Pensamiento

El don de la ebriedad

J. C. Aguirre

Es p�blico y notorio que a ninguno de nuestros contempor�neos se le ocurrir�a entender la alteraci�n de la conciencia como algo m�s que un divertimento para el consumo. A lo sumo algunos intelectuales un poco locos y ya en los m�rgenes de lo socialmente correcto se han ocupado de este tema. Pienso en Nietzsche, un Benjamin, un J�nger, un Huxley, un Evola...

Lo cierto es que el signo de los tiempos nos muestra la ebriedad con resonancias degradadas y degradantes. Capas enteras de la poblaci�n se encuentran enganchados a ansiol�ticos o antidepresivos. Otras sustancias, peor tratadas por el poder farmacr�tico, son entregadas al mercado negro e introducidas en la espiral de la marginalidad a mayor gloria del capital financiero. Tanto en un caso c�mo otro se persigue lo mismo. Alterar la conciencia para horas as� escapar por unas pocas horas a las miserias de una rutina ps�quica en exceso interferida por las codificantes y masificadoras sociedades modernas. Por lo que se refiere a las propias sustancias, en su inconsciencia, se ven arrojadas a una u otra categor�a de manera bastante arbitraria.

As� las cosas, la pauta de consumo que determina la legalidad o ilegalidad de la sustancia construye la relaci�n con la misma y, por tanto, la peligrosidad de la droga, y es que las sustancias no son tan inconscientes como parece. El resultado es un consolidado escenario donde las divergencias acerca de los psicoactivos y su prohibici�n no son m�s que parte de� decorado. No me cabe duda alguna de que nuestro cruzado-palad�n Gonzalo Robles y Lou Reed cantando a la hero�na son dos caras de la misma moneda, marionetas del mismo escenario, muy necesitadas la una de la otra. Solo un irracional consumo compulsivo, socialmente problem�tico, legitima una pol�tica de prohibici�n tan irracional como la que hoy se practica. S�lo la prohibici�n construye ese delirio de consumo donde cualquier efecto, sin distingo alguno, es siempre el deseado.

Vista as�, la relaci�n de nuestros contempor�neos con la ebriedad, es de las m�s desoladoras de toda la historia. No es de extra�ar, ya que los inmensos y tit�nicos despliegues de poder de nuestro tiempo exigen un hombre peque�o fr�gil y moldeable, como engranaje de la inmensa maquinaria de la que todos formamos parte. Existe mucha propaganda contraria a la ebriedad, y una gran incriminaci�n p�blica de los embriagantes, pero la realidad es que nunca se hab�a dado en toda la historia un consumo tan extendido y masivo de alteradores de la conciencia. La hipocres�a y la idiocia son extremas, la ignorancia acerca de la ebriedad tambi�n. Antes ya apunt� el enganche masivo y creciente a ansiol�ticos y antidepresivos. Por otro lado el pararritual pseudorrebelde que constituye la ingesta compulsiva de sustancias, sin discriminaci�n ni arte alguno, y la reducci�n de la ebriedad a un objeto de consumo m�s, s�lo deja el saldo de que con la ebriedad no se puede jugar. Esta siempre pasa su factura. Sus viejas cuentas pueden llegar lejos y hondo.

