Pensamiento

La Filosofía Puritana de John Locke y Adam Smith:
Naturalismo providencial británico y responsabilidad
del siglo XVII al XXI
*

Andrés Monares

Andrés Monares es Investigador del Centro de Estudios de la Modernidad desde América Latina y profesor del Área de Humanidades de la Escuela de Ingeniería de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile. ([email protected])

“Dios no deja de llenar, vivificar y mover con la virtud de ese mismo Espíritu a todas las criaturas; y ello conforme a la naturaleza que a cada una de ellas le dio al crearlas”
Juan Calvino

Presentación

Desde la segunda mitad del siglo XVI en Europa occidental, una época y lugar en que confluían una intensa religiosidad cristiana reformada con un espíritu racionalista, se supuso un deber del creyente dejar en evidencia la racionalidad de la religión reformada y probar la veracidad de su doctrina. Los miembros de la Ilustración Británica realizaron esa tarea elaborando sus diversas filosofías en base a una particular interpretación nacional de la teología de Juan Calvino. Específicamente, sus fundamentos fueron los dogmas de la Soberanía Absoluta de Dios y de la total corrupción del ser humano por el pecado original.

Así, los ilustrados británicos en su afán místico dejaron a los que consideraban degenerados individuos y grupos humanos en completa dependencia de la voluntad de Dios y de su directo y continuo gobierno. Es decir, la divinidad no sólo habría planeado cuanto ocurrió, ocurre y ocurrirá a las sociedades y a sus miembros, sino que ella misma llevaría a cabo su propia voluntad por medio de su providencia. Lo cual, además, sería necesario para controlar la maldad humana fruto del pecado original.

Desde ese punto de vista, la responsabilidad dejó de relacionarse a una racionalidad consciente y realmente propia de las personas y al libre albedrío. Por el contrario, se impuso la concepción de que los fines divinos se conseguían dejando actuar a la providencia. Precisamente, John Locke y Adam Smith describen cómo Dios realiza sus designios a través de la naturaleza particular con que determinó a la humanidad. De ahí que tanto sus respectivas visiones del individuo como de la vida social, política y económica se sostengan en un particular concepto reformado de “naturaleza”. Por eso se nombrará aquí a sus ideas como naturalistas providenciales.

En base a la religiosidad de sus ideas, los autores citados proponen la necesidad de autonomía de los individuos y de las instituciones sociales. Por tanto, limitan la responsabilidad humana al mantenimiento de esa autonomía y a dejarse guiar por la propia naturaleza. Luego, los sistemas sociales, políticos y económicos que elaboraron y que están vigentes en el actual mundo modernizado, al corresponder a tal fundamento naturalista providencial, se caracterizan por su autonomía que escapa del control racional y consciente de cada persona. Estos, para actuar en ese tipo de sociedad, deberían apelar a su naturaleza irracional y dejar que se manifieste sin trabas.

Puritanismo e Ilustración Británica

Durante el siglo XVII se consolidará el calvinismo como la teología dominante en Gran Bretaña. Aunque Enrique VIII en el siglo XVI creó al Anglicanismo como Iglesia Nacional de Inglaterra, en los cien años siguientes (con los vaivenes que durante el resto del siglo XVI supusieron los reinados sucesivos de sus hijos: el protestante Eduardo, la católica María y la protestante Isabel) todas las confesiones cristianas no católicas llegarán a coincidir finalmente en un fundamento común de origen calvinista. Todas ellas compartirán una “actitud común del espíritu y el modo de vida” que se basaba en “una doctrina de la naturaleza de Dios y el hombre” (1). Tanto esa interpretación específica de las ideas religiosas del reformador como su consecuente generalización en Gran Bretaña, se llevó a cabo por el llamado “movimiento puritano” (Merton 1984. Tawney 1959).

La creciente importancia que cobró dicho movimiento y el “espíritu” que le era característico, tuvo una determinante influencia en los británicos. Los intelectuales no escaparon a ese influjo y, es más, en ellos se tiene un grupo fundamental dentro del puritanismo. De hecho, fueron ellos los que secularizaron el calvinismo, es decir, quienes aplicaron esa doctrina a diversos ámbitos del conocimiento y del quehacer humano. Los pensadores ilustrados dieron el sustento intelectual o filosófico al movimiento. En ese afán, sus sistemas de ideas catapultarán hacia el futuro la interpretación británica de la doctrina de Calvino al transformarla en la base ideológica de la tradición moderna (2).

El inglés John Locke y el escocés Adam Smith son dos de esos intelectuales reformados que elaborarán una filosofía moral puritana: los sistemas que tratan del individuo y de la organización social. En esa tarea continuaron el camino que comenzara el filósofo natural puritano Isaac Newton, quien a ojos de sus devotos compatriotas probó científicamente la existencia de Dios y la doctrina de Calvino sobre su Absoluta Soberanía. En ese empeño se guió por las ideas del reformador sobre la corrupción humana por el pecado original y propuso su método como la forma más segura para acceder al único saber divino posible: reconocer dicha Soberanía. Los piadosos pensadores ilustrados que le siguieron asumirán esos mismos principios de la filosofía natural puritana en la filosofía moral. Buscarán especificar qué medios utiliza la providencia para hacer cumplir el plan divino en cada individuo y en las sociedades (Monares 2002) (3).

