Artículo: "El pulso del mundo" (Acerca de la necesidad de destruir el Sistema actual)
Artículo: Lo que debemos al Islám
Artículo: A vuelallanto (en la muerte de E. Jünger)
Enlaces: Sánchez Dragó en la Red. Especiales y entrevistas.
Bibliografía de Sánchez Dragó según el ISBN
El pulso del mundo
HOJA DE RUTA
Mandan los cánones de la
caballería y de la filosofía que el guerrero presente y explique a su dama o a
sus lectores la hoja de ruta que procurará seguir en sus andanzas. Intento
sólo, y a solas, aventurarme por el laberinto de los acontecimientos más
recientes de la historia universal para leer entre líneas buscando las claves
del futuro de la Humanidad en el contexto de las relaciones de ésta con la
divinidad y desenmascarando, en la medida de lo posible, la interpretación
oficial de esos acontecimientos dada por el $istema a través de los cauces de desinformación
e idiotización de las masas abiertos y financiados con el oscuro propósito de
propagar urbi et orbi los valores del discurso dominante, de incitarnos a la
sumisión y de segar por su raíz cualquier asomo de disidencia.
O diciéndolo de otra forma: me
gustaría hacer aquí lo mismo que lanza en ristre, pero incruentamente, hacía
don Quijote en el Siglo de Oro, y por esas llanuras manchegas de pan y queso
llevar,, cuando buscaba y encontraba por entre líneas –aparentemente
inamovibles e indiscutibles– de las aspas de los molinos y de los balidos de
los rebaños, algunos de los gigantes y de los ejércitos que siempre colean,
pujan, resoplan, piafan y existen detrás de la fachada petulante e ilusoria de
la realidad inmediata.
¿Filosófico me pongo? Pues sí, y
aún metafísico, a la manera de Rocinante, que no están los tiempos –cercanos ya
a su fin– como para perderlos demorándonos en frivolidades descafeinadas y
consideraciones de tente mientras cobro. Ahora o nunca, señores... Al pan, pan,
y quiero decir con ello que una de dos: o ahora mismo cobramos unánime
conciencia planetaria de lo que sucede, y hacemos a continuación todo lo
humanamente posible para enmendar la plana y aguar la fiesta a los Servidores
del Maligno y Capitostes del Sistema, o YA NUNCA podremos reaccionar y
enderezar el rumbo.
PROFETAS DEL APOCALIPSIS
Los profetas del apocalipsis y los
científicos independientes (que no son muchos) coinciden en señalar que el
punto de no retorno se encuentra cronológicamente ubicado entre el 1990 y el
2030. Estamos pues, en capilla y conviene que empecemos a prepararnos material
y espiritualmente para afrontar con impavidez el Rito de Paso Cósmico que nos
espera: termina por fin –¡qué pesadilla!– el kaliyuga o Período de las
Tinieblas Transitorias y vuelve el signo de Acuario para iluminar las almas,
despejar los caminos de la evolución ascendente e inaugurar el comienzo de la
nueva Edad de Oro. Maitreya está a punto de reencarnarse, los grandes dioses
del Olimpo hindú afilan las armas de su próximo avatar y pronto tendremos en
cualquier parte del mundo un repentino Portal de Belén.
Lo dice Krishna en la Baghavad
Gita: “Cada vez que la virtud del mundo mengua, yo me manifiesto.” Que oigan
los que quieren oír, que entiendan los que quieran entender y que se abrochen
los cinturones y se aten al timón todos los hombres justos empadronados en esta
Gomorra. Y en cuanto a los demás –yuppies, brokers, políticos, economistas,
banqueros y demás ralea...– En fin: avisados están y a tiempo de corregirme o
de rezar lo que sepan. Y si, por el contrario, prefieren quedarse de muestra y
varados en la última playa mientras Noé se hace a la mar (o al Diluvio) o
convertirse para los restos en estatuas de sal mientras Lot, como Baudelaire,
busca el zipizape de lo nuevo en el fondo de lo desconocido, allá ellos. El
pasado es, en parte, suyo y con su pan se lo coman.
Hasta aquí, lector, mi hoja de
ruta. Hincha las velas al viento, crujen las amarras, cabecea la proa de esta
nave espacial y empieza nuestra travesía del presente (y del ayer inmediato) en
pos de los talones del futuro.
HISTORIAL CLÍNICO
Cuando un enfermo acude a la
consulta de un internista, éste –antes de tomarle el pulso– lo somete a un
crudo interrogatorio mirante a establecer su historial clínico. ¿Hacia dónde
apuntan sus inclinaciones patológicas de carácter hereditario? ¿Qué
enfermedades padeció en su infancia? ¿A qué edad, y cómo, murieron sus padres?
¿Fuma, bebe, come alimentos impuros, se droga, hace el amor a troche y moche
sin preservativo?
De la misma forma, antes de tomar
yo mensualmente el pulso del destino al mundo que nos rodea voy a prescindir en
esta ocasión –sólo en esta ocasión– de los comentarios a pie de obra, voy a
pasar de largo ante las noticias de flagrante y sangrante actualidad, y voy a
seguir las huellas –viajando hacia atrás sin ira– de los polvos que in illo
tempore sentaron las bases de los lodos que ahora nos asfixian.
