Ciencia

El positivismo,
ideología de la sociedad industrial

José Alsina Calvés

José Alsina es Catedrático de Biología y Geología y Diplomado y Máster en Historia de la Ciencia por la Universidad Autónoma de Barcelona, así como Secretario general de la Fundación José Alsina i Clota para la investigación educativa. Miembro de las Sociedades Española y Catalana de Historia de la Ciencia y de la Técnica, es autor de Etología: ciencia actual (Anthropos, 1986) y de numerosos artículos en revistas especializadas.
Este artículo fue publicado por la revista Hespérides, en su número 12.


La filosofía positivista nace con la sociedad industrial de finales del Siglo XIX y constituye la ideología de la burguesía triunfante, donde se resumen sus mitos y sus temores. Aunque superada en la mayoría de sus postulados sigue alimentando la ideología moderna, por lo menos en lo que respecta a la fe en el progreso indefinido y al cientificismo ingenuo. Está profundamente arraigada en el cuerpo social y es uno de los pilares básicos de la pervivencia de la pirueta neoliberal.

La filosofía positivista viene siempre vinculada al nombre de Augusto Comte (1798-1857), su fundador. Es el movimiento intelectual dominante en la segunda mitad del Siglo XIX, cuyas raíces pueden perseguirse claramente hasta Kant, la Ilustración, Bacon y con menos nitidez hasta Descartes. Sus ramificaciones penetran en nuestra centuria y pueden extenderse por ciertos sectores del ámbito filosófico de nuestros días, como es el neopositivismo. Por otra parte la mayoría de sus postulados alimentan la ideología social moderna, por lo menos en lo que respecta a la fe en el progreso indefinido y al cientificismo ingenuo.

Pero sería un error identificar sin más a Augusto Comte con el positivismo, aunque le corresponda a él su indiscutible paternidad. Esta filosofía se propagó rápidamente por Europa, siendo sus representantes más señeros John Stuart Mill y Herbert Spencer en Inglaterra, Molescholt y Ernest Haeckel en Alemania y Roberto Ardigo en Italia. Todo ello hizo aparecer en el interior del positivismo una cierta diversidad.

A pesar de todo ello el termino positivismo no es un puro equívoco, sino que conserva un núcleo de significación aplicable por igual a todas las filosofías que designa, inclusive la de Comte. Este contenido común se puede resumir en dos grandes rasgos: la prescripción de toda metafísica, y la exigencia rigurosa de atenerse a los hechos, a la realidad en cualquier género de investigación. Ambos rasgos se implican en el postulado de que solo conocemos los que nos permiten conocer las ciencias, y el único método de conocimiento es el propio de las ciencias naturales.

Este cientificismo es hijo de la época. El positivismo es contemporáneo a una grandiosa expansiñon del saber matemático y físico- natural. Es la poca de Cauchy y Cantor en matemáticas; de Lobachevski en geometría; de Maxwell, Hertz, Helmholt y Clasius en física; de Berzelius y Mendeleiv en química; de Koch y Pasteur en microbiología; de Claude Bernard en fisiología y de Charles Darwin en biología. Es también la época de grandes realizaciones tecnológicas: se construye la Torre Eiffel en París y se abre el Canal de Suez.

Esta afirmación de la ciencia natural tiene como contrapartida la declaración de nulidad para lo que hasta entonces se había entendido por filosofía, y especialmente para la metafísica. Para el positivismo no hay razón alguna que justifique el establecer diferencia esencial entre ciencia y filosofía, siempre que esta última palabra se entienda en su nuevo sentido, que es precisamente el de ciencia.

Hay en todo ello un razonamiento circular, que es el gran vicio de origen de la concepción positivista de la filosofía: sólo a la "filosofía positiva" se le reconoce el derecho a existir, y solo es "filosofía positiva" aquella que se atiene a los cánones propios del conocimiento científico. La filosofía se convierte así en una ancilla scientiae (en una servidora de la ciencia).