Origen y cat�rsis

Toda alteraci�n de la conciencia implica un verse de otra manera, un emerger de nuestros d�ficits, apegos y dependencias. Toda ebriedad puede ser fuente de la mayor de las delicias, pero al tiempo puede ser no m�s que puro escapismo y asidero, exclusiva huida hacia adelante. Son muchas las culturas que han elaborado complejos saberes y desarrollado detalladas t�cnicas acerca de la ebriedad. Todas ellas eran conscientes de aquello que la ebriedad conjuraba, espacios donde uno no puede sino perderse, como quien se pierde en el mar y lo infinito, para constatar la propia mortalidad y limitud... o, acaso, la propia destrucci�n. Asuntos estos muy delicados por apuntar a esos puentes que, rebasando la propia individualidad, devenida puro artificio, indican lo sagrado y eterno, es decir, aquello que no es mortal ni perecedero. Dicha ebriedad tradicionalmente encontraba diferentes catalizadores, el uso de sustancias u otras t�cnicas de �xtasis como la repetici�n de mantras, los ritmos de respiraci�n, la danza o la m�sica. Todos estos procedimientos ten�an como objetivo la ruptura de la rutina ps�quica y sus resortes sempiternos. Las culturas no modernas conoc�an bien la inmensa fuente de sabidur�a, poder y placer que esta salida consciente de uno mismo depara. De hecho, la etimolog�a de �xtasis alude a la salida o viaje fuera de uno mismo. Estos vi�ticos constitu�an experiencias donde el propio distanciamiento con nuestros h�bitos ps�quicos corrientes otorgaba llaves y revelaba como constructo lo que era tal, limpiando as� el ojo de nuestra consciencia que dejaba atr�s los lastres que arrastra nuestra particular representaci6n del mundo. Elevar el tono general de nuestra experiencia de la vida y sanear nuestra propia naturaleza, limpi�ndola de polvo y paja, eran la recompensa al que transgred�a los miedos de la propia muerte y limitud. A este respecto es curioso c�mo las tradiciones cham�nicas, la alquimia y la medicina tradicional otorgan una signicaci6n sanadora a la ebriedad. Vistas as� las cosas, la ebriedad para los pueblos antiguos era un aut�ntico don, una de las bellas artes, que dir�a Antonio Escohotado, a cultivar no como objeto de consumo sino como aut�ntico vi�tico para la alquimia y el conocimiento de uno mismo. La catarsis del esp�ritu era la recompensa, catarsis que resultaba de la aceptaci�n del limite mortal que el hombre representa, del car�cter evanescente de su individualidad m�s inmediata. Catarsis que encontraba su comienzo en la foto fija que de uno mismo ofrec�a la ebriedad, para desde ah� amparar la intensificaci�n de la propia naturaleza y la orientaci�n de la misma de acuerdo a su arquetipo, naturaleza y eternidad. Todo esto ten�a sus peligros, ya que ese vi�tico necesariamente abisma, a aquel que lo emprende, al socav�n de sus propias contradicciones y miedos. Al desvelamiento de los condicionamientos inconscientes de la conducta. Socav�n que como constructo encuentra su aparente consistencia en la inconsistencia de nuestra propia individualidad, juego de hechicer�a negra, en palabras de Carlos Castaneda, por el cual nosotros mismos generamos el mundo que nos determina y maneja.

Ebriedad y destrucci�n

Toda ebriedad destruye. A�n en el mejor sentido. Si no, que se lo digan a quien se adentra en sus laberintos sin tomar las necesarias precauciones ni realizar abluci�n alguna. Un yonqui, un alcoh�lico, alguien atrapado por el barroquismo de su propio subconsciente en un trance visionario... Toda destrucci�n de lo que siempre fue ef�mero, construido y falso, puede ser el comienzo de un descubrir lo que siempre estuvo debajo de tanta paja y hojarasca ps�quica. Nuestra cultura es completamente ignorante por lo que a la ebriedad se refiere. Por ello se generan esas dependencias y estragos que no hacen sino manifestar desajustes de la propia conciencia moderna. Si algo no permite nuestro precario modo de vida es la relativizaci�n del mismo, proclamar su car�cter fugaz o incluso falaz, destapar que no somos lo que creemos ser, revelar que el flujo de nuestras aspiraciones, pensamientos, sugestiones, deseos y fobias no son m�s que h�bitos sociales y constructos educacionales. De esas cosas, hoy en d�a, nadie quiere saber, y es eso precisamente lo que hace imposible el desarrollo de una cultura refinada acerca de la ebriedad.