LA MADRE DEL CORDERO
¿In illo tempore? No tanto, no
tanto... Basta y sobra con remontarse al año de desgracias de 1789, punto de
arranque de ese imponente y monstruoso genocidio al que hoy llamamos Revolución
Francesa, sin la cual –por cierto– nunca hubiese estallado el segundo gran
genocidio de la historia universal: la revolución bolchevique. Y es una
delirante incongruencia festejar, tal y como tirios y troyanos han venido
haciendo a lo largo de 1989, la toma de la Bastilla y la memoria del asesino
Robespierre al mismo tiempo que se aplaudía, y se aplaude, el desmantelamiento
del comunismo en los países del Este. Un poco de seriedad, caballeros. Mientras
la ideología de la Revolución Francesa siga inspirando los modales políticos de
quienes nos gobiernan, y así están las cosas en las nueve décimas partes del
mundo, la cabeza de seis puntas de la hidra seguirá a salvo en su escondrijo.
Es absurdo alegrarse por el regreso de la dignidad a los territorios otrora
sometidos a la férula de Moscú mientras se extiende, imparable, por toda la
superficie de la Tierra, el cáncer de la democracia impuesta por bemoles e
inspirada en el delirio del sufragio universal, libre y directo. Mucha risa –y
también mucha pena– me dan los liberales del PSOE, mezcla de estupideces
marxistas con despotismo burgués derechista, en su patético espectáculo de
subnormales sabelotodos, que se atreven a opinar de cosas que su minúsculo
cerebro (en caso hipotético de que lo tengan) jamás comprenderá. Pobrecillos...
Palabras duras, lo sé, que a su
debido momento –en otras entregas de este pulso del mundo– haré `por aclarar.
Vaya ahora por delante la opinión de que conceder el voto, mecánica e
indiscriminadamente, a cada hijo de vecino –sin distinguir entre Einstein o
Leonardo y Jack el Destripador o Juan Guerra– es barbarie equivalente a la de
permitir que sean los niños de corta edad, la asistenta o el ratero del barrio,
y no los progenitores, quienes organicen la vida de la familia. Clama al cielo
la evidencia de que nadie, prácticamente, se atreve aún a denunciar en voz alta
el mito, la superstición y el fetiche de los llamados derechos humanos, cuya
liturgia es en realidad la madre del cordero de casi todos los males que nos
afligen. Y sé que también me tocará explicar –si antes no me envía a la hoguera
el cerril, intransigente e ilustrado fanatismo de los demócratas– las razones
de esta segunda afirmación insolente, perentoria y detonante. ¡Y qué le voy a
hacer si creo, y lo creo, que el hombre –como cualquier otra criatura viva en
el ámbito de las galaxias– no nace revestido de derechos, sino cargado de
deberes! Vale decir: venimos a este mundo sólo para cumplir una misión
determinada en el contexto global de la evolución cósmica y para
desembarazarnos, sobre el terreno de lo estricta y momentáneamente individual,
de todas las deudas y condicionamientos kármicos adquiridos en nuestras vidas
anteriores. Que los lechuguinos de la ONU firmen cuanto antes una urgente
declaración de los deberes humanos y se dejen de pamplinas hipócritas que sólo
sirven para salvar la cara y embarcar a los votantes. Lo contrario equivale a
anteponer el capricho a la necesidad, la debilidad a la fortaleza y lo
artificial a lo natural. Y equivale, de paso, a perder la única batalla que es
preciso ganar contra viento, resaca y marea: la del espíritu, aquí y ahora,
durante la vida, y no a partir del momento de la muerte.
USURA Y BASURA
Y es que el hombre, entendido como
inventor y motor de la historia universal, se equivocó trágicamente en dos
momentos de ésta. Uno: al optar, en la ya mencionada fecha de 1789, por el
laicismo, la pedagogía y la judeomasonería en la organización de la cosa
pública frente a la estructura religiosa, críptica, piramidal y jerárquica de
la Civitas Dei del mundo antiguo. Y dos: al embarcarse en la revolución
industrial, volviendo así al camino de violación de la Naturaleza y de rebelión
satánica contra la ley del Cosmos, que en su día condujo al lógico
amotinamiento de aquélla y al subsiguiente aniquilamiento de la Atlántida.
Dije antes que la revolución
soviética no hubiese sido posible sin la francesa y me apresuro a añadir ahora
que ésta, simbióticamente unida a los balbuceos masónicos del precoz
parlamentarismo británico, fue el caballo de Troya en cuya panza llegó al mundo
y se propagó por casi toda su superficie la peste bubónica del capitalismo, o
sea, de un sistema explotador –el que actualmente nos oprime y con mayor
ferocidad desde 1945– basado en la adoración semítica del Becerro de Oro y en
la explotación indecente de los recursos humanos y naturales a través de la
usura, esa basura materialista contraria al alma europea. ¿Y qué es la usura,
ese líquido amniótico y caldo de cultivo de nuestra vida cotidiana, sino una
filosofía mezquina de la existencia –que no de la esencia– desarrollada en
torno al principio absurdo y satánico de que el dinero produzca riqueza cuando
ésta debería ser fruto exclusivo del trabajo?
