Economía

Evolución de la economía en Occidente.
De la ética del trabajo al afán de lucro

Andrés Monares y Rodolfo Schmal


Andrés Monares (Antropólogo. Profesor del Departamento de Estudios Humanísticos de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile [email protected]) y Rodolfo Schmal (Ingeniero Civil Industrial. Master en Informática de la Universidad Politécnica de Madrid. Profesor de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad de Talca [email protected]) nos envían este polémico texto acerca de la evolución de la economía en Occidente, publicado con anterioridad en la revista Persona y Sociedad (pp.: 285-298, Volumen XVIII, Nro. 2, Agosto 2004. Universidad Alberto Hurtado. Santiago de Chile. ISSN: 0716-730X) y que incluimos ahora en la Página Transversal como una nueva aportación al debate acerca de la "globalización económica".


“Ve, pues, come tu pan alegremente y bebe gustoso tu vino, porque Dios ha bendecido tus trabajos”
Eclesiastés 9, 7

“El trabajo, como todas las demás cosas que se compran y venden, y que pueden aumentarse o disminuirse en cantidad, tiene su precio natural y su precio de mercado”
David Ricardo

Resumen

El trabajo ha sido concebido por el Cristianismo occidental como una forma ética: la conducta para procurarse el sustento es definida como virtuosa, a la vez que un medio para glorificar a Dios. Dentro de ese enfoque espiritual, la consecución de algún tipo de ganancia a través del trabajo era secundaria y considerada un premio a un comportamiento debido. El Capitalismo de Mercado Autorregulado sigue esa misma concepción en un principio. Luego, al ser dejado de lado el componente religioso del sistema, el lucro llegó a considerarse el fin de la actividad económica y el trabajo y quienes lo realizan un medio para conseguirlo. El desarrollo de la Economía Moderna legitimó ese cambio desde su teoría y lo reprodujo en su práctica.

Presentación

La Economía Moderna (como disciplina y actividad) surge de un radical giro ideológico-práctico que tomará fuerza en el siglo XVIII, el cual deja de lado la antigua concepción sobre el ámbito productivo que había dominado Occidente (y en su espíritu general también otras partes del globo). Durante aproximadamente dieciséis siglos de la historia de Europa, las formas de procurarse el sustento se entendieron y materializaron desde el concepto griego de Economía: la administración del hogar para procurarse el sustento. Su interpretación cristiana que además otorgó una alta valoración al trabajo perduró, con casi total vigencia, durante el medioevo y en las primeras generaciones pos Reforma Protestante.

Ese particular desarrollo moderno de las ideas asociadas a la producción material, implicó que la administración del hogar derivó hacia la búsqueda de lucro, la Crematística, para la cual la labor para procurarse el sustento sólo era un medio de adquirir ganancias monetarias. En ese plano teórico-práctico el trabajo dejó de ser tenido como una actividad social y con ello se ignoró su interrelación a los otros rasgos de los sistemas socioculturales de las comunidades. A su vez, la producción y su meta lucrativa se considerarán como un ámbito separado, preeminente y autárquico del resto de la cultura. Toda la sociedad, sus miembros y actividades, quedaron dependiendo de la nueva Economía. Curiosamente se conservó el viejo término para designar la nueva visión.

Ese quiebre de la tradición occidental se pretende validar, con un voluntarismo envidiable, postulando a los procesos económicos en el nuevo contexto como perteneciendo a la categoría de hecho científico. En otras palabras, se validan los supuestos de la teoría ya que serían reales, y supuestamente neutrales y objetivos. Lo que por muy académico que parezca, no ha dejado de tener trágicas consecuencias en la vida de millones de personas.

Trabajo y Sociedad

Por más que la disciplina económica dicte cátedra de empirismo cientificista, asume no sólo como real sino también como universal una caracterización arbitraria de trabajo: un mero factor de la producción definido, junto a las personas que lo realizan, como mercancía. Esta concepción es generalizada al adosarla al edificio teórico-práctico que, precisamente, se levanta sobre los pantanosos terrenos de sus supuestos (aunque la palabra sea evidente, es necesario remarcar que no son principios deducidos desde los hechos, sino asumidos por convención). Por eso, antes de entrar en la exposición del desarrollo ideológico occidental sobre la producción material, es necesario establecer un marco general que tenga verdaderos fundamentos empíricos para entenderlo. No se puede recurrir a la tosca simplificación de la Economía Moderna que carga la cruz de su irrealidad .
(1)

Toda comunidad en cualquier época ha necesitado del esfuerzo físico-intelectual humano aplicado a la naturaleza o a algún otro objeto para, en términos de Karl Polanyi, obtener su sustento material. En ese sentido, parecería una obviedad que ese esfuerzo es evidentemente un factor de la producción. Pero, el error y lo ilusorio ha sido considerarlo sólo un factor más, aislándolo de todo el sistema sociocultural de las comunidades. El trabajo y los resultados de él (bienes y/o servicios) han sido inseparables de la vida social humana. Asimismo tampoco son disociables del sujeto que los realiza, pues una labor productiva no existe como realidad aparte de quien la efectúa(2).

