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Publicado en EL CORREO, 18 de mayo
de 2002
El comercio, en pie de guerra
JOAQUÍN ARRIOLA
Cuando Estados Unidos decidió imponer restricciones a
sus importaciones de acero, su secretario de comercio, Robert Zoellick,
señaló como países objetivos de la medida a Rusia y a la Unión Europea, con
algunas advertencias menores a Japón, India, Corea del Sur y Brasil.
En el caso de Rusia, las cosas estaban claras: se trataba de doblarle la mano
al Gobierno de Putin para que abriese de nuevo su mercado a las importaciones
de pollo norteamericano, pues este país absorbe la mitad de las exportaciones
estadounidenses de ese ave, si es que aún se puede denominar así a una
especie de mutante, recluido desde su nacimiento en estrechas jaulas, y
alimentado a partir de hormonas y piensos artificiales.
Pero en el caso de la Unión Europea, el otro destinatario declarado de los
controles a la importación de acero, las cosas no se limitan a un quid pro
quo tan evidente, pues su peso en las importaciones norteamericanas es muy
reducido, al abastecerse sobre todo de Rusia, Japón y Brasil. ¿Cómo se
explican entonces las reiteradas alusiones a la UE en este contexto?
En mi opinión, hay que entender la medida en concordancia con los esfuerzos
norteamericanos por mantener su divisa como la moneda de referencia mundial
en la constitución de reservas y realización de los pagos internacionales.
Estados Unidos afronta un desequilibrio en su comercio internacional desde
1971 (primer año en que su balanza comercial presenta un saldo negativo de
2,7 billones de dólares, casi 9.500 dólares por norteamericano), con
emisiones de dólares que el resto del mundo se ve obligado a aceptar, y con
el control que mantiene sobre los flujos financieros, gracias al poder de su
moneda como activo-refugio. Cuando las cosas se ponen feas, todo el mundo
liquida sus operaciones para obtener dólares, los coloca en el mercado
norteamericano y espera hasta que las cosas mejoren. Esta demanda de dólares
hace que solamente el banco central de Estados Unidos, y no los de los demás
países, pueda influir sobre los mercados financieros mundiales.
Pero este peso político y económico del dólar está en peligro por el déficit
comercial de Estados Unidos, que equivale a 1.200 dólares por norteamericano
en 2001, mientras que el superávit de Eurolandia representó 165 euros por
cada ciudadano europeo. El mayor déficit del conjunto de la UE se registró el
año pasado con China (-45.000 millones de euros), pero el mayor superávit fue
con Estados Unidos (+45.000 millones de euros). En términos puramente
técnicos, esta situación debería provocar una apreciación del euro respecto
al dólar. Si ello no ocurre, es por la intervención de otros elementos en la
cotización de las divisas, en particular los esfuerzos de Estados Unidos para
mantener la dirección de los asuntos económicos internacionales y mundiales,
favorecidos por el disfrute de dos ventajas absolutas respecto al resto del
mundo: su moneda y sus fuerzas armadas.
Por ello, para interpretar adecuadamente los actuales movimientos
proteccionistas, hay que ponerlos en el contexto: en 1995 se puso en marcha
una nueva organización internacional, la Organización Mundial de Comercio,
cuyos primeros pasos no pudieron ser más desafortunados. A la sospecha más
que fundada por parte de los países subdesarrollados de que el objetivo
fundamental era hacer pasar a manos de las multinacionales sus sectores de
construcción, turístico, servicios a las empresas y servicios públicos, se
unían las reticencias de la Unión Europea a la hora de reducir los altos
niveles de protección de su mercado agrícola. El fracaso de la reunión de
Seattle obedece más a este desencuentro que a la presencia de los militantes
contra la globalización, los cuales acabaron acaparando la atención de los
medios ante la falta de noticias desde la sala de reuniones de la OMC.
Desde entonces, la Administración norteamericana se empeñó en un esfuerzo por
salvar a la OMC de la inoperancia total. La reunión de Doha salió bien, sobre
todo porque la UE aceptó iniciar un debate multilateral para modificar su
política agrícola común, hoy por hoy la principal barrera arancelaria del
mundo. Pero las reticencias mostradas y las salvaguardas establecidas por los
responsables comunitarios probablemente han pesado para que, después de dicha
reunión, Estados Unidos abra la caja de los truenos del proteccionismo con
las anunciadas medidas contra las importaciones de acero.
Sin duda, en este movimiento hay algo más que lo que el Gobierno
estadounidense ha afirmado. No se trata solamente de dar un respiro a su
industria siderúrgica para que lleve a cabo una reconversión que los europeos
hicieron hace tres lustros. Tampoco se trata de un órdago para lograr un
acuerdo de reducción de producción mundial, otro de los objetivos declarados
de la medida.
Hay que tener en cuenta que detrás de estos movimientos está el
convencimiento norteamericano de que su posición dominante puede verse
debilitada si la demanda de euros comienza a reflejar el peso de Eurolandia
en el comercio internacional. Y, en ese caso, Estados Unidos tendría
finalmente que aceptar realizar un ajuste económico interno para recomponer
su balanza comercial. Una humillación ante el resto del mundo que puede tener
un impacto psicosocial equivalente a la guerra de Vietnam.
El factor determinante en la modificación del papel internacional de las
monedas no es económico, sino político. Mientras Estados Unidos siga
dirigiendo el concierto del comercio mundial, mientras los cambios en las
estructuras y las políticas comerciales pasen por una decisión de la
Administración norteamericana, el dólar seguirá siendo la moneda mundial sin rival
alguno.
Por eso es vital que, en un asunto de poca trascendencia económica para la
UE, Estados Unidos señale a Europa como destinatario de su decisión
unilateral de restringir las importaciones de acero: en realidad, se está
enviando una señal al mundo de quién manda realmente en la escena
internacional. El corolario de todo ello es evidente: hasta que los gobiernos
europeos no asuman que no estamos tratando de economía, sino de política,
Estados Unidos seguirá incontestablemente dirigiendo el concierto mundial de
las naciones.
Joaquín
Arriola es profesor de Economía de la
UPV/EHU
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