Tomado de Christopher Silvestre.
1999. Las grandes entrevistas de la historia 1859-1992. México: El
País-Aguilar (escaneado por Jesús A. Treviño)
Entrevistado por
George Sylvester Viereck (Liberty, 9 de julio de 1932)
Adolf Hitler ( 1889-1945) , el dictador alemán, nació en Austria. Era hijo de un oficial de aduanas que cambió su apellido de Schicklgrüber a Hitler. Desde muy joven, su ambición fue convertirse en artista y arquitecto, pero sus deseos se vieron frustrados por el fracaso académico. Vivió varios años en Viena, donde desempeñó diferentes trabajos incidentales y germinó su rechazo hacia los judíos y los sindicalistas. Se " trasladó a Múnich en 1913 para librarse del servicio militar, pero al año siguiente, cuando fue declarada la guerra, se alistó en el ejército bávaro. Habiendo alcanzado el grado de cabo, fue galardonado con la Cruz de Hierro (primera clase) por su valor como correo, pero cuando llegó el final de la guerra era un inválido. Había sido herido y, como consecuencia de un ataque con gases perdió temporalmente la vista: Su amargura por la derrota, de la que culpaba a los judíos ya los socialistas, le indujo a infiltrarse como espía del ejército en partidos políticos minoritarios. Finalmente, se unió a uno de ellos, haciéndose rápidamente con el control y rebautizándolo con el nombre de Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores. En 1923 tomó parte en el "Putsch de la cervecería" en Múnich, un conato de golpe de Estado contra el Gobierno republicano de Baviera. La policía barrió con sus ametralladoras la marcha de las tropas de asalto nazis y Hitler pasó nueve meses en la cárcel, durante los cuales dictó a Rudolf Hess Mein Kampf (Mi lucha), su credo político autobiográfico. Tras su liberación empezó a atraer el respaldo de las masas hacia el Partido Nazi. En plena depresión económica, Hitler recurrió a su comprensión intuitiva de la psicología de las masas, a la manipulación de la paranoia antisemita ( que él mismo compartía) ya su forma de entender la propaganda y la "gran mentira ", para crear una coalición de obreros, industriales del Ruhr y financieros descontentos. Se presentó, sin éxito, alas elecciones presidenciales de 1932, pero su contrincante en las mismas, Paul von Hindenburg, le nombró canciller en enero de 1933. En pocas semanas había organizado la quema del Reichstag, culpando de ella a los comunistas y, en los subsiguientes comicios generales, los nazis se dedicaron a intimidar a otros partidos, asegurándose la victoria por una estrecha mayoría. A partir de ese momento, Hitler fue asumiendo progresivamente el poder absoluto y recurrió a su cuerpo de seguridad, las SS, para purgar a los nazis rivales en 1934. Puso en marcha el rearme de Alemania y adoptó una política exterior agresiva y expansionista, recobrando las tierras del Rin, anexionándose Austria e invadiendo Checoslovaquia. Su ataque contra Polonia desencadenó la II Guerra Mundial. Se suicidó en compañía de su amante, Eva Braun (con la que se casó en el último minuto), en 1945, cuando los rusos estaban a punto de penetrar en su búnker subterráneo.
Como entrevistado,
Hitler distaba mucho de ser un personaje ideal, dado que era profundamente
egocéntrico. Cuando recibió a H. R Knickerbocker, del Chicago Tribune, éste
sólo tuvo ocasión de hacerle un par de preguntas antes de que Hitler se
embarcase en un monólogo de noventa minutos como si estuviera dirigiéndose a
una multitud. La tendencia al monólogo está también presente en esta
entrevista, realizada por George Sylvester Viereck. El periodista le había
visitado por vez primera en 1923 "cuando aún era prácticamente un
desconocido...". Entonces escribió: "Si es que vive, este hombre hará
historia, para bien o para mal". Hizo ambas cosas. Le definió como
"el mecanismo de sobrecompensación del complejo de inferioridad alemán
".