COLONIALISMO ECOLÓGICO
A partir de ese delirio, que sirve
de columna vertebral al Sistema, todo es posible: se otorga, por una parte,
carta de legalidad al proceso de explotación de la Naturaleza –que es puro
colonialismo ecológico– y se acuña, por otra, la falsa moneda y bonita macana
de los derechos humanos con miras a comprimir el horizonte espiritual de sus
presuntos beneficiarios convenciéndolos de que la vida carece de sentido
escatológico (o lo que es lo mismo: de que todo termina con la muerte) y de
que, en consecuencia, sólo deben preocuparse por el ruin usufructo de lo
material y temporal. Y así, mediante el señuelo de una distribución más justa
de los recursos económicos y de la demagógica mentira de que todos somos
iguales ante la Ley, el homo sapiens se transforma de la noche a la mañana en
lo que ahora –despojado de cualquier atributo, circunstancia o condición– es a
machamartillo y sin fisuras: el perfecto consumidor, mudo, ciego, sordo,
sumiso, autocomplaciente, estresado, halagado, lobotomizado y convencido de que
vive ya, como el Cándido de Voltaire, en el mejor de los mundos posibles.
DEMOCRACIA DICTATORIAL
Misión cumplida, Yahvé: la
democracia al tuntún, sin la previa creación de un cuerpo de electores –los
sabios, los hierofantes, los héroes, los guerreros, los artistas, los
filósofos, los ancianos– capaz de ejercer el derecho al voto con sentido
crítico, es la peor de las dictaduras posibles y, desde luego, el más
liberticida de todos los regímenes políticos. Un ciudadano sin facultad de
discernir (la mayoría) vota siempre por quien ya ocupa el poder. Y por
supuesto, no se da cuenta de que está siendo engañado, de que en realidad no
tiene acceso alguno al reparto del pastel mediante mecanismos tan fatua y
genuinamente democráticos como lo son, a simple vista, el teórico derecho al
trabajo, la seguridad social, los mínimos salariales, los créditos, las
subvenciones y un largo etcétera tan inútil como el vuelo de las musarañas y
tan aburrido como las noches de Bruselas. Lo único que de verdad recibe el
súbdito de los sistemas democráticos al uso de los tiempos es la migaja
necesaria para que no se queje, para que no arme el día menos pensado una
marimorena y, sobre todo, para que pueda acudir durante los fines de semana a
los bancos y a los grandes almacenes con un poco de calderilla en el bolsillo.
PELELES EN EL PODER
De ese modo, todo queda en casa...
Es decir: todo queda en manos de quienes nos gobiernan –los banqueros, los
narcotraficantes, las multinacionales (que en realidad, son cabezas del mismo
monstruo)– y de los peleles de quienes nos gobiernan: los políticos.
Suena la campana del último
párrafo y tengo que interrumpir esta crónica en la que no he podido ni tan
siquiera mencionar los mil asuntos que traía en el buche: desmoronamiento del
comunismo no sólo en la Europa Oriental, últimos reinos de Taifa (Cuba, Corea
del Norte, China), irresistible ascensión de la derecha en todo el diablo
mundo, integrismo musulmán, sucesos de Nicaragua y Sudáfrica, replanteamiento
del papel jugado por la Iglesia de Roma en la sociedad civil, reconstrucción
del mapamundi anterior a la segunda guerra mundial, revancha del nacionalismo y
del populismo, fin de la historia...
Publicado en la revista "Más Allá" nº 15
Lo que debemos al Islám
Ante
todo quiero manifestar mi gratitud, muchas
gratitudes. Hace escasamente dos o tres
semanas Isidro Palacios me localizó
en un lugar ignoto del Extremo Oriente,
que es donde estoy viviendo en estos
momentos y me dijo que si quería
intervenir en estas jornadas... Le dije
que me venía a contrapelo pues acabo de
llegar de allí, a veinte horas de avión
aproximadamente, y mañana me vuelvo
otra vez; estoy, por tanto, un poco
aturdido con el jet‑lager, con
el desbarajuste biológico y ecológico
que introduce en un ser humano esos saltos
horarios continuos. Sin embargo, no podía
decir que no porque yo tengo una deuda de
gratitud con el Islam. He vivido bastantes
años en países islámicos; he estudiado
árabe clásico precisamente en las aulas
de esta Facultad; por cierto, quiero
mostrar también mi gratitud al Sr. Decano
por permitirme tomar la palabra aquí,
porque en este lugar es donde yo, más o
menos, empecé a hablar en público por
primera vez y recuerdo en una de esas
primeras veces que
yo entré en este Paraninfo con
motivo de la muerte de José Ortega y
Gasset organizó el Decanato de la
Facultad un homenaje que fue muy
politizado —claro que estoy hablando del
pleno franquismo—, y en ese homenaje
tomó la palabra quien había sido compañero
y amigo de D. José Ortega y Gasset, el
gran arabista, el Profesor García Gómez,
el cual había sido profesor mío en
estas aulas. Recuerdo el batiburrillo
que se armó cuando García Gómez empezó
su intervención en aquel homenaje a
Ortega diciendo algo tan inocente como “Yo
que soy
liberal...”. En ese
momento, todo el público se puso en pie y
lo aplaudió. Eran otros tiempos.
A
la entrada de esta Facultad, en la que yo
estudié dos carreras, había entonces y
supongo que sigue ahora, una inscripción
que decía Siste Viator (Detente
Caminante), al menos en lo que a mí se
refiere, nunca mejor apropiada esta frase
porque realmente vengo de tierras muy
lejanas y me vuelvo otra vez a tierras muy
lejanas.