A través de la historia, el trabajo en tanto actividad social con sus múltiples relaciones con otras partes de una cultura, ha sido definido y apreciado según las pautas de cada grupo. En razón de su importancia en la jerarquía de valores de una comunidad, quien desempeñe cierta labor será más o menos considerado en aquella. Lo mismo ocurrirá con el producto de esa tarea. De tal manera, se puede haber sido un buen fabricante de puntas de flecha de pedernal en la zona de Siberia en la última glaciación, un buen cazador selknam en la Patagonia Sudamericana, un buen herrero en la Sajonia medieval o ser buen empleado en alguna ciudad moderna. En toda sociedad el trabajo, como la actividad social que es, ha sido fuente de prestigio y estima social (3).

No obstante, al ser la capacidad de dar sentido una característica básica de los humanos, muchos grupos han incluido al trabajo dentro de un sistema de ideas más complejo o lo han relacionado a múltiples factores que van más allá del mero prestigio. Cuando ello ocurre, el empeño dedicado a la producción material se define no sólo como fuerza transformadora en sí, sino que se le hace rebasar los límites de ser únicamente una búsqueda de sustento. No sólo se identificará a un buen trabajador o un buen producto o servicio: la persona y el resultado de su labor además entran a formar parte de un sistema ideológico y se los relacionará con factores extramateriales. Por ejemplo, un trabajador bien considerado será sinónimo de honestidad cuando se lo signifique desde un punto de vista ético; o, se lo definirá como un devoto cuando el sentido se origine en lo mágico-religioso.

Específicamente, al relacionarse la producción material (y sus resultados) con lo sobrenatural, tomará una significación de ribetes místicos y valoraciones pertenecientes a esa esfera. Al ser considerada desde o dentro del ámbito religioso, la labor productiva pasa a ser ritualizada y/o definida como una ética o forma de conducta piadosa. En cuyo caso se transforma en un deber que tiene una meta mágico-religiosa y unas reglas establecidas que lo guían. Se hablará entonces de una ética del trabajo. Al pasar a formar parte de un conjunto de ideas místicas que lo consideran una expresión devota, es por definición un medio; no un fin en sí.

El camino descrito es el que por siglos siguió Europa occidental. Su fundamento ideológico, el Cristianismo, caracterizó el trabajo como una conducta virtuosa y/o una forma de glorificación y/o como vía para obtener reconocimiento divino. De ahí que lo conseguido por una labor (el producto en sí o una retribución en especie o monetaria) haya sido definido como una muestra de complacencia de Dios por el cumplimiento del deber ético. Este esquema mantuvo su vigencia desde el Cristianismo primitivo, pasando por el medieval hasta la Reforma del siglo XVI.

Con el cisma religioso europeo se observa un punto de inflexión en la cultura occidental. Sin proponérselo, se dejarán planteados algunos tópicos que servirán para desarrollar un revolucionario esquema profano, el cual cristalizará en la sociedad capitalista occidental moderna todavía vigente. En ella el lucro será considerado un fin y, por ende, el trabajo y sus realizadores simples medios para conseguir ganancias monetarias. Sobre esa base, la Economía Moderna dará un paso más allá y separará el trabajo del lucro: con el desarrollo del capitalismo financiero y las sociedades accionarias, ya ni siquiera será necesario trabajar para obtener riquezas (4) .

Esa separación entre trabajo y capital, no dejará de tener consecuencias. Con ese cambio radical, impensable desde los orígenes de la cultura cristiana occidental al siglo XVII europeo, el sistema de valores y productivo se ven alterados en el mundo moderno y/o modernizado. El trabajo perderá su sentido ritual y con ello se dará paso a su instrumentalización; pero asimismo, a la de quienes lo llevan a cabo. De igual forma, el sistema productivo-comercial se liberará de las trabas éticas. Sin vergüenza se sostendrá triunfalmente que el lucro es el motor y finalidad de la labor humana. A la vez que se dará el curioso fenómeno de que sea posible y legítimo enriquecerse sin realizar trabajo alguno y/o al margen de lo que por siglos en Occidente fue considerado éticamente correcto.

Cristianismo y Trabajo en Occidente

No es esta la ocasión para hacer un detallado recorrido histórico de la relación entre Cristianismo y trabajo durante veintiún siglos, tema que en su compleja y diversa totalidad va más allá de las pretensiones de este artículo. Aunque, sí se pueden aclarar ciertos nexos entre la producción y la ideología religiosa cristiana sin que por ello se los quiera definir como los únicos, se insiste, de un largo y diverso período de la historia europea occidental.

Esa estrecha relación se deja ver ya en el relato bíblico fundante de la cosmogonía cristiana: el Génesis. En él se describe cómo por medio de su discurso creador y su omnipotencia, en seis días Dios habría hecho todo de la nada y al séptimo descansó. Más allá de la contradicción de un ser todopoderoso que descansa, el Cristianismo que asume el mito hebreo (como luego también lo hace el Islam) tiene su origen en una divinidad que trabajó para crear cuanto existe. En el mismo libro bíblico se afirma que Adán trabajaba en el Edén; pues, fue puesto allí por Dios “para que lo cultivase y guardase” (5) . También en el Antiguo Testamento, el autor del Eclesiastés, en medio de una extensa y amarga reflexión acerca de que todo en el mundo es sólo vanidad, identifica el bien o felicidad con el trabajo y sus frutos, los cuales son un don de la divinidad al trabajador. Luego, el propio Hijo de Dios o Verbo encarnado, es un carpintero; asimismo, sus primeros discípulos antes de ser elegidos apóstoles eran pescadores, o sea, trabajadores.

