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Publicado en EL PAÍS, 12 de septiembre
de 2002 El inquietante
nuevo rostro de EE UU JIMMY CARTER Se están produciendo
cambios fundamentales en la trayectoria política de EE UU con respecto a los
derechos humanos, nuestro papel en la comunidad de naciones y el proceso de
paz en Oriente Próximo, la mayoría de las veces sin debates concluyentes,
excepto los que a veces se celebran dentro del Gobierno. Algunos planteamientos
nuevos han evolucionado comprensiblemente desde reacciones rápidas y
juiciosas por parte del presidente George W. Bush ante la tragedia del 11-S,
pero otros parecen provenir del núcleo de conservadores que, bajo la tapadera
de la proclamada guerra contra el terrorismo, intenta conseguir objetivos que
ambicionaba desde hacía largo tiempo. Hasta ahora admirado
casi universalmente como el principal adalid de los derechos humanos, nuestro
país se ha convertido en el primer blanco de respetadas organizaciones
internacionales preocupadas por estos principios básicos de la vida
democrática. Hemos ignorado o
perdonado abusos en naciones que apoyan nuestra campaña contra el terrorismo,
mientras arrestábamos a ciudadanos estadounidenses como 'combatientes
enemigos', encarcelándoles en secreto e indefinidamente sin que estuvieran
acusados de ningún crimen y sin tener derecho a un asesor jurídico. Esta
política ha sido condenada por los tribunales federales, pero el Departamento
de Justicia parece inflexible, y la cuestión sigue siendo dudosa. Varios centenares de
soldados talibanes capturados permanecen encarcelados en la bahía de
Guantánamo en las mismas circunstancias, mientras el secretario de Defensa
declara que no serán liberados aunque un día se les juzgue y se les declare
inocentes. Estas acciones son similares a las de regímenes abusivos que
históricamente han sido condenados por los presidentes estadounidenses. Aunque el presidente
Bush se ha reservado su opinión, la gente se ve inundada por declaraciones
del vicepresidente y de otros altos cargos de la Administración de EE UU en
las que afirman que las armas de destrucción masiva de Irak suponen una
amenaza devastadora y prometen derribar del poder a Sadam Husein, con o sin
el apoyo de nuestros aliados. Como ha sido puesto de
relieve enérgicamente por aliados extranjeros y líderes responsables de
anteriores administraciones y funcionarios de la actual, Bagdad no representa
actualmente ningún peligro para EE UU. Enfrentado a un intenso control y a la
abrumadora superioridad militar de EE UU, cualquier acción beligerante por
parte de Sadam Husein contra un vecino, o incluso la más mínima prueba
nuclear (necesaria antes de la construcción de armas), una amenaza tangible
de emplear un arma de destrucción masiva o de compartir esta tecnología con
organizaciones terroristas, sería suicida. Pero es bastante posible que se
emplearan esas armas contra Israel o las fuerzas estadounidenses en respuesta
a un ataque de EE UU. No podemos pasar por
alto el desarrollo de armas químicas, biológicas o nucleares, pero una guerra
unilateral contra Irak no es la respuesta. Es imperiosamente necesaria la
acción de Naciones Unidas para imponer inspecciones sin restricciones en
Irak. Hemos retado de modo
contraproducente al resto del mundo, al renegar de los compromisos
estadounidenses con acuerdos internacionales laboriosamente negociados. Los
rechazos terminantes a los acuerdos sobre armas nucleares, la convención de
armas biológicas, la protección del medio ambiente, las propuestas contra la
tortura y el castigo a los criminales de guerra, han estado a veces
combinados con amenazas económicas contra aquellos que no están de acuerdo
con nosotros. Estos actos y afirmaciones unilaterales aíslan cada vez más a
Estados Unidos de las mismas naciones que necesita que se unan a la lucha
contra el terrorismo. Trágicamente, nuestro
Gobierno está abandonando cualquier patrocinio de negociaciones importantes
entre palestinos e israelíes. Al parecer, nuestra política consiste en apoyar
prácticamente cualquier acción israelí en los territorios ocupados y condenar
y aislar a los palestinos como blancos generales de nuestra guerra contra el
terrorismo, mientras los asentamientos israelíes se amplían y los enclaves
palestinos encogen. Todavía parece existir
una lucha dentro de la Administración en cuanto a la definición de una
política comprensible en Oriente Próximo. Los claros compromisos del
presidente de cumplir resoluciones clave de la ONU y apoyar la creación de un
Estado palestino han sido esencialmente negadas por las declaraciones del
secretario de Defensa de que en sus años de vida 'habrá alguna especie de
entidad que será establecida' y por su referencia a la 'así llamada
ocupación'. Esto indica un
alejamiento radical de las políticas de todas las Administraciones
estadounidenses desde 1967, siempre basadas en la retirada de Israel de los
territorios ocupados y en una paz auténtica entre los israelíes y sus
vecinos. Voces beligerantes y
que crean división parecen ser las que dominan ahora en Washington, pero
todavía no reflejan las decisiones finales del presidente, el Congreso o los
tribunales. Es crucial que los compromisos históricos y bien fundados de
Estados Unidos prevalezcan: con la paz, los derechos humanos, el medio
ambiente y la cooperación internacional. Jimmy Carter fue
presidente de EE UU desde 1977 hasta 1981. |