Posdatas
«Apuntes virtuales
sobre el mundo real»
|
|
IR AL BLOG EN:
|
Publicado en EL PAÍS, 22 de abril
de 2002 La singularidad de
Auschwitz REYES MATE Raspa usted la estrella
de David que luce Ariel Sharon y aparece una cruz gamada. La crítica a la
política del Estado de Israel está tan emocionalmente cargada que se confunde
israelí con israelita, política gubernamental con historia del pueblo judío.
Editoriales, intelectuales o dibujantes porfían en una escalada expresiva que
cristaliza en juicios tales como que los judíos no han aprendido nada, que
las antiguas víctimas se han convertido en nuevos verdugos o, más plásticamente,
que Ramala es Auschwitz. Los 1.300 periodistas,
acreditados en Israel, que siguen de cerca el conflicto palestino-israelí,
nos informan puntualmente de lo que pasa en Ramala, pero ¿sabemos qué es
Auschwitz? Desde el exterminio de los etruscos, en la antigüedad, la historia
sabe de genocidios, pero sólo fue a raíz del exterminio judío perpetrado por
los nazis que el mundo sintió la necesidad de inventar la figura jurídica de
'crimen contra la humanidad'. Había una clara conciencia de que el mal había alcanzado
un grado hasta entonces desconocido, por eso se habla de la singularidad de
Auschwitz. El que la lista de genocidios no haya cesado de crecer dice mucho
a favor de la capacidad inagotable del ser humano en hacer daño, sin que esa
reproducción del horror disuelva la percepción inicial de que Auschwitz es un
caso singular. El Tribunal de
Nürenberg dijo mucho, en efecto, cuando condenó a los dirigentes nazis por
crímenes contra la humanidad, pero con eso no se agota la significación de
Auschwitz porque allí, además de un crimen contra la integridad de la especie
humana, hubo otros momentos de inhumanidad que en modo alguno están recogidos
en la susodicha figura jurídica. Las víctimas de los campos hablan, por
ejemplo, del abandono; abandonados por los vecinos, los amigos, las iglesias,
los intelectuales o las cancillerías del mundo, como dice Jean Améry; por
Platón y la cultura occidental que habían hablado de las ideas como ideales
de humanidad, según confiesa Borowski, un judío católico polaco, o por su
propio Dios, como testifica Wiesel o el autor de Iosl Rakover habla a
Dios. Auschwitz es mucho más que un crimen contra la humanidad. Incluso
en el caso, harto discutible, de que Ramala lo fuera, Ramala no sería
Auschwitz. La singularidad de
Auschwitz afecta a tres niveles que apresuradamente podríamos llamar el
moral, el histórico y el político. En sentido moral, Auschwitz es un crimen
extremo no sólo porque atenta contra la integridad de la especie humana, sino
también porque obliga a revisar la fundamentación moderna de la moralidad,
basada en la dignidad y el respeto de sí. En el campo no sólo se quiere
matar, sino sobretodo expulsar al judío de la condición humana. El deportado
tiene que interiorizar que no es un ser humano, para ello se le somete a unas
condiciones de vida que acarrean la pérdida de dignidad, reconocida sin
paliativos por los testigos (los verdugos, por el contrario, jamás se
confesarán indignos), lo que nos obliga a nosotros, los nacidos después de
Auschwitz, a buscar un fundamento de la moral que parta no del satisfecho
concepto de dignidad, sino de la inhumanidad de la víctima. El nuevo punto de
partida de la moral debe ser la respuesta a la pregunta que le sirve a Primo
Levi para titular su libro testimonial: Si esto es un hombre, si este
ser degradado, indigno y casi inhumano es un hombre. Ser hombre como
respuesta a la inhumanidad del hombre. Que, desde el punto de
vista histórico, Auschwitz sea un acontecimiento singular es algo que afirman
la mayoría de los historiadores. Los argumentos son de este tenor: el
genocidio judío no es un medio, sino un fin, es decir, no se les mataba por
razón alguna, ya fuera política, científica o económica, sino por haber
nacido judíos. Ningún provecho pues material o intelectual, sólo la demostración
de que el nazi podía decidir sobre su vida y su muerte. También que, por
primera vez, un Estado decide eliminar a un grupo humano poniendo a su
disposición todos los medios técnicos de que se dispone; se crean fábricas,
pero no para producir bienes o servicios, sino muerte. El historiador Raul
Hilberg señala, por su lado, cómo la barbarie eleva a un punto de enervación
inédito un proceso antisemita, iniciado por los misioneros cristianos en el
siglo IV, cuando decían a los judíos no podéis vivir entre nosotros como
judíos; proceso que en los siglos siguientes se intensifica bajo el
motivo no podéis vivir con nosotros, y que los nazis consuman
con un ya no podéis vivir. Pero es quizá Vidal Naquet quien aporta el
argumento más eficaz al señalar que 'lo esencial es la negación del crimen
dentro del crimen'. La fábrica del crimen está tan bien pensada que no debe
quedar rastro: los cuerpos son reducidos a cenizas y las cenizas aventadas;
ningún testigo puede sobrevivir, por eso las Brigadas Especiales, encargadas
de conducir las víctimas a las cámaras de gas y luego de retirar y hacer
desaparecer los cadáveres, deben morir cada tres meses. Se planifica el
crimen para que no haya memoria del mismo y se le hace tan colosal que nadie,
en el caso de que escape, pueda ser creído por mucho que lo cuente. Por
fidelidad histórica y por respeto a las víctimas habría que pensar en esas
