Arte taurino

¿No lo sabían?
Estamos en los años 30

(Así lo corroboran los más recientes paseíllos de Javier Conde, Manuel Amador, José Manuel Sandín, Cayetano…)

Joaquín Albaicín *

-Cuidado con los años 30 -me advertía la otra mañana Javier Esteban al salir de la redacción de Generación XXI.

La conversación previa a sus palabras de despedida nada tenía que ver con lo taurino, pero el caso es que no tardaría mucho, tras escucharlas, en encontrarme felizmente sumergido hasta el cuello… en esos años 30 en cuyas esquinas me recomendaba andarme con tanta prudencia.

Y es que han vuelto. Los años 30, digo. La Edad de Plata. Al menos, en el sentido de que de nuevo anda por los ruedos, predicando sus buenaventuras, un puñado de artistas con el genio a flor de piel. A pocos coletas, nos lamentábamos ayer, les sale un paseíllo mínimamente atendible desde el orden de lo ritual. Mas, por fortuna, no muchas hojas cayeron del calendario desde que puse por escrito mi congoja por esa realidad hasta que fui testigo, en la primera novillada nocturna de Canal Plus, de los solemnísimos andares brindados a Madrid en su debut por José Manuel Sandín, y de la torería por él derrochada muleta en mano ante un lote imposible. ¡Puros años 30, este torero que, aun inédito, tanto nos dijo! A no mucho tardar, con un terno negro y azabache evocatorio de los de Silverio Pérez y Rafael Albaicín, llegó Manuel Amador a Las Ventas para plantar cara a un toro de sangre Domecq y cuajar con él una de las faenas más bellas y toreras que me ha sido dado contemplar. ¿Cómo no vibrar con la hondísima intención de su media verónica a pies juntos y el ceño con que su muleta barrió los lomos del burel? Todo cuanto hizo con las telas tuvo un sabor lidiador… etiqueta negra. Ni una sola estrella de su constelación interior latió fuera de compás. ¡Qué fácil! Y… ¡qué difícil!

Y ahora, en Valdepeñas, nos hemos encontrado con una faena de Javier Conde de las que dejan sutura para siempre. El vestido de luces, similar al de Amador: blanco y azabache. Cuesta Carmona, todavía novillero sin caballos, denotó la inteligencia de tomar nota del valor talismánico que esta temporada parece catalizar la combinación, y pronto, nos dice, pondrá manos a la obra a Justo Algaba… Mas estábamos con Javier Conde y ese toro de Jandilla que, como un ángel de sangre azul, dio en Valdepeñas su vida por amor al arte y que parecía haber sido elegido para morir de tan apasionado modo ya cuando su alma pura descendía por la Vía Láctea. Nunca se nos podrá olvidar ese trincherazo zurdo con que cerró el torero la primera tanda. Ni esos cuatro naturalísimos derechazos de mano baja ligados, templados y soñados junto a las tablas, en un palmo de arena. Ni esa chicuelina galleando. Ni esa caricia sin nombre con que, a media altura, dio al toro la salida de un túnel cuyos primeros pilotes prometían arquivoltas de circular por alto…

¡Años 30! Retornaron también, en la misma tarde y en el mismo ruedo, en esos muletazos por alto labrados sobre las puntas de las zapatillas por Cayetano, reverberaciones casi palpables de la Edad de Plata: resoles de Cagancho, Manolo Bienvenida, Márquez y Niño de la Palma … El pase de la firma, suave como un suspiro, con que, de celeste y oro, echó Cayetano el cerrojazo a la corrida rubricó la vigentísima actualidad de esta segunda época treintista de que hablamos.

Lo primero que hice en Madrid al irrumpir en el patio de arrastre fue pedir a Alfredo Arévalo fotografías de la faena de Manuel Amador. Y lo primero que hice al regresar de Valdepeñas fue ordenar enmarcar el cartel de la corrida.

