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Publicado en EL PAÍS, 26 de junio
de 2002 Una nueva guerra
contra la libertad GORE VIDAL Esta primavera se han
celebrado los aniversarios de tres acontecimientos que prepararon el terreno
para una mayor erosión de la libertad personal en EE UU. Hace nueve años, el
FBI puso fin en Wako al punto muerto al que, tras 51 días, había llegado la
Oficina de Tabaco, Alcohol y Armas de Fuego acabando con la vida de 82
davidianos, entre ellos 30 mujeres y 25 niños, cuya única culpa era
pertenecer a una comuna religiosa. Hace siete años, cuando se celebró el
segundo aniversario de la matanza, 168 hombres, mujeres y niños fueron
asesinados en Oklahoma City tras la explosión de una bomba en el edificio
federal Murrah, atentado que muchos vieron como una protesta contra aquellos
horribles acontecimientos por los que ningún empleado federal tuvo que rendir
cuentas. Timothy McVeigh, condenado y ejecutado por el atentado, no hizo
ningún comentario durante el juicio hasta el momento de la sentencia, cuando
reprodujo una cita del juez del Tribunal Supremo, Brandeis: 'Nuestro gobierno
es el poderoso y omnipresente maestro. Para bien o para mal instruye al
pueblo entero con sus ejemplos'. Hace seis años, en
respuesta al atentado de Oklahoma City (que, si de hecho fue perpetrado por
un loco suelto, armado sólo con una furgoneta alquilada y con fertilizantes,
nos hace preguntarnos para qué se elaboró una nueva ley), el Congreso aprobó
la Ley Anti-Terrorismo y Pena Capital Efectiva, una ley 'antiterrorista' que
no sólo permite al ministro de Justicia utilizar las fuerzas armadas contra
la población civil, anulando la Ley Posse Comitatus de 1878 (que prohibía el
uso de tropas federales para la ejecución de la ley civil), sino que además
suspende selectivamente el habeas corpus, esencia de la libertad
angloamericana. Cuando el entonces presidente, Bill Clinton, la firmó, acusó
a los detractores de la ley de 'antipatriotas': 'No tiene nada de patriótico
pretender que uno ama a su país pero desprecia a su gobierno'. Lo que no deja
de ser sorprendente pues, en uno u otro momento, nos incluye a la mayoría. Dicho
de otra forma, ¿era antipatriota el alemán que, en 1939, decía que detestaba
la dictadura nazi? Así empezó el último
capítulo de la lucha a muerte entre la república estadounidense, de la que
soy un defensor claramente ineficaz, y el Imperio Global Estadounidense,
enemigo de nuestra vieja república. Desde el día V-J de 1945 (el día de la
'victoria sobre Japón' y del final de la II Guerra Mundial), hemos
participado en lo que el historiador Charles A. Beard ha denominado 'una
guerra perpetua por la paz perpetua'. A veces me he referido
a nuestro 'club del enemigo del mes': cada mes nos enfrentamos a un nuevo y
terrible enemigo al que debemos atacar antes de que nos destruya. La
Federación de Científicos Estadounidenses ha catalogado cerca de 200
incursiones militares iniciadas por EE UU desde 1945. Según el Corán, fue un
martes cuando Alá creó la oscuridad. El pasado 11 de septiembre, cuando los
pilotos suicidas se dedicaron a estrellar aviones de pasajeros contra
edificios estadounidenses llenos de gente, no me hizo falta mirar el
calendario para saber qué día era: el Martes Siniestro proyectaba su alargada
sombra sobre Manhattan y sobre el río Potomac. Tampoco me sorprendió que, a
pesar de los aproximadamente siete billones de dólares que hemos gastado desde
1950 en lo que eufemísticamente se denomina 'defensa', no hubiera ningún
aviso previo por parte del FBI o de la CIA o de la Agencia de Inteligencia de
Defensa. Mientras los Bushitas
se preparaban ansiosamente para la última guerra, planeando un nuevo escudo
antimisiles, el astuto Osama Bin Laden sabía que lo único que necesitaba para
su guerra santa contra los infieles era un grupo de aviadores dispuestos a
morir junto a aquellos pasajeros que fortuitamente se hallaban a bordo de los
aviones secuestrados. El espantoso daño
físico que Osama y compañía nos infligieron aquel Martes Siniestro no tiene
comparación con el golpe arrollador contra nuestras libertades, ya en vías de
desaparición: el Acta Antiterrorista de 1996 y la reciente Ley Patriota de
Estados Unidos (todavía está siendo redactada después de ser aprobada por el
Congreso que, por lo tanto, no la leyó) que, entre otras cosas, proporciona
competencias especiales adicionales para practicar escuchas telefónicas sin
orden judicial y deportar a residentes permanentes legales, a visitantes y a
inmigrantes indocumentados sin el debido proceso legal. Incluso antes de
firmar la Ley Antiterrorista, Clinton demostró su indiferencia por la
Declaración de Derechos : 'No podemos obsesionarnos tanto con nuestro deseo
de preservar los derechos de los estadounidenses de a pie' (1 de marzo de
1993, USA Today). Un año más tarde (19 de abril de 1994, MTV) declaró:
'Mucha gente dice que hay demasiada libertad personal. Cuando se abusa de la
libertad personal, hay que actuar para limitarla'. Según la encuesta
realizada por CNN-Time en noviembre de 1995, el 55% de los encuestados
opinaba que 'el gobierno federal ha adquirido tanto poder que supone una
amenaza para los derechos de los ciudadanos de a pie'. Tres días después del
Martes Siniestro, el 74% de los ciudadanos afirmó que consideraba ' necesario
que los estadounidenses renunciaran a algunas de sus libertades personales';
un 86% estaba a favor de emplear guardias y detectores de metales en
acontecimientos y edificios públicos. El propio presidente
George W. Bush, en un discurso ante una sesión conjunta del Congreso, dio su
interpretación de los motivos de Osama Bin Laden y sus discípulos: 'Odian lo
que ven aquí, en esta cámara', sospecho que millones de estadounidenses
asintieron tristemente con la cabeza, sentados frente a la televisión, 'sus
líderes se autoeligen. Odian nuestras libertades, nuestra libertad de credo,
nuestra libertad de expresión, nuestra libertad para votar y reunirnos y para
estar en desacuerdo con alguien'. Si realmente ésta es la motivación de los
terroristas, les está saliendo mejor de lo que nunca hubieran imaginado, pues
cada día, con la ampliación de las 'competencias de emergencia', nos arrancan
un pedazo de nuestra Declaración de Derechos. Una vez alienado, un
'derecho inalienable' tiende a perderse para siempre, en cuyo caso ya no
somos ni remotamente la última esperanza en la Tierra, sino un mero Estado
imperial avaricioso en el que se mantiene a raya a los ciudadanos mediante
unidades especiales de la policía y cuyo modelo de muerte, no de vida, se
imita universalmente. Gore Vidal, es
escritor estadounidense. |