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Publicado en EL MUNDO, 6 de noviembre de 2001

Nuestra cotidiana inmoralidad

JUAN ANTONIO HERRERO BRASAS

El pasado 24 de agosto, entre las noticias que ofrecía al mediodía no recuerdo qué canal de televisión, estaba la del mortal ataque a unos guerrilleros colombianos llevado a cabo desde un avión militar de las Fuerzas Armadas de ese país. Las imágenes eran asépticas, parecían de videojuego, e iban acompañadas de oportunas explicaciones técnicas por parte de un militar colombiano de alta graduación. Se veía la localización de los objetivos en un descampado, la precisión con que se apuntaba a los mismos y su inmediata destrucción. Con clara indiferencia la primera y con manifiesto orgullo el segundo, la presentadora del canal español de televisión y el mencionado militar nos informaban de que ésta era la primera vez que se mostraban imágenes tan nítidas de la destrucción de un objetivo militar.

Pero no era la primera vez que este tipo de imágenes se veían por televisión. Baste recordar la Guerra del Golfo, que tan cariñosamente nos retransmitieron en directo todos los canales de televisión. Sin embargo, las referidas imágenes tenían un carácter especialmente brutal e inhumano por lo directo e individual de los objetivos. Estábamos viendo como se mataba desde un avión, una por una, a diecisiete personas que trataban de escapar al ataque. Así, sin más.

La información no iba acompañada de comentario moral alguno por parte del canal español. Imágenes como las descritas, e incluso otras mostrando homicidios de un modo más salvajemente directo, nos dejan fríos. En parte, el modo en que se nos presenta la noticia nos induce a ello. No hay protesta. No hay comentario. Nos encogemos de hombros. Nos produce emoción, eso sí, el momentáneo papel de copilotos que nos ofrece la grabación de vídeo.

Nuestro entusiasta apoyo al ataque contra Afganistán es un asunto más que revela la vaciedad de tanto discurso políticamente correcto y la falta de una fibra moral auténtica. Por una parte, estamos contra la pena de muerte para los casos de terrorismo. Nuestros políticos, en un gesto de aparente ilustración y progresismo, se niegan incluso a incrementar las penas de cárcel para los terroristas, de modo que en España, con las automáticas reducciones de pena, un terrorista convicto de los peores crímenes acaba pasando en la cárcel más o menos el mismo tiempo que en Estados Unidos un señor al que se le ha olvidado pagar impuestos durante unos años.

Pero resulta que estos mismos políticos que se oponen a la pena de muerte y al incremento de las penas de cárcel, ahora, con todo el entusiasmo del mundo, se apuntan a bombardear un exótico y lejano país por dar cobijo a terroristas o supuestos terroristas. Mayor incoherencia es difícil de imaginar.

Se entiende que se lance a semejante aventura punitiva un país como Estados Unidos, que tiene casi al 1% de su población en la cárcel, y donde se ejecuta a decenas de personas anualmente, a algunas de ellas después de haber pasado más de 20 en prisión a la espera de su ejecución por crímenes cometidos cuando eran menores de edad o en situación de retraso mental. Pero que España, donde domina una filosofía estrictamente redentorista, se apunte a tamaña sangría carece de todo sentido lógico. No tenemos las ideas claras. Pero el asunto no es un caso aislado. Hay más.

Sin que ello suponga tomar partido en la disputa política que divide a israelíes y palestinos, hay que estar ciego moral, y diríase que casi físicamente, para no estremecerse ante la espantosa agresión que está sufriendo el pueblo palestino por parte del Estado de Israel. Este último ordena asesinatos políticos al estilo de ETA y, también al mismo estilo, en respuesta a ataques de individuos palestinos, desarrolla acciones militares de las que son víctimas civiles inocentes.

Mientras que algunos líderes e intelectuales judíos, tanto en Israel como en otros países, critican dicha política con extrema dureza, en España, todo emocionados por plantarnos en mitad de escena, enviamos este pasado verano a nuestra selección nacional de fútbol para echar un partidito con la selección de un estado criminal. Sin comentarios ni protestas.

Como veíamos al comienzo de estas líneas, el papel de los medios de comunicación no es en muchos casos particularmente concienciador. Pero peor aún es cuando el planteamiento de determinadas noticias pasa de lo meramente insensible a lo grotesco. Un diario español de tirada nacional, por ejemplo, en su versión de Internet (desconozco si también en la impresa) encabeza sistemáticamente sus informaciones sobre el conflicto entre israelíes y palestinos como 50 años de lucha por la Tierra Prometida. Habrá que sobreentender, suponemos, que los 50 años de lucha del pueblo palestino por su liberación no cuentan para nada. Y es que eso de la Tierra Prometida queda tan bíblico, tan a propósito.

Cuando la noticia incluye referencias a una agresión o masacre contra los palestinos, entonces el mencionado diario usa el justiciero encabezamiento Guerra contra el terrorismo. En lo que parecía una broma (pero no lo era), el 22 de octubre aparecía la siguiente noticia: Guerra contra el terrorismo: El Ejército israelí dispara contra la Basílica de la Natividad de Belén. Verdaderamente para echarse las manos a la cabeza.

De aparecer en la prensa norteamericana titulares como los citados, no cabría ninguna duda de la intencionalidad política. En el caso de España, uno tiende a pensar con desmayo que nos encontramos ante un ejemplo de la más asombrosa ingenuidad. Se echa de menos una actitud crítica, moral y responsable en el tratamiento de ciertas noticias.

Por otra parte, ocurre que cuando se trata de ciertos asuntos más caseros se produce una crítica mordaz y manipuladora, que debería estar igualmente fuera de lugar. Es el caso del bombardeo incesante y sistemático a que están siendo sometidos los obispos, y en general las instituciones de la Iglesia, desde hace meses por parte de algunos medios.

Aún recuerdo el artículo aparecido en un importante diario sobre las violaciones de algunas religiosas africanas por parte de sacerdotes también africanos. Dicho artículo, en que falsamente se implicaba a misioneros europeos, concluía grotescamente con las palabras: ¡violadores! ¡violadores! ¡violadores!

A propósito de todo esto, un conocido columnista de EL MUNDO decía encontrarse en la incómoda situación de tenerse que solidarizar con la Iglesia, una institución con la que no simpatizaba especialmente, al verla convertida en diana de falsedades y ataques injustificados. Seguramente no era el único en pensar así.

Los medios de comunicación en general y la prensa en particular tienen la grave responsabilidad de ofrecer una información desapasionada y al mismo tiempo iluminadora, especialmente sobre aquellos acontecimientos que más nos afectan a todos. Ello significa entre otras cosas no dejarse arrastrar por el vendaval de las versiones oficiales, que siempre o casi siempre son terriblemente parciales y selectivas, ni dejarse llevar por inclinaciones o antipatías personales.

De lo que se trata ante todo es de desarrollar una actitud ética en la sociedad, porque de eso nos beneficiaremos todos en última instancia.

Juan Antonio Herrero Brasas es profesor de Ética y Política Públicas en la Universidad de Stanford (California).

 

 

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