singularidades cuando aplicamos el predicado de Auschwitz a otros momentos de
violencia. El tercer nivel se
refiere a la utilización pública de la memoria de Auschwitz: ¿la barbarie
nazi, un accidente histórico o la realización de una posibilidad latente de
la modernidad?, ¿se puede pensar, leer a los clásicos del pensamiento
occidental, como si nada hubiera pasado?, ¿cómo hacer poesía una vez que
hemos descubierto el rostro terrorífico de la Gorgona? La utilización pública
de Auschwitz plantea de lleno la importancia de la memoria de las víctimas en
la educación, por supuesto, pero también en la definición de las identidas
colectivas, sin olvidar su impacto en el vasto mundo de las construcciones
teóricas, llámense justicia, derecho, verdad o ética. Un caso ilustrativo de
cómo Auschwitz afecta la conciencia política es la polémica que en los años
ochenta tuvo lugar en Alemania (también en Italia) a propósito de la pregunta
qué significa ser alemán o italiano. Me refiero al conflicto conocido como El
debate de los historiadores, que no fue tanto una querella de expertos
cuanto de la opinión pública. Hubo dos bandos. Por un lado quienes, como Habermas
o Grass, entendían que Auschwitz era un acontecimiento de tal caladura que
había un antes y un después, de suerte que un alemán, por ejemplo, no podía
sentirse orgulloso de ser alemán, esto es, no podía moralmente apropiarse o
identificarse con su historia. Sólo le cabía el orgullo nacional o
patriotismo derivado de una constitución que asumía la responsabilidad de ese
momento histórico. En el otro bando estaban quienes, como el historiador
conservador Ernst Nolte, lo bagatelizaban, diciendo que tropezones como ése
los ha tenido cualquier pueblo que se precie, como los españoles en la
Conquista, lo que no les ha impedido sentirse orgullosos de su historia. El
centro del debate sobre el patriotismo constitucional era la memoria de
Auschwitz que pesaba como una losa a la hora de definir algo tan alejado, a
primera vista, de un campo de exterminio, como la identidad nacional actual.
Si comparamos el trasfondo moral de este debate político con la chapuza del
debate hispano sobre el patriotismo constitucional, nos daremos cuenta de
dónde nos encontramos. Y que no se diga que Auschwitz es un asunto de judíos
y alemanes o italianos, porque entonces sí que no hemos entendido nada. ¿Entonces? ¿Es tan
singular Auschwitz que no se le puede comparar, ni asociar, ni relacionar con
ninguna otra catástrofe? Hay que huir de dos tentaciones: la de establecer un
ranking de víctimas y la de confundir singularidad con intocabilidad.
Sería macabro ponerse a comparar o hacer competir a las víctimas en el
horror. Una cosa es afirmar una graduación del mal, distinguiendo el daño que
unos y otros actos acarrean, algo que la filosofía, desde Sócrates hasta hoy,
no ha cesado de hacer, y otra cosa es no reconocer que cada víctima tiene un
valor absoluto, que la injusticia que se ha cometido con ella, grande o
pequeña, clama al cielo y exige que se le haga justicia. También hay que evitar
el peligro aislacionista. Auschwitz tiene un valor ejemplar en el sentido de
que el mal alcanza ahí un punto de desmesura, pero que ese mal no ha cesado
de actuar. Cuando Marek Edelmann, líder de la insurrección del gueto de
Varsovia, condenaba la ofensiva serbia contra Bosnia porque su triunfo
significaría 'una victoria póstuma de Hitler', estaba marcando un camino. No
decía que Sarajevo fuera Auschwitz, sino que la lógica que llevó a los campos
nazis de exterminio operaba luego en los campos de estupro étnico, en Bosnia.
El reconocimiento de la singularidad de Auschwitz no puede llevar a la
indiferencia o permisividad respecto a cualquier forma de violencia, sea
israelí o palestina, de policías o de ladrones. Muchas de las desafortunadas
expresiones críticas antiisraelíes de estos días tienen que ver con una buena
intención, sin duda. Convendría, consecuentemente, profundizar en esa bondad
intencional y no quedarse a mitad de camino. Me refiero a lo siguiente.
Quienes sientan la necesidad de relacionar Ramala con Auschwitz o la
violencia del Gobierno de Sharon con el exterminio judío deberían pensar que
el conflicto que hoy se da en Palestina es un producto genuinamente europeo.
El pueblo judío, durante siglos, ni pensó en un Estado propio. Querían vivir
pacíficamente en medio de los demás pueblos, pero los otros pueblos,
empezando por España y Portugal, ya se encargaron de decirles que no les
querían, por eso les persiguieron y expulsaron. Auschwitz fue la estación
final de ese largo recorrido. Occidente ha hecho de la sangre y de la tierra
la sustancia de la política, por eso veían en el pueblo diferente un enemigo.
Ni siquiera el sionismo nace pensando en Palestina, sino como defensa del
antisemitismo europeo. El Estado de Israel es, como bien recordaba Amos Oz,
la solución extrema al derecho de un pueblo a vivir. Si se quiere relacionar
Auschwitz con el presente, deberíamos entonces comenzar por reconocer la
propia responsabilidad en el origen del problema, que no se sustancia sólo
con viajes para poner orden, sino respondiendo a las severas preguntas que
plantea Auschwitz. Sólo entonces tendrán credibilidad las críticas a los
desmanes de Sharon. Reyes Mate es
profesor de investigación. en el Instituto de Filosofía del CSIC. |