I Yo sé un himno gigante y extraño que anuncia en la noche del alma una aurora, y estas páginas son de ese himno cadencias que al aire dilata en las sombras. Yo quisiera escribirle, del hombre domando el rebelde, mezquino idioma, con palabras que fuesen a un tiempo suspiros y risas, colores y notas. Pero en vano es luchar, que no hay cifra capaz de enterrarle; y apenas, ¡Oh, hermosa!, si, teniendo en mis manos las tuyas, pudiera, al oido, cantártelo a solas. |
XI - Yo soy ardiente, yo soy morena, yo soy el símbolo de la pasión; de ansia de goces mi alma está llena; ¿A mí me buscas? -No es a ti, no. -Mi frente es pálida, mis trenzas de oro; puedo brindarte dichas sin fin; yo de ternura guardo un tesoro: ¿A mi me llamas? -No, no es a ti. -Yo soy un sueño, un imposible, vano fantasma de niebla y luz; soy incorpórea, soy intangible; no puedo amarte. -¡Oh, ven, ven tú! |
XXVII Despierta, tiemblo al mirarte; dormida, me atrevo a verte; por eso, alma de mi alma yo velo mientras tú duermes. Despierta, ríes y al reir tus labios inquietos me parecen relámpagos de grana que serpean sobre un cielo de nieve. Dormida, los extremos de tu boca pliega sonrisa leve, suave como el rastro luminoso que deja un sol que muere. ¡Duerme! Despierta, miras y, al mirar, tus ojos húmedos resplandecen, como la onda azul en cuya cresta chispeando el sol hiere. Al través de tus párpados, dormida, tranquilo fulgor vierten, cual derrama de luz, templado rayo, lámpara transparente. ¡Duerme! Despierta, hablas y, al hablar, vibrantes tus palabras parecen lluvia de perlas que en dorada copa se derrama a torrentes. Dormida, en el murmullo de tu aliento acompasado y tenua, escucho yo un poema que mi alma enamorada entiende. ¡Duerme! Sobre el corazón la mano me he puesto porque no suene su latido y de la noche turbe la calma solemne. De tu balcón las persianas cerré ya porque no entre el resplandor enojoso de la aurora y te despierte. ¡Duerme! |
XXIX Sobre la falda tenía el libro abierto; en mi mejilla tocaban sus rizos negros; no veiamos las letras ninguno creo; sin embargo guardábamos hondo silencio. ¿Cuánto duró? Ni aun entonces pude saberlo. Solo se que no se oía más que el aliento, que apresurado escapaba del labio seco. Sólo sé que nos volvimos los dos a un tiempo, y nuestros ojos se hallaron ¡y sonó un beso! * Creación de Dante era el libro; era su Infierno. Cuando a él bajamos los ojos, yo dije trémulo: -¿Comprendes ya que un poema cabe en un verso? Y ella respondió encendida: -¡Ya lo comprendo! |
XXX Asomaba a sus ojos una lágrima y a mi labio una frase de perdón; habló el orgullo y se enjugó su llanto, y la frase en mis labios expiró. Yo voy por un camino; ella por otro; pero, al pensar en nuestro mutuo amor, yo digo aún: - ¿Por qué callé aquel día? Y ella dirá: - ¿Por qué no lloré yo? |
XL Su mano entre mis manos, sus ojos en mis ojos, la amorosa cabeza apoyada en mi hombro, Dios sabe cuantas veces con paso perezoso hemos vagado juntos bajo los altos olmos que de su casa prestan misterio y sombra al pórtico..... |
LI De lo poco de vida que me resta, diera con gusto los mejores años, por saber lo que a otros de mí has hablado. Y esta vida mortal y, de la eterna lo que me toque, si me toca algo, por saber lo que a solas de mi has pensado. |
LIX Yo sé cuál el objeto de tus suspiros es; yo conozco la causa de tu dulce secreta languidez. ¿Te ries?... Algun día sabrás, niña, por qué: Tú lo sabes apenas, y yo lo sé. Yo sé cuando tú sueñas, y lo que en sueños ves; como en un libro, puedo lo que callas en tu frente leer. ¿Te ríes?... Algun día sabrás, niña, por qué. Tú lo sabes apenas, y yo lo se. Yo sé por qué sonríes y lloras a la vez; yo penetro en los senos misteriosos de tu alma de mujer. ¿Te ríes?...Algún día sabrás, niña, por qué; mientras tú sientes mucho y nada sabes, yo que no siento ya, todo lo sé. |
LXVI ¿De donde vengo?... El mas horrible y áspero de los senderos busca; las huellas de unos pies ensangrentados sobre la roca dura; los despojos de un alma hecha jirones en las zarzas agudas, te dirán el camino que conduce a mi cuna. ¿Adonde voy? El más sombrío y triste de los páramos cruza, valle de eternas nieves y de eternas melancólicas brumas; en donde esté una piedra solitaria, sin inscripción alguna, donde habite el olvido, allí estará mi tumba. |
LXVIII No sé lo que he soñado en la noche pasada. Triste, muy triste, debió ser el sueño, pues despierto la angustia me duraba. Noté al incorporarme húmeda la almohada, y por primera vez sentí al notarlo de un amargo placer henchirse el alma. Triste cosa es el sueño que llanto nos arranca, mas tengo en mi tristeza una alegría... ¡Sé que aún me quedan lágrimas! |
LXXV ¿Será verdad que, cuando toca el sueño, con sus dedos de rosa, nuestros ojos, de la cárcel que habita huye el espíritu en vuelo presuroso? ¿Será verdad que, huésped de las nieblas, de la brisa nocturna al tenua soplo, alado sube a la región vacía, a encontrarse con otros? ¿Y allí desnudo de la humana forma, allí los lazos terrenales rotos, breves horas habita de la idea el mundo silencioso? ¿Y ríe y llora y aborrece y ama y guarda un rastro del dolor y el gozo, semejante al que deja cuando cruza el cielo un meteoro? Yo no sé si ese mundo de visiones vive fuera o va dentro de nosotros. Pero sé que conozco a muchas gentes a quienes no conozco. |
LXXVII Dices que tienes corazón, y sólo lo dices porque sientes sus latidos. Eso no es corazón...; es una maquina que, al compás que se mueve, hace ruido. |
LXXIX Una mujer me ha envenenado el alma, otra mujer me ha envenenado en cuerpo; ninguna de las dos vino a buscarme, yo de ninguna de las dos me quejo. Como el mundo es redondo, el mundo rueda; si mañana, rodando, este veneno envenena a su vez ¿por qué acusarme? ¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron? |