LAS LENGUAS PRERROMANAS DE LA PENÍNSULA IBÉRICA.

(Francisco Castillo Pina)

 

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                                                                                                                                 Página

 

I.- INTRODUCCIÓN                                                                                                               1

 

II.- LAS LENGUAS INDOEUROPEAS                                                                                   3

     1.- El Celtibérico                                                                                                                 3

          (Documentos epigráficos. Antroponimia y toponimia. Características y

descripción. El Celtibérico dentro de las lenguas célticas)

     2.- El Lusitano                                                                                                                     6

          (Documentos epigráficos y otros testimonios onomásticos. Características

y descripción. Relación del lusitano con el celtibérico y posición entre las

lenguas indoeuropeas)

     3.- Otras lenguas indoeuropeas                                                                                         8

          (Testimonios onomásticos. Características. Situación entre otras lenguas

indoeuropeas)

 

III.- LAS LENGUAS NO INDOEUROPEAS                                                                           10

     1.- El Tartésico                                                                                                                   10

          (Documentos epigráficos. Características lingüísticas. Relación del tartésico

con otras lenguas. Posibles testimonios de otras lenguas meridionales).

     2.- El Euskera                                                                                                                   13

          (Testimonios y situación. Características. Parentesco con otras lenguas.

Hipótesis vasco-ibérica)

     3.- El Ibérico                                                                                                                       17

a.- Situación geográfica e histórica                                                                                 17

b.- Tipos de escritura                                                                                                     19

c.- Soportes gráficos                                                                                                      22

d.- Características lingüísticas                                                                                         22

e.- Posición lingüística del ibérico                                                                                   27

 

 


 

Página          

 

*** ADDENDA

I.- Sobre el valor del signo ibérico "Y"                                                                                        29

II.- Sobre una hipotética reconstrucción histórico-Lingüística                                          30

 

**.- CONCLUSIONES                                                                                                           32

 

**.- BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA                                                                                         34

 

 

I./ INTRODUCCIÓN.

 

Ya quedan lejos los tiempos en los que se veía la península ibérica anterior a la llegada de los romanos como un territorio ocupado por dos pueblos diferentes, los iberos y los celtas, que dieron lugar también a un pueblo "mestizo" que ocuparía el centro de la península.

Dicha diferenciación  fue sustituida por otra no menos simplificadora, aunque con una denominación  más ajustada a la realidad y, dado su carácter oportunamente ambiguo, abierta a ulteriores concreciones, precisiones, subdivisiones, etc. Se trata de aquella que dividía la península en dos partes, atendiendo a los topónimos que predominaban en cada una de ellas: Aquella en la que se daba una mayor abundancia de topónimos en -briga, y que estaría habitada por pueblos de origen indoeuropeo (y posiblemente celta, a juzgar por tal topónimo, de clara etimología céltica); y aquella en la que predominaban los topónimos con el elemento Il- o Ilt-, y que estaría habitada por pueblos no indoeuropeos (presumiblemente iberos).  Ambos topónimos se refieren predominantemente a nombres de ciudades, y tal parece ser su significado.

Sin embargo hay que dejar muy claro que dicha clasificación se basa en elementos lingüísticos, y por tanto la división entre pueblos indoeuropeos y pueblos no indoeuropeos no debe salirse del ámbito lingüístico, sin entrar en consideraciones etnológicas (aunque es inevitable e incluso deseable, en la medida en que los argumentos lingüísticos sean compaginables con los arqueológicos, hacer referencias históricas, lo que forma parte de las finalidades de nuestro trabajo), pues el hecho de que predomine la lengua de un pueblo en un territorio dado no implica que dicho pueblo sea el único que lo habita, y ni siquiera que sea mayoritario.

La línea que divide el territorio de los topónimos en -briga de los topónimos en Il- dejaba para estos último gran parte del País Vasco y Navarra, la zona norte y occidental de Aragón, Cataluña, Valencia, Murcia, posiblemente la mitad suroriental de La Mancha y la práctica totalidad de Andalucía (mientras que el resto de la península, es obvio decirlo, pertenecería a los topónimos en -briga).

Sin embargo, muy pronto se vio, como ya señalaba el profesor J. Untermann, que la realidad lingüística de la península era mucho más compleja de lo que tal división simple podía dar a entender.