Será en la Edad Media (con lo desacertado que es aunar bajo esa etiqueta todos esos siglos y la variedad de conductas e ideas que en ellos se dieron) el período en el que esa base bíblica judía florezca en el Cristianismo europeo. Durante ese extenso período, la religión “intentaba espiritualizar lo material incorporándolo a un universo divino que lo absorbiese y transformase” (Tawney 1959). En tal sentido, las artes útiles perderán su connotación griega de indignidad, para pasar a ser asociadas a lo trascendente: el trabajo fue considerado una forma de glorificación y de búsqueda de salvación (Noble 1999). Entre otros ejemplos, esa conjunción queda reflejada en la devoción monástica que conlleva las labores manuales junto a la oración, el estudio y a otros ejercicios contemplativos (6).

Pero además, dentro de ese esquema místico, el trabajo adquiere un componente ético en un sentido más específico: como conducta mundana debida. Se le considerará sagrado, por lo que es apreciado en sí mismo; a la vez que necesario y fructífero, es honroso y virtuoso (7) . Como la moral prescribe que la actividad productiva en sí es lo relevante, se entiende que sólo se deberá buscar lo que sea útil para solucionar las necesidades correspondientes al lugar o estamento ocupado en la jerarquía social. Se trabaja (idealmente) para conseguir lo necesario para vivir. No por buscar la riqueza (8).

Con la lenta pero creciente generalización y legitimación del comercio, sobre todo desde el siglo XIII, se llegará a hacer moralmente necesario integrarlo junto al lucro a una teoría ético-social. Para muchos fue preferible enfrentar aquellos dos monstruos y, al menos en el terreno de las ideas, intentar encontrar su cara amable. Otra posibilidad era el ataque frontal que llevaría a una derrota casi segura; o, la ceguera que sería una actitud en el fondo cómplice y cobarde. Moralistas y teólogos al ser lo suficientemente realistas para no negar un fenómeno por muy brutal que fuera y tener la determinación para emprender una tarea que parecía urgente, no sin cierta duda y recelo, considerarán ahora al comercio como una forma de trabajo. Aunque rebajado y siempre con una peligrosa cercanía con la avaricia y el Infierno, lo que hacía imperioso toda clase de resguardos (materializados muchas veces en una compleja casuística). Por su parte, el lucro conseguido será definido como un justo premio por el riesgo y la provisión de bienes necesarios que la comunidad no posee (Tawney 1959).

Para el siglo XVI, la época de la Reforma, aunque esas ideas económicas tradicionales se mantenían presentes como el modelo a seguir, estaban en franca decadencia ante el empuje de una nueva época. Si bien Martín Lutero (1438-1546) sostenía una visión idílica del trabajo rural y llenaba de invectivas al comercio, su teología neomedieval no sería la dominante en un tiempo que vivía otras realidades y otro espíritu acorde a ellas. Es Juan Calvino (1509-1564) quien elaboró una doctrina desde los nuevos fenómenos sociales, para la nueva clase social que dominaría el futuro y para llenar de sentido religioso la nueva ética que en su forma profana se estaba imponiendo.

En una época de pujante desarrollo comercial, industrial y financiero, Calvino estimaba que Europa estaba mucho más cerca del Infierno que del Cielo. Lejos de aspirar a soluciones quiméricas, acepta una realidad que asume dada en la convicción que no era posible retornar a las prístinas formas de vida de las comunidades cristianas primitivas. Es así como propone conquistar el mundo presente para gloria de Dios. Dentro de ese esquema devoto, todas las actividades mundanas, y en especial el trabajo, pasaron a considerarse vías de alabanza. No obstante, remarcó aún más específicamente el sentido religioso del trabajo al considerarlo como “vocación”, como parte de la misión que Dios había determinado para cada cual (Calvino 1988. Weber 1994. Troeltsch 1983).

Es así como el calvinismo aunó lo material con lo espiritual; es más, dignificó el primero en grado sumo al darle una importante significación mística (Bieler 1973). No sólo aceptó las realidades del comercio y el lucro, sino que las definió como medios de glorificación. En la práctica esto implicó que no tendría porqué existir contradicción entre esas actividades y tendencias y la fe. Se podía ser un buen cristiano sin renunciar a ganarse la vida como ya era común en cualquier gran ciudad europea del siglo XVI. El más claro y citado ejemplo es la aceptación de Calvino del préstamo a interés (condenando como usura toda cifra superior a una tasa razonable o a la legal). El afán de lucro había dado otro paso hacia su legitimación, aunque al tenor de los hechos éste sería el decisivo (9).

El sustento humano, fueran bienes o dinero para adquirirlos, seguía consiguiéndose a través del trabajo y era correcto que así fuera: laborar todavía era signo de devoción, virtud y dignidad. Aún se entendía que “con el sudor de tu rostro comerás el pan”. Mas, en forma inconsciente y sin dejar de ser fiel a la tradición cristiana, la Reforma prepararía el quiebre moral que vendría en Occidente de la mano de fuerzas profanas.