Decía
que tengo una deuda de gratitud con el
Islam por muchas cosas
En
primer lugar, por la herencia española. No
se puede ser español sin sentirse musulmán,
sin sentirse islámico, sin sentirse gente
del Norte de África y del Extremo
Occidental de Asia.
En
segundo lugar, por ese concepto del Honor
y la Hidalguía que ha sido la columna
vertebral durante muchos siglos del ser,
del existir y del quehacer de los españoles
y que debemos, como tantas otras cosas, a
los árabes. El concepto de Hidalguía, es
decir, el concepto de ser “hijo de
algo”, hijo de sus propias obras, es un
concepto perfectamente ajeno a Ia visión
del mundo del pensamiento occidental, es
algo que llega a España de manos de los
árabes o de los musulmanes y aquí hecha
raíces.
También
tengo que manifestar mi gratitud al
mundo musulmán por el concepto de Guerra
Santa. El concepto de la
guerra santa para una persona como yo que
se define, con razón o sin ella, para
bien o para mal, como un guerrero, es muy
importante; porque a raíz, a partir del
momento en que se introduce este concepto,
los militares dejan de ser militares para
convertirse en guerreros; la diferencia
entre un militar y un guerrero es radical,
es abismal: un militar vive de la guerra
y, por tanto, fomenta las guerras, las
inventa, las promociona; un guerrero, lo
único que intenta, por su actividad de
Justicia, de Fortaleza y de Templanza, es
evitar precisamente los efectos de las
guerras.
Al
mismo tiempo, en paralelo a esta
introducción en la historia militar del
mundo del concepto de Guerra Santa, eso
tan español que llamamos Ordenes
Militares, que es también la
transformación de un militar en
caballero, es algo que es también
herencia musulmana. Las órdenes de
caballería, las órdenes militares,
proceden de lo que entre los musulmanes se
llama el Ribat, de donde viene la
palabra, hermosamente española, Rábida,
que era una especie de convento
militarizado, de cenobio amurallado, y ahí
es donde surge el concepto de la Caballería,
donde nace la idea de la Orden
Militar, y van a ser los cristianos
cuando viajan a Tierra Santa, en los
siglos de las Cruzadas, los que van a
entrar en contacto allí con el mundo árabe,
recibir este concepto Y trasplantarlo
a España y a todo el mundo occidental.
Pero en ninguna parte arraigó tanto ese
concepto como en la Península Ibérica.
Mi
gratitud también al mundo islámico por
la poesía arábigo‑andaluza, que es
la que ha permitido el florecimiento, por
ejemplo, de la generación del 27 sin ir más
lejos. No hubieran existido todos esos
grandes poetas españoles sin el
precedente de la poesía arábigo‑andalusí,
que no fue descubierta, pero sí
traducida, estudiada y puesta en órbita
por Emilio García Gómez. Y gratitud por
todo lo que es la visión del mundo de Al
Andalus.
Gratitud
igualmente, por la Escuela de Traductores
de Toledo, gracias a la cual nació, entre
otras cosas, ese concepto de Europa, ahora
tan discutido, y del que hablaré
brevemente en el transcurso de esta
intervención.
Gratitud
por cosas muy personales. Terminé mi Historia
Mágica de España en la maravillosa
ciudad de Fez y desde la ventana de mi
domicilio, que estaba en la Ville
Nouvel, en la Ciudad Nueva, en la
ciudad francesa de Fez, yo veía Fez‑El‑Bali,
la vieja medina de Fez que había sido
levantada precisamente por mis
antepasados, por los andalusíes que
salieron huyendo de la revuelta del
Arrabal de Córdoba en el siglo IX, y que
se establecieron en Fez y allí levantaron
este portento, esta maravilla, este
laberinto de los laberintos.
Gratitud
también por cosas como el Cus‑cus,
al que no deberíamos llamar así, sino Al
Cuz‑cuz que es como se
llamaba antiguamente en España; y por el
té a la menta o el té con yerbabuena.
Gratitud también por el hachís que a mí,
personalmente, me cambió la vida.
Gratitud
porque el Islam, y los que hemos nacido y
vivido en el seno del judeocristianismo
sabemos hasta que punto puede ser
importante esto, nos ha dado el ejemplo,
nos ha marcado la pauta, nos ha señalado
el camino de una religión sin iglesia, de
una religión sin liturgia, o apenas sin
liturgia y, en fin, por tantas otras
cosas.
Suelo
decir que algún día tendré que
escribir, inevitablemente, un libro sobre
el Islam; no sería un libro erudito, ni
un ensayo filosófico, sería un libro
vivencial y ya se como se va a llamar ese
libro. Llevará el título, en lengua árabe,
de tres palabras, por lo tanto, de tres
conceptos que definen y delimitan
perfectamente lo que es la peculiar
filosofía, la peculiar manera de
enfrentarse a la existencia que tiene el
Islam; esas tres palabras son: Insha'Allah
(Si Dios quiere), Boukra (Mañana),
Shuai‑Shuai (Despacito)... Yo
creo que al mundo de hoy, islámico y no
islámico, le vendría bien asimilar estos
tres conceptos y aplicarlos.
No
tengo mucho tiempo, apenas treinta
minutos, pero voy a intentar abrir algunas
ideas de penetración en el fenómeno islámico;
caprichosamente elegidas, algunas de estas
líneas podrán ser ahondadas y
profundizadas por los ponentes en estas
jornadas sobre El Islam y el Nuevo
Orden Mundial, y otras serán
simplemente abandonadas.
