Posdatas

«Apuntes virtuales sobre el mundo real»

IR AL BLOG EN:

posdatas.blogspot.com


Índice de secciones en:

PORTADA

Home > Artículos

 

Serie de artículos publicados en LA VANGUARDIA (22/01/2004)

La revolución neoconservadora en EE.UU.

WILLIAM R. POLK

Los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 contra el World Trade Center en Nueva York y el Pentágono en Washington permitieron el acceso al poder en Estados Unidos de una notable camarilla de hombres cuidadosamente preparados, con grandes relaciones entre sí y una gran motivación ideológica. Pese a haber sido nombrados por el entrante gobierno de Bush, la llegada a la supremacía de los neo- conservadores (“neocons”) ha sido tan espectacular que algunos han considerado que se trataba casi de un golpe de Estado.

En un grado sin precedentes en la experiencia política estadounidense, los neoconservadores guían hoy las políticas del presidente George W. Bush y su Consejo de Seguridad Nacional; trabajan conjuntamente y bajo los auspicios del vicepresidente Dick Cheney; controlan casi por completo el “establishment” militar más poderoso del mundo y neutralizan las opiniones contrarias en el Departamento de Estado. Cuando fueron incapaces, al menos en un principio, de convencer a los organizaciones de los servicios de inteligencia para que afirmaran lo que ellos querían oír, fundaron su propia “Oficina de Planes Especiales”. La política exterior estadounidense opera con el mapa neoconservador y según sus especificaciones. Actuando en conjunción con la dirección republicana en el Senado y la Cámara de Representantes, formando estrechos y lucrativos lazos con los principales contratistas de defensa en lo que el presidente Dwight Eisenhower denominó el “complejo militar-industrial”, garantizando una financiación masiva para sus “laboratorios de ideas” y utilizando el poder de sus cargos para silenciar a los críticos, los neoconservadores forman hoy un gobierno virtual dentro del propio Gobierno de Estados Unidos.

Siendo como son hombres con un poder tan inmenso y sin precedentes al mando de campañas militares en todo el mundo con operaciones en más de 150 países que repercuten en las relaciones económicas entre los países y postulando como postulan un programa orientado a dominar el mundo del siglo XXI, resulta sorprendente lo poco conocidos que son todavía los neoconservadores.

¿Quiénes son esos hombres? ¿Qué los motiva? ¿Cómo están tan vinculados entre sí? ¿Cómo extraen fuerzas del gobierno de Bush en la Casa Blanca, la dirección republicana en el Congreso y una amplia diversidad de empresas estadounidenses? ¿Cómo han conseguido silenciar a sus oponentes y convencer a la mayoría de estadounidenses de que no son revolucionarios radicales, sino conservadores tradicionales? ¿Qué hacen ahora y que se proponen hacer? Este artículo y los que seguirán responden a todas estas preguntas.

Cuando los miembros de la Administración de Bush tomaron posesión de sus cargos, pocos observadores prestaron atención a los neoconservadores. Casi ninguno procedía de la tradicional “elite del poder” de Washington. Muchos eran antiguos académicos; unos pocos llegaron al gobierno como la mayor parte del gobierno de Bush, procedentes del mundo empresarial, y, en tanto que mayoritariamente judíos, pocos pertenecían a los clubs sociales y políticos de los republicanos, que solían ser todavía “wasp” (blancos, anglosajones y protestantes). No cabía duda de que eran “outsiders”, aunque habían sido adoptados ya por los funcionarios de la “vieja guardia”. El vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld habían trabajado con algunos en la década de 1980, durante los gobiernos de Reagan y Bush padre; luego, en la década de 1990, mientras duró el gobierno de Clinton, colaboraron con ellos en proyectos orientados a moldear las políticas estadounidenses con miras a una vuelta al poder. Durante la transición desde la Administración de Clinton a la de Bush, Cheney los utilizó como agentes suyos y colocó a muchos en cargos gubernamentales clave.

En consecuencia, aunque pocos periodistas o miembros del Congreso se hubieran fijado demasiado en ellos durante los primeros meses del nuevo gobierno, los neoconservadores ocupaban ya cargos cuando el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 les brindó su oportunidad. Tras el atentado, eran los únicos del entorno presidencial que tenían un plan, estaban decididos a llevarlo a cabo y tenían la capacidad para hacerlo. Confuso y asustado por los acontecimientos, el presidente Bush, alentado por el vicepresidente y el secretario de Defensa, se volvió hacia ellos en busca de consejo; en realidad, lo que hizo fue entregarles las riendas del gobierno. Los neoconservadores se apoderaron ávidamente de ellas y se lanzaron en el acto a una guerra de represalias contra las huestes talibán del movimiento Al Qaeda que encabeza Ossama Bin Laden.

El éxito aparente o al menos inicial de la guerra afgana contribuyó a solidificar su influencia sobre el presidente Bush y su equipo y, a pesar de los recelos, sobre el estado mayor militar. Ni siquiera los periodistas, de costumbre escépticos, plantearon objeción alguna. Los neoconservadores no sólo parecían tener respuestas para todas las supuestas amenazas a la seguridad de Estados Unidos, sino que sintonizaban con la opinión pública. La campaña afgana suscitó una respuesta patriótica instintiva, fue tremendamente popular y proporcionó una tranquilizadora demostración del poderío estadounidense.

Ahora bien, por útiles que resultaran en la consolidación de su poder, Afganistán y el movimiento Al Qaeda nunca fueron los asuntos centrales para los neoconservadores. Desde el primer día después de los atentados del 11-S, tal como informó el jefe de la camarilla, Paul Wolfowitz, al presidente Bush, el verdadero objetivo era el régimen de Saddam Hussein en Iraq. Afganistán suponía sólo un primer paso, una especie de prueba de lo que sería una campaña casi ilimitada –conocida en el alto mando militar como “drenaje de la ciénaga”– con ataques proyectados contra Iraq, Siria, Líbano, Libia, Irán, Somalia y Sudán. Llevaban planeándolo desde la década de 1980 y por fin tenían la capacidad para hacerlo.

Con el fin de comprender qué planeaban y por qué lo planeaban, debemos presentar a los integrantes de la camarilla y explicar la intensidad de su compromiso con la remodelación de Oriente Medio y, en última instancia, de todo el mundo islámico. Y... más allá.

 

Quién es quién en la camarilla neoconservadora

WILLIAM R. POLK

Cuando los neoconservadores empezaron a dominar la política del Gobierno estadounidense tras los atentados del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington, el primer hombre en el que se fijó la prensa fue el recién nombrado subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz. El instinto de los periodistas acertó: Wolfowitz era el más influyente, el más estratégicamente situado y el más experimentado de las dos docenas de miembros del grupo.

