Como corriente de opinión colectiva, la literatura de
Ciencia-Ficción es un fenómeno de creación reciente. Ha comenzado, casi, con el
inicio del presente siglo (s.XX -n.d.e.-). Y lejos de irse apagando, ha venido ganando adeptos,
hasta convertirse en una de las literaturas más leídas.
Ello, en sí, no deja de ser importante,
pero dicha importancia adquiere un verdadero peso cultural, cuando descubrimos
que aquello que se encubre en simples novelas posee toda una carga de elementos
transformadores. La Ciencia-Ficción, oculta, en efecto, una auténtica
revolución. Veamos en qué consiste y qué alcance tiene.
Velocidad de Fuga
Nunca ha sido tan bien aplicado el término de
"evasión" para una literatura semejante, porque así es; en los relatos de
Ciencia-Ficción figura, como esencial, el predominio a salir hacia el espacio
abierto. Pero tal cuestión definitoria no estaría completa si no dijéramos que
lo que expresa es, exactamente, una tendencia a la huída. Ahora
bien, ¿qué es lo que justifica o explica esa actitud?
No existe
otra fuerza en el Universo que tenga por sistema la atracción que no sea la
fuerza de la gravedad. De ahí, que la ficción-científica se caracterice por ser
una literatura de inclinación antigravitatoria. He aquí la clave de toda su
inconfesada revolución.
La
fuerza de la gravedad
La cualidad de esta fuerza es la contracción, siendo
su forma expresiva no otra que el fuego. Y esto es así, de tal
forma que a mayor contracción, más fuego. Esta realidad se diferencia de su
contradictoria, la expansión, en la misma medida en que el calor se distingue
del frío. De todo ello se concluye que la fuerza de la gravedad tiene bastante
que ver con la idea de centralidad; pero además, tiene mucho
que ver con lo interior, en su doble manifestación:
interioridad en cuanto centro oculto de un mundo, en cuanto profundidad y
misterio próximo, como el núcleo de la Tierra, e interioridad de centro externo,
visualizado, como es la estrella, como es el Sol, cuya energía y existencia
procede de su propia contracción. Interioridad doble, pues, en cuanto cueva y
vientre en la Tierra; en cuanto luminosidad en el cielo. Y son, ambos aspectos,
entre tanta complejidad cosmológica los que, entre otros, evocan el estado
primordial del Universo, cuando éste permanecía en equilibrio y "caos", cuando
no había un centro porque todo era fuego, porque todo era centro; antes de que
sobreviniera la creación; antes de que la materia se desatara en su tendencia
expansiva hacia el frío; antes de que el mundo fuera orden y
lucha.
La fuerza de la gravedad tiene mucho que decir, además, con
el valor de lo permanente y con el principio de la
teoría de los ciclos. Se asemeja, en realidad, a la imagen del motor
inmóvil. La permanencia e inmutabilidad de la energía gravitatoria arquea el
tiempo, el espacio hace esférico todo cuanto queda sujeto por su atracción. Y
más aún, todavía con respecto a la cosmología cíclica, la astrofísica actual
(año 1986) sostiene que una vez la gravedad alcance su pleno dominio, al que
tiende, todas las fuerzas de la naturaleza en expansión, el el Universo entero,
cesará de inflarse en su carrera vertiginosa y se contraerá sobre sí mismo,
volviendo al punto de partida inicial, no sin antes colapsar o pasar por la
muerte o por el sacrificio de su exterioridad explosiva.
Por
último, con el llamado agujero negro, la fuerza de la gravedad
tiene otra expresión simbólica, donde desaparecen hasta la luz, el tiempo y el
espacio, atraídos por el misterio, y que más se asemeja a la puerta del Buda por
donde pasar a la liberación suprema, eterna, más allá de la rueda de las
múltiples existencias, que a otra cosa.
Mundo antiguo,
Fantasía y Ciencia-Ficción
No sería difícil relacionar las ideas expuestas más
arriba con las vivencias y creencias de los pueblos antiguos y tradicionales,
respetuosos de los mitos, de las creencias en las verdades luminosas e
interiorizadas, de los heroísmos del descendimiento, de los cultos solares; de
los pueblos, en fin, tocados por el cielo y enraizados, condicionados por la
existencia cíclica, por la muerte y por la resurrección, por el sacrificio y por
la libertad. La literatura de Ciencia-Ficción, en cambio, se aleja a la
velocidad de la luz de todos estos componentes de civilización. Al contrario que
la Literatura Fantástica, la cual pretende rescatar para nosotros ese mundo de
mitos, de religión y de leyendas, defendiendo los escasos restos de las
civilizaciones arraigadas que todavía llegan hasta nosotros de muy diferentes
maneras, los relatos de ficción científica se apartan de tales propósitos cuando
no arremeten con hostilidad contra ellos.