Quisiera ilustrar esta apretada exposici�n con una cita de Martin Heidegger que muestra a la perfecci�n la desafiante cifra de ese don que en la ebriedad reside: "La �poca sigue indigente no solamente porque Dios haya muerto, sino porque los mortales apenas conocen lo que tienen de mortal". Siempre Heidegger, tan griego. Nuestros padres los griegos, maestros de la Tragedia, sab�an que �sta siempre brinda una ocasi�n para la elevaci�n. Arist�teles de manera muy expl�cita habla de esa catarsis de los sentimientos que procura la hermene�tica de lo tr�gico. Por todo ello, como dice Antonio Escohotado, "La ebriedad siempre ser� gratitud".

Sobre lo l�dico

La ebriedad integra, quiz� como ning�n otro escenario, momentos y usos estrictamente l�dicos. Desde luego, no deja de ser una luminosa directriz para el viaje. Es muy evidente que delicias de la misma son el placer, f�sico, est�tico o mental, y las sinton�as personales que enmarca. No habiendo nada m�s sagrado que la alegr�a y la plenitud deL esp�ritu, lo l�dico se inserta como el necesario complemento de la catarsis que la ebriedad supone. Toda limpieza del propio dial lo primero que produce es una suerte de reconciliaci�n con la vida y por ello la celebraci�n de la misma. La ebriedad, limpia de polvo y paja, es acaso la fiesta y celebraci�n por excelencia donde la propia libertad se goza y se agasaja. La ebriedad, en la alegr�a que �sta muestra, no entiende de nada que la ignore, ni de apropiamientos ps�quicos de la misma, ni de pesanteces que interfieran su devenir inocente. Es sin por qu�, como la rosa del poema de Sileslus. La entrega sincera a la misma abre escenarios donde la comunicaci�n humana encuentra sinton�as, siempre m�s all� de uno mismo. Son hermosos los momentos para la ebriedad en buena compa��a, tiempo para la confianza, el festejo y la broma, donde la existencia y los seres que la pertenecen parecieran elevarse, quedando rotos los limes de la propia individualidad. Muy ajenas son a todo esto esas borracheras donde el genio de la sustancia ofrece al que no es capaz de dar la talla un habitar la ebriedad encerrado en s� mismo, cosificando la realidad, para convertirla, toda ella, en una innoble construcci�n, paranoica y proyectiva. Ese es el castigo de los dioses a los que no son capaces de compartir la alegr�a, de recibir lo l�dico, de contemplar el juego de la inocencia. Larga vida a Dionisos, el ni�o que juega y se mira en el espejo, Dios de la ebriedad.

Bibliograf�a

EL DIONISIO MODERNO Y LA FARMACIA UTOPICA; Enrique Oca�a
HASCHISCH; Walter Benjamin
LAS PUERTAS DE LA PERCEPCI�N & CIELO E INFIERNO; Aldous Huxley
MUNDO INTERIOR, MUNDO EXTERIOR; Albert Hofmann
LAS PLANTAS DE LOS DIOSES; Albert Hofmann, Richard Evans Schultes
LSD; Albert Hofmann
CAMINO A ELEUSIS; Albert Hofmann, Gordon Wasson
HISTORIA GENERAL DE LAS DROGAS. Antonio Escohotado
ALUCINOGENOS Y CULTURA; Peter T. Furst
ENSE�ANZAS DE DON JUAN; Carlos Castaneda
VISITA A GODENHOLM; Ernst J�nger
ACERCAMIENTOS; Ernst J�nger
NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA; Fiedrich Nietzsche

J.C. Aguirre ha sido el coordinador del monogr�fico de la Revista "El idiota. Revista monogr�fica de ideas" con el t�tulo: "VISIONARIOS. Ebriedad, Sustancias y plantas de Poder: Reflexi�n y Creatividad." Sugerencia Editorial, Madrid, 2000. I.S.S.N.: 1567-8554.

Texto extra�do de
Imaginaria

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