1. Locke y la naturaleza racional

En su Ensayo Sobre el Entendimiento Humano (1690), el filósofo inglés comienza afirmando dogmáticamente que la razón es obra de Dios, el “infinito y sabio Autor”. No obstante, a causa del pecado original esa facultad estaría corrupta, lo que redundaría en su limitación: “la comprensión de nuestros entendimientos se queda muy corta respecto a la vasta extensión de las cosas”. Más todavía en lo referido a lo divino. De ese modo, acorde con la ortodoxia religiosa calvinista, Locke establecerá específicamente que el alcance de la razón se queda en lo terreno y no puede elevarse hasta Dios. Es una facultad limitada y, por ende, acotada a lo empírico. Sólo es capaz de reconocer los atributos divinos visibles en el mundo (4).

Ambos principios, la absoluta dependencia humana de la divinidad y la limitación del entendimiento, son los básicos de la argumentación de Locke. Los sintetizará cuando especifique que los individuos pueden y deben utilizar su magro entendimiento según “lo que Dios ha creído que les conviene”. Lo cual significa que su razón se acomoda a sus “intereses” en el “presente estado” de corrupción: “sacar ventajas de bienestar y de salud, e incrementar de esa manera nuestro acervo de comodidades para la vida”. Aunque degenerado, el entendimiento es acorde a las obligaciones materialistas que la Deidad determinó para la humanidad. Este deber se entenderá desde el puritanismo como una ética religiosa o ascetismo. Por las consecuencias del pecado original los individuos no pueden obviar esa condición, como tampoco pretender dedicarse a objetivos más elevados: “tendremos causa suficiente para alabar al generoso autor de nuestro ser, por aquella porción y grado de conocimiento que nos ha concedido”.

En otras palabras, como señala Locke en su Primer Ensayo Sobre el Gobierno Civil (1690), para hacer cumplir su voluntad expresada a la humanidad en el mandato “Fructificad y multiplicaos” (Gn 1, 28) (5), Dios determinaría a los humanos con una naturaleza que implicaría un “fuerte deseo de autopreservación”. Designio que lo llevaría a buen término Él mismo por medio de la naturaleza particular, la racional, con que creó a los seres humanos:

“Puesto que fue el mismo Dios quien implantó en él, como principio de acción, un deseo muy fuerte de preservar su vida y su ser, la razón, que era la voz de Dios en su interior, no podía sino enseñarle y asegurarle que al obrar con arreglo a esa inclinación natural a preservar su ser, no hacía sino cumplir con la voluntad de su hacedor y, en consecuencia, tenía derecho a utilizar aquellas criaturas cuya utilidad para ese propósito le fuera mostrada” (Locke 1997: 129) (6).


La naturaleza racional humana (¡incluso sin que los individuos sean conscientes de ello!), dirige a los individuos a lo material. Este utilitarismo por el cual Dios mismo hace que se cumpla su voluntad es racional o natural. El entendimiento, como facultad natural, sería el medio providencial por el cual realiza sus deseos respecto a cada persona y cada una de las sociedades. La divinidad no cambia la calidad corrupta del entendimiento, sino que la aprovecha para realizar sus designios. Este naturalismo providencial es la marca puritana en el racionalismo de Locke.

Una vez aclaradas las particularidades del tipo de racionalismo del autor, se puede continuar y ver cómo lo aplica a la teoría política en su Segundo Ensayo Sobre el Gobierno Civil (1690). Para él, justamente la sociedad civil nace cuando el “estado de naturaleza” en que cada cual es libre para disponer “propiedades” (vida, libertad y hacienda) se muestra ineficaz para protegerlas. En principio, en dicho estado se debería respetar la “ley natural” o “razón”, la cual es la “medida puesta por Dios para las acciones de los hombres”. Ella es la que permite la supervivencia humana. Mas, el problema surge porque “la mayoría de ellos [los individuos] no son estrictos observadores de la equidad y la justicia”, o sea, de la “ley natural” o la “razón”.

Por lo que, al dificultarse la preservación de las propiedades por la maldad humana inherente, se dificulta el cumplimiento del deseo divino que la humanidad sobreviva (Gn 1, 28). Entonces sería necesario que existan condiciones que obliguen a las personas a obedecer la “ley natural” o la “razón”. Este requerimiento de una nueva forma de organización será determinada y realizada por Dios. A través de la acción de su providencia en los individuos haría que estos desarrollaran de forma natural o racional la sociedad política, con su gobierno civil en base al derecho positivo:

“Dios nos ha asignado un gobierno para que sirva de freno a la parcialidad y la violencia de los hombres. No he de negar que el gobierno civil es el remedio más adecuado para las inconveniencias que presta el estado de naturaleza”
(Locke 1997: 211-212).


En virtud de los argumentos del autor, el gobierno civil surgiría de un impulso racional (una reacción mental) de índole materialista o utilitaria, decidida por Dios y llevada a cabo por su providencia. En este estado civil las leyes y las instituciones que nacen para elaborarlas y ejecutarlas, tienen el deber de “asegurar las propiedades de cada cual”. Por ese instinto utilitario los individuos conseguirían salvaguardar con eficacia el “bien común”.

Al considerar que la teoría nace de un contexto puritano-burgués y está dirigida a legitimar la tenencia e incremento de la propiedad de tales grupos, se entiende que ese “bien común” no es otra cosa que el mantenimiento y protección de la propiedad, específicamente en su sentido de hacienda. Los individuos pertenecientes a la clase propietaria serán dirigidos por Dios, a través de medios racionales o naturales, para lograr su autopreservación de forma exitosa y duradera. Incluso a pesar de ellos mismos. Pues, de nuevo, lo que hace la divinidad no es mejorar sus características, sino utilizarlas para hacer cumplir sus fines predeterminados.