Pero el positivismo cae además en dos flagrantes contradicciones. La primera de ellas es que sólo da carta de legitimidad al "conocimiento científico", sin especificar nunca, de manera clara, inequívoca y por tanto positiva en qué consiste exactamente este conocimiento científico, y cual es el método científico que lo produce. La segunda, la más grave, es que importantes afirmaciones de la doctrina positivista, como la "ley de los tres estadios" (teológico., metafísico y positivo), pomposamente anunciada por Comte, no proceden de la actividad científica ni de la observación, sino de la especulación filosófica, y son por tanto....metafísica.

Otra característica importante de la filosofía positiva es la voluntad de aplicar el método propio de las ciencias naturales (por otra parte nunca bien definido) al estudio de la sociedad humana, naciendo así la sociología como uno de los resultados característicos de la aplicación del programa positivista, y probablemente uno de los más fecundos.

No sólo hay una exaltación de la ciencia natural y una afirmación de preeminencia de la misma con respecto a la filosofía, sino que se afirma también su unidad en cuanto a método. Este cientificismo es la contrapartida de la negación de la metafísica, y ambas tendencias, discurriendo en paralelismo y reciprocidad, constituyen una constante del pensamiento contemporáneo que, desde el Siglo XVIII, viene modulando, en distintos tonos y con diferentes supuestos su ya larga e insistente melodía. Variaciones de esta temática general son el enciclopedismo, la filosofía de Kant, el positivismo, el neokantismo, y, en nuestros días, el neopositivismo lógico del Círculo de Viena: Reichenbach, Carnap y otros.

Pero el positivismo, especialmente el de Comte, es antes que nada y por encima de todo una construcción de filosofía de la historia, de carácter comprensivo, que culmina en una visión mesiánica, y elaborada a partir de un método especulativo que poco tiene que ver con sus propios y confusos postulados epistemológicos. Hay ademas en los autores positivistas, quizá con la única excepción de J. Stuart Mill una confianza acrítica, y a menudo expeditiva y superficial en la estabilidad y el crecimiento sin obstáculos de la ciencia.

La iniciación de la vida intelectual de Comte coincide con el auge del idealismo alemán. El criticismo de Kant se había convertido fulminantemente, en manos de sus discípulos inmediatos, en un nuevo dogmatismo de gran estilo; su idealismo trascendental, que rechazaba la metafísica como ciencia, aunque reconociendo su licitud como "disposición natural", mostró su fecundidad, precisamente metafísica, al resolverse en idealismo absoluto, en los grandes sistemas de Fichte, Schelling y Hegel. En el espacio de unos treinta años se da un fugaz pero intenso periodo de gran tensión metafísica, iniciándose después una rápida declinación. Como fecha simbólica de esta declinación se puede fijar la de la muerte de Hegel: 1831. Un año antes terminaba de exponer Comte, en su famoso Curso, la idea ya madura de la filosofía positiva.

Coincidiendo con esta declinación de la metafísica se da el ya mencionado proceso ascendente de las ciencias de la naturaleza y de su impacto social: la tecnología y la revolución industrial. Comte se hace brillante intérprete de esta doble y contraria basculación espiritual, abriendo con ello una nueva etapa del pensamiento filosófico europeo.

La epistemología positivista

Tal como hemos señalado el positivismo es, antes que nada, una filosofía de la historia, que arranca de especulaciones metafísicas. No hay, en sentido estricto, una epistemología positivista rigurosa. Las referencias al conocimiento positivo y al método de las ciencias naturales son constantes, pero nunca se fija de forma rigurosa en qué consiste este método.

En el capítulo III de la primera parte del Discurso Comte intenta fijar el sentido de la palabra positivo, analizando las diversas acepciones de la misma. Veámoslas:
1) Positivo como real por oposición a quimérico.
2) Útil en contraste con inútil.
3) Certeza frente a indecisión.
4) Preciso frente a vago.
5) Positivo como contrario a negativo.
6) Relativo en contra de absoluto.

Estas precisiones semánticas pueden servirnos para ir acotando cuál es realmente la teoría positivista del conocimiento. Siguiéndolas se nos hará visible el sentido de estos postulados, a pesar de lo poco positivo de su definición que, como vemos, requiere una hermenéutica para su comprensión adecuada.