De la ética a la Economía: el paso definitivo

Antes que se desarrollaran las teorías no religiosas o científicas de la Economía Moderna, Adam Smith (1723-1790), un moralista presbiteriano escocés (calvinista), realizó un gran esfuerzo sistematizador del ámbito productivo-comercial de la mano de su religión. Aunque hoy se le considera el padre de la Economía, su afán original fue ético. Aplicó el sistema moral de fundamentos cristianos reformados de La Teoría de los Sentimientos Morales (TSM) su principal obra editada en 1759, al específico ámbito productivo-comercial en La Riqueza de las Naciones (RN) de 1779 (10).

Desde su visión reformada, el trabajo continuará siendo una forma ética. Lo relaciona a la providencia que fomenta la virtud en cada ámbito de la vida concediéndole los premios más apropiados a la conducta en cada situación. Así, para “estimular el trabajo, la prudencia y la circunspección”, Dios habría considerado que su “remuneración más adecuada” es el “éxito en las empresas” (11) . La importancia de fomentar el trabajo radica en que forma parte del plan divino que pretende la “conservación y propagación de la especie”. Es el único factor que crea riqueza a fin de conseguir “todas las cosas necesarias y convenientes” para una nación.

En ese marco, según Smith el comercio sería fruto de la “propensión de la naturaleza humana” a “permutar, cambiar y negociar una cosa por otra” que emplea Dios para dirigir a los individuos hacia su conservación. Por ese instinto, fundamento de la división del trabajo, cada cual es un comerciante que intercambia con otros el remanente de su propio producto por lo que necesita. Con un espíritu similar al de los moralistas medievales, el autor valida el comercio y la persecución de ganancias al considerarlos como conductas que responden a la voluntad y providencia divina. Si bien, como fiel creyente presbiteriano, sigue definiendo el lucro como un medio: es el premio merecido para la virtud (obediencia a la voluntad de Dios), pero nunca el fin de la vida y esfuerzo humanos (12).

La RN, resultado de la aplicación de su teoría moral al ámbito productivo-comercial, podía ser considerada económica si se ignoraba groseramente tanto el empeño y creencias del propio autor como el espíritu del libro. Al hacer esa errónea lectura se hizo pasar a Smith del moralista que fue a padre de la Economía Moderna. Al olvidar la TSM y erigir en la obra monumental del pensador escocés una RN puramente económica, se dejó de lado su afán ético y se entendió, legitimó y utilizó el sistema haciendo primar la meta lucrativa como finalidad absoluta.

Se puede señalar que David Ricardo (1772-1823) dio el definitivo paso en Gran Bretaña para enterrar la teoría moral de lo productivo-comercial, la ética del trabajo, y legar al mundo la Economía Moderna tal como se la entiende hasta hoy (13) . El autor era un acaudalado hombre de negocios admirador de Smith, que una vez elegido miembro del Parlamento en 1813 (donde se destacaría por su defensa del libremercadismo que contribuyó a fijar la posición británica al respecto) abandona toda actividad empresarial. En adelante se concentrará en la política y en el estudio. De este último empeño surge en 1817 el libro que contiene su pensamiento económico: Principios de Economía Política y Tributaria (PEPT) (14) . Es a partir de ella que la Economía Moderna comienza a ser concebida como ciencia, en el sentido no religioso moderno. Es decir, como una disciplina que estudia la legalidad natural inmanente al proceso económico (no la regular manifestación de la Providencia en ese ámbito) (15).

En el marco de este nuevo enfoque científico de la Economía (sustentado en los viejos supuestos de Smith profanados), para Ricardo el problema económico se limita a la consecución de lucro y, dentro de ello, a la conveniencia de un grupo específico de cuantos participan del proceso productivo: los capitalistas (16) . En sus PEPT se preocupa de la tendencia a la baja en la tasa de sus beneficios por la tendencia al alza del precio del trabajo o salario. Este subiría para satisfacer los requerimientos alimenticios de una población creciente, ya que los precios de los alimentos también lo hacen por los rendimientos decrecientes de las tierras de cultivo. En este escenario, amenazante para los intereses de los capitalistas, está la raíz de su teoría de las ventajas comparativas. De acuerdo a su criterio científico de maximización, asignó al comercio exterior en un marco de libre comercio un rol fundamental al posibilitar que los precios agrícolas se estabilicen mediante las importaciones. Por esta vía se podrá mantener, y si fuera posible reducir, los salarios para incrementar los beneficios del capital. Basado en un supuesto de regularidad y en la interdependencia del sistema económico, fomenta un factor productivo para controlar a lo demás y así conseguir el máximo lucro posible para el capitalista (17).

De lo dicho se desprende que el autor sea aquí considerado como el primer economista moderno o científico (¡aunque asume los dogmas religiosos de Smith!) (18) . A partir de sus PEPT se produce una total desvinculación entre el trabajo y la ética. Dejando de ser el primero una forma honesta de vivir o de glorificar a Dios, para constituirse en un mero factor de producción destinado a maximizar las ganancias de los dueños del capital. De Ricardo hasta hoy las preocupaciones éticas tradicionales son dejadas de lado, lo que conlleva definir al ser humano y su labor como un medio de producción (un recurso humano) cuyo valor viene dado por su capacidad para generar ganancias a terceros. Sin pudor ni mala conciencia, es más con toda normalidad, se transarán en el mercado por un precio. La humanidad se transformó por obra y gracia de la ciencia económica en una mercancía al servicio del lucro de una elite (19).

