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«Apuntes virtuales
sobre el mundo real»
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Publicado en EL PAÍS, 6 de agosto
de 2002 El mundo, en una
gran encrucijada MANUEL ESCUDERO A todos los que nos
hemos educado en el racionalismo y en las fuentes diversas de la Ilustración,
nos toca ahora vivir un mundo ciertamente incómodo. Nuestro racionalismo,
dirigido y condicionado a que toda realidad pudiera ser comprendida, ha
sufrido los embates del pensamiento blando, de la teoría del caos, de la
flexibilidad como actitud suprema. Y se ha quedado de un aire ante los
cambios que ha traído consigo la década de los años noventa: la globalización
de las finanzas, las empresas que tienen al planeta como mercado y a todas
las naciones como patio de operaciones, la universalización de la
información, la irrupción de las nuevas tecnologías o los movimientos masivos
de población. En definitiva, una transformación del capitalismo cuyos
perfiles, de tan recientes, aún se nos escapan. ¿Cómo enfrentarse con una
mente racionalista a unos tiempos que más que un cambio de siglo dibujan un
siglo de cambios? En esta reflexión
quisiera mostrar que, en ese horizonte de cambios e incertidumbres
constantes, comienza a esbozarse algún rasgo cierto y verificable. La
realidad global viene hoy definida por la existencia de dos órdenes
mundiales, uno que no acaba de morir, otro que pugna por nacer. Algunos aspectos de la
realidad actual hablan con elocuencia de un orden mundial unilateral y
hegemonizado política, militar y tecnológicamente por los EE UU. No se
confunda esta afirmación con un juicio de valor: los EE UU lideran hoy el
mundo por méritos propios y por la falta de méritos de los demás. Este esquema mundial se
caracteriza también por otros dos rasgos complementarios, inspirados en un
zafio y dogmático neoliberalismo económico: la ausencia de regulaciones y la
falta de integración económica y social. A falta de regulaciones
externas, empresas que en ocasiones generan un producto anual mayor que
muchos países, se plantean por su cuenta la necesidad de su propia
regulación: The CEO as a Statesman (El consejero delegado como hombre de
Estado) fue una de las mesas redondas celebradas en el Foro Económico de
Davos, reunido este año en Nueva York. A falta de regulaciones, los mercados
financieros internacionales se mueven con la mayor volatilidad de la
historia, causando reacciones excesivas e indiscriminadas (crisis de
Indonesia hace cuatro años), o crisis carentes de fundamentos económicos (la
que sufre ahora Brasil). La autorregulación de los mercados financieros se ha
tornado un fiasco, trufado de fraudes a los accionistas, auditorías
cómplices, instituciones financieras que manejan los fondos de inversión de
los pequeños ahorradores a favor de su propia estrategia. Todo este orden
mundial se apoya en instituciones internacionales como el FMI, el Banco
Mundial o las instituciones privadas de ratings que responden a la
misma filosofía unilateral. Como telón de fondo,
excepto en el continente asiático, los países en desarrollo de América, el
Caribe, el Pacífico, África, Oriente Próximo o las sociedades europeas o
centroasiáticas en transición se encuentran en una senda de divergencia
económica respecto al cogollo de los 28 países desarrollados del planeta.
Esas sociedades no van a quedarse impasibles ante su destino, sino que han
iniciado movimientos masivos de emigración. Pero ésta no es toda la
realidad. Junto a este orden, y precisamente a partir de los progresos logrados
por el mismo, vemos surgir los perfiles de un nuevo orden mundial más
multicéntrico, regulado e integrado. Está, en primer lugar,
el hecho imparable de los procesos de integración regional, que han
proliferado en la década de los noventa, desde el impulso que ha visto la
Unión Europea en esa década hasta la aparición de múltiples asociaciones
regionales a lo largo y ancho del planeta: en América (Mercosur, Nafta y
Alca), en Asia (Asean), en Oceanía (Anza, la unión de Australia y Nueva
Zelanda), llegando al importante hito de la constitución de la Unión Africana
en los últimos meses. En la mayoría de las ocasiones, estos procesos de
integración regional surgen con vocación de imprimir una nueva multipolaridad
a la escena global, con voluntad de unir países y así convertirse en
interlocutores frente a los grandes actores. Está, en segundo lugar,
la aparición de instituciones globales 'de nueva generación'. Frente al viejo
esquema, en el que instituciones internacionales como el FMI o el Banco
Mundial funcionan con un sistema de representación y voto por el que los
países más desarrollados lo deciden todo, están surgiendo nuevas
instituciones genuinamente multilaterales. Tal es el caso de la Organización
Mundial de Comercio, del Protocolo de Kyoto o del Tribunal Penal
Internacional. Está, en tercer lugar,
la aparición de una nueva conciencia global que se refiere a dos elementos:
por un lado, la democracia y los Derechos Humanos, y por otro, el rechazo a
los desequilibrios económicos, sociales y medioambientales del modelo actual
de globalización. Esa conciencia global es un fenómeno tan verificable como
los anteriores. Por ejemplo, en 1990 solamente entre 50 y 100 países estaban
adheridos a los principales Tratados internacionales sobre Derechos Humanos.