La exigencia de realidad es el postulado fundamental. Comte nos aclara que con esta exigencia se pretende limitar el conocimiento filosfico "a las investigaciones verdaderamente asequibles a nuestra inteligencia, con exclusión permanente de los impenetrables misterios con que se ocupaba, sobretodo en su infancia".(1)

Ahora bien, lo asequible a nuestra inteligencia es lo que el positivismo llama los hechos. Comte establece "como regla fundamental que toda proposición que no pueda reducirse estrictamente al mero enunciado de un hecho particular o general no puede ofrecer ningún sentido real e inteligible".(2)

Pero, ¿qué son los hechos?. Pues son las cosas o acontecimientos accesibles a la observación, o dicho de otra manera, son fenómenos u objetos de experiencia. Esta exigencia va contra toda construcción especulativa, contra toda elaboración a priori o puramente racional del conocimiento, en definitiva, contra toda metafísica.

En este punto se percibe la herencia de las ideas de Bacon, que está presente en el positivismo, aunque el filósofo inglés definió de forma más nítida su teoría del conocimiento a través de la inducción. El positivismo quedaría así caracterizado en primer lugar, como un empirismo, y, en efecto, esto es lo que llegó a ser el positivismo posterior a Comte. Pero en Comte el arranque inicial hacia el empirismo quedará neutralizado con importantes concesiones a la razón. Advierte contra el peligro de un mero empirismo escribiendo: "..una viciosa interpretación ha conducido con frecuencia a abusar mucho de este gran principio lógico (la subordinación de la imaginación a la observación), para hacer degenerar la ciencia real en una especie de estéril acumulación de hechos incoherentes".(3)

A pesar de estos correctivos está claro el papel fundamental que en la epistemología comtiana van a jugar las leyes, como regularidades observadas en los fenómenos, a las cuales se llega a través de la observación por procedimientos inductivos, aunque Comte nunca utilice esta expresión.

El segundo carácter del saber positivo es la utilidad, y aquí volvemos a encontrar reminiscencias de las ideas de Bacon. Comte precisa el sentido de esta palabra: quiere decir que el verdadero conocimiento no tiene un fin en sí mismo (no es una estéril curiosidad) sino en el " mejoramiento continuo de nuestra identidad individual y colectiva". Es decir, el conocimiento científico, aparte de su utilidad instrumental y tecnológica, contribuye a un mejoramiento del ser humano.

El gran destino práctico de la positividad, al hacer al hombre fin último de todo saber, postula también una ciencia de lo social, lo moral y lo político, unificada por Comte en la sociología, con sus técnicas correspondientes. Quizá su error consistió en creer que las ciencias de lo humano podían tomar como modelo a las naturales. En realidad se limitó a pensarlo, sin creerlo, puesto que él mismo no observó en la práctica este principio metódico.

Las precisiones de Comte no pueden, sin embargo, evitar que la idea de utilidad asociada al conocimiento se interprete en el sentido pragmático de conocimiento aplicado y tecnológico. Otra vez nos encontramos con reminiscencias de la filosofía de Bacon y del programa de la Ilustración, que constituirán, junto a la filosofía positivista, el principal puntal teórico de la ideología de la modernidad.

En relación estrecha con la utilidad aparece la cuarta acepción del termino positivo: precisión frente a vaguedad. El gran desarrollo de la tecnología, del que Comte fue observador privilegiado, y la revolución industrial no podían fundamentarse en conceptos vagos y confusos, y así nos habla Comte de " el grado de precisiñon compatible con la naturaleza de los fenómenos", y de "...el pensamiento de una acción final recuerda siempre la condición de una precisión conveniente".(4)

El postulado tercero, certeza frente a indecisión, revela el utopismo y refleja el superávit de optimismo que anima a Comte, y, como tal, hay que relegarlo al cajón de las grandes ilusiones no confirmadas por el fallo inapelable de la historia, lo cual no es óbice para que no sigan formando parte del repertorio ideológico de la modernidad, con aggiornamentos continuados del utopismo, ahora no ya al servicio de la revolución, sino de la evolución hacia un fin de la historia con ribetes neoliberales.