Desde ese fundamento, Locke deja a la Política como guardiana de la propiedad y la producción material: aquella sólo deberá establecer el marco legal y las instituciones requeridas para preservarlas. Esa forma rebajada de Política, rompiendo con toda la tradición occidental, será puesta al servicio de la Economía. Si la humanidad era guiada por Dios a través de sus instintos racionales materialistas, la disciplina gobernadora no podía ser otra que la que tratara sobre dichos impulsos utilitarios. En cambio, la antigua Política de inspiración greco-medieval y su empeño de una búsqueda racional del bien común, no sería más que una quimera intelectual al partir de bases inexistentes. Locke caracterizó al hombre económico y elaboró el marco sociopolítico que le era más afín a la que tenía por la verdadera naturaleza de aquel. De tal manera, el filósofo inglés dejaba establecida la base teórica que Smith desarrollaría y completaría (Monares 2004a).

2. Smith y la naturaleza emocional (7)

En su libro La teoría de los sentimientos morales (1759), el autor expone cómo los humanos están determinados por una moral natural: los “sentimientos morales”. Los individuos tendrían una “naturaleza” y de ella surgen, también de manera natural, sentimientos y actitudes que tienen como fin la “conservación y propagación de la especie”. Para Smith sería un hecho que posibilitar la vida social “parece haber sido en este mundo, por así decirlo, la preocupación especial y cariñosa de la naturaleza”.

Pero, esas tendencias naturales serían emocionales y no racionales. El motivo es que al aceptar el moralista escocés la interpretación reformada del dogma del pecado original, entiende que los individuos están corruptos en sus facultades (tanto racionales como morales) de modo absoluto e irremediable. De ahí que la moral no radique en el entendimiento, pues sería absurdo confiar en la “debilidad de sus poderes y la estrechez de su comprensión”. Precisamente, al considerar tales principios es que empieza a quedar del todo clara la argumentación de Smith:

“…aunque el hombre está naturalmente dotado de un deseo del bienestar y la preservación de la sociedad, el Autor de la naturaleza no ha confiado a su razón el descubrir que una aplicación punitiva determinada es el medio apropiado para alcanzar dicho fin; en cambio, lo ha dotado con una aprobación inmediata e instintiva de la aplicación que es más conveniente para alcanzarlo (…) no se ha confiado a la lenta e incierta determinación de nuestra razón el descubrir los medios adecuados para conseguirlos. La naturaleza nos ha dirigido hacia la mayor parte de ellos mediante instintos originales e inmediatos”
(Smith, citado en Monares 2001: 149).


Para el autor sería en verdad Dios quien habría sabido brindarle al género humano los medios más eficientes para alcanzar sus “fines favoritos”: la “conservación y propagación de la especie”. Por lo que no debe llevar a error que en principio nombrara a la “naturaleza” como el ente que pretendía lograr dichas metas, pues para él no es más que una forma de identificar un medio providencial. De tal manera, reconoce la existencia de la divinidad y la caracteriza como dirigiendo de modo constante la “naturaleza” humana hacia los fines que dispuso en el mandato bíblico “Fructificad y multiplicaos” (Gn 1, 28).

Ese fundamento moral naturalista-providencial, Smith lo aplicará en el ámbito productivo-comercial en su Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776). En dicho texto plantea que la particularidad del género humano es que posee una “natural” tendencia al “intercambio” que dio lugar a la “división del trabajo”. Esta, a su vez, implicó que cada cual (también por efectos de la naturaleza de las personas) comerciara con el sobrante de su producción especializada. De ese modo, tanto la producción como el comercio (y el trabajo en general) serían para el autor conductas naturales y no comportamientos racionales.

Entonces, en esa “sociedad comercial” (o natural) las relaciones sociales están determinadas por la naturaleza humana, la cual es de carácter egoísta dado el pecado original. Por lo tanto, en la producción y en el intercambio comercial no priman los sentimientos solidarios o la búsqueda racional y consciente del bien común. Cada uno logrará sus fines individuales “con mayor seguridad interesando en su favor el egoísmo de los otros y haciéndoles ver que es ventajoso para ellos hacer lo que les pide (…) No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo”.

Al tenor de lo expuesto sobre ese individualismo egoísta, aparece la lógica duda de cómo es que sobrevive una sociedad en que priman los intereses contrapuestos. Más todavía si, al mismo tiempo, su expresión es inevitable al ser la característica inherente de la naturaleza humana. La solución que plantea Smith es fruto de su religiosidad. Por mucho que para un lector actual y/o profano no deje de ser exótico, supone la existencia de una “mano invisible” que lograría que la naturaleza egoísta de los individuos, al manifestarse de forma autónoma, alcance el bien de la sociedad (que define como su riqueza). Lo cual ocurriría más allá de la voluntad y racionalidad consciente de cada uno de sus miembros:

“Ninguno se propone [los comerciantes], por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad económica de su país a la extranjera, únicamente considera su seguridad y cuando dirige la primera de tal forma que su producto represente el mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste como en otros muchos casos es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios”
(Smith, citado en Monares 2002: 225).