Creo
que inevitablemente me tengo que referir,
puesto que estamos en España, en la Península
Ibérica, en el Imperio de Occidente,
puesto que estamos en Al Andalus, me tengo
que referir a ese fenómeno sin parangón
en la Historia Universal que fue el Islam
en España. Y querría empezar evocando la
figura del prototipo del guerrero ibérico,
evocar la figura de Rodrigo Díaz de Vivar,
El Cid que, como sabéis todos,
se llama así por palabra árabe y no
castellana: Sidi (Señor). La mayor
parte de lo que sabemos sobre el Cid es
gracias a las crónicas árabes. El Cid
que pasa por ser el gran paladín de lo
castellano, de lo centrípeto de la España
profunda judeo‑cristiana, era, sin
embargo, un individuo que pasó a la
historia gracias a los árabes. Fueron los
árabes los que recordaron su memoria y
los cristianos recogieron esta memoria
precisamente de las crónicas árabes. A mí
me fascina el Cid
porque es la figura del caballero
mozárabe. Cuando estaba escribiendo la Historia
Mágica de España, en caracteres kúficos
me hice hacer un tarjetón que coloqué en
la puerta de mi casa donde decía Fernando
Sánchez Dragó Al-Muzarabi, el mozárabe.
Bueno, no hacía sino repetir lo que
muchos siglos antes había hecho ese
compatriota mío y vuestro que fue Rodrigo
Díaz de Vivar.
Hay
un momento, dramático, en la Historia de
España, porque es quizás cuando por
primera vez y con más virulencia se
plantea esa antinomia que es la tradición
y el plagio. El primer momento en que de
una manera drástica se rompe con la
tradición; me estoy refiriendo al reinado
de Alfonso VI, el rey que se casa en cinco
ocasiones y todas ellas con infantas
francesas, que conquista Toledo, el rey,
bajo cuya férula se exilia el Cid de las
tierras cristianas y pasa el resto
de su vida guerreando en tierras de moros
y sirviendo siempre a reyes moros, no a
reyes cristianos. ¿Por qué sucede esto?
Sucede porque en Francia y en Italia, la
Roma de la época no podía tolerar la
gran herejía que significaba que, en
aquellos siglos, en que todo el rito, toda
la liturgia, todo el lenguaje eclesiástico
del mundo cristiano se hiciera según el
rito galicano o rito latino, aquí, en
cambio, tuviéramos otro rito, propiamente
ibérico: el rito mozárabe. Durante
muchas décadas, el Rey de Francia desde
París, y el Papa desde Roma, presionaron
y presionaron a los reyes, a los nobles, a
los clérigos de la jerarquía eclesiástica
española, para que abandonaran el rito
mozárabe e incorporaran el rito galicano,
el latino. Todo el pueblo se resistía,
todos los nobles, todos los próceres del
Reino, todos los obispos, todos los
cardenales... Pero Alfonso VI, en el
momento en que sucede esto, que es
concretamente en el 1064, estaba
presionado por la que entonces era su
esposa, Doña Constanza, que era una borgoñona,
y también estaba presionado por los
monjes de Cluny. Fue entonces cuando los
cluniacenses entraron en la Península Ibérica,
se apoderaron del antiguo Camino de las
Estrellas que conducía al Finisterre
Occidental, hablo del Camino de
Santiago; desviaron ese camino y lo
convirtieron en un negocio itinerario, turístico,
apartándolo de los lugares de poder, de
los Chakras cósmicos y telúricos
que eran los que marcaban y jalonaban este
camino. Como no hay mal que por bien no
venga, tenemos que agradecer a los monjes
cluniacenses el transplante a España, y
concretamente a las zonas de Galicia y León,
de las cepas de vinos del Rhin y del
Mosela; gracias a ello, podemos hoy
degustar ese vino maravillosamente f'rúté,
que es el Albariños.
En
el año 1064, el Papa envía a España un
legado pontificio —Ubo Cándido— con
la misión de unificar a cualquier
precio la liturgia. El rey Alfonso VI,
presionado por su consorte gabacha,
presionado por los monjes cluniacenses,
presionado por el Papa y por el Rey de
Francia, acaba siendo favorable a la
transformación del rito mozárabe al rito
latino. Pero se oponía, como se ha dicho
hace un momento, prácticamente todo el
pueblo español y también todos los
nobles de España. Entonces el Rey decide
montar en Toledo una farsa, una ordalías,
un juicio de Dios; rememorando, más o
menos, aquello que nos cuenta Voltaire en
el Diccionario filosófico sobre el
Concilio de Nicea, dice que se va a
encender una hoguera en los salones de
palacio en Toledo y que se van a arrojar a
esa hoguera en presencia de todos los
pares y nobles del reino, un libro latino
y un libro mozárabe y que el que no se
queme será el que se impondrá. Y parece
ser que el libro que no se quemó fue el
libro mozárabe, sin embargo, el rey pegó
un puñetazo e impuso el rito galicano;
fue entonces cuando el pueblo español acuñó
la vieja frase convertida luego en
proverbio, de “allá
van leyes do quieren reyes”.
