Pensamiento

La causa de los pueblos y la cultura hispánica

José Luis Ontiveros

La afirmación de la causa de los pueblos, como un valor cultural diferenciado, es de especial importancia en la tradición cultural hispánica, donde se ha confundido el sentido de la hispanidad con las empresas colonialistas del siglo XVI llegadas a cabo por España. En realidad la equivalencia entre el “destino misional” de España y la cultura hispánica es reflejo de una deformación más profunda característica de los criterios lineales del progreso occidental, que suele reducir la diversidad cultural a una visión etnocentrista para la cual Occidente y Europa son las únicas civilizaciones válidas.

El indigenismo está tan agotado como el hispanismo: ambos son derivaciones de una concepción excluyente.

Resulta entonces necesario revisar el concepto mismo de Hispanidad para distinguir en él un principio de diferenciación cultural, que posibilite la integración orgánica de múltiples culturas con personalidad propia, como lo son las culturas indígenas hispanoamericanas, que constituyeron la reserva mágica del Tercer Mundo, y que fueron uniformadas y abolidas por la expansión colonial española. Lo hispánico debe purificarse de su carácter impositivo, de su orientación excluyente y de sus valores evangélicos (comprendidos estos últimos como un sistema religioso único). Ese proceso debe fincarse en una revisión del hispanismo conservatista y en una ruptura con los criterios modernos del progresismo histórico.

Apología de la barbarie

La tradición cultural hispanista, tanto en sus expresiones típicas (Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal, Maeztu) como en sus desarrollos más revolucionarios (Ledesma Ramos, Duque, Sánchez Dragó) ha sido hasta el momento incapaz de entender a los bárbaros. Quizá la interpretación mítica, que propone Duque como la revelación de lo sagrado y Sánchez Dragó como la historia mágica de España, sean las primeras manifestaciones de un cambio de la mentalidad española, que recurrentemente por el discurso del “Imperio”, de la “evangelización” y del “rescate de los idólatras” ha tendido a justificar la homologación y el etnocidio de formas culturales no “occidentales”. Los aztecas pensaban que los conquistadores españoles eran “dioses”, el emperador Moctezuma creía, de acuerdo a su tradición mitológica, que Hernán Cortés representaba a su dios Quetzalcóalt. Cortés aprovechó absolutamente esa creencia para aniquilar el imperio azteca. En ese enfrentamiento entre dos mundos ¿quiénes eran los bárbaros? Para los aztecas, los extranjeros, advenedizos, hombres blancos y barbados, recubiertos de hierro eran “popolocas” (bárbaros). Para los españoles, los aztecas estaban sometidos a demonios, debían ser “cristianizados” y sus dioses y sus templos demolidos. La cultura diferencialista comprende tanto el vitalismo español del S. XV y XVI como el heroísmo trágico de los aztecas. Ambos pueblos profundamente religiosos son merecedores de respeto. Sin embargo la historia de la colonización “occidental” es la historia de la falta de respeto hacia formas culturales distintas a la europea. Se trata de legitimar el arrasamiento de culturas venerables y el desarraigo de las raíces de los pueblos para “hispanizar” el mundo, transformándolo en el espejo de la propia imagen. En esa imagen multiplicada por la violencia y la técnica de “occidente” se oculta el vacío. La supuesta fortaleza de una cultura que se afirma sobre las otras, mimetizándolas, manifiesta el miedo de lo “otro”, de lo que Octavio Paz ha llamado “la otredad”. El hispanismo es por principio el temor de lo diferente, la repulsión hacia aquello que tiene identidad y gesto distintivo, el propósito de someter al otro. Ese hispanismo conservatista vive, además, en la etapa final de su desintegración, cuando España se europeíza para conquistar por el atajo la modernidad.

Revisionismo e Hispanidad

El hispanismo forma parte de las ideas nacionales ahora en declive. El Estado Nación europeo es producto de la cultura de los burgos, del desarrollo de las formas políticas modernas y de la racionalización del poder. Los Reyes Católicos realizan la primera unidad política europea y España es la inauguradora en Europa de las empresas colonialistas, con un carácter medieval, que posiblemente influyó en la conservación sincrética de la raza indígena y de su cultura: Santo Tomás es Quetzalcóalt, Tonatzin es la Virgen de Guadalupe, a diferencia de arrasamientos brutales como los practicados por el imperialismo inglés y el actual estadounidense. El hispanismo debe vaciarse de su contenido tradicional: la relación entre una metrópoli y sus colonias, la ficticia superioridad de la historia lineal europea, la primacía de un modelo exclusivo de existencia. Ese vaciamiento de las trabas etnocentristas de la mentalidad española es simultáneo a la muerte de su hijo más ingrato: el indigenismo.

El indigenismo fue el asumir una idea europea: la idea nacional para confrontarla con los valores medievales españoles. Al ser destruida una forma cultural genuina indígena, se intentó “inventar” una historia laicizada y republicana, que imitaba los actos fundacionales de la modernidad política occidental: la revolución francesa y la estadounidense. El indigenismo resultó un producto liberal y romántico, propio de la tradición abstracta del progreso “occidental”. La política indigenista del Estado Nacional condujo a una reproducción de la colonización española, realizada ahora por funcionarios mestizos. Ya no se debía “hispanizar”, puesto que la derrota de la “Armada Invencible” y el nihilismo reactivo de la Contrarreforma habían aldeanizado el poderío español de Europa, y su cultura se refugiaba en la selva de signos del barroco. Ahora debía “nacionalizarse”, aplicando el sentido administrativo del Estado moderno. Si la Inquisición española persiguió a los nigromantes indígenas (nahuales) que pretendieron durante la Colonia oponerse al dominio español con la sabiduría mágica de sus ancestros, el Estado nacional cerca a las comunidades indígenas a fin de construir la utopía de la urbe. El indigenismo está tan agotado como el hispanismo: ambos son derivaciones de una concepción excluyente.