En primer lugar nos encontramos con testimonios epigráficos que ocupan la zona del Algarve portugués y parte de la zona más occidental de Andalucía, y que por lo tanto penetran en el territorio de los topónimos en -briga, de una lengua (ahora denominada Tartésico), cuyos textos son los más antiguos que poseemos en la península ibérica. Se trata de una lengua que no es ibérico, y parece claro que tampoco es de origen indoeuropeo.[1]


 

Por otra parte, dentro del "territorio ibérico" nos encontramos con indicios, que afectan especialmente a parte de Aragón y a Cataluña, de la existencia de una lengua (sin que podamos precisar más geográfica o históricamente) que no se parece al ibérico.

Además, según los testimonios de la lengua aquitana, y que tienen clara relación con el vasco, tal lengua difiere notablemente del ibérico, y ocuparía una zona más amplia de lo que lo hace en la actualidad, sobre todo en la zona pirenaica.

En el ámbito indoeuropeo ya se descubrió hace tiempo que algunas inscripciones halladas en el centro de Portugal notaban una lengua que no era el Celtíbero (aunque sobre este particular todavía hay opiniones en contra), a juzgar por una serie de indicios que comentaré en su lugar. A tal lengua se la ha denominado Lusitano, y posiblemente, teniendo en cuenta algunos antropónimos y teónimos, ocuparía una zona más amplia de lo que las inscripciones podrían indicar.

También encontramos algunos topónimos y teónimos, no sólo en la zona indoeuropea sino también fuera de ella, con elementos de indudable indoeuropeidad pero que se ajustan mal a la lengua céltica y a la lusitana. Estos topónimos pertenecerían a la lengua (o grupo de lenguas) que Krahe denominó "Antiguo Europeo".

Finalmente otros topónimos variados cuyo origen desconocemos casan mal con la lengua de los pueblos que según los testimonios epigráficos dominaban la zona en la que aparecen. Baste con citar el ejemplo de la Bílbilis celtíbera.

Todo ello denota la profunda complejidad lingüística existente en la península ibérica en el primer milenio a.C. (y más allá, claro), lo que refleja las frecuentes inmigraciones habidas, algunas de las cuales conocemos, otras intuimos o sospechamos, pero otras ignoramos. Pero también refleja las continuas migraciones internas que produjeron no sólo la superposición de pueblos de lenguas diferentes, sino también su yuxta-

posición de una manera difícil de discernir. Y si tal complejidad ya aparece según los datos que los testi-

monios epigráficos aportan, imaginemos las amplias zonas en las que habitaban pueblos ágrafos.

Por tanto, este trabajo tratará no sólo de las lenguas de las que conservamos testimonios epigráficos, el celtíbero y el lusitano en la zona indoeuropea, y el tartésico, el vasco-aquitano, y el ibérico en la zona no indoeuropea, sino también de aquellas de las que tenemos constancia por otros medios, sobro todo toponímicos.

De todos modos, este trabajo, aunque analiza el estado de conocimientos de todas estas lenguas, pondrá una mayor incidencia en el estudio del ibérico, tratando además algunos problemas particulares. Por ello trataremos en primer lugar las lenguas indoeuropeas, especialmente el celtibérico, la mejor conocida, y a continuación las no indoeuropeas, dejando en último lugar, dentro de ellas, el ibérico, donde también trataremos la problemática referente a los distintos tipos de escritura.

 


 

II./ LAS LENGUAS INDOEUROPEAS.

 

1.- El Celtibérico.

 

a) Documentos epigráficos.

 

La mayor parte de textos o inscripciones de la lengua que con  toda seguridad podemos considerar como celtibérica está escrita en el semisilabario ibérico "levantino" o nororiental, y se pueden insertar en un intervalo cronológico que abarcaría los siglos IIº y Iº a.C.  Además también poseemos algunas inscripciones en alfabeto latino, pero éstas son escasas y de época tardía, aunque no por ello deben dejar de ser tenidas en cuenta.

El hecho de que los celtíberos se sirvieran de un sistema de escritura empleado por los iberos desde bastante tiempo atrás es doblemente significativo, por cuanto denota la clara influencia cultural  que los segundos ejercieron sobre los primeros, e indica el lugar y el momento en el que los celtíberos necesitaron fijar por escrito los hechos, actos o circunstancias que para ellos eran relevantes.