Las acepciones cinco y seis del termino "positivo" nos dan la entrada en un nuevo tema: el sentido histórico, la historicidad del hombre, que es , junto al nacimiento de la sociología, la intuición más profunda del positivismo. Nos ocuparemos más adelante, y con más detalle, de la relación del positivismo con la sociología y la teoría de la historia. Por lo que respecta a la epistemología este descubrimiento de la historicidad del hombre incide de diversas maneras.

En primer lugar se plantea la relatividad del conocimiento: "el estudio de los fenómenos, en lugar de poder llegar a ser, en modo alguno, absoluto, debe permanecer siempre relativo a nuestra organización- oposición"(5). Es decir, la valoración de una teoría científica deber hacerse en función de las circunstancias históricas que la rodean. Al descubrir la historicidad del hombre Comte descubre también la historicidad de la ciencia.

Consecuencia directa de este relativismo e historicismo es que se plantea por primera vez la existencia de la Historia de la Ciencia como disciplina autónoma, y no es casualidad que la primera cátedra de esta disciplina, creada en el College de France en 1892, sea ocupada por Pierre Laffite , discípulo de Comte y muy vinculado al movimiento positivista. El propio Comte había solicitado en numerosas ocasiones a las autoridades educativas la creación de la mencionada cátedra para la institucionalización de esta disciplina.

Pero los propios dogmas del positivismo frustran en parte las expectativas de un descubrimiento tan importante como es la historicidad del conocimiento. La ciencia se contextualiza en función de su época, de su momento histórico, pero a su vez este momento histórico se ve siempre en relación con el gran final, con el advenimiento del espíritu positivo, y al llegar aquí el movimiento de la historia de detiene, y lo que era relativo deviene ahora absoluto. Además, la creencia (6) de que la historia tiene un motor propio se traslada también a la historia de la ciencia, deduciéndose de aquí que la ciencia tiene un movimiento propio y autónomo de su entorno social e histórico. Los dogmas progresistas del positivismo frustran las posibilidades iniciales de su descubrimiento. No es casualidad que la historia de la ciencia, que debe al positivismo su nacimiento institucional, haya tenido que luchar contra la mentalidad positiva para llegar a ser una disciplina madura.

Debemos referirnos finalmente a una temática fundamental en el discurso positivista: la unidad de la ciencia. A pesar de ser esta una cuestión epistemológica, en Comte aparece vinculada directamente a la dinámica social, reafirmando una vez más nuestra tesis de que el positivismo es, más que una filosofía o una filosofía de la ciencia, una teoría de la historia. Los compartimentos estancos del conocimiento humano, que llamamos las ciencias, deben articularse en una superior unidad, una unidad sistemática determinada por sus comunes origen y destino. En la mente humana esta unificación dar lugar a la "armonía mental", de tipo universal, a la que aspira Comte, y ésto se producirá indefectiblemente cuando la totalidad de los conocimientos humanos hayan alcanzado el estado positivo.

Pero además de definir este ideal de la unificación de la ciencia, que sus herederos neopositivistas han intentado llevar a la práctica, Comte clasifica y jerarquiza las ciencias, añadiendo además una discriminación entre las auténticas ciencias, las positivas, y las que no lo son. La psicología, por ejemplo, no es admitida entre las ciencias.

Partiendo desde su base matemática las ciencias positivas son jerarquizadas según su grado de generalidad decreciente y de complejidad creciente: astronomía, física, química, biología y sociología. Esta ordenación es a la vez lógica, histórica y pedagógica. Nos indica el orden en que han ido apareciendo las distintas ciencias, nos indica a la vez la lógica interna del proceso según los dos parámetros arriba indicados, y nos indica también el orden en que deben ser enseñadas en una educación "positiva". Respecto al orden histórico cabe añadir el comentario de que no responde a la realidad: las distintas ciencias no han aparecido en el orden que Comte quiere imponer. Otra vez la especulación, el "debe ser", la deducción a partir de unos postulados se impone sobre la observación: de nuevo triunfa la metafísica.