Nacido en Nueva York en 1943 de padres judíos polacos, se trasladó a Washington nada más salir de la universidad. A continuación, tras un breve aprendizaje en la Administración, se matriculó en la escuela de posgrado de la Universidad de Chicago. En Chicago, quedó marcado por la influencia de dos hombres que establecerían los parámetros ideológicos de todo el movimiento neoconservador, el estratega de la guerra fría Albert Wohlstetter y el entonces poco conocido politólogo Leo Strauss.

Armado con un doctorado en Ciencias Políticas, volvió a Washington en 1972 para una primera temporada en el Pentágono. Ya reconocido como joven de gran habilidad y firme ideología por los miembros mejor situados de la Administración de Reagan, no tardó en ser ascendido. En los años cruciales entre 1977 y 1980, trabajó como subsecretario y luego fue nombrado jefe del Consejo de Planificación de Políticas del Departamento de Estado. Desde ese cargo, el primer presidente Bush lo nombró subsecretario de Estado para Asuntos del Pacífico y el Este Asiático y luego lo envió como embajador a Indonesia.

Con la llegada de Bill Clinton a la presidencia, Wolfowitz se unió al éxodo republicano. Con su doctorado de Chicago, su amplia experiencia gubernamental y sus contactos con el “establishment” republicano, resultó un candidato atractivo para el puesto de decano de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados (SAIS) de la Universidad John Hopkins. La SAIS resultó ser un semillero para la preparación de hombres de sus mismas creencias cara a la vuelta republicana al poder bajo George W. Bush.

Como miembro fundador del Gobierno de Bush, Wolfowitz parece haberse convertido en amigo íntimo del presidente. Experimentado, inteligente, partidario de la línea dura y en posesión de un plan, ha ofrecido a la Administración un programa que encaja con sus necesidades de una política exterior coherente y, al mismo tiempo, con sus inclinaciones políticas. En los corrillos de Washington se dice que Bush consideró la idea de nombrarlo secretario de Defensa, pero que, advertido de que resultaría demasiado polémico para un cargo tan prominente, lo hizo adjunto del menos radical y más integrado en el “establishment”, Donald Rumsfeld, sobre quien se esperaba que su influencia fuera grande.

De acuerdo con un guión teatral casi perfecto, Wolfowitz se encontraba en su despacho el 11 de septiembre del 2001 cuando el tercer avión secuestrado se estrelló contra el Pentágono. Acababa de comentar a un grupo de visitantes del Congreso: “Esperamos algunas sorpresas desagradables”, refiriéndose a enemigos en el extranjero. De modo que el atentado le causó una impresión intensa y duradera, a él y a los visitantes.

Como respuesta, Wolfowitz ya sabía lo que había que hacer. En realidad, lo tenía planeado desde hacía más de una década. “Ese fin de semana, delante del presidente en Camp David”, escribió Sam Tanenhaus en “Vanity Fair”, (1) “sorprendería a algunos funcionarios defendiendo un ataque no contra las bases de Al Qaeda en Afganistán, sino contra el Iraq de Saddam Hussein.” Se trataba de un curso de acción en el que insistió resueltamente hasta que logró convertirlo en política gubernamental y acabó haciéndolo realidad dos años más tarde.

Wolfowitz fue sorprendentemente franco sobre las razones de la guerra en Iraq. Mientras en el Gobierno de Bush todos los demás se centraban en la supuesta búsqueda de armas de destrucción masiva, Wolfowitz declaró que esa justificación era sólo “burocrática”: se trataba de una cuestión sobre la que todos estaban de acuerdo. Tampoco prestó demasiada atención a las otras justificaciones que corrían por entonces, como la tiranía de Saddam o la acusación –que ya se sabía que era falsa– de que Saddam apoyaba el terrorismo. Por el contrario, se centró en la cuestión estratégica clave, el petróleo. En la cumbre de seguridad de Asia celebrada en Singapur, sorprendió a su público al atribuir la guerra al hecho de que Iraq “nadaba” en petróleo. A pesar de su interés periodístico, puesto que difería por completo de las afirmaciones del Gobierno, la prensa estadounidense no informó de esa observación, que fue recogida por dos periódicos alemanes. (2)

Menos experimentado y menos coherente en su pensamiento estratégico que Paul Wolfowitz, su amigo y colega Richard Perle fue nombrado presidente de la influyente Junta de Política de Defensa del Pentágono. A diferencia de Wolfowitz, quien aceptó dedicarse completamente a la Administración, Perle se mantuvo con un pie en el mundo de los negocios. En su caso, eso significaba el comercio de armas y el periodismo. (3) Dichas actividades lo implicarían en un escándalo relacionado con un conflicto de intereses –el segundo en que se vio envuelto– y lo obligarían a dimitir como presidente en el 2003. El escándalo fue “empapelado”, por utilizar la expresión de Washington, y en la actualidad sigue siendo miembro de la Junta.

Sionista ferviente y amigo personal del primer ministro israelí, Ariel Sharon, Perle es también miembro del consejo de redacción de “The Jerusalem Post”, “investigador residente” del Instituto Empresarial Americano y director de otros lobbies y organizaciones para la elaboración de políticas neoconservadoras.

Como Wolfowitz, Perle fue un protegido de Albert Wohlstetter, con quien trabajó durante la década de 1960 en la RAND Corporation, un organismo financiado por el Pentágono. Al desplazarse a Washington, Perle tomó un camino diferente del seguido por Wolfowitz. Trabajó como asesor legislativo del más influyente de los senadores relacionados con la Defensa, Henry M. Jackson (a quien en Washington llaman “el senador de Boeing”). Como asesor, preparó la “enmienda Jackson-Vanek”, que hizo depender el comercio estadounidense con la Unión Soviética de que ésta permitiera la emigración de judíos rusos. Esta enmienda hizo posible la emigración, entre muchos otros, de Natan Sharansky, que es hoy viceprimer ministro israelí. Esta actuación, además de otras, fortaleció la estrecha relación de Perle con el Gobierno israelí.