Esa instrumentalización del trabajo y sus realizadores se complementará con la separación del trabajo y el lucro. Hoy es innecesario, cuando no ridículo o degradante, comer “con el sudor de tu rostro” (¡y qué decir de comer “pan”!). Dentro de la moderna concepción crematística triunfante (legitimada en la opinión pública y defendida política y legalmente) se insertará también el hiperdesarrollo de las finanzas y las sociedades por acciones (20) . Estas prácticas y sus instituciones existieron por siglos en Europa, pero nunca en tan gran número y con tal exorbitante cantidad de dinero en las negociaciones. En el mundo de las finanzas la ganancia ya no será más el premio de una labor, pues de hecho se la consigue sin realizarla: “Estas transacciones no representan ninguna actividad concreta. Son multiplicaciones de papel que no surten un efecto benéfico en la actividad económica” (21).

La aceptación y validez de que el dinero engendre dinero, deja al descubierto la verdadera meta de la Economía Moderna. Más allá de las declaraciones de intención, el sistema busca la ganancia de los capitalistas y/o accionistas. Si es que se llega a elaborar productos de mayor calidad y entregar un buen servicio por un menor precio a los consumidores o se crean más y mejores empleos, es sólo un efecto subsidiario de la búsqueda de lucro. Que en el ámbito financiero, se consigue mediante la especulación. En este nuevo contexto crematístico de fervoroso hedonismo de corto plazo (pero orgullosamente científico), una especie de juego de azar desplazó en importancia y valer a la producción y al trabajo. Es más, cuando se considera la lógica y el espíritu de la Economía Moderna se entiende que el desarrollo de la especulación financiera y la relevancia que ha alcanzado es un resultado obvio del sistema (22).

La imposición mundial de las políticas neoliberales por el Consenso de Washington, una nueva actualización de los clásicos, ha dejado el campo abierto para la formación de un mercado mundial (23) . Es decir, para la generalización planetaria de la meta lucrativa que se sirve del trabajo y de quienes lo llevan a cabo, para la ganancia como fin en sí. En el mundo moderno perseguir el lucro, a toda costa y por todos los medios, es la norma ética (24).

Comentario

La evolución de la Economía en Occidente, que a estas alturas afecta a casi todo el globo, ha tenido como consecuencia el envilecimiento de la dualidad ser humano-trabajo. La dignidad humana ha sido diluida con argumentos pseudocientíficos que legitiman la definición y el uso de personas como medios, recursos o mercancías. A su vez, se dejó de lado la tradicional ética del trabajo y con ello se perdió la significación profunda de las labores productivas. Ahora son simples formas de ganarse la vida (lo cual en las condiciones actuales, tampoco es algo fácil) (25).

Sin embargo, sería claro que para la necesidad humana de buscar un sentido a la existencia, el lucro como fin absoluto no es la respuesta. Asimismo, tampoco en la práctica esa persecución de ganancias ha sido una forma de solucionar de manera general y suficiente el problema del sustento. Pues, la redistribución de la riqueza a todos los estratos sociales es negada por la propia teoría económica imperante. Para ella la explotación y las desigualdades socioeconómicas son necesarias y normales; es más, se las señala como fuente de una promesa de futura riqueza universal (26) . Pero, a todas luces la verdad es que de seguir las actuales condiciones económicas continuarán reproduciéndose sus consecuencias descritas. Las que no dejan de ser graves por mucho que se las disfrace bajo el aséptico concepto técnico de externalidades negativas.

En la evolución económica hacia lo que se podría denominar la crematística pura, la preocupación por la justicia que se visualizaba en Smith (aunque en sus términos calvinistas-burgueses y negando la intervención humana para su logro), es abandonada por Ricardo. Desde él y hasta nuestros días también lo ha sido por el grueso de los economistas. Para ellos, y ahora también para los políticos, la Economía sería una ciencia (descriptiva, no normativa) donde el énfasis debe ser puesto en la eficiencia con que se asignan los recursos: cumplido ese objetivo la distribución de la renta (por el chorreo) sería una consecuencia inevitable. Por más que desde el siglo XVIII aún se espere ese advenimiento y que sea evidente que el carácter científico-legal del proceso es una ridiculez si no una fantasía, justamente por ese carácter se siguen rechazando los juicios éticos y la intervención política... Los médicos están tranquilos porque la sociedad se está muriendo de buena salud.

En tal sentido, se tiene aquí por urgente la necesidad de volver a dar un giro en la teoría y práctica económica. Los arreglos hasta ahora intentados sólo han sido variaciones que no han enjuiciado la matriz original. Y estiman los autores del presente escrito, que ni siquiera la han develado de forma correcta y total. Partiendo de las mismas herramientas y lógica se ha pretendido realizar un cambio, pero se ha terminado reproduciendo en mayor o menor grado lo que se intentaba hacer variar.