Otro aspecto significativo fue el tipo de adaptación que realizaron los celtíberos. El semisilabario ibérico consta de veintiocho signos (sobre cuyas particularidades entraré al tratar las lenguas no indoeu-

ropeas); sin embargo los celtíberos redujeron su número a veintiséis, pues de las dos vibrantes ibéricas los celtíberos sólo necesitaban una, y, del mismo modo, de las tres (?) nasales ibéricas los celtíberos sólo necesitaban dos. Con todo estas adaptaciones afectan al detalle, mientras que en otros aspectos en los que hubiera sido necesaria una mayor innovación, ésta no se produjo y, por tanto, el semisilabario adaptado era poco útil para notar los sonidos y el sistema silábico de la lengua celtibérica.[2]


 

Es bien sabido (y si no, pronto quedará explicado) que el semisilabario ibérico no podía anotar grupos de consonantes muta cum liquida, ni consonantes oclusivas finales de sílaba o palabra, y ni tan siquiera marcaba la oposición entre consonantes oclusivas sordas y sonoras. Pues bien tales distinciones, agrupamientos y posiciones fónicas son esenciales para una correcta comprensión de la lengua celtibérica (como sucede con otras lenguas indoeuropeas).[3] Por ello los escribas celtibéricos tuvieron que recurrir a diferentes soluciones ortográficas para paliar tales deficiencias. Así en los grupos muta cum liquida podían emplear una sílaba con la oclusiva con la vocal que seguía a la líquida, o bien no marcar la existencia de la consonante líquida (lo que podría denominarse solución ti-ri-,  o solución ti- respectivamente, para marcar la sílaba tri-).

Como se puede comprobar, tales soluciones son siempre claramente insatisfactorias, y lo mismo sucede con los otros grupos fónicos y posiciones consonánticas anteriormente mencionadas. Sin embargo, no es este el momento para entrar en más detalles al respecto, aunque debo reconocer que serían muy indicativos para conocer la idea que los celtíberos tenían de su propia lengua.

Por lo que respecta a los materiales escriptóricos empleados, destacan las frecuentes estelas funerarias,  las diferentes monedas acuñadas en diferentes ciudades (por motivos bélicos, imaginamos), las características téseras de hospitalidad, utilísimas para conocer el sistema onomástico de los celtíberos y la movilidad de sus gentes tanto fuera como dentro de la península, y  especialmente, sobre todo gracias a los diferentes descubrimientos arqueológicos, planchas de bronce en las que aparecen largos textos de contenido posiblemente jurídico o contractual, y ente las que destaca el denominado Bronce de Botorrita.

 

b) Toponimia y Antroponimia.

 

Fue precisamente en el sistema onomástico donde se encontró una buena prueba de los elementos célticos existentes en la península ibérica.

En primer lugar, y como ya quedó dicho al realizar la división de las dos Hispanias prerromanas, destaca  la relativa abundancia en la Hispania indoeuropea de topónimos en -briga (con una raíz indoeuropea que indica "lugar alto, elevado"), que se suele aplicar a nombres de ciudades, y que resultó ser un elemento muy productivo, pues se siguió aplicando incluso después de la llegada de los romanos, dado lugar a formaciones híbridas latino-celtibéricas. Tal elemento aparece disperso por toda la geografía de la Hispania indoeuropea, pero alcanza una mayor densidad en un área que denominamos como la celtiberia propiamente dicha, y que abarcaría el oeste de las actuales provincias de Zaragoza y Teruel, el sur de Navarra y La Rioja,  la provincia de Soria, gran parte de la de Burgos y Guadalajara, y parte de las de Segovia y Madrid, y una buena proporción de la de Cuenca, siendo las zonas cercanas al Ebro medio donde se produjo un mayor contacto con la cultura ibérica. 


 

Por otra parte, tales topónimos en -briga también sirven para caracterizar la diferencia del grupo celtibérico con respecto al resto de pueblos celtas, pues éstos suelen servirse para la denominación de sus ciudades del elemento -dunum (sobre todo en la Galia), mientras que en la península apenas aparecen, y posiblemente sean debidos a infiltraciones secundarias.                                                                               Asimismo aparecen otros elementos toponímicos de indudable celticidad como son aquellos con  compuestos en Seg-, Eburo-, -samo-, y otros.

En cuanto a los antropónimos, los textos conservados nos ofrecen abundante material, pero son de especial interés las téseras de hospitalidad y el Bronce de Botorrita, que también nos informan de la estructura social de los pueblos celtibéricos, pues es frecuente que aparezca el nombre del individuo, el grupo social al que pertenece en genitivo plural, el nombre del padre en genitivo singular (y en ocasiones seguido de ke, posible abreviatura de "hijo"), y a veces también el nombre de su ciudad en genitivo singular. Sirva de ejemplo la siguiente muestra tomada de una tésera de hospitalidad:

lubos´ alisokum aualo ke kontebias belais´kas

"Lubos, de los Alisocos, hijo de Avalo, de Contrebia Belaisca".

