Tradición y Sabiduría Universal

Nuevas formas
de espiritualidad


Carlos Aguirre

Son tantos los indicios que muestran la emergencia de nuevas formas de espiritualidad y religiosidad que, a buen seguro, éstos terminarán por constituirse en uno de los grandes referentes intelectuales y sociológicos del siglo XXI. En este sentido la situación parece asimilarse cada vez más a la de las postrimerías del Imperio Romano.

En esa época, al igual que ahora, una multitud de cultos de calado y valor diverso, pugnaban por abrirse paso en el contexto de una religiosidad tradicional que, incapaz de responder a los desafíos planteados, retrocedía por momentos. De ahí que el descreimiento connatural al presente, lejos de constituirse como alternativa alguna (las imágenes del alma, los marcos comunitarios y la pedagogía social que sirve una religión, más allá de sus extravíos, no son sustituibles por nada que tenga una potencia similar), no sería sino un acta más de la crisis secular en que se haya inmersa la religión tradicional de Occidente. Hasta el punto que sólo vendría a escenificar el reverso de la infantilización de la experiencia religiosa en un cristianismo empeñado en restar toda relevancia psicosófica o cognoscitiva a dicha experiencia. En este sentido, el enclaustramiento de la fenomenología asociada a las experiencias espirituales en el sentimentalismo y el subjetivismo, paralelo al del cristianismo interior en la misa dominical y la moral objetiva, sería el telón de fondo de la crisis de la religión tradicional de Occidente. Ante el panorama descrito sólo cabe constatar la responsabilidad directa de nuestras instituciones religiosas tradicionales en el surgimiento y desarrollo del variopinto panorama que entretejen las nuevas formas de espiritualidad.

Un panorama postcristiano

Antes me refería al descreimiento de la sociedad actual. No deja de ser curioso que una sociedad descreída, oficialmente laicista y culturalmente ilustrada no pare de alumbrar y convocar tan diversas formas de espiritualidad y también de superstición. Entre las mismas encontramos recepciones más o menos afortunadas de sabidurías orientales, diálogos abiertos entre la psicología y la fenomenología propia de las experiencias espirituales y estupideces sincréticas, parodias y supersticiones varias muy al gusto de la sensibilidad New Age. Este panorama, tan diverso como confuso, responde al descomunal desierto espiritual que caracteriza nuestras sociedades modernas. La ausencia de sabidurías espirituales a la altura, vivas y con fuentes de transmisión eficaces, sirve tanto el llamado “viaje a Oriente” como el surgimiento de todo tipo de brotes de irracionalidad en la inexistencia de esos referentes que den forma e integren el desarrollo de nuestras potencias espirituales. El problema de este panorama, tan saturado de represión de lo espiritual como de irracionalidad, es el velo que se levanta sobre el manantial de salud y de vigor vital que estas experiencias son capaces de dispensar al ser humano. Por esto mismo, psicólogos de la talla de Carl Gustav Jung han apreciado el carácter psicógeno y enfermante de la represión de los encuentros con las fuerzas del espíritu. Así las cosas, no debería extrañarnos la recurrencia de nuevas formas de espiritualidad ni que estas a veces adopten ropajes especialmente delirantes. Consideremos como esa represión, precisamente por la falta de referentes que sirve, es la causa directa de la irracionalidad con que se visten determinados acercamientos al espíritu. De ahí que esta mutilación en la textura cognoscitiva básica del ser humano que promueve la cultura ilustrada sólo suponga retroalimentar todo el mare mágnum de la New Age. Aunque no sólo. También anima a formas emergentes de espiritualidad más a la altura, en muchos casos fruto de inevitables procesos de síntesis cultural y felizmente ajenas al proceso de decadencia de la religión tradicional de Occidente. Acaso el desierto espiritual difundido por la hipermodernidad imperante sólo venga a preparar el terreno de eso que llamara Martin Heidegger “nuevas donaciones del Ser”... Creo que a pocos puede satisfacer la mutilación antropológica y cognoscitiva que supone castrar al ser humano de todo acceso a las realidades espirituales, a la trama compleja de la percepción y al encuentro con el sentido de la vida en la intuición y la generación del sentido.

