Ecología

Ecología y mentalidad

Juan Carlos Arroyo *

La conciencia del problema.

No es hasta la década de los setenta cuando, en el contexto de un mundo dividido por el antagonismo de bloques ideológico-políticos y el miedo al estallido de una conflagración nuclear, las sociedades-avanzadas o no-van tomando consciencia deun nuevo problema que hasta entonces no se le venía dedicando la suficiente atención:la destrucción del medio ambiente por la acción humana.

El despegue económico habido en los años sesenta, con el aumento de la producción agrícola-la llamada revolución verde-, la reconstrucción del tejido industrial tras la segunda guerra mundial, y la constitución de una economía internacional e interdependiente, hizo resurgir la vieja idea del progreso ilimitado del que ya hablaran los ilustrados del XVIII. Un análisis histórico de dicho proceso nos señalaría como los resultados han sido bien distintos a lo que se pretendía.Cada dia aumentan significativamente las diferencias entre el sistema de vida del mundo "desarrollado" y el de aquellos paises que surgieron al impulso de la descolonización.

Si en algo ha sido realmente "democrático" el desarrollismo de esos años ha sido precisamente en lo que ha tenido de negativo en su impacto al entorno.La degradación y destrucción de ecosistemas, la explotación sistemática de los recursos naturales, la contaminación generada por una agricultura intensiva y una industria sin control han sido los elementos característicos de un sistema productivo y económico que ha buscado el beneficio a toda costa antes que fijarse en aspectos sociales y ecológicos. Los contínuos desastres naturales y su divulgación por los medios de comunicación, han hecho que tal problema constituya uno de los retos fundamentales que desafían no solo a las sociedades industrializadas sino a todo el planeta.

Desde el advenimiento de la sociedad moderna y el impulso técnico, el hombre ha llegado a un poder tal de intervención en la naturaleza que ésta se va cada vez más mermada en su capacidad de respuesta y asimilación de las intervenciones humanas. Eso quiere decir que si la estabilidad de los ecosistemas, la constante de equilibrio y autorregulación que ha definido a los procesos naturales y biológicos no pueden mantenerse, la supervivencia del hombre está en entredicho.

La postura clásica-de tradición racionalista y cartesiana-de considerar la tierra como fuente inagotable de bienes, ha debido de reconsiderarse ante la realidad dramática de un deterioro ambiental cada vez más grave. La ecología ha pasado a constituir una cuestión política;los gobiernos y organismos internacionales deben arbitrar con mayor asiduidad medidas legales, técnicas, educacionales,etc. aunque demasiado moderadas y puntuales para lo que realmente sería necesario.

Desde que en 1987 el famoso informe de la "Comisión Brundtland", uno de los documentos de base de la Conferencia de Río, difundiera el concepto de "desarrollo sostenible" para sustituir a la idea de "eco-desarrollo" lanzada por Maurice Strong en 1973, dicho término ha sido el eje conceptual de las políticas medioambientales de las naciones industrializadas y motivo de controversia en el tercer mundo.La idea de que amplias zonas de Africa o del SE asiático tuvieran que posponer sus deseos de lograr un desarrollo económico de corte occidental por razones ecológicas, no era precisamente bien recibida.

El modelo de "desarrollo sostenible" es el resultado de una determinada aproximación a la génesis del problema ambiental que parte de la premisa de que, si se ha llegado a este punto, es debido a un fallo coyuntural de la estructuras del mercado capitalista que puede resolverse mediante un mercado autorregulado caracterizado por la gestión racional de los recursos naturales. Se trataría pues de una economía medioambiental donde lo fundamental y único sería la introducción de medidas técnicas, de determinar las tasas de polución admisibles, de multiplicar las medidas penales, internalizar los costes, etc.de una actuación tecnocrática en suma. Es lo que el ecologista noruego Arne Naess denominó ecología superficial, de simple gestión del medio ambiente.

Pero en la práctica tal modelo no deja de ser una idea vacia de contenido e inaplicable teniendo en cuenta la organización económica internacional y los valores en que se basa la economía moderna desde la aparición del liberalismo. La ciencia económica nace como ciencia del capital desde la aportación de los ideólogos de la Ilustración franceses e ingleses, y completada por las obras de Adam Smith,Ricardo o Stuart Mill.

Desde entonces la economía deja de ser la ciencia de distribución de los bienes para convertirse en una dimensión autónoma que se justifica en sí misma, con sus propias leyes aparte, al margen de la realidad social, y caracterizada por la búsqueda incesante del crecimiento del producto y el beneficio a toda costa. En este contexto es pues dificil llegar a compatibilizar la preservación de los ecosistemas naturales con el desarrollo económico y la calidad de vida.

Pero llegados a este punto nos preguntamos: es la cuestión medioambiental solo el resultado de la actividad económica?

Las mentalidades.