Esa “mano invisible” no es, como han creído principalmente los economistas modernos, un mecanismo natural-no religioso, ni menos aún una metáfora. Es la denominación con que Smith identifica la manifestación providencial del Dios Soberano de Calvino. Aquel habría planificado el devenir del universo, sus fenómenos y criaturas, y se haría presente en todo momento para conducirlos hacia el cumplimiento de sus designios. Según el filósofo escocés, en el específico caso de los individuos lo haría por medio de la naturaleza emocional con la cual los determinó. Ella, desde su perspectiva reformada, es el medio más adecuado dada la “lenta e incierta determinación de nuestra razón”; y, más eficiente, por ser inherente e inmediata.

Mostrando de nuevo su fidelidad en la doctrina del reformador, Smith expone que Dios no cambia aquella naturaleza depravada, egoísta e individualista de la humanidad. Pero a través de los sentimientos morales la controla. Al mismo tiempo, utiliza dicho mecanismo emocional para que ciertos individuos no sólo subsistan, sino que también progresen. Lo que para Smith viene a significar que se enriquezcan. Ese grupo no es otro que la pequeña y mediana burguesía puritana industrial y comercial. Al perseguir naturalmente y/o en virtud de la ética del trabajo su propio bienestar y lucro, terminarían por lograr el bien de toda la sociedad al enriquecerla.

Dentro de esa lógica piadosa, la obligación de los fieles es someterse a la voluntad y providencia divina: dejarse guiar por esa naturaleza se convierte en una forma ética o ascetismo. Pues, como dice Smith, “la administración del gran sistema del universo, el cuidado de la felicidad universal de todos los seres racionales y sensibles, es la labor de Dios, no del hombre”. De ahí que sea un deber dejarse gobernar por la propia naturaleza. Lo cual implicará cuidarse de no intervenirla de modo racional y consciente, para no entorpecer la benéfica operación divina que busca cumplir Su propio designio de supervivencia (Gn 1, 28).

Eso sí, la interpretación utilitaria británica despojó de las humildes pretensiones medievales a esa búsqueda de la supervivencia. Se desechó la doctrina escolástica de pretender sólo lo necesario como un insulto a la prodigalidad con que Dios ofrece sus dones. En cambio, se aceptó como éticamente correcto la persecución y consecución de la comodidad. El puritanismo burgués llegará a concluir que las diferencias socioeconómicas, que permitían alcanzar la supervivencia de mejor o peor forma, se debían a la preferencia y acción divina. Para salvar las apariencias y las conciencias se dejó en claro que el goce de esos dones, que no eran otra cosa que premios a la virtud, se realizaba para gloria de Dios (8).

Con posterioridad, el religioso concepto de “mano invisible” pasará a llamarse mercado autorregulado. A pesar de que se le tendrá por científico, al ser sólo un cambio formal para nombrar y aplicar el naturalismo providencial, se seguirá requiriendo que el ámbito productivo-comercial sea abandonado a su lógica interna, o natural, de búsqueda individual y egoísta de lucro. Todo cuanto le está relacionado, en tanto consecución de la supervivencia y cumplimiento del deber ético, no es una cuestión humana. Es indebido, a la vez que en el fondo inútil, pretender intervenir lo que se puede denominar la voluntad socioeconómica de Dios.

Comentario

Al analizar las filosofías de ambos autores (¿o se deberá decir teologías?) queda en evidencia su rechazo del libre albedrío. En eso también siguen la doctrina de Calvino. El ser humano estaría corrupto en sus facultades racionales, justamente las que realizan la elección moral; y, asimismo, estaría degenerada su voluntad. En otras palabras, no posee el medio que permite la elección y tampoco elige, pues estaría siempre tendiendo al mal. Luego, este rechazo de la libertad racional, es remarcado por la necesidad de intervención constante de Dios para controlar la total depravación de los individuos. Si bien es cierto que para los ilustrados la providencia sería una realidad y aceptan que en todo momento gobierna a la humanidad, además, como se ha dicho, la estiman necesaria.

De lo anterior se tiene que el tema de la responsabilidad lo asumirán en un sentido muy específico: se debe obedecer a Dios, aunque en el fondo no esté en cada cual hacerlo. Esa perspectiva viene a romper con el esquema greco-medieval que asumía el libre albedrío y lo entendía como la herramienta que no sólo hacía libre a la humanidad; sino que a su vez, responsable de sus actos y responsable ante (y de forma activa de) los demás. La maldad ciertamente que era posible y de hecho real; pero, era sólo una de las muchas conductas que se podían elegir en función de esa libertad racional. Sin embargo, de ahora en adelante en el Occidente moderno a pesar de que se siga sosteniendo la importancia de la libertad, la responsabilidad se contextualiza en un mundo sin libre albedrío.

Ya Calvino critica el concepto de libre albedrío, por inútil en la actual situación de pecado y, por ende, dada su falsedad. Mas, afirma que la humanidad sigue siendo responsable por su maldad. Esa perversidad, aún sosteniendo la Soberanía Absoluta de Dios, dice que no proviene de Él sino de los individuos. Esta contradicción lógica la soluciona el reformador también en base a otro dogma: es un hecho que la Soberanía y la responsabilidad coexisten; simplemente la corrupción racional no permite comprender esa situación y la define como contradictoria. Según Calvino, para el ser humano las cuestiones espirituales “son tenidas por locura cuando el Espíritu de Dios no le ilumina”. De ahí que, por extraño que parezca para quien no sea reformado, tanto Locke como Smith aceptan que se pueda ir contra el plan divino o entorpecerlo, al tiempo que reafirman que finalmente la providencia se impone.