Viereck estuvo más
acertado en sus predicciones que la periodista norteamericana Dorothy Thompson,
que también entrevistó a Hitler en abril de 1932 para Cosmopolitan. La
tuvo esperando una hora y no consiguió impresionarla lo más mínimo:
"Cuando finalmente tuve acceso al salón de Adolf Hitler en el Hotel
Kaiserhof, estaba segura de que iba a entrevistar al futuro dirigente de
Alemania. En menos de un minuto me convencí de lo contrario. No me lle,'ó más
tiempo darme cuenta de la pasmosa insignificancia de un hombre que ha
despertado la curiosidad del mundo. Era un ser amorfo, carente de identidad, un
individuo cuyo semblante es una caricatura, cuyo esqueleto es cartilaginoso,
sin estructura ósea. Es irrelevante y voluble, desequilibrado, inseguro. Es el
paradigma en persona del Hombrecillo". La entrevista fue posteriormente
publicada en forma de un libro titulado I Saw Hitler. Furioso, Hitler
responsabilizó a Putzi Hanfstaengl, que había estudiado en Harvard y era el
encargado de las relaciones con la prensa extranjera. Éste declaró que Thompson
había acudido borracha a realizar la entrevista.
Por lo que a Viereck
se refiere, expresó sus dudas acerca de las historias de atrocidades cometidas
por los alemanes a finales de la década de 1930 e intentó mantener a Estados
Unidos al margen de la II Guerra Mundial. Posteriormente, fue hecho prisionero
y padeció psicosis de guerra. Su carrera como entrevistador se vio truncada
antes de la posguerra.
—Cuando me haga cargo de Alemania
terminaré con el vasallaje ante el extranjero y con el bolchevismo en nuestro
país.
Adolf Hitler apuró su
taza como si en lugar de té contuviese la esencia vital del bolchevismo.
—El bolchevismo es
nuestra mayor amenaza —prosiguió e1 jefe de los camisas pardas, los fascistas
alemanes, mientras me dirigía una mirada ominosa—. Acabar con el bolchevismo es
devolver el poder a setenta millones de personas. Francia no debe su potencia
al ejército, a sino a las fuerzas del bolchevismo y la disensión que actúan en
el seno al de nuestro país. El bolchevismo alemán mantiene vigentes los
tratados de Versalles y Saint-Germain. El Tratado de Paz y el bolchevismo son dos
cabezas de un mismo monstruo, Debemos segar ambas.
Cuando Adolf Hitler anunció su programa, el advenimiento del Tercer Imperio que proclamaba parecía encontrarse aun al final del arco iris. Elección tras elección, el poder de Hitler fue creciendo. Aun siendo incapaz de desalojar a Hindenburg de la presidencia, Hitler lidera hoy el mayor partido de Alemania. A menos que Hindenburg asuma poderes dictatoriales o que un giro inesperado dé al traste con todas las previsiones, el partido de Hitler se encargará de organizar el Reichstag y controlará al Gobierno. La lucha de Hitler no va dirigida contra Hindenburg, sino contra el canciller Bruening. No es probable que el sucesor de éste pueda mantenerse en el poder sin el apoyo del nacionalsocialismo.
En su fuero interno,
muchos de los que votaron por Hmdenburg estaban con Hitler, pero un sentido
profundamente arraigado de la lealtad les había impulsado a conceder su voto al
viejo mariscal de campo. A menos que de la noche a la mañana surja un nuevo
líder, no hay nadie en Alemania que pueda enfrentarse a Hitler a excepción de Hindenburg, y Hindenburg tiene ochenta y cinco años! El tiempo y la
recalcitrante oposición de Francia juegan a
favor de Hitler, de no ser que un movimiento en falso por su parte o la disensión
en el seno del partido le nieguen la oportunidad de asumir el papel de un
Mussolini alemán.
El primer imperio
alemán tocó a su fin cuando Napoleón obligó al emperador austriaco a rendir la
corona imperial. El segundo lo hizo cuando
Guillermo II, siguiendo los consejos de Hindenburg, buscó refugio
en Holanda. De manera lenta, pero imparable, empieza a emerger el
III Reich, aunque puede que prescinda de cetros y coronas.