Es
un momento dramático para la Historia de
España, y lo es porque todo el viejo
saber, todas las tradiciones de los
primitivos pueblos ibéricos estaban
conservadas en códices escritos en
caligrafía mozárabe o visigoda.
Cincuenta años después, cuando muere la
generación que sabía leer e interpretar
esas caligrafías, se produce una ruptura
con todo el saber tradicional; nadie es
capaz ya de leer esos documentos; prácticamente,
es como si España empezara sin tradición
alguna, sin pedigrí alguno, sin
curriculum alguno; empezaba una nueva
andadura. Es la primera vez que se nos
obliga a renunciar al inconsciente
colectivo; vendrán otras veces y vendrán
siempre de la mano de Francia, de la mano
de Italia, de la mano de eso que se llama
Europa, en estos momentos, Europa de los
Mercaderes.
Es
también en ese momento, en que el Cid,
gran caballero de Castilla, gran paladín
de la España profunda, caballero mozárabe
como era, decide exiliarse y pasar el
resto de sus días combatiendo en tierras
musulmanas a favor de unos u otros reyes;
únicamente volverá a incorporarse el Cid
a las armas castellanas cuando se produce
el segundo desembarco en la Península Ibérica
del Almorávide Yusuf; entonces sí,
interviene en la Batalla de Sagrajas,
junto a otros muchos otros reyes de taifas
porque lo que representaba la llegada de
los almorávides era, ni más ni menos, lo
que, salvando las distancias, es eso que
hoy llamamos integrismo.
En
los dos extremos del Islam, en Irán y en
la Península Ibérica, por obvias razones
de alejamiento geográfico, habían
florecido las flores de la libertad. No se
estaba sujeto a la ortodoxia de Bagdad, o
a la ortodoxia de Damasco como lo estaban
las regiones mucho más cercanas a estas
dos ciudades, y eso fue lo que permitió
en Irán y en la Península Ibérica el
florecimiento del Islam en libertad, un
Islam en el que se podía beber vino, un
Islam en el que se podían componer poemas
a la amada, un Islam sensual, un Islam
pagano en el mejor sentido de la expresión,
y un Islam libre en el que florecieron
toda clase de gnosticismos, toda clase de
pensamientos místicos, toda clase de
pensamientos libertarios.
Yo
creo que la parábola del Cid nos propone
un ejemplo que deberíamos tener muy
presente en un momento como éste, en el
que España ha renunciado a su soberanía
para cederla a los mercaderes de Europa.
El
otro momento inevitable que tengo que
evocar aquí para hablar del Islam español
es el de la Escuela de Traductores de
Toledo. Como sabéis todos, esta escuela
tiene dos grandes momentos. Uno se produce
en las primeras décadas del siglo XII
bajo la férula de Alfonso VII y el
segundo, a mediados del siglo XIII bajo
Alfonso X El Sabio. A mí me
produce mucha risa cuando se habla de si
España debe estar presente o no en
Europa, ¿en qué Europa debe estar
presente España? ¿En la Europa de los
mercaderes, en la Europa que está
convirtiéndose en un monstruoso castillo
de insolidaridad respecto a los seres
humanos y respecto al resto del mundo? ¿En
la Europa de Maastricht o en la Europa de
Beethoven, en la Europa de Miguel Ángel,
en la Europa de Leonardo, en la Europa de
Velázquez, en la Europa de Cervantes? En
esa Europa que de verdad puede
interesarnos no tenemos que integrarnos
porque la hemos hecho nosotros; esa Europa
existe gracias a la Península Ibérica y
existe, mejor dicho, gracias a esa Escuela
de Traductores de Toledo que, para mí, es
el momento estelar de la Historia de España.
Durante los siglos XII y XIII sabios judíos,
sabios musulmanes y sabios cristianos en
perfecta armonía, en perfecto equilibrio,
en perfecta compatibilidad, se sientan
juntos aprovechándose de una atmósfera
de tolerancia como nunca ha vuelto a
producirse en la historia de este país, y
se dedican a traducir al latín y, a
veces, a las lenguas romances, todos los
clásicos del pensamiento judío y árabe,
donde se habían refugiado Platón,
Plotino, Aristóteles, todo el pensamiento
greco‑latino que había sido
olvidado por Europa; los traductores de la
Escuela de Toledo recuperan esos textos,
los incorporan a través del latín al
acerbo europeo y eso es lo que permitirá,
andando el tiempo, dar origen a la gran
eclosión del Renacimiento y después la
gran eclosión de las Nacionalidades.
No
existiría Europa sin la Escuela de
Traductores de Toledo y es, por tanto, grotesco que a estas
alturas se nos hable de la necesidad de
integrarnos en ella. Gracias a la Escuela
de Traductores el pensamiento de hombres
como Abd‑El‑Aziz, como Costa
Ben‑Luca, como Al Fergan, como
Avicena, como Averrores, como Maimónides,
como Avicebrón, como Yehudá Aleví, como
Ibn‑Masarra,... son salvados del
anonimato y, en definitiva, son salvados
de las hogueras que en seguida se iban a
encender.