De la Antigüedad ha
llegado hasta nuestros días la certeza de que el hombre era susceptible de ser
receptáculo de poderes en sí mismo, en virtud de una cierta presencia del
Espíritu en su interior. De ahí la posibilidad del milagro; de ahí, la
investidura de los atributos míticos en los gobernantes y en los héroes; de ahí,
tantas otras cosas. Por su parte, la Ciencia-Ficción no tiene por menos que
hacer alusión a los poderes que el hombre ha perdido en sí y las constantes
apelaciones a la tecnología mágica para poder ejercerlos. Si un ser Tradicional,
antiguo, podía mover una montaña por su fe, el hombre de la Ciencia-Ficción no
podrá ejercerlo sino gracias a una energía externa a él y que gracias a su
ingenio ha conseguido manipular y dirigir (1).
Este hecho
diferenciado entre el mundo mítico y la Ciencia-Ficción lo reconoce, en su obra,
el soviético Kagarlitski, (2), al afirmar que la concepción de
la idea del tiempo que rige en ambos sectores es muy impar. El tiempo-mito para
la comprensión de Kagarlitski es un movimiento hacia el origen primordial, un
movimiento para repetirse permanentemente y, de ahí, por eso, la a-historicidad
de los antiguos, más preocupados por ser fieles a sí mismos que por cambiar
hacia el futuro. Se trataba en efecto, de respetar el principio de un tiempo
enraizado, esférico, repetido, de salida y vuelta al origen: un "tiempo" de
doble y a la vez única dimensión, móvil e inmóvil. En cambio, para la
Ciencia-Ficción el tiempo viene siempre reflejado en un movimiento hacia fuera
del origen, buscando una elasticidad sin centro.
Pero, aún siendo
sintomático lo expuesto, cabe todavía avanzar más en el descubrimiento de las
pretensiones últimas de la Ciencia-Ficción. David Ketterer,
estadounidense, autor del libro Apocalipsis, Utopía y Ciencia Ficción
(3), confiesa que esta literatura tiene un semblante apocalíptico, en la línea
no de una profética cristiana, sino hebrea, pues para Ketterer "la figura
del judío alienado se ha convertido en la imagen del individuo medio
norteamericano" (4). Para este tratadista "toda ciencia-ficción aspira
a destruir viejos supuestos y a sugerir una realidad nueva y a menudo
visionaria"(5). Esto, así dicho, sin más, no es nada alarmante, pero cuando
se lee a seguir, en la misma obra, "que el descubrimiento y la colonización
de América son imaginativamente equivalentes a la conquista del espacio y a la
colonización futura de, por ejemplo, la Luna o Marte" (6) y que los propios
"marcianos de piel <tersa y parduzca> (Ray
Bradbury), como los indios americanos, son expulsados de sus
ciudades y virtualmente extinguidos" (7), entonces vemos la dimensión y el
signo real del apocalipsis: se trata de aislar o arrasar, hasta su reducción,
toda civilización "vieja", considerada primitiva o salvaje; despreciar a los
pueblos apegados a sus raíces y a sus tradiciones de realidad concreta, de
insondable espíritu; se trata, en fin, de sustituir la naturaleza y el campo con
sus ritmos de comprensión orgánica, por otra forma de mentalidad y existencia:
Se trata de escapar, tal y como huyen los hombres modernos de sus vínculos
tradicionales y de sus antepasados, anclados y elevados al cielo desde la misma
tierra; de escape, como huyó América de Europa, como Europa huyó de sí misma.