Durante el gobierno de Reagan, Perle se trasladó desde el Capitolio hasta el Pentágono, donde se convirtió en uno de los once subsecretarios. En seguida se formó ahí una reputación de beligerante “halcón”: en las últimas etapas de la guerra fría fue apodado “el Príncipe de las Tinieblas”. Algunos colegas lo describieron como “un equipo unipersonal de demolición de las negociaciones para el control de armas”. (4)

Entonces se vio envuelto en su primer conflicto de intereses, una pauta que marcaría su carrera. En ese primer roce con la ley en 1983, supuestamente concertó un contrato de armas por el cual recibió una comisión de un fabricante de armas israelí. Además, fue sospechoso (aunque nunca se vio acusado de modo formal) de pasar documentos clasificados a agentes israelíes. Un colaborador, cuyo nombramiento había él dispuesto, fue acusado por un gran jurado de espionaje.

La prensa se ha fijado sobre todo en Wolfowitz y Perle; ahora bien, aunque no tan conocidos por la opinión pública, los demás miembros del grupo neoconservador ocupan colectivamente lo que Lenin habría considerado las “alturas del poder” en el Gobierno de Bush.

Notas:

(1) Sam Tanenhaus, “Vanity Fair”, julio 2003

(2) “Der Tagesspiegel” y “Die Welt”. Citado por George Wright, “The Guardian”, 4 junio 2003

(3) Perle había actuado como “lobbista” en favor de los fabricantes de armas israelíes y sigue actuando como asesor para empresas privadas que tienen tratos con el gobierno federal; también pertenece al consejo de redacción del periódico israelí “The Jerusalem Post”

(4) Según informó “The New York Times” del 15 de noviembre del 2003, el inspector general del Pentágono decidió que los honorarios de 2,5 millones de dólares recibidos por su compañía no constituían transgresión alguna de las normas éticas porque Perle había trabajado para el gobierno menos de sesenta días al año

 

Los neoconservadores en las “alturas del poder”

WILLIAM R. POLK

Aunque la prensa se ha fijado sobre todo en Paul Wolfowitz y Richard Perle, unas dos docenas de miembros menos conocidos del grupo neoconservador ocupan lo que Lenin habría considerado las “alturas del poder” en el Gobierno de Bush.

Tradicionalmente, en el sistema político estadounidense el vicepresidente casi no desempeñaba papel alguno. Sin embargo, en el Gobierno de Bush, el vicepresidente Cheney es en la práctica el copresidente. Durante el periodo de transición desde la presidencia anterior se encargó de nombrar a casi todos los neoconservadores; luego, una vez en sus cargos, se dedicó a promover activamente sus programas. En una serie de declaraciones públicas, defendió la invasión de Iraq, acusando a Saddam de estar armado y dispuesto a atacar Estados Unidos, así como de colaboración con los terroristas de Ossama Bin Laden.

Dado que las organizaciones de inteligencia establecidas no encontraron pruebas de sus acusaciones, realizó unas visitas sin precedentes a la sede de la CIA para presionar a los analistas y que proporcionaran unas respuestas juzgadas aceptables. De modo más general, la vicepresidencia se convirtió, bajo la dirección de su jefe de Estado Mayor, Lewis Libby, en el puesto de mando de los neoconservadores.

Mientras tanto, en el Pentágono, dos neoconservadores clave orquestaron algunos movimientos bajo el amparo del subsecretario Paul Wolfowitz. Douglas Feith, subsecretario adjunto, es el tercer funcionario en importancia del Departamento de Defensa. Como otros miembros de la camarilla, se le conocen estrechas relaciones con la “derecha dura” israelí y, antes de su nombramiento, trabajó como asesor del entonces primer ministro Binyamin Netanyahu. A sus órdenes se encuentra Stephen Cambone, subsecretario de Defensa para Asuntos de Inteligencia, quien se destacó en la campaña para atacar Iraq.

A las órdenes de Cambone se encuentra uno de los neoconservadores más importantes pero menos conocidos, Abram Shulsky. Ante las dudas acerca del éxito de la presión ejercida por el vicepresidente Cheney sobre la CIA, Shulsky recibió el encargo de crear un nuevo organismo, la Oficina de Planes Especiales, orientada esencialmente a sustituir todo el sistema de los servicios de inteligencia estadounidenses. Si bien nunca se admitió, su tarea efectiva consistía en demostrar la acusación neoconservadora, avanzada de modo agresivo por Cheney, de que Saddam Hussein, en conjunción con su aliado Ossama Bin Laden, estaba dispuesto a atacar Estados Unidos con un arsenal de armas de destrucción masiva. Nada de todo esto se ha demostrado, pero sirvió de justificación para la invasión de Iraq.

En el Departamento de Estado, el neoconservador John R. Bolton fue nombrado subsecretario, según los mentideros de Washington, para neutralizar al secretario de Estado, el general Colin Powell, y para silenciar el organismo de valoraciones del departamento, la Oficina de Inteligencia e Investigación. Bolton nombró como principal asesor a otro neoconservador, David Wurmser, que había sido durante un tiempo asesor del primer ministro israelí Netanyahu. La esposa de Wurmser, Meyrav, que es ciudadana israelí, fue cofundadora (junto con el coronel Yigal Carmon, antiguo miembro de los servicios de inteligencia israelíes) del Instituto de Investigación Mediática de Oriente Medio (Memri), que ha actuado en Estados Unidos como conducto propagandístico de la derecha israelí.

También en el Departamento de Estado, Richard Haass fue nombrado director del Consejo de Planificación de Políticas, cargo que ocupó hasta convertirse en el 2003 en presidente del Consejo sobre Relaciones Exteriores.

Mientras tanto, en la Casa Blanca, Elliot Abrams fue puesto al frente de Oriente Medio en el Consejo de Seguridad Nacional. Más conocido por su papel en el asunto Irán-contra, una de las campañas más vergonzosas de la historia estadounidense reciente, Abrams fue acusado en 1991 de dos cargos de ocultación de información al Congreso; se declaró culpable, resultó condenado y luego indultado por el primer presidente Bush. Debido a estos polémicos antecedentes, la Casa Blanca lo ha mantenido un tanto apartado de la luz pública y no permite que lo entreviste la prensa. Viejo colega y amigo de Wolfowitz y Perle, está casado con la hija de dos fundadores del movimiento. Y, de modo tan importante como su contribución a la elaboración de la política exterior, Abrams también ha actuado de vínculo entre los neoconservadores y los fundamentalistas cristianos del sur, que apoyan su política hacia Israel.

En el sistema político estadounidense, las “alturas del poder” también existen fuera del Gobierno en los negocios, la comunidad universitaria y los “laboratorios de ideas” ideológicamente receptivos. Entre esos influyentes ámbitos, los actores se mueven con frecuencia y facilidad. Uno de los más importantes de estos a veces funcionarios y a veces publicistas ha sido James Woolsey, antiguo director de la CIA. Otros, como William Kristol, director de la influyente revista neoconservadora “The Weekly Standard”, son activos partidarios en el mundo de la prensa.