No entrevisté a Hitler
en su cuartel general de Múnich, sino en la residencia privada de
un antiguo almirante de a Marina alemana. Discutimos el futuro de Alemania en
torno a unas tazas de té.
—Porqué
se define usted como nacionalsocialista, cuando su programa de partido es la antítesis
misma de todo aquello que normalmente se vincula con el socialismo?
Como respuesta, Hitler puso su taza de té
sobre la mesa y se dirigió a mí con tono beligerante.
—El
socialismo es la ciencia que se ocupa del bien común. El socialismo no es lo
mismo que el comunismo. El marxismo no es el socialismo. Los marxistas se han
apropiado del término y han cambiado su significado. Yo arrebataré el
socialismo a los socialistas.
"El socialismo es una antigua institución aria y germánica. Nuestros antepasados compartían ciertas tierras y cultivaban la idea del bien común. El marxismo no tiene derecho a disfrazarse de socialismo. Al contrario que el marxismo, el socialismo no rechaza la propiedad privada. Al contrario que el marxismo, no implica renegar de la propia personalidad. Al contrario que el marxismo, el socialismo es patriótico.
"Podríamos haber escogido el nombre de Partido Liberal, pero decidimos llamarnos a nosotros mismos nacionalsocialistas. No somos internacionalistas; nuestro socialismo es nacional. Exigimos que el Estado satisfaga las justas reclamaciones de las clases productoras sobre la base de la solidaridad racial. Para nosotros estado y raza son la misma cosa.
Hitler no responde al prototipo germánico puro. Su pelo oscuro denuncia la existencia de algún antecesor alpino. Durante años se negó a ser fotografiado. Formaba parte de su estrategia. Deseaba ser conocido tan sólo por sus amigos, de modo que en los momentos de crisis pudiese aparecer en cualquier lugar sin ser detectado. Hoy ya no es un desconocido, ni siquiera en las más remotas aldeas alemanas. Su apariencia contrasta de un modo extraño con la agresividad de sus opiniones. Nunca hubo reformista de tan amables maneras capaz de echar a pique el barco del Estado o de segar tantas gargantas políticas. Continué con mi interrogatorio.
—¿Cuáles
son los pilares básicos de su plataforma?
—Creemos
en una mente sana en un cuerpo sano. El cuerpo político debe estar sano para
que el espíritu pueda ser saludable. La salud, moral y la física son la misma
cosa.
—Mussolini
-le interrumpí- me hizo la misma observación. Hitler sonrió de oreja a oreja.
—El
ambiente de los barrios bajos es el responsable de las nueve décimas partes de
toda depravación humana, y el alcohol de la restante. Ningún hombre saludable
puede ser marxista. Los hombres sanos reconocen el valor del individuo. Nos
enfrentamos a las fuerzas del desastre y la degeneración. Baviera es un lugar
relativamente saludable porque no está totalmente industrializado. Sin embargo,
toda Alemania, incluida Baviera, está condenada a una industrialización
intensiva debido a lo limitado de su territorio. Si deseamos salvar a Alemania
debemos asegurarnos de que nuestros agricultores permanezcan fieles a la
tierra. Para conseguirlo habrán de disponer de espacio para respirar y para
trabajar.
—¿De
dónde"saldrá ese espacio?
—Debemos conservar las
colonias y expandirnos hacia el Este. Hubo un tiempo en que podríamos haber
compartido el dominio del mundo con Inglaterra.
Ahora sólo podemos estirar nuestras acalambradas piernas hacia el Este. El
Báltico es esencialmente un lago alemán.
—¿No sería posible para Alemania reconquistar económicamente
el mundo sin ampliar su territorio? —pregunté.
—Hitler negó enfáticamente con la cabeza.
—El
imperialismo económico, como el militar, depende del poder. No puede existir un
comercio global a gran escala sin un poder a nivel mundial. Nuestro pueblo no
ha aprendido a pensar en términos de poder y comercio globales. En cualquier
caso, Alemania no puede crecer comercial o
territorialmente hasta que recupere lo que ha perdido y se encuentre a sí
misma.
