PABLO MORA


 

DICIEMBRE

I

Alto para fijar el horizonte, para otear la plenitud del d�a. Campanada de garza aleteando en la cresta de alg�n cipr�s dormido, en busca del anafre o del camino. Un par de sue�os despertando auroras. Un par de ojos descubriendo estrellas. Alma escarbando abrojos, serran�as. Dos luceros velando en fogarada. La Luna vigilando, bien despierta, al hombre entretejiendo sus jornadas. Un modo de mirar, mirar despacio las sombras infinitas de los �rboles, sus quejas, sus lamentos, sus latidos. Comp�s para medir la lontananza, la distancia entre el sue�o y el olvido.
Hallazgo de la vida, dentro, fuera. Atinar con el pr�ximo jal�n. Inventar nuevas rutas, nuevas eras, el viraje que a diario nos aguarda. Hurgarse, hundirse, ser sentirse, serse. Llegar a enero vivos todav�a. Dar con la vena justa de la gracia o con el alma de la patria en ascuas. Paso de lluvia en torrencial suspiro mientras la madre su bocado implora. Un ni�o que en harapos llanto apa�a. Una manera de sabernos vivos mientras cruzamos noche, tempestad, neblina, vendaval y cangil�n, pena, chaparr�n, vida o sobrevida.
Diciembre: villancicos, serenatas, cuando bajan los �ngeles a tierra para sentirle al hombre su quejido. Diciembre: lumbre, diapas�n y canto. El abrazo temprano a nuestra madre que empieza, que prosigue, que culmina. Diciembre: el timbre con que el viento invita a seguirle los pasos a la vida, envueltos en rastrojos de la muerte. Remanso suspendido en la jornada para tomarle el pulso al ventisquero, a la tormenta, al rayo, al hurac�n.
Sabor a trigo, a leche a miel, a rosas, a durazno, que como un coraz�n reci�n nacido al despuntar el d�a palpita entre los dedos de las hojas por su sola dulzura sostenido. Himno con que cantamos a la vida en busca de una humanidad en paz tras un amanecer de cara al hombre, de espaldas a la noche que nos cruza. Tras un amanecer que al fin alumbre un d�a con la noche esclarecida de azul ma�ana que la fe vislumbre.

II

La luz en lontananza que nos mira. Infinito fulgor acurrucado en nuestros pies, en nuestras vagas sombras. Los �rboles, la noche, entre los nidos. Un duendecillo en medio de la fronda. Los hombres tras la tierra prometida. Soplo de brisas, canto, resplandor. Fabuloso recuerdo alborozado. El hombre, tierno ni�o, desenfunda la alegr�a escondida entre la infancia. Pasos del viento, chispas de luci�rnagas. Paso del Tiempo, paso de la gloria con que enga�amos a las propias penas.
El hombre encandilado por sus sue�os. El hombre a solas con su propia sombra. Noche de luces, noche iluminada. Para un Dios que r�a como un ni�o. Para un hombre que r�a como un Dios. Silencio y soledad, clara ternura, a�oranza sutil sin aspaviento, hacia la luz total de nuestras cosas, hacia la luz total de la esperanza.
La dulce sombra del com�n destino mientras murmura alrededor la noche, arrodillada en los fogones yertos. Oscuridad de noche confundida en medio de la lumbre peregrina, encima del estruendo del misterio. Fragancia matutina, gloria breve. La clara majestad de los caminos. El tiempo fatigado de infinitos, el que a la muerte sin cesar nos lleva.
Una luz, un candil intermitente, soledad de un ligero arrobamiento, s�lo de asombros infinitos llena, la vida es una gloria suspendida. Descubrirse, encontrarse, hallarse, abrirse, desencerrar la pauta que nos falta. Vivir sin miedo, en libertad, de veras. Toparnos con el coraz�n silente que nos oye, nos sigue y nos conoce. Dar con el lagrim�n de la vereda, latigazo que a todos atribula. Gozo, bondad y sobre todo paz para la buena voluntad del hombre. Tras esta oscuridad que nos circunda. La cresta de un lucero que nos mira, por el postigo coraz�n mirando. Pausa para mejores madrugadas. Una pregunta en pie para los hombres. Para el pobre que nunca tiene nada. Para el triste que llora su amargura.

III

J�bilo, alumbramiento, bienvenida. Ara en fulgor para el altar del tiempo. Luz en la voz y luz en las miradas. Gloria en la luz y en el amor del d�a. Llamarada de paz para la nave colmada de borrascas en la noche. Algo mejor para el ma�ana incierto. De nuevo ni�os con asombro puro.
Aire de claridad en la amargura. C�smica fuerza sobre el mundo alzada. Los p�jaros, los �rboles, la tarde, al habla con la brisa y con los hombres. Victoria de la noche de luceros saturada, victoria de la vida. La sangre universal cuando concilia la Tierra con los seres y la Nada.
Dios acicateando resplandores. La ternura del hombre florecida. Paz, gozo, amor, en yunta con la vida, para una humanidad en pie de guerra. Latido de corderos y de �ngeles anunciando la paz a los pastores. Paso del tiempo, paso de las cosas. Paso del hombre a solas con su sombra.
Estrella en el camino de los magos. Estrella para el hambre de los pobres. Lumbre para escaparnos de la muerte cuando la noche necia nos persigue. Manera de decir que Dios existe sin que nadie conozca sus resabios. Vieja costumbre de jugar a Paz entretanto la tierra se desangra.
Deseo de partir al infinito. De cara hacia el misterio. Para siempre. Luz de la luz, en gozo reverente, deslumbrando los tr�nsitos finales. Balc�n por donde un ni�o al mundo asombra con sus hombros cargados de juguetes. La noche fulgural donde nacemos cuando a morir apenas comenzamos.

IV

Un ni�o con nosotros de la mano la puerta del misterio nos descubre. La sombra de la aldea galopando auroras, portachuelos, madrugadas. Definitivamente encandilados frente al d�a en que el odio no amanezca, seguimos puntualmente el paso al sol, esquivando las garras de la guerra.
Hurg�ndole el pavor a la jaur�a, ce�ido el hombre de esperanza, sigue hacia la luz fugaz de sus fogones, hacia las cumbres donde duerme en paz. Calienta el pan, la claridad calienta. Apura el vino, la piedad apura. Bendice el fuego, la bondad bendice. Santigua el d�a, su morral santigua.
De viaje hacia el conf�n del vuelo, el hombre conf�a plenamente en su destino, pregunta por la noche al mediod�a, al til�n por la suerte de su infancia. Til�n, til�n, til�n, la campanada anuncia la llegada de la aurora, el transparente gozo de la luz, el esplendor triunfal de la alegr�a.
�Ay del que viva lejos de su infancia, del que no sepa de ning�n lucero, del que ignore el color de las ovejas y del que ausente de su ser delire! �Feliz quien con Francisco, atento, asista al canto matinal de los turpiales! �Feliz el simple labrador que sue�a en ver crecer la flor en sus plant�os!
Diciembre altivo en las fulgentes eras. Diciembre en el fulgor de la alegr�a. En los ojos azules de los �ngeles y en el hambre del pobre y su quebranto. Diciembre, alumbramiento, bienvenida. Diciembre, asombro, arrobo y fogonazo. Diciembre, claridad en la amargura, para el pobre que duerme en el barranco.


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