Desempeñando un papel más oscuro también estaba otro neoconservador. Sólo él se encontraba en posición de convertirse en el máximo experto sobre Afganistán, aunque ha sido mucho más que una figura regional. Depositario de la confianza del vicepresidente electo Dick Cheney, se le encomendó la delicadísima tarea de colocar en el poder a todo el grupo neoconservador durante la transición a la Administración Bush.

El afgano-estadounidense Zalmay Jalilzad es una anomalía entre los neoconservadores, porque es de origen musulmán. Es, desde luego, la “rara avis” dentro del grupo. Hijo de una adinerada familia pastún, Jalilzad estudió en Kabul bajo el patrocinio real y asistió a la Universidad Estadounidense de Beirut antes realizar estudios de posgrado en la Universidad de Chicago. Ahí, como Wolfowitz, estudió con el estratega de armas nucleares Albert Wohlstetter. Tras obtener el doctorado en 1979, enseñó brevemente en Columbia con Zbigniew Brzezinsky, el antiguo director del Consejo de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Carter. Luego, en 1984, obtuvo una beca de investigación en el Departamento de Estado, donde trabajó con Wolfowitz en el Consejo de Planificación de Políticas. En el primer Gobierno de Bush, Wolfowitz lo nombró subsecretario adjunto de Políticas del Departamento de Defensa. Durante los dos mandatos de Clinton, dejó el gobierno y aceptó un puesto en la RAND Corporation, donde creó el Centro para Estudios sobre el Gran Oriente Medio.

Estando en la RAND, Jalilzad se convirtió en asesor de la gran compañía petrolera californiana, Unocal, que intentaba entonces conseguir la aprobación del gobierno talibán para construir un oleoducto multimillonario a través de Afganistán. Como otro neoconservador, Richard Armitage, actuó de “lobbista” para que el gobierno de Clinton adoptara una postura menos rígida con los talibán escribiendo sorprendentemente en “The Washington Post”: “Los talibán no practican el estilo de fundamentalismo antiestadounidense que se practica en Irán”. Después de que los talibán fueran implicados en el ataque contra embajadas estadounidenses en África oriental, Unocal puso fin a sus intentos de obtener la concesión. Jalilzad cambió abruptamente de posición y empezó a llamar Estado “delincuente” a Afganistán. Tras el derrocamiento del régimen talibán, Jalilzad fue nombrado enviado especial para Afganistán, donde esencialmente seleccionó al nuevo gobernante afgano, Hamid Karzai. En noviembre del 2003, fue nombrado embajador estadounidense en Afganistán, un cargo mejor descrito como proconsular que como diplomático.

Mucho antes de estos acontecimientos, Jalilzad empezó a defender el derrocamiento de Saddam Hussein. Su oportunidad llegó a finales del 2001, cuando el vicepresidente Dick Cheney lo nombró asesor presidencial especial para la región del Golfo. Eso le dio una base de poder en el Consejo de Seguridad Nacional y a partir de ahí fue nombrado “enviado especial y embajador para los iraquíes libres” del presidente. Desde este puesto, desempeñó un papel clave en la preparación de la invasión de Iraq y sirvió de nuevo como “hacedor de reyes”, al apadrinar la campaña a la jefatura iraquí del candidato de los conservadores, Ahmed Chalabi.

 

La inspiración de los neoconservadores

WILLIAM R. POLK

Los neoconservadores alcanzaron el poder con tanta rapidez, casi de la noche a la mañana, tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, que eran prácticamente desconocidos. Existían pocas pistas acerca de sus fuentes de inspiración; sólo ahora empiezan a verse con claridad los antecedentes. Los propios éxitos cosechados permiten seguir su evolución y establecer los modos en que están organizados. Además, a pesar de sus diferencias individuales, forman un grupo tan estrecho que es posible considerarlos como un conjunto.

Los datos muestran cuatro fuentes de inspiración. En primer lugar, muchos estuvieron influenciados en su juventud por el movimiento trotskista. Al crecer, saltaron al otro lado del espectro político desde la izquierda radical hasta la derecha radical. En el salto, no abandonaron el compromiso con uno de los principios rectores de León Trotsky, a saber, que la política mundial debía moldearse y controlarse mediante la “revolución permanente”. Según Trotsky, sus oponentes no podrían construir nunca una oposición eficaz porque se verían abrumados por una avalancha de insurrección.

Los neoconservadores estadounidenses adaptaron la revolución permanente de Trotsky a su ideología radicalmente derechista bajo la forma de “guerra permanente”. En palabras de un miembro del grupo, el antiguo director de la CIA James Woolsey: “Esta cuarta guerra mundial durará, según creo, mucho más de lo que duraron para nosotros la Primera y la Segunda Guerra mundiales. Esperemos que no sean las más de cuatro décadas de la guerra fría” (1).

La guerra continua ha sido adoptada como elemento clave de la política estadounidense ideal por parte de los neoconservadores. Consideran que, bajo la amenaza que plantea y la destrucción real que comporta, los oponentes exteriores serán intimidados o destruidos, mientras que los oponentes internos serán desestabilizados, arrastrados en la corriente de los acontecimientos y silenciados por los imperativos del patriotismo. De tal modo, la guerra les proporcionará lo que Trotsky consideró que la guerra proporcionaría al comunismo: una fuerza irresistible.

La segunda influencia de los neoconservadores procedió de la obra de un profesor de ciencias políticas poco conocido de la Universidad de Chicago, donde estudiaron Wolfowitz y Jalilzad. Leo Strauss, un exiliado alemán, entusiasmó (y halagó) a sus protegidos con la creencia de que había descubierto en la filosofía griega significados secretos que sólo podía comprender una pequeña elite: ellos (2). También justificó “el derecho natural del más fuerte”, utilizado más tarde por los neoconservadores para justificar el derecho de Estados Unidos a reprimir a cualquier Estado que pudiera constituir un desafío. Esto es, la guerra preventiva.

De ello se seguía que, si la guerra era necesaria para el éxito de la política estadounidense, los intentos de controlar las armas sólo contribuirían a debilitar el país. Esta conclusión fue avanzada por Albert Wohlstetter, estratega neoconservador de la guerra fría de la Universidad de Chicago y la Rand Corporation. A Wohlstetter, resuelto partidario de la amenaza de la fuerza, se le atribuye haber acuñado la escalofriante expresión “el delicado equilibrio del terror” para referirse a su tipo de política exterior. Se dice también que fue uno de los modelos para el personaje del doctor Strangelove.