En ocasiones se ha puesto a Claude Bernard como ejemplo vivo de científico positivo. Aunque es cierto que Comte sentía sincera admiración hacia el gran fisiólogo francés, Bernard nunca se considero un positivista. Para Comte y, en general, para los positivistas (quizá con la única excepción de S. Mill) la ciencia es un elemento que no requiere ningn análisis. Claude Bernard, en cambio, nos ofrece una reflexión profunda y elaborada sobre la lógica de la ciencia (7). Además la metodología seguida por Bernard en sus investigaciones está muy lejos de las recetas comtianas (8).

Sociología y teoría de la Historia

Tal como hemos afirmado anteriormente cabe señalar que el positivismo es ,antes que nada, una teoría de la historia y un intento de construir una teoría de la sociedad humana, es decir una sociología. El dogma del progreso y los tres estados de la sociedad son las dos columnas fundamentales que lo sostienen.

Nos hemos referido ya al descubrimiento de la historicidad y al hecho de que en el positivismo la ciencia sólo se comprende plenamente dentro de una concepción general de la historia, porque no es otra cosa que la manifestación intelectual del espíritu positivo, y éste a su vez, representa el estadio terminal del desarrollo evolutivo de la humanidad. Mas al llegar aquí advertimos que el famoso relativismo se nos truca, como por arte de magia, en un nuevo absolutismo, el absolutismo del progreso. Ortega ya señalo en su momento cómo Hegel y Comte substituyeron el absolutismo de la razón, propio de la Ilustración, por este nuevo absolutismo progresista (9).

La idea del progreso, en la que, como buenos hijos de su tiempo, vienen a coincidir Hegel y Comte (Idealismo y Positivismo), es la gran ilusión de la época, la fe del siglo. Las dos grandes cristalizaciones conceptuadas de esta fe son la Filosofía de la Historia Universal de Hegel, y el Sistema de la Filosofía Positiva de Comte, pero sus ancestros hay que buscarlos en Turgot y Condorcet, en Kant (10) y en la lejana precursión de Vico en su Nuova scienza (1725).

La concepción de la historia universal de Comte es en realidad la verdadera idea madre de toda su filosofía, el amplio marco dentro del cual se alojan y cobran sentido diversas conclusiones parciales. Su propia epistemología y teoría de la ciencia, así como la clasificación y demarcación de la misma, sólo pueden entenderse en el plano del desarrollo histórico, tal como hemos visto en el apartado anterior.

Es así como el saber positivo, que expresamente se declara tributario del conocimiento científico natural, o más aun, que formalmente pretende identificarse con él, en su efectiva realidad consiste en un saber del hombre y es por ello un saber histórico. Lo que este saber efectivamente hace, aparte de lo que formalmente pretende hacer, no es en ningún sentido ciencia natural, sino un intento de comprensión sistemática de la historia, incluida en ella la ciencia misma.

La forma concreta como este intento fraguó en el pensamiento de Comte fue la famosa ley de los tres estados: teológico, metafísico y positivo. Los tres estados se refieren tanto a periodos de la historia humana como al tipo de espíritu humano que estos periodos generan.

En el estado teológico los fenómenos son vistos como producto de la acción directa y continua de agentes sobrenaturales. Dentro de esta estado distingue un periodo politeísta, en que cada agente se identifica con una divinidad, y un periodo monoteísta, posterior, en que el conjunto de fuerzas sobrenaturales se identifican reunidas en un Dios único. La figura representativa es el sacerdote, y el estado monárquico, religioso y militar es la forma política que representa este estado.

En el estado metafísico las esencias, las ideas o las fuerzas abstractas son las causantes directas de los fenómenos. Es un estado de transición, negativo en el sentido de que se dedica a destruir los presupuestos teológicos mediante la crítica, pero que es incapaz en sí mismo de elaboración propia. El filósofo y el hombre de leyes son sus figuras más representativas.

Únicamente en el estado positivo el espíritu humano renuncia a la posibilidad de un conocimiento absoluto, y sólo busca descubrir, mediante el uso bien concertado de razonamiento y observación, las leyes efectivas que rigen los fenómenos, es decir, sus invariables relaciones de sucesos y semejanzas. El tipo más representativo es el científico positivo y el tecnólogo, y el estado moderno, originado por la combinación de liberalismo poltico y revolución industrial, la forma política que le corresponde.