Porque… hay que tener siempre presentes las cosas antiguas. Escuchamos mucho, últimamente, que es una pena que el mundo taurino camine con varias décadas de “retraso” respecto al resto de la sociedad. A nosotros, tal “retraso” nos supone, por el contrario, un gran respiro, pese a saber que la mayoría de los aficionados entendidos sueñan con los años 60 y 70, años ya de fascinación creciente por la prisa y los agobios, en tanto la década en que nosotros nos encontramos en verdad a gusto -y de la que no tenemos ningún interés en que nadie nos saque- es la comprendida entre 1925 y 1935. Sólo hay un aspecto en el que esos gloriosos tiempos no han vuelto (aparte -claro es- de la circunstancia de que apenas nadie se haya dado cuenta todavía de eso, de que estamos de nuevo en ellos). José Luis Suárez-Guanes ponía el otro día el dedo en la llaga en su crónica de la gran faena de Manuel Amador: antes que de crisis de toreros y ganaderos, hay que hablar de crisis de público y de aficionados.

Me explico. En 1927, el público que abarrotaba los tendidos en Toledo se echó como un solo hombre al ruedo para sacar a hombros de la plaza a Cagancho y pasearlo de esa guisa -como una talla del Montañés, escribió Corrochano- por toda la ciudad. Dos años después, en la misma plaza, igual… Y muchos hemos visto las fotos de los madrileños y sevillanos invadiendo el ruedo de la Monumental o de la Maestranza para sacar a hombros a Joselito El Gallo, Victoriano de la Serna y Curro Puya, entre otros.

Si soy sincero, dudo mucho que los toledanos de 1927 superaran en refinamiento, exquisitez, erudición artística y número de certificados de Graduado Escolar a los señores en la actualidad avecindados en Valdepeñas. De ahí que me sienta tentado de escribir que el hecho de que estos últimos no se precipitaran sobre el ruedo para sacar a hombros a Javier Conde el pasado día 31 de julio no sólo me devolvió de un modo abrupto y casi canallesco a 2005… Esa omisión, por no hablar de otras cosas, fue como para cerrar a cal y canto el pueblo y sembrarlo de sal, como Cartago.

Con todo, pese a asistir tantas y tantas veces a manifestaciones de emasculación espiritual y miserando talante como la citada, hay quienes postulan que el Planeta de los Toros siga “avanzando”, luchando por colocarse a la “altura” del resto de la sociedad. ¿Debemos suponer que el hecho de que jamás, en lo que llevo de vida, haya presenciado una multitud invadiendo un ruedo para santificar la hazaña de un torero… es un avance desde el punto de vista taurino? En Las Ventas, cuando al cerrar Manuel Amador una de sus tandas me levanté para rendirle tributo de agradecimiento, pude apreciar que había… otra persona de pie. Y perdónenme, pero allí no había sólo japoneses. A mi derecha, profería olés un muy buen aficionado, dispensado por su cojera de realizar esfuerzos físicos extra. Sitibunda a mi izquierda, contribuía asimismo con sus exclamaciones jubilosas una gran aficionada para quien, con levantarme yo, es como si nos levantáramos ambos. Fueron las dos únicas personas con excusa que detecté entre mis circunvecinos. En Valdepeñas, donde ni un solo japonés pasó por taquilla, creo que fuimos un máximo de doce personas las que, durante el transcurso de la faena de Conde, nos levantamos en algún momento del asiento para jalear o aplaudir su trasteo transmundano. Supongo que habremos avanzado aún más el día en que escuchar un olé e, incluso, un atisbo de aplauso en una plaza de toros, sea una rareza… Y que habremos alcanzado el Paraíso el día en que salir a hombros por la puerta grande de una plaza sea un acontecimiento tan educado y civilizado como el vivido por quienes la cruzan en una visita guiada.

Cierto: la mayoría de los toreros, en su tarde cumbrera, no pone en pie ni a la familia. Lo de levantar a la gente de la almohadilla está pasadísimo de moda. Manuel Amador y Javier Conde pueden, pues, darse con un canto en los dientes. Pero me parece que nos entendemos. Yo me quedo con aquellos analfabetos que no sabían contar pero con un solo golpe de vista sabían si en su rebaño había trescientas cincuenta y dos o trescientas cincuenta y tres cabras, que velaban por la honra de sus hijas, respetaban como sagrada la palabra dada y, con toda su santa “ignorancia”, se ponían de pie ebrios de fe, rindiendo homenaje al rocío milagroso destilado en un quite a la verónica. Entre el público de toros de ahora, quizá tome asiento un alto porcentaje de individuos capaz de resolver crucigramas con cierto aseo, pues aquí todo el mundo va ya al colegio por decreto ley (otro “logro”), pero me parece evidente que la mayor parte de quienes acuden a la plaza ha perdido el sentido de las cosas. Algún día habrá que hablar en serio sobre las consecuencias de alimentarse con comida basura en vez de con leche de cabra recién ordeñada. Los aficionados nutridos con leche de cabra recién ordeñada jamás habrían permitido, por ejemplo, que César Rincón traspasara por quinta vez la puerta grande de Las Ventas sin ser antes víctima jubilosa, en el ruedo, del clamoroso abrazo de las masas.