Finalmente también hay que indicar que los antropónimos celtibéricos se extienden mucho más allá del área celtibérica, aunque ello posiblemente sea debido a la movilidad que caracterizarían a algunos individuos, y a un posible prestigio social y cultural de éstos.

 

c) Características y descripción.                          

 

Mucho nos extenderíamos en este aspecto si hiciéramos una descripción pormenorizada de la  lengua celtibérica, por tanto me limitaré a presentar sucintamente algunas de las características más destacables.

En primer lugar destaca uno de los principales rasgos que definen a una lengua celta como tal. Nos referimos a la pérdida de la antigua /p/ indoeuropea en posición inicial e intervocálica. Pero además podemos encontrar otros, como la vocalización en /ri/ y /li/  de las sonantes líquidas, el paso a sonoras de las consonantes sonoras aspiradas indoeuropeas, el mantenimiento de ciertas labiovelares, etc.

Con todo también encontramos algunas características del celtibérico que lo separan de algunas otras lenguas célticas, bien sea por innovaciones originales, bien, al contrario, por el mantenimiento de ciertos rasgos arcaicos. Entre estos pueden destacar la relajación articulatoria de los oclusivas sonoras en ciertas posiciones, la existencia de dos silbantes, la conservación de -m en posición final, el paso de -t   -d,    genitivo temático en -o, etc.

Asimismo, y a nivel puramente morfológico encontramos otros rasgos destacables como son: El mantenimiento del sistema casual (muy alterado posteriormente en otras lenguas célticas), donde podemos distinguir en algunos modelos de declinación hasta siete casos; la existencia de una flexión pronominal al menos para demostrativos y relativos; y la existencia de una diátesis verbal, y una rica variedad en cuanto a la formación de los diferentes temas, modos y tiempos; etc., etc.

 

 


 

d) El Celtibérico dentro de las lenguas célticas.  

 

Como ya queda dicho, el celtibérico presenta dentro del grupo céltico una serie de rasgos comunes, pero también unas características que lo distinguen de sus lenguas hermanas.

Es indudable que tales diferencias vienen marcadas no sólo por la fragmentación dialectal habitual entre grupos de hablantes de una misma lengua que se encuentran alejados geográficamente, sino también por el hecho de que los textos que poseemos en lengua celtibérica están muy alejados cronológicamente de las lenguas célticas mejor conocidas (algunas de las cuales han podido subsistir hasta nuestros días, como el galés, bretón o gaélico), aunque tal distancia se reduce en los casos del Galo y del Lepóntico.

Además los grupos humanos que hablaban la lengua que después conoceremos como celtibérico debieron de separarse del resto de pueblos celtas en una época muy anterior a la de los primeros textos escritos (posiblemente los siglos VIII ó VII a.C.), y por lo tanto se produjo el  suficiente intervalo temporal

para que tal lengua adquiriera una serie de rasgos característicos.

Por ello podemos decir que el celtibérico es una lengua celta arcaica, que no participa de la serie de transformaciones que más tarde se produjeron en el resto de lenguas célticas y  que las transformaría profundamente, y que incluso tampoco participaría de los rasgos que en otro momento darían lugar a la principal diferenciación dialectal de estas lenguas célticas.

 

 

2.- El Lusitano.                                           

 

a) Documentos epigráficos y otros testimonios onomásticos.   

 

La constancia de la presencia de una lengua hablada en la península ibérica, que es  indudablemente indoeuropea, pero no es  el celtibérico, la encontramos en la existencia de sólo tres inscripciones halladas en Cáceres  y en la zona de Portugal colindante con esta provincia, lugares que según la historiografía fueron ocupados por los lusitanos, de ahí la denominación de esta lengua, aunque parece ser que quizás la hablaran otros pueblos (Tales inscripciones son además testimonios tardíos, pues pertenecen al siglo I, y están escritas en alfabeto latino).  La lengua de tales inscripciones no se adecua en absoluto a los rasgos que principalmente definen a una lengua como celta, y que más abajo veremos. Además disponemos de otros testimonios antroponímicos,  toponímicos y teonímicos que, aunque contradictorios,  alejan más la posibilidad de que la lengua hablada en la zona fuera celtibérico, por más que denotan una gran influencia lingüística de esta lengua, sobre todo en el léxico.


 

b) Características y descripción.