Además del compromiso con la guerra permanente y la creencia de constituir una pequeña elite esotérica que dirigía una política de fuerza unilateral, los neoconservadores están motivados por una afinidad con Israel que raya en el patriotismo. Y no sólo con Israel o con el movimiento sionista en general, sino que se identifican con la extrema derecha del movimiento sionista. En ello, su fuente de inspiración ha sido el dirigente sionista radical Zeev (Vladimir) Jabotinski, quien en la década de 1930 defendió el empleo de un “sionismo muscular” para conquistar a cualquier precio todo Eretz Israel. Retomado por el partido Likud, el movimiento israelí de extrema derecha que creció de las organizaciones terroristas Irgun y Stern, el sionismo muscular se encuentra hoy personificado por Ariel Sharon. Es con él y sus ideas con lo que se identifican los neoconservadores estadounidenses.

En estrecha relación con tales creencias, los neoconservadores han establecido una entrelazada serie de pertenencias a “laboratorios de ideas” proisraelíes, comprometidos políticamente y bien financiados. Aunque esa media docena de instituciones constituyen entidades separadas, sus juntas directivas, benefactores y cargos nombrados son en parte coincidentes. Representan quizás el ejemplo supremo de lo que en las escuelas empresariales se ha dado en llamar “creación de contactos”. Así, un “becario” de una puede ser director o investigador de otra, y los individuos son a menudo directores de dos o más. Esta estrecha organización e influencia permite a los neoconservadores reforzarse mutuamente.

El mayor grupo es el Instituto Empresarial Americano (AEI) de Washington, que en el 2000 declaró un presupuesto de 24,5 millones de dólares. Richard Perle, Michael Ledeen, Joshua Muravchik, Michael Rubin y otros neoconservadores aparecen en las listas de “investigadores residentes” o “becarios residentes”, y en él han participado o participan el vicepresidente, Dick Cheney, y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.

El Instituto para Políticas de Oriente Próximo de Washington (Winep) es algo más pequeño. En el 2000, recibió subvenciones desgravables por valor de 4,1 millones de dólares. Su director fundador fue Martin Indyk, que había sido antes director de investigación del importante lobby proisraelí Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí (Aipac). En 1993, tras ser hecho a toda prisa ciudadano estadounidense, Indyk se convirtió en ayudante especial del presidente Clinton y director para Oriente Medio del Consejo de Seguridad Nacional. Más tarde fue nombrado embajador en Israel y subsecretario de Estado para Oriente Medio y el Sudeste Asiático. El Winep está hoy dirigido por Dennis Ross, que actuó como coordinador del presidente Clinton en el proceso de paz de Oriente Medio. Entre los investigadores y el personal que comparte con otros institutos neoconservadores se encuentran Robert Satloff (director de política), Patrick Clawson (director de investigación), Michael Rubin y Martin Kramer.

El Instituto Judío para Asuntos de la Seguridad Nacional (Jinsa), que fue fundado en 1976, gestiona un presupuesto anual de unos 1,5 millones de dólares. Prácticamente fusionado con otro grupo, el Centro para la Política de Seguridad (CSP), posee una impresionante junta directiva que incluye al vicepresidente, Dick Cheney, y los neoconservadores Paul Wolfowitz, Richard Perle, el subsecretario de Estado, John Bolton, el subsecretario de Defensa, Douglas Feith, Michael Ledeen, la antigua embajadora en las Naciones Unidas Jeanne J. Kirkpatrick, Stephen Bryen, Joshua Muravchik, Eugene Rostow y el ex director de la CIA James Woolsey, además de varios generales y almirantes retirados.

Es posible que ningún otro grupo haya hecho una campaña más infatigable que el Jinsa/CSP en favor de un “cambio de régimen” en Oriente Medio, contra la limitación de armas y por el programa denominado “guerra de las galaxias”. No constituye, pues, sorpresa alguna que la mayoría de sus fondos procedan de contratistas del Departamento de Defensa, fundaciones conservadoras y destacados derechistas. Ha colocado a casi dos docenas de sus miembros, investigadores, directores y asesores en puestos elevados del Gobierno de Bush.

El Instituto Hudson fue fundado en 1961 por Herman Kahn, que era por entonces un destacado partidario de la guerra nuclear contra la Unión Soviética (3). Mantiene un activo programa relacionado con Oriente Medio bajo la dirección de Meyrav Wurmser, cuyo marido, David, es el principal asesor de John Bolton, el “halcón” de mayor rango en el Departamento de Estado. Richard Perle es uno de los miembros del consejo de administración.

El Foro de Oriente Medio, el grupo más pequeño, es también el más estridente. Utiliza donaciones desgravables por valor de unos 1,5 millones de dólares al año para realizar una vigorosa campaña en favor del gobierno del Likud en Israel. Los miembros clave de su personal están también relacionados con el AEI y el Winep.

El director del Foro, Daniel Pipes, a quien el presidente Bush ha hecho hace poco miembro de la junta del Instituto de la Paz de Estados Unidos, organizó una iniciativa llamada Campus Watch (Obervatorio Universitario). Su objetivo es denunciar y atacar a los profesores universitarios críticos con Israel o la política estadounidense en Oriente Medio. Su colega Martin Kramer (antiguo director del Centro Moshe Dayan de la Universidad de Tel Aviv) ha ampliado el ataque para incluir también al Departamento de Estado, de manera muy parecida a cómo el antiguo “lobby de China” atacó a los sinólogos en la época de McCarthy.

Gracias al apoyo de esta diversidad de organizaciones y con estrechos lazos ideológicos, por vínculos de amistad e incluso matrimoniales, los neoconservadores han hecho uso de las oportunidades proporcionadas por los atentados del 11-S para conseguir lo que el antiguo subsecretario de Estado David Newsom ha etiquetado como un “un golpe de Estado en gran medida pacífico”. Según Newsom, “los miembros del grupo se han envuelto en la bandera”, de modo que se ha “creado una atmósfera de intimidación sobre la base del patriotismo con el objetivo de acallar las críticas y las opiniones contrarias”.

Notas:

(1) En una conferencia pronunciada ante estudiantes de la Universidad de California en Los Ángeles el 2 de abril del 2003, según informó la CNN.

(2) Una doctrina similar es atribuida al filósofo griego Pitágoras para comunicar “doctrinas secretas” a sus discípulos preferidos. Las doctrinas secretas se conocen en el llamado “budismo esotérico”, en el chiismo islámico y en el judaísmo cabalístico.