Como complemento a la teoría de los tres estados se sugiere que en el propio desarrollo individual de cada hombre se repite una sucesión semejante: la niñez seria la etapa teológica, la juventud la metafísica y la madurez la positiva.

En este marco la sociología se concibe como una auténtica física social, y como tal se distingue una estática social, que se refiere a unas condiciones de existencia de la sociedad que son constantes y que no cambian en las distintas edades, es decir al orden; y una dinámica social que se ocupa de las leyes de desarrollo de la sociedad, es decir del progreso. El objetivo final de la sociología es descubrir las leyes de la sociedad a través de la observación, el experimento y el método comparativo. Una vez descubiertas estas leyes el arte de gobernar, la política, no será más que la correcta aplicación de estas leyes, que por positivas son incontestables.

El intento de Comte resultó fallido. El sentido humanista e histórico de su pensamiento, aunque agudamente despierto, no podía remover el pesado lastre naturalista. Se debate así entre dos instancias intelectuales inconciliables: por una parte, anticipándose con segura intuición al porvenir de la filosofía, siente la necesidad de substituir la razón pura, de la que aquella venía viviendo desde Descartes, por otro tipo de comprensión de la realidad; pero, por otra parte, se encuentra privado de instrumentos mentales adecuados para elevar aquella intuición a conceptos claros y expresos. Las condiciones de su coyuntura histórica tampoco le permiten forjar por sí mismo tales instrumentos.

Comte no vive una situación de crisis completa de las vigencias intelectuales, como fue el momento cartesiano. En su tiempo no sólo no han quebrado todas las vigencias, sino que hay algunas que alcanzan, precisamente entonces, grados máximos de arraigo y desarrollo: concretamente una, la ciencia natural. De ahí que Comte se dirigiera a este terreno al buscar el canon del nuevo saber. En eso consistió su gran error, si es que es lícito hablar de errores al hacer estas consideraciones retrospectivas del pensamiento.

Fue sin embargo un error necesario y, a la larga, fecundo. Era indispensable la experiencia positiva, que los seguidores de Comte se encargarían de llevar a sus últimas consecuencias negativas, para que el pensamiento actual pudiera dirigirse de nuevo a la conquista de nuevos territorios de lo real, volviendo a la despreciada metafísica, aunque aligerada de obra muerta.

El positivismo, filosofía de la sociedad industrial

Hasta aquí hemos considerado los aspectos internalistas del positivismo. Veamos ahora sus relaciones con el entorno social e histórico que le vio nacer y desarrollarse. La segunda parte del Siglo XIX viene marcada por el afianzamiento de los estados liberales y por la revolución industrial. El programa de la modernidad que Bacon, Kant y la Ilustración habían imaginado, y para el cual las revoluciones americana y francesa habían creado el marco político adecuado, empieza ya a ser una realidad. El positivismo no nos promete una nueva sociedad, sino que nace con ella.

Así pues el positivismo cala hondo en el tejido social, pues no anuncia lo que va a pasar, sino que describe, o parece describir, lo que ya está pasando. Así, el grupo humano protagonista de estos acontecimientos, la burguesía industrial, va a hacer suyo el positivismo, que va a convertirse en uno de los principales puntales de su arsenal ideológico. El respeto a los hechos , el "tocar de pies al suelo", el progreso en orden, la mirada condescendiente hacia el pasado al que se considera semilla del porvenir, cierto y vago humanismo, y sobretodo, la conciencia de pertenecer a una clase que de alguna manera ha clausurado el proceso histórico (lo que Fukuyama ha bautizado con un nombre elocuente: el último hombre) son elementos fundamentales y característicos del pensamiento burgués y de su actitud ante la vida.

Curiosamente algunos de estos elementos ideológicos los encontramos también en el marxismo. No debe extrañarnos. El propio Marx era un burgués de formación positivista, al que Jünger reprochó haber intentado embutir en las mentes de los trabajadores conceptos burgueses, como el de "clase" (11).