 

Una de las principales características que separan al Lusitano del Celtibérico es la existencia de la /p/ originaria indoeuropea, además encontramos la conjunción "indi", en lugar de "kue", y también  la existencia ce consonantes fricativas sordas procedentes de las sonoras aspiradas (al menos para la serie labial).

Sin embargo, junto a éstos, podemos encontrar otros rasgos que acercarían la lengua de los lusitanos a la de los celtíberos, como son la relativa abundancia de topónimos en -briga, ciertas coincidencias en la flexión nominal  y una cierta cantidad de vocabulario de posible filiación celta.

Pero estos rasgos pueden ser debidos en primer lugar a la convivencia y proximidad de grupos lusitanos y celtíberos, y a una posible influencia y prestigio de los segundos sobre los primeros; en segundo lugar  es posible que algunos grupos célticos habitaran dentro de la zona de ocupación lusitana (como algunos testimonios historiográficos nos permiten entrever); y finalmente algunos de estos rasgos coinciden  entre el lusitano y el celtibérico porque simplemente son rasgos comunes indoeuropeos, y  son comunes también a otras lenguas de esta familia.

 

c) Relación del Lusitano con el Celtíbero y posición dentro de las lenguas indoeuropeas.

 

A juzgar por los rasgos que anteriormente hemos mencionado para el Lusitano (si es que todos ellos pertenecen a una sola lengua, cosa que tampoco está muy clara), parece bastante probable, aunque todavía hay opiniones en contra, que el lusitano no es una lengua céltica, aunque mantiene ciertas carac-

terísticas que la acercan a ésta. Esta proximidad entre ambas lenguas posiblemente se debe más a cuestiones de vecindad que a cuestiones genealógicas.

Otra cuestión es saber a qué grupo de lenguas indoeuropeas pertenece el lusitano, lo que es una cuestión harto difícil de solucionar, al disponer de tan escasos testimonios lingüísticos. Por ello no debe causar sorpresa las divergencias que los estudiosos de esta lengua mantienen al respecto. Así, para algunos el lusitano se relacionaría con el Ligur, para otros sería el Antiguo Europeo de Krahe, para otros coincide en algunos aspectos con las lenguas itálicas (aunque también presenta algún rasgo común con el griego).

Por todo ello una solución puede ser la de presentar al Lusitano como una rama independiente del grupo de lenguas indoeuropeas del tipo occidental, sin que podamos precisar más.

 

 

 


 

3.- Otras lenguas indoeuropeas.

 

a) Testimonios onomásticos.

 

Además de las dos lenguas indoeuropeas atestiguadas por las inscripciones y por otros indicios, el Celtibérico y el Lusitano, conocemos la existencia de otra lengua, o grupo de lenguas, que se hablaba en la península ibérica y que sirvió como substrato para los grupos de población que posteriormente se asentaron en ella. Dicha existencia es conocido básicamente por una serie de topónimos y antropónimos con unas características que se adaptan mal a las otras dos lenguas indoeuropeas conocidas.

La situación de tales, sobre todo, topónimos (y sobre todo hidrónimos) es doblemente significativa. En primer lugar, además de indicar la presencia de otros pueblos indeuropeos desconocidos, demuestra que el proceso de indoeuropeización de la península fue mucho más antiguo y complejo de lo que pensábamos; y en segundo lugar, al hallarse estos testimonios en lugares que rebasan la zona de los topónimos en -briga, y penetrar por tanto en territorio no indoeuropeo (aunque son más abundantes, como indica el  profesor F. Villar, en la zona sur y suroeste), el movimiento poblacional fue complejísimo y no impide que diferentes pueblos de características diversas convivieran en una misma zona.

Ha de destacarse, además, que tales topónimos aparecen también en otras zonas de Europa y ocupan por tanto una zona muy amplia, por lo que es difícil que el pueblo, o pueblos, que dio lugar a estos topónimos hablara una sola lengua. Así, éstas debieron ser varias, aunque con un grado de afininidad que nos es difícil determinar.

 

b) Características.

 

No cabe duda que el pueblo que dio lugar al substrato de los hidrónimos llegó a la península en un período anterior al de lusitanos y celtíberos, posiblemente durante el IIº milenio a.C., a juzgar por las características de su lengua. Sin embargo, seguramente como consecuencia de ello, tales características son muy difíciles de determinar.