Hispanidad y Tercer Mundo

La hispanidad debe redefinirse. Trascendiendo la mentalidad de la metrópoli y el centralismo castellano. La conquista de América significó la anulación de culturas genuinas y el establecimiento de una relación de subordinación. En la actual circunstancia de liquidación de la modernidad, en el ciclo finisecular del advenimiento de la posmodernidad ¿puede reivindicarse una empresa colonialista, convertida en el ónfalos histórico de los pueblos que nos expresamos en español? ¿La cultura española podrá desembarazarse de sus cargas etnocentristas, de su reflejo pavloviano hacia la “hispanización”? Las anteriores preguntas quizá encierren lo que pueda esperarse de la cultura hispánica: si ésta continúa siendo una variante de la homologación “occidental”, vestida con pronunciamientos declamatorios de “imperio” y “evangelización”, su destino será el mismo que el de la civilización de la ciudad, esto es, una forma degenerada de la vida y de la muerte. Mas puede ocurrir que los bárbaros asaltemos la ciudad y seamos la germinación de una cultura diferencialista. El Tercer Mundo hispanoamericano es el campamento de los nuevos bárbaros, España deberá comprender que si Ortega la consideró la “reserva moral” de Europa, el Tercer Mundo Hispánico es la reserva mágica, la tierra del Sol y del peyote.


Visión de los vencidos

Dadas las características de la visión europea sobre sus empresas colonizadoras, en que Europa “descubre” otras culturas —como si el contacto con lo “occidental” otorgara la existencia a esos pueblos—, es común que sobre la expansión española en América únicamente se conozcan las distintas crónicas e historias escritas por los soldados, frailes y humanistas españoles, relegándose la visión que tuvieron los propios indígenas sobre la conquista y posterior destrucción de su mundo y de su cultura.

La Visión de los Vencidos presenta una antología de doce textos, fundados tanto en la escritura ideográfica como en la tradición oral indígena, en que se manifiesta la imagen que tuvieron de los conquistadores. Imagen que ajustaron a su pensamiento simbólico de “flores y de cantos”, en donde describen la máxima tragedia: la de ver destruidos no sólo sus templos, los colegios de los sacerdotes, los recintos de los guerreros águilas y tigres, los colegios de nobles (Calmecac) y de los plebeyos (Tepochcali) sino el mismo tronco de su cultura. La narración de los indígenas presenta claras semejanzas con los más grandes cantares épicos de la tradición literaria universal: México-Tenochtitlan se transforma en un símbolo clásico del hundimiento de una civilización. Los pocos escritores sobrevivientes, antiguos poseedores del conocimiento tradicional de la “tinta negra y roja” de los códices, plasmaron las distintas visiones que tuvieron de los extranjeros que terminarían erradicando “el rostro y corazón” de su cultura. Se describe, así, la serie de presagios que anunciaron antes de la llegada de los españoles la inminente amenaza de una catástrofe definitiva para la vida indígena. Se hace referencia a la creencia mítica de que los conquistadores representaban el retorno del dios Quetzalcóalt, por lo cual fueron llamados “teteos” (dioses). El Emperador Azteca (Gran Tlatoani) Moctezuma, se somete a la fatalidad mística de una revelación metafísica por la que él no es más que el “lugarteniente”, el “sustituto” que ha guardado el trono: “la razón de haber obrado así Motecuhzoma es que él tenía la creencia de que ellos eran dioses, por dioses los tenía y como a dioses los adoraba. Por eso fueron llamados, fueron designados como “Dioses venidos del cielo”. Esa creencia, empleada hábilmente por Cortés, empezará a ser quebrantada cuando los españoles realicen actos brutales como la matanza de Cholula, el exterminio en el Templo Mayor durante una fiesta ritual de una parte significativa de la nobleza indígena por Pedro de Alvarado, la sed y la concupiscencia del oro, por parte de los forasteros, que los indígenas pintan: “Se les puso risueña la cara... como si fueran monos levantaban el oro... como unos puercos hambrientos ansiaban el oro...”.

La Visión de los Vencidos es la historia de un etnocidio, historia escrita por los propios indígenas, que nada tiene que ver con las luchas europeas entre la historiografía católica y protestante, o con la “leyenda negra”. Si la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, obra del conquistador Bernal Díaz del Castillo sobrecoge por su intensidad humana y su dramatismo, la Visión de los Vencidos expresa el heroísmo trágico de una cultura que afirma su existencia en la muerte, expresa la visión antietnocentrista de la épica:

“En los caminos yacen dardos

[rotos,

los cabellos están esparcidos,

destechadas están las casas,

enrojecidos tienen sus muros.

Golpeábamos, en tanto los muros

[de adobe,

y era nuestra herencia una red de

[agujeros

Con los escudos fue su resguardo,

Pero ni con escudos puede ser

[sostenida su

[soledad...”]

Visión de los Vencidos. Relaciones Indígenas de la conquista. Miguel León Portilla, Editorial Universidad Nacional Autónoma de México, décima edición, México, 1984, 217 páginas.

Extraído de "Amnesia"

Página principal /  Inicio de página

1