(3) Su libro “On thermonuclear war” (Princeton, Princeton University Press, 1961) intentó defender la idea de que Estados Unidos “podía permitirse” la guerra nuclear, porque a pesar de las decenas de millones de muertos y la probable destrucción de una cuarta parte del país, los supervivientes reconstruirían la economía estadounidense.

 

La doble estrategia de dominación

WILLIAM R. POLK

Bajo la protección del vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, los neoconservadores constituyen hoy una poderosa red que se extiende por la Administración estadounidense y está apoyada por una aún más compleja red de “laboratorios de ideas” de Washington y aledaños. Con su comportamiento que los asemeja a un gobierno dentro del gobierno, ¿qué pretenden conseguir los neoconservadores?

Ellos mismos han respondido en parte a esta pregunta no sólo con las acciones propugnadas recientemente en el Gobierno de Bush, sino también en la secuencia de artículos sobre política escritos a lo largo de los últimos quince años. Reunidos por Joseph Cirincione para la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, dichos artículos describen con todo lujo de detalles el plan para la guerra contra Iraq y planes para emprender guerras futuras. Puesto que afectan a la vida de personas de todo el mundo, merecen nuestra mayor atención. Los principales documentos son los siguientes: (1)

1) En 1992, furioso por la decisión del primer presidente Bush de detener la primera guerra del Golfo, Paul Wolfowitz, entonces subsecretario de Defensa para Políticas, supervisó la redacción del documento “Guía para la política de defensa”. Los objetivos que se marcaban eran garantizar el acceso al petróleo del golfo Pérsico, impedir la proliferación de armas de destrucción masiva y combatir las amenazas del terrorismo. El documento abogaba por ataques preventivos contra rivales reales o posibles –es decir, cualquier país que pudiera desafiar la supremacía estadounidense– y por la actuación de Estados Unidos en solitario si “no podía orquestarse una acción colectiva”.

La extremada política propugnada por el documento escandalizó tanto a los colegas de Wolfowitz que alguien lo filtró a “The New York Times”. Presa de la incomodidad, el Gobierno se echó para atrás. Sin embargo, se trató sólo de una retirada temporal. Hoy, las ideas básicas se han incorporado a la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos hecha pública en septiembre del 2002.

2) En su libro “Saddam Hussein's unfinished war against America”, la neoconservadora Laurie Mylroie popularizó la acusación neoconservadora de que Iraq perpetró el atentado contra el World Trade Center en 1993. Richard Perle apoyó la acusación y dijo del libro que era “espléndido y del todo convincente”. Aunque no hay prueba alguna que sustente dicha acusación, fue el principio de una campaña concertada para llevar a cabo un ataque contra Iraq.

3) En 1996, Richard Perle, Douglas Feith y David Wurmser escribieron conjuntamente un documento para el recién elegido Gobierno del Likud en Israel abogando por una “ruptura radical” respecto a las políticas de negociación con los palestinos y de evacuación de los territorios ocupados. Instaron a que Israel atacara preventivamente más allá de sus fronteras con el fin de debilitar el Gobierno de Siria y derrocar a Saddam Hussein.

4) En 1998, 18 neoconservadores, incluidos Elliot Abrams, Richard Armitage, John Bolton, Paula Dobriansky, Zalmay Jalilzad, Richard Perle y Paul Wolfowitz –muchos de los cuales se convertieron luego en funcionarios clave del Gobierno del segundo Bush–, a los que se sumó también Donald Rumsfeld, escribieron al presidente Clinton apremiándolo a provocar la caída de Saddam.

En el año 2000, el proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense, organizado por William Kristol y Robert Kagan, realizó beligerantes recomendaciones que también han sido incorporadas a la estrategia de seguridad nacional.

6) Inmediatamente después de los atentados del 11-S, Paul Wolfowitz y otros funcionarios neoconservadores instaron al presidente Bush a que atacara Iraq y lo ayudaron a encargar al Estado Mayor de las fuerzas armadas la planificación de esa campaña.

El 3 de abril del 2002, los neoconservadores que todavía no estaban en el Gobierno escribieron al presidente Bush diciendo: “Usted ha declarado la guerra al terrorismo internacional, señor presidente. Israel está luchando en la misma guerra... La victoria de Israel es una parte importante de nuestra victoria”. Lo exhortaban a un apoyo incondicional de la represión de los palestinos por parte de Ariel Sharon y a un ataque inmediato contra Iraq.

Si bien los asuntos exteriores eran el centro principal de sus actividades, el plan de los neoconservadores tenía también un componente nacional. Su propósito inicial ha sido silenciar a los críticos acusándolos de falta de patriotismo. Sin embargo, está surgiendo un conjunto de objetivos más complejo. En la campaña nacional, el papel principal ha sido interpretado por el director del Foro de Oriente Medio, Daniel Pipes, quien antes de ser nombrado por el presidente Bush para el Instituto de la Paz de Estados Unidos creó una iniciativa llamada Campus Watch (Observatorio Universitario).

Mediante una intensa campaña realizada sobre todo por internet, Campus Watch alentó a profesores y estudiantes universitarios a que informaran sobre las afirmaciones, enseñanzas y acciones políticas de los 1.400 profesores y los varios miles de estudiantes del ámbito de los estudios sobre Oriente Medio en las universidades estadounidenses de modo que fuera posible elaborar informes sobre ellos (2).

Algunos partidarios de los neoconservadores adoptaron una acción aún más agresiva. Tras ser señalada como blanco de los ataques de Campus Watch, Glenda Gilmore, catedrática de Historia en la Universidad de Yale, dijo: “Conozco porque he sido tachada de traidora. Escribí un artículo para ‘The Yale Daily News’ y recibí amenazas de violación y muerte (3)”. Otros han informado acerca de lo que parece una campaña bien orquestada, una constante serie de cartas y llamadas telefónicas de acoso (4).

El plan maccarthista iniciado por Pipes ha sido retomado hoy por la Cámara de Representantes estadounidense, que el 21 de octubre del 2003 aprobó de forma unánime un proyecto de ley según las líneas básicas trazadas por el colega de Pipes, Martin Kramer (en su libro “Ivory towers in the sand”). El proyecto de ley, que aún no ha sido aprobado por el Senado, crearía una junta de gobierno para vigilar la enseñanza en los centros académicos receptores de financiación federal.