En otras palabras, como se expuso, entre los ilustrados (y por medio de sus ideas hasta hoy en la Modernidad) la responsabilidad se mantiene como tema. Sin embargo, ahora ella se limita a “ponernos en las manos de Dios y dejarnos guiar por su sabiduría para que ella nos encamine por el camino recto”. Esta cita de Calvino será interpretada, desde la base naturalista providencial que aquí se ha descrito, por los reformados británicos en los siglos XVII y XVIII. Por un lado, los filósofos morales puritanos desde su perspectiva teológica desarrollaron los conceptos que describían y explicaban la intervención constante de Dios: ese dejarse guiar del reformador. A su vez, idearon las condiciones que permitirían de la forma más óptima posible esa manifestación divina: la autonomía de los individuos y de las instituciones sociales. Por lo cual, claramente se puede constatar que sus sistemas proponen la autonomía naturalista y no la libertad racional como se la entendió por siglos en Occidente.

Ese proyecto de índole religioso y particularmente puritano, se materializó en específicos conceptos que se entendieron como los medios de la providencia: la naturaleza racional de Locke y la naturaleza emocional de Smith. Los cuales eran coherentes y cobraban consistencia en los contextos expuestos en los sistemas filosóficos de ambos autores: el republicanismo del filósofo inglés y el mercado autorregulado del escocés. Quedaba así explicado tanto el origen y desarrollo de las instituciones humanas, como el comportamiento de los individuos. Asimismo, se describían los tipos de organización social, política y productivo-comercial dónde se expresaba mejor esa forma de ser; o, lo que no era menor, el plan de Dios. De esa manera, en lo que de seguro era lo más relevante para los autores, según ellos demostraron la veracidad de la teología de Calvino.

Esa aceptación y constatación de un mundo divinamente predeterminado dio lugar a su empirismo. No a uno fruto de un espíritu científico, sino a uno fundado en su fe. Ni Locke, ni Smith trabajaron en idear una utopía imposible, un deber ser. Sino que, en tanto miembros del devoto movimiento ilustrado, describieron la sociedad real: como Dios la dispuso desde la eternidad y como la gobierna de forma constante. En tal sentido, y tomando en cuenta que ambos filósofos eran burgueses, sus sistemas representaban la preferencia divina por la burguesía. A partir de la doctrina calvinista de la predestinación, legitimaron con sus ideas la desigualdad y protegieron el patrimonio de dicha clase del intervencionismo del estado, de la competencia de la nobleza y de las pretensiones reformistas o derechamente revolucionarias de las clases bajas (9).

Para los autores, como para cualquier puritano burgués de derecha, si Dios había dado más a algunos que a otros, no era un asunto de incumbencia humana. Menos todavía el pretender heréticamente alterar esa situación. Sobretodo, si la propiedad venía a ser la señal con que la divinidad marcaba a sus elegidos y, además, el justo premio por su conducta virtuosa o acorde a Su voluntad. Por crudo que ahora pueda parecer, la burguesía puritana estaba convencida que Dios, en su ánimo de hacer cumplir su designio (Gn 1, 28), había querido que ellos fructificaran más que otros. Con lo cual, a un tiempo, Él se aseguraba de su exitosa multiplicación. Al ser la desigualdad parte de la voluntad divina y ser materializada providencialmente, perdía la connotación negativa y perdían legitimidad las pretensiones intervencionistas o reguladoras (10).

El logro ilustrado que representó desde la perspectiva puritana el haber podido describir los designios de Dios y materializarlos en la sociedad, deja al descubierto la evidente condición histórica y cultural de esas ideas y de las instituciones sociales a que dieron lugar. Obviedad que no es poco común que sea dejada de lado para universalizar filosofías y patrones socioculturales específicos. No obstante, también supone una definición absoluta de las personas y la vida social por un criterio irracional. El que además se considera como el único criterio válido. La verdadera esencia del género humano sería una especie de animalidad utilitaria: una reacción mental o un instinto moral por el cual simplemente se tiende de modo inconsciente a lo material para lograr la comodidad. Con lo cual la Economía, como la disciplina de los instintos materialistas, tomó preeminencia sobre la Política y su búsqueda racional del bien común. Y no es que se quiera aquí negar la parte instintiva de la humanidad; pero hacerla pasar por su verdadera y sola condición pareciera demasiado extremo. A la vez que determinar una tendencia materialista como el único móvil de la vida y criterio de organización social, política y económica, junto con ser una muy pobre visión del género humano, es empíricamente una falsedad. (11)

Ese criterio instintivista y exclusivo es cuestionable, también o sobretodo, cuando se recuerda que en la concepción puritana esa naturaleza es simplemente un medio divino. Por tanto, es una característica que pertenece a la especie sin pertenecerle en verdad. Que la utiliza sin utilizarla por propia voluntad en realidad. Debe quedar claro que ese es el fondo de la propuesta racionalista providencial de los filósofos puritanos. Una de las consideradas más caras herencias ilustradas al mundo, cuando se la entiende en su sentido original, conlleva la paradoja de que siendo el entendimiento algo propio de la humanidad, en realidad no lo sería (12).