Independientemente de su papel jugado en la historia de la filosofía, el positivismo es una doctrina que, en forma tosca y simplificada, ha calado muy hondo en la mentalidad de la burguesía. En estas últimas dcadas, tras el hundimiento del comunismo y la bancarrota ideológica de la izquierda y de cualquier cultura de "clase obrera", observamos cómo esta mentalidad burguesa se ha extendido al conjunto de la población. Así el positivismo se ha convertido en elemento fundamental de la ideología social moderna, y por lo tanto, es pieza clave para el mantenimiento de la pirueta neoliberal, tanto en su versión conservadora como socialdemócrata.

Otra cosa es la continuación filosófica del positivismo: el neopositivismo o filosofía del Círculo de Viena, que abandona todo interés por la sociología y la teoría de la historia y se interesa exclusivamente por la filosofía de la ciencia. Para entender las relaciones entre positivismo y neopositivismo debemos ocuparnos de un aspecto aún no comentado del tema en cuestión: las relaciones entre positivismo y psicología, y el nacimiento del conductismo (12).

Positivismo y conductismo

Resulta imprescindible, antes de entrar en materia, referirnos a la cuestión de la psicología en el positivismo, lo cual en palabras de José Luis Pinillos, no deja de ser paradójico, pues Comte dejó a la psicología sin lugar propio en el sistema de las ciencias (12). En la clasificación comtiana de las ciencias no aparece incluida la psicología; de la biología se pasa a la sociología, sin más. A juicio de Comte la introspección era imposible, y en consecuencia también lo era la psicología.

En tiempos de Comte la psicología estaba representada por filósofos como Victor Cousin, que practicaban una especie de psicología mentalista, que era para Comte un seudosaber, última transformación de la teología y de la metafísica del alma. Y sin embargo, vuelve a señalarnos Pinillos, la historia nos tiene acostumbrados a que las acciones de los hombres tengan con frecuencia consecuencias muy distintas de las previstas por sus autores. Y en el caso de Comte y la psicología esto fue precisamente lo que ocurrió, porque el positivismo contribuyó en gran manera al nacimiento de una importante escuela psicológica: el conductismo, cuyo creador indiscutible fue John Broadus Watson, a partir de su primera publicación, en 1913: Psychology as the behaviorist views it.

El rechazo de Comte a la psicología es sobretodo un rechazo a la introspección, al subjetivismo y a la psicología mentalista. Una psicología objetiva que se atuviera a los hechos y a sus relaciones públicamente observables era lo que en el fondo estaba exigiendo el positivismo comtiano. Y eso es lo que Watson estableció, o pretendió establecer.

Sin embargo, no es lineal el camino que conduce de Comte a Watson. Para seguir esta línea tendríamos que tener en cuenta a Haeckel, a William James, al biólogo Jacques Loeb, descubridor de los tropismos, al célebre Ivan Petrowitsch Pavlov, a las incursiones en psicología del físico Ernest Mach y a tantos otros. Lo que sí que es cierto es que cuando Watson, en la anteriormente mencionada publicación, hace pública su concepción de la psicología como ciencia experimental, puramente objetiva, de los procesos adaptativos del organismo, fundamentada en la fisiología del sistema nervioso, en la predicción y el control de la conducta y en el rechazo a la introspección, parece que el sueño de Agusto Comte está a punto de realizarse.

De alguna manera Watson será el nexo ideológico más nítido entre el positivismo comtiano y el neopositivismo. Desde un punto de vista estricto no podemos considerar al conductismo como la psicología del neopositivismo, entre otras razones por que cuando Watson escribió su manifiesto behaviorista faltaban aún unos quince años para que se constituyera el Círculo de Viena y para que Bridgman publicara su influyente lógica de la física moderna.

El conductismo fue la forma que adoptó la psicología objetiva en este siglo, al menos hasta que los etólogos, estudiosos de la conducta animal procedentes de la zoología, vinieron a discutir algunos de sus principales presupuestos, pero ésta ya es otra historia (13). Muy pronto el operacionismo y el neopositivismo acudieron a consolidar la endeble base filosófica de Watson y sus seguidores. Éste se había formado como psicólogo en los laboratorios de psicología animal de Chicago y Hopkins, donde, desde luego, la experiencia interior no servía de mucho. Es comprensible que su rechazo de la introspección fuera tan inequívoco como el de Comte, aun cuando las razones no fueran exactamente las mismas que las del filósofo francés.

