringas y europeas, de las cuales estos exiliados llegaron como testaferros y lobbystas (Por ejemplo Garreton ex Mapu). Ahí aparecieron ante los incrédulos los primeros escándalos de malversaciones, coimas y sobresueldos. Pero la soberbia crecía y decían “les dimos esto”, “les hicimos esto otro”, como si fuesen los dueños del estado burgués o como los déspotas ilustrados. Como si fuesen los únicos que pudieran gobernar. Como si el pueblo fuese un rebaño que solo debía votar por ellos, eternamente.

 

Las cúpulas de la Concertación presentan una patética actitud de soberbia. Parecen no asumir que el rechazo a su gestión, al centralismo burocrático, a la sectaria actitud de las cúpulas, a los operadores políticos rentados, a las corruptelas instaladas en muchas áreas de la gestión pública, son las causas de su derrota. Sus autocríticas son para la risa, propias de una opereta bufa.

 

Olvidan las primarias arregladas verdadera estafa a la democracia interna, olvidan los escándalos de corrupción que siguen apareciendo beneficiando a la derecha (¿Trabajaban para la derecha entonces?. Olvidan el trato que dieron a las víctimas del régimen militar. Olvidan su incapacidad para tocar el modelo heredado y parecen no hacerse cargo de los errores de gestión, como Transantiago, Ferrocarriles. No quieren asumir que su derrota no fue culpa de los díscolos o los descolgados, sino de quienes hicieron del poder un botín compartido de manera sectaria y no un instrumento legítimo para luchar por un modelo distinto de sociedad, para las grandes mayorías que en algún minuto les creyeron y a las cuales dieron la espalda. Como dieron la espalda a la dirigencia social de los ochenta, a los sindicatos y gremios, a los medios de prensa que abrieron cauces a la democracia, situación que ahora lamentan por la falta de medios comunicacionales en que se encuentran.

 

Ellos todavía apuestan a un modelo de sociedad de mercado que esté enmarcado en una doctrina liberal individualista, que ha sido la doctrina oficial que no tuvo contrapesos, ya que la clase política de “centro izquierda” fue incapaz de proponer algo distinto. Hay sectores medios, que tratan de “corregir” el capitalismo depredador y concentrador, promoviendo una sociedad de economía mixta, articulada en torno a un Estado Regulador y Fiscalizador de mayor peso, que permita una mejor distribución de los costos y beneficios de la economía. También están los que colocan el acento en un Estado Benefactor, que corrija las inequidades con subsidios directos a los sectores más vulnerables.

            En general, la clase media añora un Estado que funcione, que se modernice, que preste servicio sin discriminación, que sea creíble y confiable. En general, los sectores medios son los que con mayor lucidez quieren una gestión pública transparente y efectiva. Es decir, que se clarifique el destino de los impuestos que ellos pagan y que los encargados del gobierno rindan cuentas de su gestión. Estos sectores medios han sido los que paulatinamente, en el correr de los veinte años, fueron alejándose de la concertación.

De ese divorcio dan cuenta los resultados obtenidos por la Concertación en la última elección. En los gobiernos de la Concertación, de los idearios libertarios que se aunaron para el Plebiscito de 1988, se pasó gradualmente a alianzas estratégicas con agentes económicos nacionales e internacionales pro imperialistas y el discurso de los concertacionistas fue perdiendo credibilidad. ¿Se acuerdan de Lavandero, que denunciaba a las transnacionales mineras?

 

El tráfico de influencias, la colusión de intereses, el aprovechamiento sectario de los partidos de sus espacios de poder, fueron desvirtuando la esencia de la coalición gobernante. Cuando fueron sorprendidos y emplazados ante la justicia por las máquinas instaladas para la corrupción, la reacción fue propia del cinismo político. La inconsecuencia, el doble discurso, fue su estilo imperante.