La
tercera vía de penetración al Islam español
que yo os propongo y que es inevitable, es
la del misticismo. Miguel Asín Palacios,
gran arabista, casi padre del
pan‑arabismo, en el buen sentido de
la palabra, hablaba del viaje de ida y
vuelta del pensamiento religioso, del
pensamiento místico desde el Cristianismo
hasta el Cristianismo; se refería con
ello a cómo los maestros del Sufismo en
España, al pasar el Islam por Egipto y
otros países del Norte de África y
entrar en contacto con los Padres del
Yermo, con los hombres de Alejandría, con
los cristianos coptos, recibieron el
mensaje iniciático de Jesús lo
trasladaron al Islam y después, desde el
Islam, desde lbn-Masarra, desde Muignuhdin
Ibn‑Al‑Arabi, desde otros
grandes pensadores místicos del Islam
español, fue devuelto al Cristianismo. No
existiría Juan de la Cruz, no existiría
Teresa de Jesús, no existida Miguel de
Molinos, no hubieran existido los
Alumbrados, los Quietistas, los Dexados,
sin el precedente de estos “locos de
Dios” que protagonizaron durante varios
siglos y, concretamente, durante los
siglos de los Reinos de Taifas, esa
recuperación de un misticismo que venía
del Cristianismo pero que era universal,
porque el único lenguaje universal que
existe sobre la faz de la tierra es el
lenguaje de los místicos. Los místicos
hablan el mismo lenguaje en todas partes.
En
aquellos siglos, todo el sur de España se
convirtió en una llama, una llama de fe,
una llama de devoción, una llama de
sublime locura mística... Almería,
Sevilla, Córdoba, Murcia, Mérida eran
lugares muy parecidos a lo que hoy pueda
ser Benarés en las orillas del Ganges;
eran lugares poblados por derviches, por
monjes giróbagos, por ascetas, por Santos
del Yermo, por Faquires, por Gurúes, en
definitiva, por “locos de Dios”.
Tengo
que mencionar el nombre de lbn‑Masarra,
al que se llamaba “el nuevo Empédocles”,
eslabón perdido entre el Islam y la
Tradición Hermética neo‑platónica
y cristiana. Tengo que mencionar, aunque
no era musulmán pero casi lo parecía, a
Raimundo Lulio o Ramón Llul, el hombre que cuando nadie en
aquella época se le hubiera ocurrido
estudiar árabe, estudió árabe y se fue
a “tierra de infieles”, a
Siria, a Palestina, a Egipto, a Etiopía,
a Mauritania, y se dejó mesar las barbas
en Bona por una muchedumbre enfurecida y
estuvo a punto de ser linchado en Bujía y
por fin, rindió el alma en su tercera
llegada a Bujía donde fue lapidado.
Raimundo Lulio es otro de esos eslabones
perdidos entre el pensamiento medieval y
el pensamiento renacentista, entre el
viejo Corpus Hermético de
Alejandría, el misticismo cristiano y el
misticismo del Islam.
Muigdin
lbn‑Al‑Arabi es uno de los
grandes españoles de la historia.
Murciano nacido en 1165, su vida reproduce
la misma vida de lbn‑Masarra, la
misma vida de Raimundo Lulio, la misma
vida de Prisciliano, aproximadamente
siete u ocho siglos antes. Místicos que
eran libertarios, místicos que viajaban
rodeados de mujeres, místicos que no
desdeñaban ninguno de los placeres de la
vida, místicos de la “mano
izquierda”. lbn‑Al‑Arabi
escribe dos libros, Las Futuhat
y El Fusus que son prácticamente
desconocidos en España, su patria,
sin embargo, son best‑seller en
todo el mundo musulmán.
Asín
Palacios ha demostrado cumplidamente, y yo
no puedo hacer aquí más que mencionarlo,
cómo todo el lenguaje de los místicos
cristianos desde La Divina Comedia de
Dante hasta Teresa de Jesús, Juan
de la Cruz y Miguel de Molinos es un
lenguaje y un pensamiento calcado de la
falsiya del masarrita, de la falsiya de
lbn‑Al‑Arabi y de la falsiya
del Zoar de Leol que, como sabéis,
es el libro fundacional de la Cábala.
Voy
a leer muy rápidamente unas líneas de lo
que yo decía a propósito de mi libro Gargoris
y Habidis, donde señalo la
coincidencia de los métodos, el léxico,
el ideario e incluso, las imágenes líricas
propuestas en épocas diferentes por los
derviches de Al Andalus y por los monjes
de Castilla: “La anchura y
apretura del alma, su vacío y
desnudez, los símbolos del día y
de la noche oscura, las metáforas del
velo y el espejo, del súbito relámpago,
de los átomos que flotan sobre los rayos
del Sol y el agua extraída de las entrañas
de la tierra, así como todo el ambicioso
juego del éxtasis y el rapto, distinguiendo entre
simple inconsciencia Y genuina aniquilación
del espíritu en Dios, se revelan
patrimonios superpuestos de las dos razas
y fruto común, en realidad, de un árbol
hasta cierto punto ajeno y, en
cualquier caso, muy superior (Las
doctrinas profesadas por los Padres del
Yermo en el irreducible monacato del
cristianismo Oriental).
Voy
a abandonar esta vía de penetración del
Islam a través de lo Ibérico y me voy a
referir un poco a la actualidad, ya que,
en definitiva, el tema de estas jornadas
es “El Islam
ante el Nuevo Orden Mundial”.