"Estamos en una situación similar a
la de un hombre cuya casa ha e de ardido. Antes de embarcarse en planes más
ambiciosos, necesita un tejado bajo el que
guarecerse. Hemos conseguido levantar un refugio de emergencia que nos protege
de la lluvia, pero no habíamos contado con el granizo. Sobre nosotros han caído
auténticas tormentas de calamidades. Alemania ha vivido un temporal de
catástrofes nacionales, morales y económicas.
"Nuestro desmoralizado sistema de
partidos es un síntoma del desastre. Las mayorías parlamentarias fluctúan con
arreglo a la moda del momento. El Gobierno parlamentario abre las puertas al
bolchevismo.
—¿No es partidario, como lo son algunos militaristas
alemanes, de una alianza con la Rusia soviética?
Hitler elude una
contestación directa a esta pregunta. Ya lo había hecho antes, cuando Liberty
le pidió que respondiese a la afirmación de Trotski de que su toma del
poder en Alemania supondría una lucha a muerte entre las naciones europeas,
encabezadas por Alemania, y la Unión Soviética: "Probablemente a Hitler no
le convenga atacar al bolchevismo en Rusia. Incluso es posible que, si corre
peligro de perder el juego, considere una posible alianza con el bolchevismo
como su última baza. Si, como sugirió en una ocasión, el capitalismo se niega a
reconocer que los nacionalsocialistas son el último baluarte de la propiedad
privada, si el capital dificulta su lucha, Alemania podría verse empujada a
ceder al seductor canto de la sirena soviética. Pero él parece decidido a
impedir como sea que el bolchevismo arraigue en Alemania ".
Hasta el momento,
Hitler ha respondido con recelo alas propuestas del canciller Bruening y otros
políticos, que deseaban formar un frente político unido. No cabe duda de que
ahora, a la vista del constante aumento de los votos favorables al
nacionalsocialismo, Hitler estará más predispuesto a llegar a acuerdos sobre
asuntos esenciales con otros partidos.
—Las
combinaciones políticas de las que depende un frente unido -me señaló Hitler-
son demasiado inestables. Hacen prácticamente imposible una política claramente
definida. En todas partes observo un permanente vaivén de compromisos y
concesiones. Nuestras fuerzas constructivas se enfrentan a la tiranía de los
números. Cometimos el error de aplicar la aritmética y los mecanismos del mundo
económico a la vida. Estamos amenazados por un crecimiento constante de las
cifras y una progresiva disminución de los ideales. Los números como tal
carecen de importancia.
—Pero
suponga que Francia tomase represalias invadiendo suelo alemán. Ya lo hizo
antes en el Ruhr; puede hacerlo de nuevo.
—No
importa cuantos kilómetros cuadrados ocupe el enemigo —respondió
Hitler enormemente soliviantado—si
despierta el espíritu nacional. Diez millones de alemanes libres, dispuestos
a morir a cambio de que su pai5 pueda vivi1; son más poderosos que cincuenta
millones cuya voluntad está paralizada y cuya conciencia racial está infectada
por extranjeros.
"Queremos una gran Alemania que
unifique todas las tribus germánicas. Pero nuestra salvación puede tener su
origen en el más pequeño de los rincones. Aunque sólo dispusiéramos de cuatro
hectáreas de terreno, si estuviéramos empeñados en defenderlas con nuestras
vidas, esas cuatro hectáreas se convertirían en el foco de la regeneración. Nuestros
trabajadores tienen dos almas: una es alemana, la otra es marxiana. Hemos de
hacer que despierte el espíritu alemán. Debemos extirpar el cáncer del
marxismo. El marxismo y el germanismo son antitéticos.
"En mi visión del Estado alemán no
habrá lugar para el extraño, para el derrochador, el usurero o el especulador,
ni para nadie que sea incapaz de realizar un trabajo productivo.
Las venas de la frente
de Hitler se hincharon amenazadoramente. Su voz llenaba la habitación. Hubo un
ruido en la puerta. Sus seguidores, que permanecen siempre cerca de él, como
una guardia personal, recordaron al líder que debía asistir aun mitin para
arengar a los reunidos.
Hitler se bebió el té de un trago y se
levantó.