Luego, si la condición humana se explica y radica en una especie de animalidad, los sistemas sociales elaborados desde ese supuesto también expresarán una sociedad animalizada. Será una comunidad construida de tal manera que permita, de la forma más fluida posible, que sus miembros (ya sabemos que unos con mejores resultados que otros) se dejen llevar por esa clase de instintos materialistas. Y que se desarrolló y se mantiene por impulsos naturales insertados y gobernados en todo momento por una fuerza sobrenatural externa a las personas. O sea, una sociedad en que los asuntos humanos no son asuntos de los humanos, ni resueltos por los humanos. Por el contrario, cuanto ocurre está en manos de Dios, como ese agente todopoderoso que predetermina, subyace y controla de modo absoluto todo el sistema. Smith lo dijo con claridad y para sus compatriotas no planteaba más que lo obvio:

“Pero la administración del gran sistema del universo, el cuidado de la felicidad universal de todos los seres racionales y sensibles, es la labor de Dios, no del hombre. Al ser humano le corresponde un distrito mucho más humilde, pero mucho más adecuado a la debilidad de sus poderes y la estrechez de su comprensión: el cuidado de su propia felicidad, de la de su familia, sus amigos, su país; y el estar ocupado en la contemplación del distrito más sublime nunca puede servir de excusa para que abandone el más modesto”
(Smith, citado en Monares 2001: 152).


De dónde quedaría en evidencia el por qué los sistemas político y económico modernos, basados en la filosofía ilustrada, parecen inmanejables para el ciudadano común. Son especies de entes autónomos y suprahumanos que funcionarían de forma mecánica sin que se les deba ni, finalmente, se les pueda intervenir. El ciudadano moderno es una pequeña hoja a la deriva en un inmenso curso de agua que le es imposible controlar. Sólo debería someterse a ese vaivén natural para conseguir su bienestar y también el social. Entre los siglos XVI y XVIII la felicidad del género humano era labor de Dios. Del siglo XIX a la fecha del Mercado Autorregulado. Como ayer, sigue sin ser un problema de las personas. ¡Su propia felicidad y bienestar no es su responsabilidad!

Desde una visión profana sería obvio que no es Dios quien determina y gobierna las sociedades. El punto es que en base a esos fundamentos puritanos se elaboraron y llevaron a la práctica sistemas que buscan permitir esa supuesta intervención divina (u orden natural) y resguardarla en base a la no intervención humana racionalmente consciente. Por así decirlo, la idea era crear una sociedad con piloto automático en la cual lo que hagan o dejen de hacer los pasajeros no influya en la carta de navegación. Sus acciones tienen muy poco impacto en un contexto estructurado con tales intenciones o sólo pueden funcionar dentro y en la lógica del sistema. Sea porque de no hacerlo caen en la ilegalidad o porque verían seriamente afectadas sus entradas y su calidad de vida.

Las sociedades modernas y/o modernizadas responden en lo productivo-comercial y en lo político a principios reformados, o naturalistas providenciales, que implican en la práctica la irresponsabilidad humana. Sea por sus estructuras que lo hacen infructuoso, por sus valores que consideran ilegítimo pretender mantener otra conducta o sea por la ideología de los derechos individuales absolutos que al sublimar al individuo descartan la responsabilidad social. De hecho, desde el sistema tampoco sería necesario una actitud más activa en tal sentido, pues de su autonomía surgiría inevitablemente el bien social (13).

Al tener en cuenta los supuestos, lógica e intenciones de la concepción puritana actualizada por el Neoliberalismo, no se puede dejar de apuntar lo increíble que una propuesta tan fantasiosa y excluyente por principio haya llegado a legitimarse al grado que lo está hoy. Sin embargo, el problema (que hasta aquí podrá parecer a muchos casi metafísico o una cuestión meramente académica) se torna bastante tangible o mundano cuando queda en evidencia a quiénes sirvieron los sistemas políticos y económicos en el marco del Liberalismo y a quiénes a la fecha en el contexto neoliberal. De dónde surge con claridad que las místicas filosofías ilustradas puritanas fueron y son utilizadas para fines bastante pedestres (14).

La irresponsabilidad socioeconómica y política fruto del naturalismo providencial ilustrado se encarnó en la propuesta de no intervención del mercado autorregulado y de la consecuente sociedad de mercado (una mercantilizada en todos sus ámbitos) que requiere para su funcionamiento. Esa autonomía es un ideal que no siempre se ha cumplido, hasta por quienes dicen ser sus impulsores; pero sí ha sido un criterio directivo omnipresente y omnicomprensivo. Ese mercado libre de interferencias, aunque se publicita como una promesa de futuro bien general, en realidad ha venido beneficiando del siglo XVIII a la fecha a un pequeño grupo privilegiado dentro de cada nación que adoptó la Economía Moderna.

Justamente, para mantener y preservar los privilegios derivados de esa autonomía del mercado, se elaboró y legitimó un sistema político de participación restringida y que explícitamente postula la autonomía o no coerción (que se confunde con libertad) de los individuos. En base a la filosofía política de los derechos individuales inherentes e inviolables se llegó a establecer por medios jurídicos su no intervención. La consecuente pretensión teórica de un sinfín de personas ejerciendo su autonomía o sus derechos aisladamente (con la sola condición de no violar la ley), vino a disolver su responsabilidad. Así, se implantó como principio empírico inapelable el supuesto que una sociedad no intervenida se ajustaría automática -o providencialmente- para el bien general (15).