Pero a lo largo de la década se duplicó el número de adhesiones, de modo que,
para 1999, 191 países habían firmado la Declaración de los Derechos del Niño,
y en torno a 150 naciones suscribían los referentes a la no-discriminación de
la mujer, la no-discriminación por razas, los derechos civiles y políticos o
los derechos económicos sociales y culturales. Respecto al crecimiento de una
conciencia global crítica sobre el modelo dominante de globalización, baste
recordar el hecho obvio de que en apenas dos años el Foro Económico de Davos
ha encontrado en el Foro Social de Portoalegre un competidor más que serio y
respetable. Concluyamos, por tanto,
que la realidad global presenta todos los síntomas de hallarse en una gran
encrucijada, con un orden mundial establecido y con los gérmenes de otro
orden alternativo. La existencia de este último tiene mucho que ver con el
gran salto de reflexividad que ha dado la humanidad de la mano de las redes
mundiales de comunicación, que han roto muchas barreras a la información y,
en esa medida, han democratizado los asuntos públicos como nunca en la
historia. Hoy los accionistas conocen cómo actúan sus supuestos
representantes en las empresas, los consumidores conocen cómo se producen en
cualquier lugar del globo los bienes que consumen, los trabajadores se
coordinan a escala global, los ecologistas están informados en tiempo real
sobre los nuevos problemas ocasionados por la acción humana, los defensores
de los derechos humanos se enteran de cualquiera nueva violación a los mismos
en cualquier punto del planeta. La nueva reflexividad ha traído consigo el
desarrollo potencial y acelerado de una nueva conciencia global, motor de un
orden mundial alternativo, multicéntrico, más regulado y convergente. Sin embargo, la
situación de encrucijada no desaparecerá en poco tiempo. Aún quedan muchos
capítulos por escribir. La vuelta a la regulación, un episodio crucial que se
está dirimiendo ahora mismo después del fracaso del 'capitalismo de los
accionistas', deberá ser de nuevo tipo, superando tanto la levedad
autorregulatoria de ayer como el excesivo estatismo de anteayer. La
unilateralidad del orden actual sólo podrá ser sustituida por un nuevo
multilateralismo en la medida en que nuevos actores, como Europa, asuman un
papel propio y autónomo en el concierto mundial. El fortalecimiento de
instituciones como la Organización Mundial del Comercio no se decidirá por
decreto, sino con la adhesión cabal al libre comercio por parte de los países
más desarrollados, que son los que aún mantienen la mayoría de las barreras
proteccionistas. Además, esta
encrucijada no tiene por qué resolverse en un sentido de progreso. Sólo la
hará progresar la voluntad humana. Su primera manifestación debiera consistir
en que los partidos políticos formulen y defiendan un programa de acción a
largo plazo genuinamente mundial, que no sea contradicho a cada paso por sus
cálculos electoralistas. Comprenderán que esta
reflexión sobre el mundo como encrucijada levanta los ánimos, ante tanta
incertidumbre y tanto cambio. Y es que quizá, como los liberales ilustrados
que a finales del siglo XVIII soñaban con el Estado-nación constitucional,
hemos comenzado a vislumbrar una nueva era que, en un futuro indeterminado y
por obra de la voluntad humana, pudiera dar a luz a una sociedad global que
comparta su renta, se haga sostenible y establezca límites sociales a través
de instrumentos democráticos. Manuel Escudero es
vicedecano de Investigación y profesor de Macroeconomía del Instituto de
Empresa. |