Parece obvio que el trabajo es un factor de la producción, pero como aquí se ha señalado, no es sólo eso. Lo que implica un cambio radical en cuanto a cómo se define al ser humano, para luego partir de una forma económica (y se hace referencia a su sentido original) que reconozca su dignidad y que ponga al servicio de todos las formas de sustento. La Política debe volver a guiar a la Economía: las disciplinas “subordinadas” deben dejar de ser “gobernadoras” y los medios deben dejar de ser fines (Aristóteles 1992). Lo que no es nada nuevo, es sencillamente una vuelta atrás en Occidente a formas más sensatas. Una vez comprendido ese afán, muchas de las técnicas económicas hasta aquí elaboradas, como medios que son, podrán incluso ser utilizadas para esos fines.

La crítica cuando surge de bases y metas claras no es simple nihilismo, es una oportunidad de construcción. La cual para no ser otra forma de ingeniería social, debe tener consciencia de que los fenómenos humanos son complejos y no rígidamente mecánicos; y, asumir una ética por la cual los resultados benignos se busquen por medios benignos. Pero a su vez, sin perder de vista que es fundamental sostenerse sobre la base empírica que representan las culturas de los pueblos y los incentivos necesarios que proveen esas mismas culturas. Nunca más se debe concluir que si los modelos socioeconómicos no se corresponden con la realidad de las comunidades humanas, son estas las que están erradas. Una inmensa mayoría de millones de personas de la población mundial que viven en la indignidad de la pobreza son efecto de esa postura y claman por una respuesta. ¿Cuánto más se les dejará esperando que se cumpla la imposible y falaz profecía de la Economía Moderna?

NOTAS

(1)Acerca de la arbitrariedad de sus supuestos, tómense en cuenta los dos básicos: 1.- el ser humano es definido por su naturaleza económica, es decir, lo que lo caracteriza y distingue del resto de los animales es su tendencia al lucro que se manifiesta en todo momento y que es de tipo individual y egoísta. 2.- la existencia de un mercado autorregulado por el cual las naturalezas económicas humanas, y por ende la sociedad toda, tienden al equilibrio; dicho ente o mecanismo tiene la característica y capacidad de ser el mejor asignador de recursos y determinar la producción del modo más conveniente de forma autónoma. Que dadas ciertas condiciones (sociales, políticas, valóricas e ideológicas) esos exóticos supuestos se puedan llegar a cumplir, no da testimonio de su carácter de hecho científico. Sino sólo se corroboran esas específicas condiciones que obligan a cumplir el modelo (a una mayoría) o hace conveniente seguirlo (a una minoría). Lo cual no da prueba de universalidad o legalidad, sino sólo de su limitación a un contexto particular. Al ya haber sido modificada la sociedad por la Economía, esta encuentra lo que predice: se “impuso que se cumpliera justamente lo que se está tratando de medir” (Saavedra 1977).

(2)Lo cual no es reconocido por la Economía Moderna: “...lo que se compra y paga en las sociedades civilizadas [sic], en donde no existe la esclavitud, es el ejercicio de la capacidad de trabajar con un fin productivo de satisfacción directa o indirecta, no la persona del trabajador; la demanda de trabajo es, por lo tanto, demanda de servicios personales, no de seres humanos en toda su integridad mental y física. Éstos, como tales, no son objeto de comercio, ni es posible asignarles precio, mientras que sí lo tienen lo servicios que pueden prestar” (Zamora 1964: 579). Sin embargo, el mismo autor citado cuando expone acerca del “mercado del trabajo” dice que “el vendedor [trabajador] es inseparable de la mercancía que expende”, por lo que no tiene posibilidad de “suscitar la competencia de los demandantes” (no puede venderse a más de uno a la vez).

(3) Ya es un dato de la causa el que Thorstein Veblen fuera considerado muy poco ortodoxo por sus colegas economistas. En su análisis, no reduccionistamente económico de la “clase ociosa”, fue capaz de entender que tanto un jefe tribal como un millonario estadounidense responden en su conducta económica a pautas sociales.

(4) Es interesante señalar que en Chile se vivió un proceso similar de forma tardía en la explotación minera de Atacama del siglo XIX. Como señala María Illanes, mientras la oligarquía se sirve del Estado para liberalizar la economía y darle enormes prerrogativas a los capitalistas, se irán imponiendo las formas modernas de préstamo que separan el trabajo del capital (y empobrecieron a los productores e hicieron millonarios a los prestamistas usureros). Junto con derogarse los obstáculos que la legislación colonial española de espíritu escolástico ponía al acreedor, se perderán las modalidades antiguas como la “habilitación por compañía” donde “el acreedor [o capitalista] tomaba parte activa en el trabajo de la mina, en calidad de socio y propietario de la misma”.

(5) Comúnmente, se resalta que el trabajo es parte de la maldición de Dios por la desobediencia de Adán: “Por ti será maldita la tierra; Con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida (...) Con el sudor de tu rostro comerás el pan”. No obstante, en realidad el texto describe la ruptura de la armónica (de hecho, edénica) relación ser humano-naturaleza existente en el Paraíso, por la cual el trabajo no implicaba esfuerzo. Además, estableció la distancia entre los humanos y Dios (factor esencial para el Cristianismo) y determinó la existencia terrenal-mortal de los primeros.