Tales premisas y la lógica a que dieron lugar transformaron la pretensión de autonomía individual en parte central de lo que implicaba un estado de derecho. Al tiempo que ese marco legal y las instituciones republicanas a que da lugar, tienen como rol principal el mantener aquella autonomía. La teoría presentará al estado de derecho como neutral respecto a los diversos grupos sociales y al servicio de los intereses de todos los ciudadanos. Cómo podría ser de otra forma si sólo vela porque cada cual pueda ser libre dentro de los marcos legales. Pero, en realidad “los gobiernos no son neutrales (...) representan los intereses económicos predominantes” y “sus constituciones se hacen para servir a estos intereses”:

“...no debemos aceptar la memoria de los estados como cosa propia. Las naciones no son comunidades y nunca lo fueron. La historia de cualquier país, si se presenta como si fuera la de una familia, disimula terribles conflictos de intereses (algo explosivo, casi siempre reprimido) entre conquistadores y conquistados, amos y esclavos, capitalistas y trabajadores, dominadores y dominados (...) este libro contemplará con escepticismo a los gobiernos y sus intentos, a través de la política y la cultura, de engatusar a la gente ordinaria en la inmensa telaraña nacional, con el camelo del ‘interés común’ ” (16)
(Zinn 1999: 19 y 20).


En todo caso, legitimaciones idealizadas de sistemas políticos, económicos y sociales se pueden encontrar en cualquier época y contexto sociocultural donde existan grupos interesados en mantener sus ventajas. Enunciar este tipo de hechos no es una exclusividad de la crítica radical; es un asunto de simple análisis cultural. Análisis que, en el tema que aquí se revisa, deja en evidencia a las promesas libertarias e igualitarias de la democracia liberal burguesa como simple demagogia desde su génesis. Basta volver la vista a los ejemplos originales representados por las revoluciones burguesas de Inglaterra en 1688-89, de las colonias británicas en Norteamérica en 1776 y de Francia en 1789. (17)

De ahí en adelante, pequeñas concesiones han ido maquillando la posición dominante de las élites y han legitimado el sistema a los ojos de los ciudadanos comunes. Mas, al calibrar sus resultados con ojo crítico, se puede comprobar que la teoría de la igualdad ante la ley fruto del estado de derecho sigue teniendo el efecto, como bien expresó George Orwell, que “algunos animales son más iguales que otros” (18).

Al tenor de lo expuesto, se puede concluir que el tema de la responsabilidad no es sólo una cuestión ontológica de rescatar una antigua definición de los seres humanos. Tampoco sólo un problema moral de rechazar el individualismo y postular la importancia de un activo compromiso con los demás. Ni sólo una cuestión de sentido, de buscar la tranquilidad espiritual en principios benignos. Ciertamente se cree aquí que es todo lo anterior en su conjunto. Pero al tener en cuenta los resultados y consecuencias de los modelos naturalistas modernos -a nivel de cada persona, en las sociedades y hasta en lo ecológico- se hace urgente replantearse de modo serio frente al tema de una real responsabilidad. A su vez, si no es aceptable la propuesta de desigualdad ilustrada, menos lo es su radicalización neoliberal que viene a privilegiar a una élite todavía menos numerosa en base al espejismo de la igualdad de derechos.

La tarea futura es que a partir de una verdadera responsabilidad personal y social, se construya racionalmente una comunidad que resguarde y promueva la libertad y la autonomía, la solidaridad y la igualdad, junto al hoy urgente respeto por la naturaleza. Lo que por supuesto es una tarea humana a realizar de modo consciente. Con responsabilidad.

* Este trabajo fue publicado como un capítulo dentro del libro Espiritualidad y Responsabilidad Humana, Editorial Ayún, Santiago de Chile, 2005. He intentado ser breve para no repetir otros de mis artículos ya editados sobre la relación entre cristianismo reformado y nuestra época, y porque me he referido en extenso a ello en mi libro Reforma e Ilustración. Los teólogos que construyeron la Modernidad, Editorial Universidad Bolivariana, Santiago de Chile, 2005.

Notas

(1) Esa actitud se refiere al ascetismo activo por el cual se cumple sistemáticamente una misión en el mundo determinada por Dios. Las doctrinas sobre Dios y el hombre, se refieren respectivamente a: una divinidad soberana que elaboró un plan para su creación y lo lleva a cabo en forma constante por medio de su providencia; y, a una humanidad corrupta absolutamente en su razón y voluntad a raíz del pecado original.

(2) Con lo que aquí se expondrá quedan al descubierto tres gruesos errores sostenidos en los ambientes académicos sobre la Ilustración: i.- Que fue un movimiento filosófico y profano; ii.- Que comenzó e instauró en Occidente la separación de los diversos ámbitos sociales de lo religioso; iii.- Que tal divorcio llevará al desarrollo y triunfo de la Modernidad como tradición no religiosa.

(3) Cabe señalar que la obra de Newton materializa las ideas de otro filósofo natural puritano: Francis Bacon. Fue éste quien, en base a la doctrina calvinista sobre Dios, había propuesto a la filosofía natural como tarea religiosa: el conocimiento de los fenómenos o causas segundas dejaba en claro su dependencia de la divinidad como causa primera.

(4) Dirá el autor: “Tenemos la suficiente penetración respecto a la admirable constitución y efectos de las cosas, para poder admirar y exaltar la sabiduría, el poder y la bondad de su Autor” (Locke 1986: 23). Ya Bacon había dicho que cuando se cumple con el deber religioso de aplicar el entendimiento a la creación, nunca se logrará un “conocimiento perfecto” de Dios, sino sólo “admiración, que es conocimiento fragmentado”.

(5) “Los bendijo Dios y les dijo: ‘Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra’”.