Todo proceso de resolución de conflictos requiere en primer lugar, una labor de análisis de las causas últimas que posibilitan la contradicción y, en segundo lugar, la aplicación del conjunto de posibles soluciones para resolverla.Es evidente que estas secuencias no se aplican en lo que respecta al medio ambiente porque sus resultados podrían hacer tambalearse las estructuras ideológicas, políticas, mentales, que han edificado el pensamiento occidental.

Los hechos sociales, económicos, no marchan separadamente de la evolución de las mentalidades, de las construcciones del pensamiento;las formas de pensamiento tienden a legitimar infraestructuras y éstas se adaptan a las mentalidades. Es por eso que las distintas sociedades han necesitado de un conjunto de principios, de concepciones del mundo que fijaran una escala de valores que han dirigido el comportamiento y actuación de sus miembros en relación con el conjunto social y con el medio ambiente.

No podemos decir que el hecho de la modificación de los hábitats sea un fenómeno reciente en el tiempo ni que corresponda exclusivamente al ser humano esta acción, pues todos los organismos vivos tienden a acomodar el medio físico para pemitir la supervivencia de su especie. En el caso del hombre su desarrollo evolutivo le ha dotado de un cerebro más desarollado e inteligente que le ha permitido solventar aquellas situaciones que la naturaleza le imponía.

Tal como ha expresado Délèage, no ha habido ninguna civilización ecológicamente inocente (1). Ha habido en el pasado usos y formas de explotación de los recursos poco respetuosos con la conservación de los ecosistemas, a lo que cabría de esperar de sociedades tradicionales más en contacto con la naturaleza. Pero la crisis ecológica actual reviste una magnitud mayor, y por ello más gravedad, por lo que tal problema constituye esencialmente un problema moderno.

El modo actual de civilización, de valores y estilos de vida, surge en el contexto de occidente, de Europa.Un modo que con el proceso de expansión colonial del siglo XIX, se ha expandido a todos los rincones del planeta. Es fundamental por tanto abordar las raices del pensamiento europeo en la perspectiva de las relaciones entre hombre y naturaleza, porque la cuestión medioambiental no puede reducirse únicamente a factores socio-económicos.

De dónde proceden la concepción utilitarista de la naturaleza y el antropocentrismo que impera hoy en la sociedad occidental?

Desde que la devastación del medio natural constituye un motivo de preocupación no solo científica sino social, que amenaza con la supervivencia de la especie humana, la reflexión sobre tal fenómeno ha inducido a diversos autores a rastrear en los orígenes de nuestra civilización, los elementos culturales legitimadores de tal proceso de expoliación de los recursos. Lynn White Jr. señalaba en un artículo ya histórico, como la victoria del cristianismo sobre el paganismo constituyó la más grande revolución mental de nuestra historia cultural (2). Para White el cristianismo heredó del judaísmo la concepción de un Dios omnipotente que había creado el mundo para exlusivo beneficio del hombre y de hacer reinar su ley. Se perfilaba así el cristianismo como la religión más antropocéntrica conocida, que instauraba una suerte de dualismo entre el hombre y la naturaleza, opuesto al principio de armonía con el medio que era propio de las religiones tradicionales pre-cristianas.

En efecto la victoria del cristianismo a fines del s.IV, introdujo un nuevo elemento-el pensamiento judío-que geográficamente había estado confinado solo al área de Palestina. Los cristianos adoptaron los textos sagrado hebreos entre ellos el Génesis con los mitos de la creación del mundo, en donde se instaba al hombre a someter y dominar la tierra. Señala también White como en la antigüedad, cada árbol, cada fuente, tenía su propio "genius loci", su genio protector;antes de proceder a cortar un árbol, de horadar una montaña, era importante apaciguar el genio protector del lugar.Destruyendo el animismo pagano, el cristianismo -afirma- ha permitido explotar la naturaleza sin preocuparse de los sentimientos de los objetos naturales.

También Clive Ponting expresa como la posición única persisténtemente atribuida a los seres humanos en la teología judía y derivada de ella, en la cristiana, se produce una visión sumamente antropocéntrica del mundo, que habría de tener un profundo y perdurable impacto sobre el pensamiento posterior, aún cuando no fuera específicamente religioso (caso del racionalismo cartesiano, añadimos) (3). Incluso en el ámbito de la teología cristiana han habido posiciones semejantes. Recordemos el caso de Feuerbach que ya denunciaba en el siglo pasado, en el dogma cristiano de la creación, la reducción de todo lo que es al papel de simple material concebido con el fin de satisfacer la sola utilidad humana.

Más recientemente el teólogo alemán Eugen Drewerman desató el escándalo cuando en un su libro "Le progrés meurtrier" afirmaba que son las religiones monoteístas asociadas al racionalismo griego las que, a través del cristianismo, son responsables de la ruptura del hombre con la naturaleza (4).

