Nunca solos: historias y testimonios | ||
En esta página puedes encontrar un par de textos sobre el tema. Puedes contribuir a esta sección: si antes tenías a un periquito solitario y le compraste una pareja, cuenta cómo conseguiste acostumbrarlos uno al otro y como los notas ahora. Puedes contar tus experiencias que confirmen que un periquito necesita una pareja, también son bienvenidos textos ficticios como el que encuentras debajo (Historia de un periquito), y fotos de tus periquitos en pareja. Manda tu contribución a: periquitoweb@yahoo.es
Historia de mi único periquito
Voy a contaros mi experiencia con mi único periquito. Un día decidí tener
un periquito como animal de compañía. Después de leer varios libros, tres
para ser más exactos y visitar algunas páginas web, decidí tener un macho
como ave única. En los libros, nunca desaconsejaban tener un ave única, por
contra siempre decían que el nivel de domesticación sería más alto y no
habría ningún problema, sólo era cuestión de dedicarle más tiempo. Testimonio enviado por Benito
Hola, me llaman Chipi y soy un periquito verde, y tengo tres años de edad. Os contaré mi historia, que podría ser la de cualquier otro periquito, que se repite cada día en miles de hogares en todo el mundo. Nací en un criadero, y pasé las primeras semanas de mi vida entre mis hermanos y con mis padres. Fui creciendo, y un día me atreví a asomarme la primera vez, para ver lo que había fuera de la caja de nido. Junto a mis hermanos me atreví a dar el gran paso, y salir de la caja de nido. La primera vez en mi vida me tuve que sentar en una percha. ¡Que sensación más rara! También volé mis primeros metros, en el aviario del criador. Volar el maravilloso. ¡Como iba a saber que aquellos primeros metros también iban a ser los últimos! Pocos días después me atraparon con una red y me metieron en una caja de madera junto con muchísimos otros periquitos. No solo mis hermanos, no, había muchos muchos pericos que nunca había visto antes. Pasé mucho miedo, ya que la jaula se movía, había ruido, y no estaba mi madre. Pero como estaban los otros me sentía un poco mejor, con tantos periquitos, ¿qué nos iba a pasar? Mi instinto me decía que lo mejor en situaciones de peligro es permanecer juntos, y así lo hicimos. Aún así me sentí muy aliviado cuando se abrió la tapa de la caja, y entró luz. Salí de nuestra prisión, y me encontré junto al resto en una jaula un poco más grande, abierta hacia un solo lado. Había pocas perchas, pero logré sentarme encima de una de ellos. Lo que más molestaba era la luz, venía de todos lados y dolía en los ojos. Aquello no era la luz del sol, de esto no cabía duda. Por delante de la jaula pasaba gente, humanos, para mí parecían gigantes. ¡Que grandes son! ¿Y porqué no tendrán plumas? Tan solo unos pelos en la cabeza... Deben pasar frío, los pobres. Algunos se acercaban mucho, incluso metían el dedo entre los barrotes, decían algo o silbaban. Cada vez que pasaba esto me asustaba mucho, y salía volando, tropezándome con los barrotes, intentando escapar en vano por algún lado. Después de algunas horas, de repente se apagó la luz. Dejaron de pasar gente, y ya solo se oían las voces de nosotros, y el canto de un solitario canario en una jaula enfrente. Pero hasta este pronto se calló. Por fin me tranquilicé un poco. Pasé la noche sentado al lado de otra periquita, azul, muy guapa por cierto. Nos rascamos la cabecita mutuamente, y así conseguimos dormirnos. Al día siguiente, cuando las luces se volvían a encender y empezaron a pasar de nuevo gigantes por delante de la jaula, ya no pasaba tanto miedo: Estaba con la periquita, nos limpiamos el plumaje uno al otro, y así nos tranquilizamos. Pasaba lo que pasaba, nada ni nadie nos iba a separar. Pero, ya por la tarde, entró un humano un poco distinto en la tienda: no era tan grande, y tenía la voz más aguda, no me asustaba tanto. Pensé que a lo mejor era una cría todavía, ya que le acompañaba otro humano como los de siempre: grande, muy grande. Esto debía ser el padre. La niña se acercó a nuestra jaula, se quedó mirando unos minutos, y me señaló a mí. "Quiero este", dijo, "Que es muy bonito". De repente entró una mano en la jaula (¡Dios mío, si me doblaba en tamaño!) y me atrapó. Cerré los ojos esperando a la muerte, si, estaba seguro de que iba a morir. Sin duda la cría de humano me había elegido para comerme. Pero no, me metieron en una caja muy pequeña de cartón, con agujeros en la parte superior. Pasé mucho miedo, aunque comprendí que por ahora me había salvado. Pero, ¿Donde estaban los otros? ¿Donde estaba la periquita azul? Por primera vez en mi vida me encontraba solo. Era horroroso. No permanecí mucho tiempo en la caja, pronto la abrieron, y salí. Me encontraba en una jaula mucho más pequeña que la de la tienda. Solo había dos perchas de plástico, un comedero, un bebedero y un columpio. ¡Y ningún otro periquito! Desesperadamente comencé a chillar, a gritar, a rebuscar todos los rincones de la jaula en busca de algún compañero. Pero nada, solo las perchas de plástico, el comedero, el bebedero y el columpio. La jaula se encontraba en un balcón, con vistas a un patio con flores. Algunas veces pasaba la niña, me decía algunas palabras y me cambiaba las semillas. Al principio pasaba mucho miedo cuando ella introducía su mano