El neopositivismo

Para terminar vamos a referirnos a esta escuela filosófica, continuadora en el mundo académico del positivismo comtiano, aunque profundamente revisado en algunos aspectos. Tal como hemos mencionado el conductismo de Watson puede considerarse el nexo de unión entre el positivismo y el neopositivismo.

El neopositivismo es una creación intelectual del llamado Círculo de Viena, grupo organizado en torno a la Cátedra de Filosofía de las Ciencias Inductivas, que ganó Moritz Schlick, en la Universidad de Viena en 1922, y rápidamente congregó a físicos, matemáticos ,economistas, psicólogos , lingüistas y filósofos. Su aparición respondió al proceso de profunda transformación que la ciencia había experimentado a principios del Siglo XX con la emergencia de la teoría de la Relatividad de Einstein, el desarrollo de la lógica matemática ligada a la teoría de conjuntos y a la aparición de la mecánica cuántica.

El Círculo de Viena proyectó elaborar una filosofía científica que rompiera con la metafísica, al menos con la imperante en los países germanos. Considerándose herederos de la revolución lógica de principios de siglo y de la revolución relativista de Einstein, sus miembros trataron de producir una autentica revolución filosófica, apelando para ello al proyecto de Comte de una ciencia unificada y a las epistemologías empiristas de Mach y de Wittgenstein. Obras como la de Nagel y de Hempel son las expresiones más sistemáticas de esta filosofía. Es un intento serio de realización del proyecto de Comte en lo relativo a la unificación de la ciencia y de rechazo a la metafísica, pero olvidando todo lo relativo a la filosofía de la historia. La filosofía de la ciencia tiene que ser el instrumento para la construcción de la filosofía positiva, en lugar de las vagas especulaciones sociológicas de Comte. El descubrimiento de la historicidad de la ciencia queda aquí absolutamente olvidado.

El empirismo lógico del Circulo de Viena mantuvo una influencia considerable hasta los años 60, a pesar de las críticas de Popper a algunas de sus tesis (inductivismo, confirmacionismo). La crisis de esta filosofía se inicia a partir de la obra de Kuhn, La estructura de las Revoluciones Científicas (14), que según acuerdo de la mayoría de los comentaristas ha supuesto un punto de inflexión en los estudios sobre la ciencia en el siglo XX (15).

1- Discurso sobre el espíritu positivo. Edición de la "Revista de Occidente", Madrid 1934. Traducción de J. Marías.

2- Op. cit.

3- Op. cit.

4- Op. cit.

5- Op. cit.

6- Insistimos en el término creencia, que tiene poco de positivo.

7- En su fundamental Introducción al estudio de la medicina experimental.

8- K. E. Rothschin: "La Fisiología Positivista" en Historia Universal de la Medicina, dirigida por Pedro Laín Entralgo. Ed. Salvat, Barcelona 1974.

9- José Ortega y Gasset: Dos Prólogos. Madrid; Revista de Occidente 1944.

10- G. Morente: "el primero que verdaderamente puso las bases para el pensamiento de progreso y la creencia en el progreso,fue Kant". Ensayo sobre el Progresismo, Revista de Occidente, núm. CIV, pg. 165.

11- Véase Ernst Junger: El Trabajador. Ed. Tusquets, Barcelona, 1990.

12- Para más información sobre el conductismo véase José Alsina: Etología, ciencia actual. Ed. Anthropos, Barcelona 1986.

12- José Luis Pinillos: "La Psicología en el positivismo" en Historia Universal de la Medicina dirigida por Pedro Laín Entralgo. Ed. Salvat, Barcelona, 1974.

13- Véase la obra ya citada de José Alsina: Etología, ciencia actual.

14- Thomas S. Kuhn: La Estructura de las Revoluciones Científicas. Fondo de Cultura Económica. Madrid, 1962.

15- Véase Javier Echeverra: Filosofía de la Ciencia. Ed. Akal, Madrid 1995.

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