En
estos momentos, hablar en Occidente de
musulmanes, hablar de Mahoma, hablar
del Corán, hablar del Islam,
equivale prácticamente a hablar de “integrismo”;
el común de los mortales, la opinión
pública en general, está confundiendo el
Islam con el integrismo. ¿Qué es un
integrismo? Un integrismo es la aplicación
literal de las Sagradas Escrituras sin
reparar en el hecho, evidente, de que
todas las Sagradas Escrituras, ya sean las
cristianas, ya sean las hindúes, ya sean
las musulmanas, utilizan un lenguaje simbólico
y no un lenguaje real. Para entendernos,
es como si leyendo un poema de Omar Khayyám,
que cantaba al vino en sus poemas, en
sus rubaiyatas creyéramos que
Omar Khayyám era un borrachín sin
reparar que el vino es una metáfora de la
embriaguez mística, que era el principal
objetivo de todos los sufis como Khayyám.
¿Integrismo
musulmán?... ¡Pero si estamos viviendo
una época de integrismos por todas
partes! Qué enorme injusticia ésta de
identificar el integrismo con el concepto
de lo musulmán; tenemos un integrismo
cristiano, horrible, monstruoso, ese que
se expresa en la vieja frase que muchos de
nosotros aprendimos en el colegio de que “fuera
de la Iglesia no hay Salvación”.
Tenemos un integrismo judío, el que hace
creer a los judíos de que por el simple
hecho de que hace dos mil años vivieron
en Tierra Santa, en Palestina o Israel,
llamémosle como queramos, eso les da
derecho, no sólo a vivir, sino a gobernar
de forma excluyente esos territorios.
Integrismo de izquierdas, el
igualitarismo... ¿Qué es el
igualitarismo sino una forma de
integrismo? ¿Hay algo más injusto que el
igualitarismo, que consiste en hacernos
creer a todos los seres humanos que somos
iguales sin reparar en el hecho evidente
para cualquier persona que no tenga telarañas
en las pupilas, de que somos individuos
irrepetibles, de que no hay dos seres
iguales sobre la faz de la Tierra?
Integrismo Yanqui, uno de los peores
integrismos, el integrismo de Clinton, el
integrismo del Nuevo Orden Mundial, el
integrismo de quienes se arrogan el
derecho a convertirse a través de la
tecnología y del armamentismo, en
gendarmes de todo el Universo. Integrismo
del “Becerro de Oro”, del
mercado, del consumo: integrismo del
economicismo. Y todos estos integrismos,
en definitiva, se encierran en uno, en el
peor de los integrismos: el integrismo
judeo‑cristiano del mundo
occidental.
Y
a este respecto, quiero aprovecharme de
algo que ha escrito un hombre al que yo
admiro extraordinariamente y que está
sentado en estos momentos aquí, me
refiero a Roger Garaudy, que es uno de los
pocos occidentales que se ha librado de
ese tremendo karma que tenemos en
Occidente y que en un libro extraordinario
titulado “¿Tenemos necesidad de
Dios?”, nos dice a propósito de
todos estos integrismos: “Desde
hace cinco siglos, con el nacimiento del
Colonialismo que llamó ‘evangelización
de los indios’ a la invasión, la
conquista, la matanza y el genocidio,
Occidente ha dado el peor ejemplo de
integrismo, es decir, la pretensión de
poner la verdad absoluta y, por
consiguiente, de tener, no sólo el
derecho, sino el deber de imponerla a
todos los demás.
Esa
larga continuidad en la dominación ha
creado una consecuencia perversa: antaño,
una iglesia, un Dios, un rey; hoy una
cultura, una técnica, un orden mundial;
‘fuera de la Iglesia no hay Salvación’,
‘fuera de Occidente no hay civilización’
y siempre ‘fuera de mi verdad sólo
existe el error’; siempre un ‘pueblo
elegido’, el hebreo, el cristiano, el
occidental; tal pretensión, apoyada en
las armas, en el comercio y en las
misiones, es la madre de los demás
integrismos que han proliferado en el
mundo”
Efectivamente,
yo creo que todos los integrismos proceden
de un concepto que es el del monoteísmo
aplicado a la idea de Dios, en el que
Dios, como se dice en El Génesis crea
al hombre a su imagen y semejanza; el
peligro de este monoteísmo es tremendo
porque desemboca en una reducción de lo
divino a imagen del hombre, en una
apropiación de Dios al servicio de una
raza elegida, es decir, a partir del
momento en que se introduce en la historia
humana ese monoteísmo del Dios que creó
al hombre a su imagen y semejanza, estamos
justificando toda la barbarie ecológica a
la que asistimos actualmente. Nace en ese
momento la eterna discusión de si el
hombre es naturaleza o de si el hombre es
historia.
El
hombre es naturaleza; la naturaleza no
forma parte del hombre, es el hombre el
que forma parte de la naturaleza y, por lo
tanto, lo verdaderamente sagrado es la
naturaleza, y decir que Dios creó al
hombre a su imagen y semejanza es
preparamos para ese antropocentrismo diabólico
que está destruyendo la trama que permite
el desarrollo de la vida y que,
probablemente, nos está conduciendo a un
callejón sin salida y sin posible
retorno.
Garaudy
describe este "Nuevo Orden
mundial" este antropocentrismo del
hombre occidental, diciendo que reposa en
estos tres postulados que son los que nos
están gobernando, que son los ejes de
abscisas v ordenadas a los que, en estos
momentos, llamamos "Nuevo orden
Mundial", "cultura
europea", "cultura
occidental" "american way of
life", etc.