(6) Recuérdese que el reformador había sostenido que Dios gobierna a sus criaturas a través de las cualidades o naturaleza con que las creó. Lo que aplicado a los humanos se refiere a sus facultades racionales. Por eso dirá Calvino que “los entendimientos humanos están en manos de Dios, el cual los rige en cada momento”.

(7) En lo referente a Smith, se sigue aquí a Monares (2001 y 2002).

(8) Esta concepción la expone Smith, como el piadoso moralista reformado que fue, con descarnada claridad: “Todo hombre es rico o pobre según el grado en que pueda gozar de las cosas necesarias, convenientes y gratas de la vida”. El dinero permite librarse de “las penas y fatigas” que supone el trabajo, quien es rico las “podrá imponer a otros individuos”. Quien es pobre las deberá soportar y además, en muchos casos, no podrá hacer efectiva su demanda de bienes en el mercado: estará impedido de “gozar de las cosas necesarias, convenientes y gratas de la vida”.

(9) La doctrina de la predestinación sostiene que Dios eligió a un pequeño grupo de la humanidad para ser salvos y los señala con la prosperidad y el éxito. Mientras el gran número que determinó se condenaran se reconocen por el fracaso y la pobreza. La misma división vale para las naciones. Luego, como parte de la conducta religiosa debida, o ascetismo, el elegido debe perseverar en su vocación dispuesta por Dios. Como bien expone Weber, al homologar vocación con profesión se dio lugar a una ética del trabajo; aunque igualmente aquella implicaba someter a los condenados de la nación y/o del extranjero.

(10) El movimiento puritano estaba lejos de ser homogéneo en cuanto a un sólo proyecto político, social y económico. Existían grupos que hoy, con todo lo vago que ha llegado a ser el término, serían identificadas como de izquierda o socialistas: los levellers (niveladores) representantes de las clases menos privilegiadas y los diggers (cavadores) con una postura más radical (Tawney 1959). Aunque se cree que a estas alturas no vale la pena aclarar cual fue la tendencia que se impuso, sí es relevante desmitificar el que reformado de por sí sea sinónimo de capitalismo salvaje, burguesía e incluso de capitalismo. Para una postura calvinista contemporánea crítica del capitalismo moderno, ver Bieler (1973).

(11) Dependiendo de los valores e ideas establecidos en la cultura de cada pueblo, es que se determinan los móviles deseados o debidos de sus comunidades. Es evidente que en una sociedad que resalta lo material en general y el dinero en particular, como la de los autores y la actual, será altamente probable que las motivaciones sean de tipo lucrativas. Sin embargo, establecer que esa es la real condición de la especie humana es un error etnocéntrico que no resiste análisis.

(12) Una metáfora que se estima ajustada para describir este Racionalismo providencial puritano es que la razón es un software que Dios cargó en ese hardware llamado humanidad y que él mismo lo hace funcionar e utiliza.

(13) Se entiende al considerar la posición de las personas en estos sistemas teocráticos, lo inútil que es en ese marco la pretensión de las posturas que proponen una actitud proactiva para el desarrollo personal y social. ¿Cómo ser protagonistas de una sociedad que no se controla y en el cual las acciones, no sólo individuales sino también colectivas, no pueden tener mayor impacto por la estructura sociopolítica y económica autónoma?

(14) Se estima aquí que el proyecto ilustrado original en pro de la pequeña y mediana burguesía, el neoliberalismo lo hizo aún más excluyente: a la fecha tal sistema representa y protege al gran empresariado y a las multinacionales. Asimismo, por ese mismo giro se dio preeminencia a la actividad financiera, dejándose en un lugar secundario la ética del trabajo y la producción (Monares y Schmal 2004b).

(15) Como se vio en Locke, para los reformados los derechos son un medio para cumplir la voluntad de Dios. No son fines en sí mismos. La sacralización moderna, sobre todo del derecho de propiedad que predica el neoliberalismo, va hasta contra el espíritu y la letra de la teoría original.

(16) El texto de Zinn es muy útil al develar uno de los mitos democráticos más asiduamente sostenido: el de Estados Unidos. Ante la historia oficial de todo un pueblo que se rebeló contra la opresión británica, el autor deja al descubierto que los intereses de la aristocracia criolla fueron un impulso determinante para el alzamiento. De hecho, expone una serie de conflictos previos a 1776 (incluso armados) que enfrentaron a las clases bajas junto a la clase media empobrecida con la élite colonial que las explotaba económicamente e imponía un monopolio político para mantener sus privilegios. Situación que no varió luego de la independencia, pues la Constitución (tantas veces señalada como ejemplo libertario y democrático) se redactó por las élites para proteger sus intereses y conformar una base social de apoyo usando una retórica de patriotismo, unidad e igualdad de derechos.

(17) Incluso, se debe tomar en cuenta que las dos primeras tienen explícitas bases puritanas y la segunda recibió fuertes influencias de ese tipo a través de la repetición que los ilustrados franceses hicieron de sus colegas británicos.

(18) Esas idealizaciones falaces para justificar situaciones de privilegio, como se dijo, se encuentran en los más diversos contextos. Por ejemplo, las dictaduras comunistas o de partido único durante el siglo XX eran llamadas democracias populares, no siendo ni democracias ni representativas del pueblo una vez que se conformaba una élite burocrática (para una acertadísima denuncia literaria de la Unión Soviética, ver el texto de Orwell arriba citado). Anteriormente, las élites inkas y aztecas una vez que accedieron al poder reelaboraron las respectivas historias nacionales a fin de justificar y mantener su dominio (Conrad y Demarest 1990).

Bibliografía

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