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Publicado en EL PAÍS, 13 de diciembre
de 2002 Cuando los
elefantes se pelean IGNASI CARRERAS La República Dominicana cuenta con unos
30.000 productores de leche. La mayoría de ellos son dueños de pequeñas
explotaciones ganaderas y sufren una pobreza extrema. Pese a que los niveles
de consumo nacional se han doblado a lo largo de los últimos diez años, la
demanda creciente ha sido absorbida por la competencia barata de leche en
polvo, proveniente en su mayoría de la Unión Europea. Las importaciones de
leche se han triplicado a lo largo de los últimos diez años, expulsando del
mercado a 10.000 pequeños productores dominicanos, que han sido incapaces de
soportar la competencia de los precios europeos. La mayor parte de estos
productores se han visto abocados a emigrar a Santo Domingo, Estados Unidos o
Europa, y quienes se han quedado se ven obligados a producir en condiciones
tan inciertas como las que ofrece el cacao, cuyo precio se ha desplomado en
los últimos cinco años. Muchos se preguntarán cómo es
posible que un ganadero danés, con costes de explotación mucho más altos que
los productores dominicanos, sea capaz de ofrecer precios más baratos. La
razón principal hay que buscarla en las ayudas que la UE concede a la
exportación de ciertos productos. En el caso de la leche en polvo, Intermón
Oxfam estima que la UE vende en el exterior por un precio que es la mitad de
su coste real de producción. En términos económicos, eso se llama dumping,
pero mucha gente en la calle se limitaría a calificarlo de simple injusticia.
En conjunto, los contribuyentes y
consumidores europeos pagan 16.000 millones de euros anuales para sostener el
sector lácteo europeo, lo que supone conceder a cada una de sus vacas una
renta per capita de 2 dólares diarios; justo el doble de lo que
ingresan 1.200 millones de seres humanos cada día. La mayor parte de estos
fondos cae en manos de grandes compañías procesadoras y exportadoras, como la
sueco-danesa Arla o la francesa Lactalis, que ven crecer sus ingresos en un
sector cuya concentración es imparable. Regiones europeas como el norte de
España ven disminuir su número de productores cada día, en un goteo
permanente que ha reducido a la mitad la cifra total en la UE durante la
última década. Resulta reconfortante escuchar a
los líderes europeos en su encendida defensa de la Política Agraria Común
(PAC). Describen un paisaje idílico, en el que la UE garantiza la pureza de
sus parajes y tradiciones frente a la amenaza del desalmado capitalismo
agrario de EE UU y sus aliados. Sin embargo, la PAC real tiene muy poco que
ver con esta imagen: pese a los intentos de reforma, se ha convertido en un
sistema errático que persigue una cosa y la contraria. Dice defender el medio
rural y a sus habitantes, mientras promueve un modelo de producción intensiva
orientado a copar los mercados internos y externos. Un modelo que concentra
las ayudas de forma mayoritaria en los grandes agricultores y que genera
inquietud entre los consumidores con escándalos alimentarios periódicos. Un
modelo, en fin, que niega a los productores del Tercer Mundo su legítimo
derecho a producir y competir en un mercado en el que son altamente
eficientes. Hoy es más necesaria que nunca una
Política Agraria Común fuerte y bien financiada, pero la PAC que queremos
tiene poco que ver que con la actual. Es urgente una reforma en profundidad
del actual modelo, y el primer paso es acabar con el dumping en las
exportaciones agrarias. En la práctica, renunciar a este objetivo supone dar
un giro radical a la orientación actual. Supone centrar los recursos en el
desarrollo rural y la protección del medio ambiente, garantizando una vida
digna para la agricultura familiar europea a través de precios y ayudas que
reflejen el verdadero coste de producción y remuneren su incalculable
aportación a la sociedad. Queramos o no, la PAC tendrá que
cambiar. El proceso de ampliación, las negociaciones de la Organización
Mundial de Comercio y la crisis de legitimidad interna están forzando un
modelo que ya no se sostiene. Varios gobiernos europeos -liderados por
Francia, y entre los que se encuentra el español- se han negado a aprovechar
la oportunidad que ofrece el proceso de Revisión a Medio Plazo de la Agenda
2000 de la Unión Europea. Una vez más, las políticas miopes y los intereses
de un grupo de privilegiados jugarán en contra del interés común. Sólo una
alianza social amplia, como la que ya se está construyendo en países como
Francia, Alemania y España, será capaz de movilizar a la opinión pública a
favor de una reforma de la PAC. La Unión Europea se ha enzarzado
con EE UU en un teatro de hipócritas, en el que ambos incrementan y disfrazan
sus ayudas para adaptarlas a unas normas comerciales que ellos mismos han
diseñado. Para sostener su inaceptable posición, ambos argumentan la posición
del otro, como en una pelea de elefantes descontrolados. Desgraciadamente,
los africanos saben bien que "cuando los elefantes se pelean, quien
sufre es la hierba". Ignasi Carreras es director general de
Intermón Oxfam. |