Un horizonte enigmático

El llamado “retorno de lo sagrado” (en palabras de Ernst Junger “retorno de los dioses”), bien podría venir por donde menos lo esperemos. Tal retorno no podrá ignorar en ningún caso las tradiciones sapienciales que desde Grecia han ido enhebrando el paisaje de Occidente. A este respecto no cabe descartar que venga de la mano de una reordenación del campo cristiano en su re-encuentro con sus tradiciones místicas y con el pulso espiritual de su pensamiento teológico. De hecho cabe destacar movimientos en este sentido si atendemos al fértil encuentro del cristianismo con la espiritualidad oriental (Raimon Paniker, Ennomiya Lasalle, Willigis Jäger), a la teología post-escolástica que ha terminado por dominar el pensamiento cristiano contemporáneo (Von Balthasar, Rahner) o a la revalorización de la contemplación y la mística como polo atractor de la vida espiritual del cristiano (Anselm Grün). Con todo esta reacción de la religiosidad tradicional de Occidente, al igual que el neoplatonismo en su tiempo en tanto reacción del mundo clásico a su propio colapso, no parece terminar de calar ni de dotarse de la suficiente masa crítica.

Más allá de lo dicho tenemos la intensa recepción de diversas tradiciones orientales que, a través de las poderosas practicas meditativas, parecen ser capaces de mover la silla (y la conciencia) a muchos occidentales ya secularizados. Esta recepción parece tender a quedar capitalizada por las diversas tradiciones budistas que, de facto, son las que están dando cuenta de una transmisión lo más garantizada y fiable posible. Por lo demás el universalismo del budismo sirve su propia posibilidad de transmisión, algo a lo que el hinduismo es en principio refractario. Y es que sin transmisión es casi imposible, y hasta peligroso, la profundización en una técnica meditativa. De ahí la importancia de los maestros, esto es, de los expertos en tales lides. En este sentido conviene advertir que los usos de sabidurías no-duales como psicoterapias de autoayuda o los talleres de yoga distan mucho del proceso de abismamiento de la conciencia ordinaria a través de la meditación.

La psicología, por su lado, también ha dado importantes pasos en lo que sería una re-elaboración capaz de dar cuenta del trasfondo fenomenológico, cognoscitivo, antropológico y ontológico inherente a las experiencias espirituales. No olvidemos que el envés de toda apertura espiritual es el acceso de la conciencia humana a niveles de realidad cada vez más holísticos y unificados y, en general, a la capacidad del alma a la hora de generar y reconocer sentido en la superación de las propias escisiones y teniendo como referente la unidad de la vida. En esta línea se han movido Escuelas de psicología como las junguianas, la psicología humanista de Abraham Maslow, la logoterapia de Viktor Frankl, la terapia iniciática de K. G. Dürckheim o la psicología transpersonal de, por ejemplo, Stanislav Grof, Roberto Assaglioli, Manuel Almendro o Claudio Naranjo. A nadie se le escapa la importancia de estas Escuelas de cara a la necesaria delimitación racional de las experiencias espirituales capaz de dignificarlas a los ojos de nuestros contemporáneos.

Por lo demás, la incertidumbre de todo el panorama descrito se complica si constatamos cómo todas las iniciativas, desde los más delirantes o estúpidos universos “New Age” hasta los entornos más serios, hacen de puente unos con otros en la evolución de las personas que transitan por ellos formando un plano continuo que fomenta trayectorias, vecindades y ámbitos de influencia más o menos afortunados. Tales vecindades explicarían el mortal abrazo de oso recibido por cierto hinduismo o por cierta psicología transpersonal por parte de la mentalidad New Age o la conversión en curso de ciertos entornos iniciáticos en meros foros psicoterapéuticos de regusto orientalizante. Y es que evitar tales procesos si algo exige es tener muy claras las fuentes de transmisión, especulativa y humana, de las prácticas meditativas. Nueva Era, nueva psicología, nuevas religiones, folklor orientalizante, retorno de lo sagrado, recepción del dharma budista, crisis de la religión tradicional, irrupción de Oriente en Occidente, revaloración de la mística... A buen seguro el panorama espiritual de Occidente dentro de cien años será irreconocible desde el presente.

Extraído de:
Generación XXI

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