             La Concertación resultó permeable y funcional a las grandes Corporaciones; como evidencian los contratos de Concesiones camineras, leoninos contra el Estado y los ciudadanos usuarios. El despotismo cínico de la Concertación fue vestirse de “socialistas”, pero actuar en los hechos como eslabones del sistema imperialista altamente concentrador de la riqueza. Fue el cinismo en política, legislar por una parte para reparar a los exonerados políticos por el daño patrimonial causado al ser removidos por el régimen militar, y luego incumplir lo que dice la ley, violando sus derechos adquiridos y repartiendo pensiones mínimas que violentaban el espíritu de la ley.

 

Cinismo político que significó abrir la Comisión Valech y colocar un silencio de 50 años respecto a sus conclusiones, limitando a las víctimas para actuar ante la justicia y denunciar a sus victimarios, y donde las pobres victimas se han encontrado hasta los días de hoy con obstáculos  enormes por parte del Consejo de defensa del Estado de Chile, aun sabiendo que los juicios no prescriben por ser lesa humanidad e incluso llegando a pedir a los Tribunales, que las Demandas sean presentadas en forma individual con el propósito de debilitarlos y hacerlos fracasar y sabiendo que las victimas, no cuentan con solvencia económica para poder contratar un abogado que los defienda, y  una vez mas se contrapone a lo que esta Concertación salio a trasmitir hacia el extranjero en su doble discurso de niños buenos.

Fue cinismo político hablar de “gobierno ciudadano y de participación”, cuando las decisiones cruciales se tomaban a espaldas del pueblo en Santiago, de manera inconsulta y a puertas cerradas, o bien se generaban inoperantes y gigantescas comisiones que conducían a ninguna parte, mientras los hechos consumados favorecían a aquellos poderes que usaban conspicuos lobbistas, quienes tenían fácil acceso a palacio, recurriendo a vínculos cultivados en épocas de revolución y exilio. Por todo lo expuesto, por esa gran masa de chilenos que se automarginó de la política burguesa, por los que exploraron una alternativa diferente que los interpretase con mayor sintonía, la Concertación perdió el gobierno. Así se vio venir en las elecciones municipales, cuyos resultados cualquier político no obcecado habría leído con lucidez.

         Y el Primero de Mayo fue la guinda de la torta. El colmo del cinismo y el desparpajo. Se acordaron de que los  trabajadores existían y tenían reivindicaciones sentidas. Tuvieron la frescura de ir a mostrarse y acaparar cámaras como si fuese su derecho de dueño del fundo. Pero así les fue también. Salieron trasquilados, fruto de la justa ira de los trabajadores que les enrostraron su vergonzosa trayectoria en el gobierno y como cerraron toda posibilidad de solución a los serios reclamos de la CUT y los sindicatos, mientras tenían manga ancha con los empresarios y los monopolios. Marco Antonio Núñez, Carolina Tohá, Juan Pablo Letelier, Fulvio Rossi, Guido Guirardi, fueron a pavonearse y recibieron insultos y escupitajos cuando intentaron tomarse la cabeza del desfile de los trabajadores. “Traidores y vendidos” fue lo más suave que escucharon cuando quisieron asumir con toda frescura un rol protagónico en la celebración. Quisieron dar una señal de fuerza ante el nuevo gobierno derechista, aprovechándose de la celebración de los trabajadores, pero no les resultó. Terminaron transformándose en los principales blancos de las denuncias de los sindicalistas. Sus lágrimas de cocodrilo no lograron convencer a nadie con mediana memoria. Hasta el Presidente de la CUT Martínez salió mal parado, y debió acordarse de “que ahora sí la CUT promovería la lucha sindical para defender los derechos de los trabajadores” frente al gobierno que ya no es el suyo. Algo que poco hizo en muchos años, cuando le echaron la culpa a la crisis mundial de 2008 para no hacerlo. Por eso, más de lo mismo. Tan oportunistas como siempre.

 

                                                                                                        Efluvio Rosso

                                                                                                         Mayo 2010