La aprobación por parte del Senado es necesaria para convertir el proyecto de la Cámara en ley, pero ya ha sido apoyado de modo entusiasta por Rick Santorum, senador republicano por Pensilvania. El senador Santorum ha redactado un proyecto de ley con un nombre que sólo podría haber imaginado George Orwell, “Diversidad ideológica”, y que recortará la financiación federal a miles de facultades y universidades que permitan a profesores, estudiantes y organizaciones estudiantiles criticar las políticas israelíes (5). El colega republicano de Santorum por Kansas, el senador Brownback, desea ir aún más lejos: es partidario de lo que supondría una fuerza de policía ideológica, una comisión federal encargada de investigar lo que denomina holgadamente “antisemitismo”.

El antisemitismo de verdad es, sin que quepa ninguna duda, una fea enfermedad y merece ser reprobado. Sin embargo, los neoconservadores y sus aliados han utilizado esa acusación como una especie de “arma de destrucción masiva” para silenciar a los críticos, judíos estadounidenses incluidos, ante las políticas israelíes. Como han señalado algunos de los atacados, nadie en su sano juicio afirmaría que la crítica del régimen de Zimbabue hace merecedor de la acusación de ser “antinegro” ni que la crítica del Gobierno de Arabia Saudí sea muestra de antiarabismo. Más aun, sería absurdo acusar de antisemitismo a los muchos israelíes que critican con fuerza el Gobierno de Ariel Sharon. Ahora bien, en la política estadounidense, la acusación de antisemitismo es grave y difícil de refutar.

Paradójicamente, el antisemitismo sí que ha sido un rasgo del neoconservadurismo. Tan hostil es Pipes ante los árabes (que, por supuesto, son también semitas) que es famosa su condena de “la masiva inmigración de pueblos de piel oscura, que cocinan comidas extrañas y que no mantienen precisamente unos niveles de higiene germanos (6)”. Todos los fundamentalistas musulmanes, añadió, “deben ser considerados asesinos potenciales” (7).

Acciones como las propuestas por los señores Pipes, Kramer, Santorum y Brownback están destinadas a crear, como el maccarthysmo anterior, una atmósfera de miedo, sospecha mutua y pérdida del espíritu de indagación libre que ha sido el orgullo y el rasgo distintivo del mundo académico estadounidense.

Notas:

(1) Joseph Cirincione, “Origins of change regime in Iraq”, en “Proliferation brief”, volumen 6, n.º 5, 19 marzo 2003, Non-Proliferation Project de la Fundación Carnegie. Cirincione no menciona un documento anterior, aún secreto, dirigido contra Iraq y escrito por Paul Wolfowitz en 1979, cuando el país no había dejado de ser considerado como aliado y recibía la ayuda del Gobierno estadounidense. Este hecho fue mencionado por Michael Dobbs en “The Washington Post”, 7 abril 2003.

(2) www.campus-watch.org

(3) Véase el mensaje www.say-no-to-pipes.org del 30 de abril del 2003 a la lista de “MENA Info”, un boletín informativo sobre Oriente Medio y África del Norte, hometown.aol.com

(4) Alexander Cockburn y Jeffrey St. Clair (dirs.), “CounterPunch”, 23 septiembre 2002, artículo de Will Youmans, “Campus Watch: The vigilante thought police”, www.counterpunch.org. Campus Watch “generó llamadas de teléfono y mensajes electrónicos hostiles contra los profesores y familiares incluidos en sus listas”.

(5) Michael Collins Piper, “Schools not teaching pro-Israel views to lose funding, Congress to pass ‘ideological diversity’ legislation”, American Free Press, www.americanfreepress.net, 21 abril 2003.

(6) Existe una versión de ese texto en: www.danielpipes.org

(7) “National Review Online”, 22 octubre 2001. www.nationalreview.com

 

La interminable cruzada neocon

WILLIAM R. POLK

En Iraq, la política neoconservadora se ha llevado en gran medida a la práctica. ¿En qué otros lugares buscarán los neoconservadores aplicar el poderío estadounidense? Ya han señalado dos objetivos: Siria e Irán.

El hombre clave en ambos es Michael Ledeen, quien paradójicamente tiene un apellido muy parecido a Ossama Bin Laden. Fue Leeden el autor de una directriz política descarnada pero fundamental: “Cada diez años más o menos, Estados Unidos tiene que elegir algún país de mierda y empujarlo contra la pared, sólo para enseñarle al resto del mundo que vamos en serio” (1).

“Esta doctrina de lo que llaman anticipación o guerra preventiva”, escribió el destacado historiador estadounidense Eric Foner, “es exactamente el mismo razonamiento que utilizaron los japoneses para atacar Pearl Harbor” (2).

Siria es el “país de mierda” que más les gusta odiar a los neoconservadores. Para ellos es importante porque el Gobierno israelí teme ser incapaz de imponer sus condiciones a los palestinos mientras Siria siga siendo una importante potencia árabe. En consecuencia, tal como lo ven Sharon y sus colegas, ahora que Iraq está dominado, el siguiente de la lista debería ser Siria. Es la política propugnada por Richard Perle, Douglas Feith y David Wurmser en su documento de la “ruptura radical” preparado para el Gobierno del Likud. Y en este contexto deben valorarse los últimos ataques aéreos contra objetivos en Siria. Evidentemente, su propósito era advertir al Gobierno sirio de que no apoyara el movimiento de la resistencia palestina.

¿E Irán? Como ha escrito Marc Perelman: “Una coalición en ciernes de halcones conservadores, organizaciones judías y monárquicos iraníes presiona a la Casa Blanca para que redoble los esfuerzos cara a conseguir un cambio de régimen en Irán... La naciente coalición recuerda los preparativos para la invasión de Iraq” (3). En el lugar ocupado por Ahmed Chalabi como candidato de los neoconservadores para gobernar Iraq, el favorito para tomar el poder en Irán es Reza Palhevi, hijo del último sha. El joven pretendiente, por su parte, ha establecido “discretos contactos con altos funcionarios israelíes... el primer ministro Sharon y el antiguo primer ministro Beniamin Netanyahu”.

Como en la campaña iraquí, la publicidad de la nueva aventura es llevada a cabo por “The Weekly Standard”, la revista neoconservadora de William Kristol. Más importante es que Michael Rubin, el especialista del Winep sobre formas de derribar regímenes, se ha unido a la Oficina de Planes Especiales de Abram Shulsky para garantizar que los informes de los servicios de inteligencia corroboran la política neoconservadora. En segundo plano también se ha mostrado activo Michael Ledeen, quien ha afirmado que el actual régimen iraní está a punto de derrumbarse. Sólo necesita un empujón. Deberíamos dárselo, según afirmó en una conferencia pronunciada en el Jinsa el 30 de abril del 2003: “Se acaba el tiempo para la diplomacia; es tiempo de un Irán libre, una Siria libre y un Líbano libre”.