Esa es la esencia de la Ciencia-Ficción: un salto hacia el espacio sin
raíces; una huida de la interioridad y de lo permanente hacia el
exterior frío y sin fronteras aparentes. La Ciencia-Ficción, por tanto, es el
anhelo de nuestro mundo nuevo: límite en el que terminan y fenecen con desprecio
milenios de vida cuyo nacimiento arranca de la Revolución Neolítica, la cual dio
a los hombres descubridores de la agricultura una expresión irrompible del cielo
y de la tierra, con su cosmogonía (etnocéntrica y heliocéntrica) y su
trascendencia; Revolución Neolítica que prestó su terminología agraria a todas
las religiones, a las paganas, pero también a la cristiana; una revolución
antigua que enseñó a comprender la vida y sus ciclos, pero que también enseñó al
ser humano a entender el sacrificio como negación de sí mismo para "renacer" a
una cualidad de alma superior, espiritualizada; a entender y a aceptar, en
definitiva, la idea de la muerte, integrada en la propia vida y no en ruptura
con ella. Todavía podemos oír, en su atardecer, el sonido de unas palabras ya
casi sin sentido: "Es preciso que la semilla caiga a tierra y muera para que dé
fruto..." (8). Mas la Ciencia-Ficción ya no quiere saber nada de esto, huye
hasta de la muerte. Y no sólo por el procedimiento de la hibernación (¡siempre
el frío!). Esto es simplemente un detalle.
Destrucción y muerte
Los astrofísicos actuales (año 1986) piensan que el
cosmos que nosotros conocemos tiene una edad de quince mil millones de años.
Pero al margen de su edad pocos son los que discuten ya la existencia de un
momento primordial de Creación. Porque en efecto, lo hubo. Un
acto creador, no exento de movimiento y de violencia, sobre cuya causalidad y
metafísica no vamos a hablar aquí, en este artículo, pero sobre el que ya los
antiguos sabían bastante cuando nos hablan de la archiconocida lucha de los
ángeles (9).
La Creación, hoy "Big Bang", la Gran Explosión. Todo
el cosmos, hasta un momento "caos" y fuego, pero en equilibrio, comenzó a
expandirse, mas no como si hubiera estallado una granada en el vacío, sino como
si se inflara un globo moteado, cuya membrana fuera el espacio salpicado y
cohesionado por múltiples puntos galácticos de planetas, estrellas y tantas
otras cosas. Sin embargo, el estallido no fue, como podríamos imaginárnoslo,
desordenado; el Universo surgió, pese a todo y desde el inicio, en
orden. Hubble descubrió que el alejamiento entre las
galaxias no se producía al azar, sino organizado (10). "A pesar de que las
estrellas visibles parecen repartidas aleatoriamente por el cielo, en realidad
están organizadas formando un sistema gigantesco en forma de disco" (11)...
"El Universo se está expandiendo de una manera uniforme" (12). No
obstante, esto no seguirá así ad aeternum, sino que ya se percibe una
inversión del proceso, parejo con la degradación lenta de todo el Cosmos, como
organismo viviente. De este modo, tal y como lo predice la ciencia moderna,
perece la utopía progresista, ilusionada con una evolución sin fundamento real,
ni científico. "La inevitabilidad del fin del mundo está escrita en las
leyes de la naturaleza" (13).
De ahí que, nunca como
ahora, después de la Alta Edad Media, haya tornado el Apocalipsis de San
Juan a tener tanta vigencia. En él se dice, míticamente hablando, que
procedemos del fuego y que al fuego retornamos.
En efecto, la
astrofísica ha descubierto que la gravedad, de nuevo en la plenitud de su
dominio, "frenará inmediatamente la expansión cosmológica hasta llegar a un
punto en el que las galaxias ya no estarán separándose unas de otras. Entonces
comenzarán a caer sobre ellas mismas y el Universo empezará a contraerse,
acelerándose así el colapso total" (14). Pues bien, si a este proceso de
retorno cíclico al origen, que pasase por el final de toda manifestación, le
unimos el deterioro de los ecosistemas terrestres, la cierta muerte del Sol
dentro de algunos millones de años que acarreará la consiguiente destrucción de
la Tierra, comprenderemos mejor, si cabe, que la Ciencia-Ficción refuerze
consciente e inconscientemente sus premisas de huida, de velocidad de fuga.