(6) Noble expone cómo el trabajo y, específicamente, la tecnología devienen en un proyecto religioso cristiano que busca glorificar a Dios y volver a alcanzar la divinidad que poseyó Adán en el Edén. Este propósito aún es seguido por diversas confesiones calvinistas.

(7) En Von Martin se ve que este enfoque sigue vigente en el Renacimiento. Por más que se señale que dicho período representa una ruptura con la tradición medieval, se debe aclarar que ese es un empeño más bien político-propagandístico del mundo anglosajón, en especial Gran Bretaña. En el mundo latino, lejos de ser un quiebre, es una contextualización de la tradición a la época.

(8) Esta concepción se encuentra en Tomás de Aquino (1225-1274), quien diferencia entre el “deseo codicioso” que es infinito y pecado por no poder saciarse; y, las “necesidades naturales” que son finitas y cuya satisfacción también lo es, por lo que no se incurre en pecado. El dinero es el ejemplo que usa para el “deseo codicioso”. Con Tomás continúa viva la diferencia aristotélica entre la natural economía (la administración del hogar para procurarse sustento) y la antinatural crematística (búsqueda del lucro).

(9) No debe llamar a equívoco esta postura del reformador, pues malamente se le podría identificar como materialista o capitalista. De hecho, en la propia Biblia hay ejemplos de una positiva significación de la riqueza: Gén 12, 16; 13, 2-5; 24, 35; 26, 12-14; 30, 43; 31, 9; I Re 3, 13; 4, 21-24; 10, 23-29; 2 Par 17, 5-18; Lev 26, 3-5; Dt 28.1-14 o Sal 36, 3-29.

(10) Para todo lo referente a Smith se sigue aquí a Monares (2001 y 2002).

(11) Esta relación religiosa entre virtud y utilidad no es nueva en el ámbito reformado británico, ya John Locke (1632-1704) había dicho que lo útil es “la consecuencia de la obediencia [a Dios] (...) la rectitud de una acción no depende de la utilidad, sino que la utilidad es consecuencia de la rectitud”.

(12) De ahí que, aunque proponga la búsqueda de riqueza como el motor de la conducta individual, critique severamente el egoísmo de los comerciantes: una cosa es que esa tendencia fuera resultado del pecado original y otra muy distinta era no distinguir el vicio de la virtud. Por otra parte, cabe señalar que por su aceptación de la teoría calvinista de la predestinación de la humanidad, señala que la riqueza permite “imponer a otros individuos” “las penas y fatigas” que supone el trabajo. Lo cual no es una forma de denigrar el trabajo en sí (ver nota nro. 5), sino una consecuencia de esa doctrina que manda a los elegidos someter a los condenados (en este caso a las clases bajas).

(13) Se ha pasado por alto aquí a Jeremy Bentham (1748-1832) y al amigo de Ricardo, Robert Malthus (1766-1834) porque ambos se ubican junto a Smith en la esfera moral-religiosa: el primero propone al dinero como instrumento de medida en la política y en la moral; el segundo es un sacerdote anglicano. Por otro lado, el origen judío de Ricardo tal vez podría ayudar a explicar por qué ignoró las propuestas cristianas que le precedían.

(14) Podría extrañar lo afirmado sobre el autor como economista científico, si se considera que por dicha obra se le tiene por el padre de la Economía Política. Pero, cuando se analiza la supuesta Economía científica queda claro que también es una economía política. Por citar un ejemplo: Smith habla de la costumbre de los capitalistas de conjurarse secretamente para mantener bajos los salarios. Lo cual, desde Ricardo en adelante, con el aporte científico a la Economía se institucionalizó en la afirmación técnica sobre que el alza de los salarios baja la inversión; que tiene su consecuencia técnica: no subir los salarios y, es más, mantenerlos al mínimo (¡y de no ser por el peligro de revueltas incluso bajarlos!). A todas luces es una evidente propuesta política, social y económica que perjudica (eternamente) a los trabajadores y beneficia a la elite capitalista: no es ciencia neutral ni objetiva. Acertadamente John Galbraith señala que los economistas ganan su fama afirmando lo que los ricos quieren oír... y Ricardo era su propio vocero.

(15) Ricardo había leído la RN, lo que se dice le habría permitido relacionar la Economía con la Ciencia antes que con la Filosofía. En realidad esa síntesis fue parte del trabajo de Smith, quien en dicha obra aunó el sistema newtoniano y la moral calvinista (Monares 2001. Saavedra 1977). A pesar de ello, quedaría en evidencia que el propio Ricardo considera a Smith más un moralista (como él mismo lo hacía) que un economista científico.

(16) Desde este moderno punto de vista, la Revolución Industrial puede mal interpretarse como un esfuerzo técnico para elevar la productividad en pos de la obtención de lucro. No obstante, el proyecto original surgió de la religión y ética calvinista: cumplir el mandato bíblico de dominio del mundo y de bienestar humano para gloria de Dios (Noble 1999. Espoz 2003).