Con patrocinio del Congreso, Ledeen y otros hombres de ideas afines han creado la Coalición para la Democracia en Irán con el objetivo de unir las fuerzas necesarias para conseguir un “cambio de régimen”. Del mismo modo que asesoraron al presidente Bush diciéndole que los iraquíes recibirían a los soldados estadounidenses con flores, los neoconservadores aseguran hoy que los persas cantarán y bailarán por las calles.

La lista de países seleccionados no se acaba en Irán. Los planificadores militares han mencionado también Pakistán, Libia, Somalia y Sudán. Se ha soltado incluso un globo sonda para ver la reacción de una iniciativa contra Arabia Saudí.

Antes de abandonar la presidencia de la Junta de Política de Defensa, Richard Perle convocó una reunión informativa a cargo de un partidario de atacar Arabia Saudí. Laurent Murawiec describió Arabia Saudí como “la raíz del mal, el primer móvil, el oponente más peligroso” de Estados Unidos en Oriente Medio (4). Recomendó que los “funcionarios estadounidenses dieran un ultimátum para que dejara de respaldar el terrorismo o hiciera frente a la toma de los campos petrolíferos y los activos financieros invertidos en Estados Unidos”. Los resultados fueron predecibles: los saudíes retiraron inmediatamente varios centenares de miles de millones de dólares de Estados Unidos y decidieron no permitir que los soldados y aviones estadounidenses operaran contra Iraq desde territorio saudí.

Sin amilanarse, la revista neoconservadora “The Weekly Standard” publicó casi al mismo tiempo que la reunión un artículo titulado “El próximo enfrentamiento saudí”, y ese mensaje fue retomado por la revista del Comité Judío Estadounidense, “Commentary”, con un artículo aún más explícito titulado “Nuestros enemigos, los saudíes”. De todos modos, en parte quizá porque la familia Bush e importantes apoyos empresariales del Gobierno Bush tienen ahí una gran implicación, Arabia Saudí parece haber sido abandonada como objetivo. Sin embargo, quedan muchos objetivos potenciales.

Corea del Norte estaba en los puestos superiores de la lista hasta que resultó evidente el catastrófico coste de una campaña contra ese país. Como se cree que ya posee armas nucleares y como las unidades avanzadas de su Ejército están al alcance de la artillería de la capital surcoreana, Seúl, parece haberse asegurado la inmunidad contra un ataque. En realidad, los más o menos 30.000 soldados estadounidenses estacionados en el país son más rehenes que fuerza disuasoria.

La probable lección que al menos algunos gobiernos extraerán del contraste entre Iraq y Corea es que la “supervivencia del régimen” tiene que conquistarse consiguiendo un arma nuclear del modo más rápido y secreto posible. La posesión de una bomba es el billete de Corea para la seguridad; ser atrapado intentando hacerse con una supuso la condena a muerte de Saddam; muchos creen que podría seguir en el poder de haber esperado a tener una bomba para atacar a Kuwait.

Irán estará hoy sopesando esas lecciones mientras reflexiona sobre su respuesta a los planes de los neoconservadores. Probablemente no se encuentra solo.

Mientras tanto, las tropas estadounidenses ya están implicadas en una prolongada guerra de guerrillas en Filipinas; es posible que participen de modo más intenso en operaciones en Colombia; además, hoy mantienen bases en al menos 14 países africanos y varias decenas más en Asia central y del sur, el Pacífico y América Latina. Éstos son los hechos, pero las fantasías siguen ahí: se dice que las más desenfrenadas incluyen incluso la China continental.

Convertir las fantasías en planes es casi automático: el trabajo de la oficialidad de cualquier ejército es planear contingencias futuras. Sin embargo, convertir los planes en acción exige importantes decisiones políticas. ¿Son siquiera concebibles tales decisiones?

Por supuesto, nadie puede saberlo. Lo que sabemos son dos posiciones contradictorias: por un lado, el mando militar estadounidense ha dicho al Gobierno que la carga es insostenible con fuerzas convencionales. Desea desarrollar armas nucleares “utilizables” para guerras pequeñas. También ha instado a dejar de lado el unilateralismo y que se hagan esfuerzos para aglutinar el apoyo de al menos 70 países. Hasta la fecha, la respuesta ha sido escasa. Como han puesto de manifiesto las encuestas de opinión, la actual política estadounidense es muy impopular en casi todas partes (5).

Puede que incluso sea “insoportable” también financieramente según muchos economistas, incluido el respetado banquero de inversión Felix Rohatyn (6). Como han señalado los historiadores, lo que en última instancia acabó con Roma y otros imperios no fue la derrota militar, sino el derrumbe financiero. Se ha estimado que, en Estados Unidos, el plan diseñado por el neoconservador James Woolsley para la generación de una “guerra permanente” costaría al menos 15 billones de dólares.

¿Tendrá cuidado el presidente Bush?

Los augurios no son favorables.

En un discurso pronunciado en el Instituto Empresarial Americano, llamó a los neoconservadores “algunos de los mejores cerebros de nuestro país”. No obstante, Bush podría cambiar de opinión. A medida que vea el grado de hostilidad engendrado por sus políticas, que aumente la cifra de bajas en Afganistán e Iraq y que se acerquen las elecciones presidenciales, quizá acabe considerando a los neoconservadores como un lastre político.

En última instancia, la opinión pública estadounidense y el señor Bush deben darse cuenta de que, como editorializó la revista neoconservadora “The Economist”, los neoconservadores no son conservadores (7). Son radicales. Sus planes equivalen a una cruzada mundial. Con todas sus connotaciones históricas antimusulmanas, ésa es precisamente la palabra más premeditada para perpetuar el movimiento por la senda deseada por los neoconservadores, una guerra permanente e interminable.

Bush deberá decidir si la opinión pública aceptará esa senda.

Notas:

(1) Citado por Jonah Goldberg, “Baghdad Delenda Est, Part Two”, “National Review Online”, 23 abril 2002. En www.nationalreview.com

(2) “Columbia Daily Spectator”, 7 noviembre 2002.

(3) Marc Perelman, “Forward”, 16 mayo 2003.

(4) Thomas E. Ricks, “The Washington Post”, 6 agosto 2002.

(5) Los resultados de las encuestas no se publicaron en la prensa estadounidense. Para ello, véase Peter Preston, “Can might alone earn a nation love?”, “The Guardian”, 10 diciembre 2002.

(6) “The Financial Times”, 10 junio 2003. Su artículo no se publicó en Estados Unidos.

(7) Mayo 2003.

 

 

Hosted by www.Geocities.ws

1