 

Según el profesor F. Villar, se trataría de una lengua en la que se mantendría la /p/ indoeuropea (lo que la separaría del celtíbero), y no diferenciaría  /o/  y  /a/  (lo que la alejaría tanto del celtíbero como del lusitano), de ahí probablemente la relativa abundancia del fonema /a/ en la hidronimia europea. Sin embargo encontrar otras características de esta(s) lengua(s) es muy difícil si no es mediante argumentos negativos. Así podremos encontrar raíces léxicas de una clara indoeuropeidad, pero que se adaptan mal a las características de las lenguas indoeuropeas que posteriormente se hablaron (o sabemos que se hablaron, aunque después desapareciera) en los territorios en los que aparecen. Pero poco más podemos decir.

Tal lengua ha recibido varios nombres. Se le ha denominado "Ilirio", "Ligur" (siendo asimilada por tanto a otras lenguas conocidas), pero finalmente ha prevalecido la denominación de Krahe de "Antiguo Europeo". Esta denominación, sin embargo, (y como vuelve a indicar F. Villar) habría que entenderla no como una lengua unitaria, sino como un grupo de lenguas, de las cuales desconocemos casi todo, pero sí sabemos su existencia, y que presentarían al menos una cierta afinidad.

 

c) Situación entre otras lenguas Indoeuropeas.

 

De todo lo anteriormente expuesto se deduce que muy poco podemos saber sobre qué posición ocupaba el "Antiguo Europeo" con respecto al resto de lenguas indoeuropeas históricamente conocidas. Posiblemente se trataría de una rama indoeuropea separada del resto del grupo en una etapa remotísima, y posiblemente la primera desgajada de éste antes de que se produjera una mayor dispersión. A este respecto los datos históricos y arqueológicos que poseemos tampoco nos ayudan mucho. Sin embargo conocemos algunos movimientos migratorios producidos en Europa que pueden ser indicativos, como los grupos del Vaso Campaniforme, los de los Campos de Urnas, etc.

Compaginar tales datos con los datos lingüísticos no puede ser sino hipotéticos, pero al menos indican que los movimientos de pueblos, dentro de los cuales habría que incluir el proceso de indoeuropeización, tuvo un altísimo grado de complejidad, que apenas podemos vislumbrar, pero no por ello dejar de tener en cuenta.

 

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III./ LAS LENGUAS NO INDOEUROPEAS.

 

1.- El Tartésico.

 

a) Documentos epigráficos.

 

En la zona del Algarve portugués así como en ciertos lugares de la Andalucía Occidental, con algunas extensiones por los valles del Guadalquivir y del Guadiana, tenemos la existencia de algunos textos epigráficos, generalmente sobre estelas funerarias, de una lengua cuya originalidad es patente, pues no se asemeja a ninguna otra de las constatadas en la península.

Los documentos en los que tales textos aparecen pueden fecharse esencialmente entre los siglos VII y V a.C., con lo que tendríamos los primeros monumentos gráficos hallados en la península. Además están escritos en un semisilabario original, desgraciadamente no completamente descifrado, cuyo origen hay que buscarlo sin duda en el alfabeto fenicio por la similitud que guardan ambos tipos de grafías, a pesar de que entre ambos hay profundas diferencias de sistema; posiblemente también tenga alguna influencia del alfabeto griego, aunque en menor medida, y quizás  haya que tener en cuenta algún otro sistema de escritura por el que se vio influido directa o indirectamente, aunque en este aspecto empezamos a adentrarnos en el terreno de la hipótesis, como después me atreveré a sugerir.

Además de la importancia de tal semisilabario que radica en ser el primer sistema de escritura original de la península  (y que en un primer momento podemos catalogar de Meridional), hay que tener muy presente que tal sistema dio origen sin duda, o al menos inspiró el semisilabario ibérico denominado Suroriental o Sudibérico, y posteriormente también al Nordoriental.[4]

Finalmente hay que resaltar, en el terreno epigráfico, la relativa abundancia de la repetición de una grafía vocálica tras una silábica con el mismo valor vocálico que aquella, como por ejemplo Po.o, Ce.e, Ti.i,  etc., lo que podría indicar que no estamos ante un semisilabario propiamente dicho, sino ante un tipo de escritura abreviada, o, lo que podría ser muy ilustrativo, ante unas incongruencias, inconcreciones o vacilaciones de la adaptación de un sistema alfabético para un uso silábico que estaría en la mente (¿Por qué?) de los escribas.[5]


 

No es de extrañar que este sistema de escritura, al igual que la lengua que representa, al estar situado geográficamente en la zona que según los historiadores clásicos sitúan el semi-mítico reino del semi-mítico rey Argantonio (la abundancia de "semis" no es casual), fuera denominado Tartésico.

 

b) Características lingüísticas.