(17) El autor desarrollará su teoría de las ventajas comparativas, que necesita del libre comercio, en base a las necesidades que la economía inglesa planteaba en la época y para provecho de un grupo determinado de dicha nación. Lo cual es un ejemplo más de que los británicos no hacen ciencia económica (universal, objetiva y neutral), sino que buscan las formas de acrecentar la riqueza de su nación: “Como lo ha señalado correctamente el profesor Lionel Robbins, sería difícil encontrar un solo caso en el que los economistas clásicos ingleses recomendaran actualmente que la Gran Bretaña hiciera un sacrificio en favor del bienestar del resto del mundo. Por ejemplo, cuando ellos recomendaron el libre comercio como una política general, no lo hicieron porque el libre comercio hubiese sido beneficioso para el mundo, sino por el interés de su propio país” (Myrdal 1959: 160-161). Con posterioridad, la teoría económica se centrará sólo en los países desarrollados, desde dónde surgen sus supuestos y material de trabajo. Que la Economía Moderna busca la riqueza de las naciones, era y es una mera forma estilística que no pocos han tomado ingenuamente (para usar un eufemismo) al pie de la letra. No se han percatado que la referencia es sólo a las naciones civilizadas...

(18) Sobre cómo fueron desarrolladas desde fundamentos religiosos calvinistas las Ciencias Sociales como Humanidades que miden, cuyo arquetipo es justamente la Economía Moderna, ver Monares (2003).

(19) Un aspecto técnico de esta nueva Economía y de la ruptura que provoca con la ética del trabajo es la teoría del costo marginal. Es interesante señalar que en el fondo el problema económico se traslada de la producción en sí, al manejo cuantitativo de los stocks para maximizar las ganancias y disminuir pérdidas. La producción queda subordinada a una especie de juego contable que privilegia el lucro.

(20) El moderno auge de las finanzas, además del simple afán de lucro, viene a solucionar un problema fundamental de la Economía. Ella se basa en el supuesto del crecimiento infinito en un planeta finito; luego, al no poder crecer físicamente al infinito, se hacía urgente un esquema que permitiera el crecimiento y la ganancia en otros términos. La llamada Nueva Economía virtual o electrónica devendría de la misma lógica.

(21) “Esta especulación flotante en bonos y títulos es obra de especialistas que manipulan números en ordenadores. Por convención se los llama banqueros, pero son meros técnicos cuya formación es similar a la de un escribiente y cuyo talento es similar al de un corredor de apuestas. No tienen experiencia fuera de las pantallas, ni comprensión de la actividad industrial que representan esos números luminosos. Tampoco tienen responsabilidad ni comprensión del efecto que esas enormes transacciones surten sobre el conjunto de la sociedad” (Saul 1998: 358-359).

(22) Cabe destacar en este nuevo contexto el auge del llamado dinero plástico. Aunque la Economía sostenga que el crédito es un avance de dinero que permite el consumo a costa de futuras ganancias, conlleva un drástico cambio ideológico y valórico: se puede consumir sin trabajar, al menos en lo inmediato. La ética del consumo reemplazó a la del trabajo.

(23) Dicho documento fue suscrito en Washington en 1989 por académicos y economistas estadounidenses, funcionarios de ese país y del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (¡vaya nivel de consenso!). En él se formularon diez proposiciones para implementar el sistema capitalista de mercado autorregulado a nivel mundial. Se suponía que junto a la globalización, esas medidas lograrían crecimiento económico, disminuir la pobreza y la inseguridad, y crear más puestos de trabajo. Que ello no ocurriera, no significa que dichas medidas no buscaran-lograran que ciertos grupos sí adquirieran más riqueza.

(24) Los crecientes fenómenos de corrupción privada (Enron, Parmalat o, en Chile, Inverlink entre tantos otros) en medio de una legalidad que permite lo que sería una ilegalidad o la entronación de privilegios para el más mínimo sentido común (abuso hacia el consumidor, abuso de una posición dominante, eliminación de la competencia, no pago de impuestos, no pago de derechos de explotación, desrregulación del sistema financiero, manejo del mercado, etc.) no son más que muestras de los resultados de una moral que deja a la consecución de lucro como fin (no como medio) válido por sí y ante sí.

(25) Por un lado, el afán lucrativo de las élites ha impulsado la tecnologización de los procesos productivos que ha hecho disminuir la necesidad de trabajadores. Por otro, aunque en el rubro servicios se demanda más personal, el poder económico ha logrado reformas legales que acrecientan sus beneficios a través de la liberalización del mercado laboral: insegurizando el trabajo y precarizando sus condiciones. Los neoliberales retrotrajeron la situación al siglo XIX: el miedo al hambre vuelve a ser el poderoso acicate de la productividad. Finalmente, no se puede dejar de señalar una paradoja de este mundo liberalizado: mientras se facilita cada vez más el movimiento de los capitales se hacen múltiples esfuerzos por dificultar el de la fuerza de trabajo o la migración.

(26) Esta aberración que se devela tan patética e interesada, hoy pasa por hecho científico (ver nota nro. 14). Para quienes aún puedan tomarla en serio, baste recordar la legitimación de la esclavitud por Aristóteles: es natural que algunos deban mandar y otros obedecer; ambas condiciones son complementarias y convienen tanto al amo como al esclavo. Que tal teoría fuera elaborada por una gran eminencia y tenida por conveniente, real u obvia por la nobleza en Macedonia o por los miembros de la excluyente y limitada democracia ateniense, ¿la hace científica, verdadera o legítima?.

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