Esta adscripción de responsabilidad ideológica al judeocristianismo con respecto a la expoliación de la naturaleza, no ha dejado de tener sus críticos. Dominique Bourg piensa que el dualismo, el antropocentrismo y el trascendentalismo no conduce necesariamente a favorecer una apropiación estrictamente técnica de la naturaleza (5). Por su parte la Iglesia católica, principalmente, ha interpretado la crisis ecológica como un exceso de poder del hombre, instándose a buscar en los textos sagrados la inspiración para un sano comportamiento ecológico.

Se ha destacado por otro lado en varias ocasiones -incluso el propio White lo señala- como dentro de la tradición cristiana existen posiciones que podrían poner en tela de juicio esa responsabilidad ideológica. Tal es el caso de los cristianos célticos de Irlanda o la Iglesia bizantina que han insistido en la participación de la naturaleza en el plan de la redención; la labor de los místicos medievales como el maestro Eckart e Hildegarde de Bingen, y otros grandes heréticos cristianos.

Sin lugar a dudas la figura más significativa en esta línea de reconciliación con la naturaleza es la de San Francisco de Asís, que define White como el mayor revolucionario espiritual de la historia, pero que fracasó en su tarea porque su heterodoxia se aproximaba demasiado al panteismo paganista.

Pero a pesar de estos casos, es incuestionable el hecho de que las agresiones del medio ambiente han sido más intensas en el marco de la civilización cristiana occidental, incluyendo la modernidad, la cual no es más que su consecuencia laicizada.

Sigue igualmente pendiente la cuestión de la concepción dualista cristiana del mundo, desacralizadora de la naturaleza frente a la visión cósmica de las más antiguas religiones europeas, que reconocían el carácter animado de la naturaleza, existiendo lugares sagrados (bosques, lagos, cursos de agua,etc.) con los cuales había que vivir en armonía como manifestaciones distintas de la divinidad.

¿Una nueva religiosidad?

Es claro que las formas de pensar han tenido una influencia decisiva en la manera en como las distintas sociedades humanas se han acercado a la naturaleza. En consecuencia la recuperación de una cierta escala de valores se divisa fundamental para lograr una sociedad más ecológica, una escala de valores que para muchos se traduce en un nuevo sentimiento religioso que hunde sus raices en un pasado tradicional.

Hace ya tiempo que E.F.Schumacher hablaba de la necesidad de una reconstrucción metafísica , mientras que René Dubos afirmaba como nuestra salud dependería de nuestra aptitud para crear una religión de la naturaleza (6).

Este objetivo, manifestado por corrientes ideológicas pertenecientes a la "ecología profunda", ha sido motivo de controversias por intelectuales del humanismo clásico. Así Alain Laurent conceptúa el ecologismo como una religión neo-animista fundada sobre la sacralización de la naturaleza y la vuelta al culto arcaico de la tierra, madre y diosa, mientras Haroun Tazzief habla de sentimientos neopaganos de adoración de la naturaleza.

Emulando a Evola, parece como si la crisis ecológica supusiera en el fondo una revuelta contra el mundo moderno ,una revuelta del mundo antiguo y tradicional largamente hibernado por el sueño de la razón y el optimismo de la Ilustración.

La mayoría de las religiones tradicionales presentan un carácter cósmico , en el que el universo es percibido como un todo orgánico y vivo del cual el hombre es una parte sustancial. En las religiones orientales como el taoísmo chino o la tradición hindú, se afirma la unión íntima del hombre con la naturaleza.

Tal vez esta búsqueda de una nueva religiosidad (de religere, volver a enraizarse contínuamente en los mitos ancestrales) sea la verdadera interpretación de la conocida sentencia de Malraux; la espiritualidad del próximo siglo, más que la revitalización de las concepciones monoteístas y universalistas, será la vuelta a los orígenes.

Como ha señalado Alain de Benoist, los viejos dioses estan muertos, de una muerte que se han inflingido ellos mismos, en tanto los nuevos dioses no han nacido todavía (7).

Notas:

(1)DELEAGE, Jean Paul. "Una historia de la Ecología". Icaria, 1993.
(2)WHITE, Lynn. "Las raices históricas de nuestra crisis ecológica". En: "Revista de Occidente". n.143-144, 1975.
(3)PONTING, Clive. "Historia verde del mundo". Paidós, 1992.
(4)DREWERMANN, Eugen. "Le progrés meurtrier". Stock, 1993.
(5)BOURG, Dominique. "Les sentiments de la nature". Découverte, 1993.
(6)DUBOS, René. "Les dieux de l'écologie". Fayard, 1973.
(7)BENOIST, Alain de. "Ecologie et religion". En revista "Elèments", enero 1994.
[Artículo publicado en el Boletín n. 6, 2000]

Texto extraído de: Identidad y Diversidad

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