 

Si tenemos en cuenta que el semisilabario en el que fue escrito el Tartésico presenta todavía muchas dificultades de lectura (problema agravado además por la abundancia de signos, que pueden ser cincuenta y uno), y que las características de éste (en scriptio continua) tampoco permiten una clara separación de las palabras, nos podemos hacer una idea de las divergencias existententes entre los estudiosos de tal lengua.

De todos modos, la mayoría de textos  aparece en estelas funerarias, por lo que es de suponer que la palabras que aparecen pertenezcan a este campo léxico. Así, en la fórmula que se repite con cierta frecuencia   Ba.a.r.e n.a.Be Ke.e.ni Ke.e.n.Ti ,  y  otras), se ha querido ver la raíz indoeuropea del verbo  *Kei-  "Yacer", con diferentes desinencias verbales, y en el mismo se ha interpretado una desinencia con valor local *-bhi.  Y de la misma manera se han interpretado algunas otras palabras cuyas posibles raíces o desinencias nos llevarían a la familia indoeuropea.

Sin embargo el profesor J. de Hoz, ha encontrado algunos elementos o terminaciones, como-ir, -on, -te.e., etc., y algunos otros de carácter aglutinante, lo que impediría considerar al tartésico como lengua indoeuropea.

 A pesar de todo las coincidencias del Tartésico con algunas características de las lenguas indoeuropeas, sobre todo las del tipo anatólico, no debe ser tenido como mera casualidad, sino que su interpretación nos puede abrir perspectivas amplísimas, aunque por desgracia el estado de nuestros conocimientos al respecto nos impide ser optimistas para dar muchos pasos en esa dirección, pues la comprensión del Tartésico dista mucho de estar cercana.

 

c) Relación del Tartésico con otras lenguas (indoeuropeas y no indoeuropeas).

 

A pesar de nuestra casi completa ignorancia sobre la lengua Tartésica, a partir de lo que sabemos es muy grande la tentación que tenemos para relacionarla con otras lenguas, conocidas y desconocidas, cercanas pero también lejanas.


 

Ya hemos hablado de que a partir de una interpretación indoeuropeísta, el Tartésico podría relacionarse con el grupo de lenguas anatólicas (también en un primer momento consideradas como no indoeuropeas), sobre todo con el hitita. También se ha visto cierta relación con el grupo céltico, lo que es más verosímil considerar como coincidencias de grupos lingüísticos en contacto (cf. el nombre de Argantonio). Incluso  en la misma palabra de Tartessos podríamos ver una posible raíz procedente del Antiguo Europeo (con un sufijo -ssos, de probable origen Luvita, aunque se debe atribuir al griego, donde tal sufijo permanecía vivo).

Fuera del ámbito indoeuropeo, se ha querido ver cierta relación del tartésico con la lengua pregriega hablada en la isla de Lemnos (todavía indescifrada), lo que nos volvería a llevar al mudo Egeo, y por tanto también al minoico (y así sería interesante comparar el tartésico con lo que sabemos del eteocretense). Del mismo modo no debemos olvidar que la raíz de Tartessos guarda cierta relación con los Tyrsenoi, y también con los Teresh, uno de los pueblos del mar. Finalmente, también es inevitable comparar el Tartésico con el Ibero y con otra lengua que, como más adelante veremos, también se hablaba en Andalucía. En este último aspecto podemos comprobar que no se trata de las mismas lenguas, aunque sería interesante desarrollar los puntos que tengan en común.

Con todo, el elevado número de signos empleado para la notación del Tartésico nos debe hacer pensar sobre las características de su lengua, y así poder establecer en criterio de comparación más aproximado basado en estas características (¿Notación de largas o un sistema vocálico más rico? ¿Diferenciación de oclusivas por sonoridad o por otros rasgos?).

No debemos olvidar que el desarrollo de la cultura Tartésica tiene lugar en una época posterior, pero no muy alejada cronológicamente, a la de las convulsiones que tuvieron lugar en el Mediterráneo Oriental como consecuencia de las "correrías" de los Pueblos del Mar, y por las cuales es previsible que el mundo Occidental se viera afectado de alguna manera. Y así podemos pensar: ¿Se produjeron migraciones hacia la península ibérica, aunque fuera sólo de elementos que después dieron lugar a una élite? ¿Existía un continuum lingüístico a lo largo de todo el Mediterráneo? Como se puede comprobar son aspectos de muy difícil solución, pero muy sugerentes para intentar seguir una investigación en esa dirección.

¡Lástima grande que los datos sean tan escasos!