Siendo lo que el futuro nos depara no otra cosa que el sacrificio de la
muerte, la ficción científica se obsesiona con dar el salto evasivo
hacia el espacio interestelar, bien hacia el descubrimiento de nuevos mundos más
jóvenes y con posibilidades de vida, o bien hacia la conquista del espacio
sostenido y permanecer en él creando sistemas de vida artificiales y
autocontenidos, mediante la utilización de asteroides, de naves espaciales o de
plataformas o cúpulas. Todo, menos seguir en la Tierra, dependiente del Sol, que
si bien ambos nos dan la vida, ambos nos la quitarán un día. Comprenderemos
mejor ahora el rechazo de la Ciencia-Ficción hacia estos aspectos tradicionales
de existencia, referido dicho rechazo no sólo a su soporte y entraña física,
sino a la cultura y civilizaciones ligadas a la Tierra y al Sol y al Cielo que
ocupan, y a todas sus simbologías, mitos y religiones arraigados en ellos.
Epílogo
Hemos visto que la literatura de
Ciencia-Ficción, al contrario de una de las tesis que mantiene
Kagarlitski, no tiene nada que ver, en lo fundamental, con la literatura
fantástica, donde hoy se refugian los residuos de la Revolución
Neolítica y que los modos de vida tradicional han alargado prácticamente hasta
nosotros. Son ambas las literaturas más de moda y que más lectores tienen. Las
dos se reparten mentalidades culturales diferenciadas. El mundo futuro, que ya
está en éste, tendrá mucho que ver con el resultado de este sordo combate
cultural, que enfrenta a la mitología del fuego y del centro, con la de la luz
eléctrica y de la dispersión; que enfrenta un sistema de existencia orgánico y
arraigado, con otro artificioso y desvinculado; que abre una dicotomía entre
espíritu y secularización; que opone intelecto al racionalismo. Ambas
literaturas también luchan por diferentes concepciones de lo político: los
relatos fantásticos, como partidarios de un descubrimiento de la idea de Imperio
a medias entre la multiplicidad embridada y en equilibrio, mientras que en las
novelas de Ciencia-Ficción se impone la preferencia hacia un tipo de Imperio de
orden y uniformismo, controlado, a pesar de la aparente libertad, mediante el
ojo del ordenador absoluto.
La naturaleza y la urbe; la comunidad
plurifuncional y el colectivismo unifuncional; la existencia cíclica sintetizada
en las tres leyes de la termodinámica y la linealidad utópica. He aquí un
choque. Sin embargo, el destino es inexorable. O se conoce o no se conoce.
NOTAS
(1) Todavía, sin embargo, posee la
Ciencia-Ficción elementos prestados del mundo tradicional, céntrico y
gravitatorio, que pueden interpretarse, asimismo como epílogos correctores de la
esencia de este género literario. Nos referimos al curioso modo que tiene de
triunfar el héroe en la 1ª parte de la obra de Lucas, La
Guerra de las Galaxias. Recordemos que Luke Skywalker, en el momento
culminante, logra destruir el artefacto enemigo no gracias a los aparatos
tecnológicos de su nave espacial, por otra parte desconectados por él mismo para
que no quede duda alguna, sino gracias a un poder de concentración "a ciegas",
según la iniciación transmitida por un caballero en extinción, mitad anacoreta y
mitad samurai. El propio Lucas confesaba posteriormente que tan misteriosa,
desconcertante y hasta anticientífica cuestión, era un "préstamo" tomado
subrepticiamente de la traducción budista, como a la sabiduría oriental
primitiva.
(2) Yuli Kagarlitski. ¿Qué es la
Ciencia Ficción?, Ed. Guadarrama, (Col. "Punto Omega"), Madrid, 1977.
(3) David Ketterer, Apocalipsis,
Utopía y Ciencia Ficción, Ed. La Paralelas, Buenos Aires, 1976.
(4) Op,
cit., p. 13.
(5) Ibidem, p. 18
(6) Ibid., p. 35
(7) Ibid., p. 42
(8) "...si el grano de trigo no
cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto".
(9) La lucha entre los ángeles tuvo
lugar entre quienes aceptaron el movimiento unitario y a la vez dual de la
Creación -"explosivo" e "implosivo" (de ida y vuelta, de salida y de retorno)-,
y aquellos otros que, habiendo sido hijos del inflamiento divino, rechazaron,
sin embargo, el segundo aspecto del instante creativo, el de su recogimiento, el
de su sacrificio en cuanto manifestación o exterioridad.
10) Paul Davies, El Universo
Desbocado, Ed. Salvat, Barcelona, 1985.
(11) Op. cit., p. 5
(12) Ibidem, p. 9
(13) Id. p. 163
(14) Id. p.
167.
Publicado en la revista "Punto y Coma" (junio-agosto, 1986)
Extraído de "Amnesia"
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