No encuentro mejor ejemplo para expresar lo que en este momento siento que lo sucedido en una de las jornadas decisivas en la carrera de Rafael de Paula, probablemente una de las tardes verdaderamente importantes en la historia del toreo y que yo, obviamente, no presencié: aquella del 28 de junio de 1964 en que se encerró en la plaza de Jerez con seis toros de Salvador Guardiola. Siete orejas cortó a sus enemigos. Los aficionados lo llevaron a hombros hasta la Basílica de la Virgen de la Merced, a dos kilómetros de distancia, donde se entonó una Salve, y lo pasearon luego a hombros por el Barrio de Santiago. La muerte del tercero, al que desorejó por partida doble, se la brindó a un grupo de invidentes, nítido indicativo de que el toreo bueno, desde el momento en que se forja con el corazón, sólo puede ser visto y apreciado en toda su magnitud… con el corazón.

Eso es lo que falta: visión interior. Ahora, hay muy buenas gafas… Pero muy poco corazón.

Claro que, si a un grupo de aficionados se les ocurre un día echarse al ruedo a sacar a hombros a un gran torero… lo mismo les detienen por alteración del orden público. Y hasta es el presidente -¡o el apoderado!- quien avisa a los guardias. Es lo que tiene, eso de ponerse al día.

JOAQUÍN ALBAICÍN (Madrid, 1966)
Escritor, conferenciante y cronista de la vida artística, sus artículos y relatos, así como sus críticas de arte flamenco -que han contribuido positivamente al presente resurgir del género- han aparecido en diarios como ABC, El País y Reforma (de México), y revistas como El Europeo, Vogue, Sur-Exprés, Axis Mundi, Letra y Espíritu, La Clave, Generación XXI, Debats, Amanecer, Web Islam, 6 Toros 6, El Ruedo, MAN, Próximo Milenio, The Ecologist, Más Allá, Omarambo... El esoterismo de las grandes tradiciones espirituales, la geopolítica, la tauromaquia, el espionaje, el Imperio Mongol y el mundo de los últimos Romanov son algunos de los principales focos de interés de este escritor nacido en una familia de artistas de raíces gitanas.
Contertulio habitual del programa de TV El Faro de Alejandría, dirigido y presentado por Fernando Sánchez Dragó, ha publicado en España la novela La serpiente terrenal (Anagrama, Barcelona 1993), el cuaderno de viajes Diario de un paulista (El Europeo, Madrid 1995) y los ensayos Gitanos en el ruedo: el Indostán en el toreo (Espasa Calpe, Madrid 1993), En pos del Sol: los gitanos en la historia, el mito y la leyenda (Obelisco, Barcelona 1997) -única obra escrita sobre la materia desde la perspectiva de la Philosophia Perennis-, El Príncipe que ha de venir (Muchnik Editores, Barcelona 1999) y Monteras de aquí y de allá (Castilnovo, 2006), así como el libro de cuentos La Estrella de Plata (Manuscritos, Madrid 2000). Dos relatos suyos inéditos en castellano han sido recientemente publicados en Suecia en la antología de literatura gitana coordinada por Gunilla Lundgren Svarta rosor/Rosas negras (Tranan, Estocolmo 2003).
En la actualidad está concluyendo una nueva novela, un ensayo sobre la leyenda medieval del Reino del Preste Juan, otro sobre el misterio de la Gran Duquesa Anastasia y un tercero sobre la controvertida figura del Barón Ungern-Sternberg. Su cajón guarda además un libro de cuentos inédito.
En la web www.svabhinava.org, creada por Sunthar Visuvalingam y dedicada al modelo indio de aculturación, Joaquín Albaicín coordina la sección Roma, consagrada a la diáspora indo-gitana. Los interesados encontrarán más información tanto en dicha web como en la de International Romani Writers Association (www.romaniwriters.com), de la que este autor es miembro.
Entrevista con Joaquín Albaicín en: 
"Opinión y Toros"

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