en la jaula, pero a medida que iban pasando las semanas comprendí que ella no me hacía nada malo. A partir de ahí, los escasos minutos que había alguien en el patio, o incluso la niña me hablaba, se convirtieron en el sentido de mi vida. Eran los únicos momentos en los que no pasaba miedo ni me sentía tan terriblemente abandonado. Aunque nunca pude comprender lo que me decía la niña, me daba algo de compañía, me hacía olvidar por algunos minutos mi triste situación. Pero lo peor eran las noches: entonces la soledad me ahogaba. ¡Qué hubiera dado en estos momentos por otro periquito que me acariciara el plumaje! Un día llegó la niña con algo en la mano. "Tengo algo para ti" me dijo y colgó una cosa de plástico rojo en la jaula. De plástico rojo, vale, pero ¿no había visto yo por un instante un periquito en medio del anillo de plástico rojo? ¡Me había comprado un compañero! Si, dentro de aquel utensilio había otro periquito. Lleno de esperanzas me acerqué y empecé a cantarle a mi nuevo amigo, a decirle que saliera, y el se movía. Lleno de alegría desbordante regurgité semillas para pasárselas al pico, ¿a lo mejor así se decidía y salía del todo? ¿Pero que era esto? Cuando más semillas le pasaba, menos le veía. El no las cogía. Y además era duro, y resbaladizo, nada de plumas suaves. Pero, ¿que era esto? ¿Porque me rechazaba de esta manera? ¿El no estaba tan solo y desesperado como yo? ¿Que hacía yo mal??? Decidí no rendirme: seguí pasándole semillas, intentando acariciarle, le canté de la mañana a la noche, pero nada. ¿Que hacía yo mal? "Mamá, ¡mira como el periquito tiene el espejo, todo sucio!" le oí gritar a la niña. Y metió su mano en mi jaula (prisión , mejor dicho) y quitó a mi compañero. Me quedé de piedra: ¿Qué iba a hacer con él? Lo llevó a la manguera que había en el patio, y le mojó con agua. De repente se le cayó al suelo, y trozos de vidrio reflectante se separaron del plástico rojo. "Joo, se rompió el espejito" exclamó la niña y se fue. Pocas veces me había sentido tan mal. Ahora volvía a estar solo, abandonado. ¿Que había hecho yo mal? Si lo había intentado todo. El tiempo fue pasando. La niña ya no venía todos los días a cambiarme las semillas. la jaula estaba muy sucia, apestaba a mis excrementos, y como también recubrían las perchas me vi obligado a sentarme encima de ellos. Y lo peor era la soledad: Nadie se ocupaba de mi, el mundo se había olvidado de que existía. Pasaba los días sentado en el columpio, esperando a que llegara mañana. Y pasado. Y el fin de semana, cuando la niña jugaba en el patio. La madre de la niña me traía semillas cada dos días, a veces no me quedaban. Y siempre semillas, nunca un trozo de fruta o algo parecido. Semillas, día tras día. Además me duelen las alas, al tenerlas siempre cerradas. Los abro, y tropiezo con los barrotes de la jaula. Ahora tengo tres años, y me siento fatal. ¿Para que estoy vivo? Si nadie me quiere, si por mucho que llamo no vienen otros periquitos. Si las días de mi triste existencia son todos iguales. Si no tengo nada que hacer. Si la niña ya tampoco me habla, y la madre se limita a traerme mis semillas. ¿Tan poco significo yo para ellos? ¿En que he fallado? ¿Por qué mi bandada me abandonó? Desde ayer he dejado de comer. Si aguanto un día más por fin se acabará esto. A lo mejor después ya no estaré solo nunca más.
Ayer todavía era un periquito feliz. Me encontraba en el nido caliente, Alrededor mío plumaje cálido y las voces familiares de mis hermanos y hermanas. Me sentía acogido bajo las suaves alas de mi madre. Hace tres días todavía era un periquito contento Me separaron de mis hermanos y mis padres, pero éramos muchos, y los otros compartían mis miedos. Nos arrimábamos unos a los otros, y juntos observamos estos seres gigantes sin plumas que caminaban ante nuestras jaulas de cristal. Nos acostumbramos a que de vez en cuando de repente desaparecía alguno de nuestros amigos. Los seres gigantes sin plumas no podían entrar a donde estábamos nosotros. Acariciarse con el pico es un buen remedio contra el miedo.
Hace un año todavía era un periquito. Me separaron de mis nuevos amigos y me llevaron a un entorno desconocido. Alrededor mío, seres gigantes sin plumas, cuyo tamaño y voces me daban un miedo infinito. Por las noches me arrinconaba solo en una esquina de mi jaula, alrededor mío, la soledad. En mis sueños me acompañan mis amigos, cuyos voces y cuyo calor me dan esperanzas. Los recuerdos son un buen remedio contra el miedo. Aunque con el tiempo comprendí que los seres sin plumas no me querían hacer daño, no los pude comprender. Acariciarse ayuda a superar distancias. Así que me atreví y empecé a acariciar con el pico a los seres sin plumas.
La soledad me atrapa y no me puedo defender. El vacío se extiende en mi cabeza, y en mi alma. Solo a veces, en mis sueños, asoma desde profundidades infinitas algún fragmento de mis recuerdos. El agitar de alas, voces familiares, un pico que acaricia el plumaje deshecho de mi nuca. No puedo retener a estas imágenes, se deslizan y se van en cuanto intento recordar. Contra la soledad no hay remedio.
Traducido del alemán, original de la web www.vwfd.de (Verein der Wellensittich-Freunde Deutschland, asociación de los amigos de los periquitos de Alemania)
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