La peor parte de morir es…

 

Artículo traducido de:
CNN – 10 Mayo 2004
http://www.cnn.com/2004/WORLD/meast/05/10/penhaul/

Alguna vez te conte acerca de aquella vez cuando un pelotón de ’Marines’ y yo nos enfrentamos a insurgentes iraquíes en una casa en Fallujah ?

Esa podría ser la primera línea de un relato que contaré alguna vez en un bar cuando las monedas en mi bolsillo no alcancen para la última cerveza.

Hablaré acerca del ’whoosh’ de los RPG golpeando las paredes, las fuertes explosiones de mortero, las granadas, el miedo, y el intermitente sonido de fusiles Kalashnikov disparando.

Me referiré a aquellos dias en el frente de batalla – unos días en Abril y Mayo (2004), - durmiendo en el suelo de una casa ocupada por un pelotón de ’marines’.

Como prueba de coraje periodístico bajo fuego, explicaré como pase dos semanas sin ducharme, comiendo raciones militares en bolsas plásticas, y usando un chaleco antibalas para poder enviar imagenes de Fallujah al resto del mundo.

Pero me estaría faltando decir lo mas importante. Quizás uno de los ’marines’ lo puede decir simplemente así: ’La peor parte de morir es que ese día empieza igual que cualquier otro, y de repente todo acaba’

Un día, estaba sentado con mi camarógrafo en el techo de una casa familiar - convertida en puesto de avanzada por los ’marines’ – al noroeste de Fallujah. Balas disparadas por pobremente entrenados francotiradores iraquíes zumbaban por sobre nuestras cabezas, como usualmente sucedía al atardecer.
Nos sentamos con un grupo de jovenes soldados.
Algunos todavía tenían acné, muchos tenían problemas con sus enamoradas, y todos esperaban con ansias la siguiente encomienda que sus madres les enviarían.

Uno de ellos, me parece recordarlo ahora, era un joven cabo. Era un día como cualquier otro, y conversabamos para pasar el tiempo.
Ahora ese cabo está muerto.

Era un lunes, 26 de Abril, y yo estaba con un pelotón de ’marines’ antes del amanecer. La misión era avanzar 200 metros desde nuestro puesto de avanzada y ocupar dos casas mas donde los soldados pondrían puestos de observación.

Las casas habían sido abandonadas varios días atrás y los soldados se abrieron paso a traves de los muros e hicieron varios orificios para francotiradores.

Durante las primeras horas todo estaba tranquilo. Parecía ser igual que cualquier otro día normal.

De repente, el sonido de las armas automáticas se hizo muy intenso. RPGs iluminaron las habitaciones al impactar contra las ventanas donde se encontraban nuestros soldados, quienes a su vez disparaban contra otro grupo de insurgentes que estaban lanzando granadas hacia nuestra posición.

Los primeros 10 minutos fueron inquietantes, aterradores quizá, si hubo suficiente tiempo para sentir miedo.
Luego todo parecía como en camara lenta. ’Marines’ gritando y ensangrentados fueron traídos de otras habitaciones y del techo.
Del pelotón de 55 soldados, el cabo que mencioné anteriormente había muerto y creo que otros 14 soldados fueron heridos. Uno de ellos perdio un dedo pulgar, tuvo suerte de no perder el brazo. Otro casi pierde un ojo.

Ese día, las probabilidades de salir de allí sin heridas eran menores que cuatro a uno – una probabilidad muy baja siquiera para que fuera una apuesta segura en una carrera de caballos.

No pudimos mostrar en televisión las imagenes de las victimas dando su sangre, porque sus familias todavía se encontraban durmiendo a 6000 millas de distancia en los Estados Unidos.
Los oficiales militares todavía no le habían dicho a una madre que se le había robado la oportunidad de sostener la mano de su hijo mientras moría en un polvoriento callejón iraquí.

Hubieron muchas historas de valor aquel día.
Como la del soldado que siguió disparando su ametralladora durante todo el enfrentamiento, hasta que el cañón literalmente se fundio.
O la de los medicos que atravesaron una pared en llamas para auxiliar a los heridos y traerlos a un lugar mas seguro.

Y la del cabo, que como me contaron despues, les dijo a sus compañeros que se retiren de sus posiciones mientras el disparaba su ametralladora para darles fuego de cobertura, hasta que una bala iraqui fallo la parte alta de su chaleco antibalas y le atravesó el cuello.

Pronto, los Norteamericanos olvidarán el nombre Fallujah. Y yo me pregunto si la madre de ese cabo mirará algún día esta parte del mundo donde su hijo ahora yace, y le podrá encontrar un sentido a su muerte en una calle de Irak.

O si simplemente concordará con el comentario que hizo aquel ’marine’ un día de primavera en Fallujah: ’La peor parte de morir es que ese día empieza igual que cualquier otro, y derepente todo acaba’


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