 

d) Posibles testimonios de otras lenguas meridionales.

 

En una zona que abarca el alto valle del Guadalquivir y algunos puntos de Extremadura y Portugal  (donde aparecieron unas monedas en la localidad de Salacia), encontramos una serie de inscripciones en una escritura semejante a la ibérica suroriental aunque con algunos puntos divergentes.


 

Estas inscripciones notan una lengua en la que se mezclan palabras de claro origen ibérico con otros elementos que sin duda son incompatibles con esta lengua, como son la presencia de geminadas, grupos consonánticos extraños al ibérico, etc. Todo ello refleja la existencia de una lengua que desde luego no es ibérico, pero que quizás tampoco sea tartésico (aunque esto, por el momento, no estamos en condiciones de averiguar), y, por tanto, que en toda esta zona hubo una complejidad lingüística segura. A juzgar por los testimonios que poseemos, a esta lengua se superpuso o sobre ella influyó la lengua ibérica, que en un primer momento sería una lengua limítrofe (no olvidemos que estamos en la zona de Oretania cuyos límites vendrían a situarse entre las ciudades de Cástulo, oretana e ibérico, y Obulco, con una raíz no ibérica).

Es precisamente en esta zona donde encontramos los primeros testimonios del semisilabario ibérico suroriental, por lo que es posible que los hablantes de la lengua de estas inscripciones sirvieran primero de "puente" entre el mundo tartésico y el ibérico, para verse más tarde influidos por éstos últimos, una vez alcanzado su desarrollo cultural (no sabemos si también político), del cual también tenemos constancia en otras zonas de la península, como el Noreste y el valle del Ebro, como veremos en su momento.

 

2.- El Euskera.

 

a) Testimonios. Situación.

 

La situación de la lengua vasca dentro de las lenguas habladas en la península es doblemente especial; por un lado, es la única lengua no indoeuropea, y prerromana, que ha llegado hasta nuestros días, y, por otro, si consideramos algunos testimonios escritos y su indudable relación con el aquitano, hablado allende los Pirineos, la única lengua prerromana que presenta una relativa continuidad escrita y de la que, por tanto podemos conocer algo de su evolución.

En efecto, tenemos diversas constancias de que el vasco era la lengua hablada por los vascones (aunque tal gentilicio sea posiblemente indoeuropeo), y quizás por otros pueblos vecinos, como los Várdulos, Caristios y Autrigones; es probable que también hablaran esta lengua otros pueblos pirenaicos, como los Airenosios y Andosinos; y gracias a los estudios de los profesores Michelena y Gorrochategui sabemos que la lengua de los aquitanos se puede también clasificar como vasco (un vasco protohistórico que pos-

teriormente, tras una etapa medieval, daría lugar al vasco actual).

Por tanto observamos que el pueblo que hablaba vasco sería un pueblo autóctono (con las reservas cronológicas que tal significado debe tener) que se extendería por ambas vertientes de la cordillera pirenaica.

Precisamente al norte de los Pirineos encontramos un pueblo y una ciudad que recuerda el nombre que lo vascos se dan a sí mismos, nos referimos a los Ausci, denominación que todavía se mantiene en la ciudad francesa de Auch, con clara relación con el término Euskera.


 

b) Características.

 

Obviamente no es éste el lugar para hacer una profunda descripción de la lengua vasca, ni de sus complejas características más llamativas. Por lo tanto me limitaré a resaltar aquellos aspectos más destacados y relacionables con la lengua ibérica, y sobre todo aquellos que guardan relación con los testimonios que el aquitano nos ofrece.

 Lo primero que del vasco nos puede llamar la atención es que se trata no de una lengua flexiva, como las indoeuropeas, sino aglutinante, y, por lo tanto, alejada de las estructuras de las lenguas con las que el vasco ha estado en relación (excepto el ibero). Por otra parte presenta una serie de sufijos casuales muy abundantes, pero que no presentan distinción de número gramatical (distinción que se efectúa mediante otros procedimientos, especialmente infijos antepuestos a estos sufijos). En cambio sí distingue entre un número determinado (que se dividiría entre singular y plural), y otro indeterminado. Finalmente, tampoco distingue el género gramatical. En cuanto al sistema verbal destaca la abundancia en el uso de formas con verbo auxiliar, pero sobre todo la infijación verbal, y relacionado con ésta, el hecho de la variación de formas verbales atendiendo al número y tipo de complementos con los que un determinado verbo esté acompañado. Para terminar esta sucinta relación podemos destacar en el plano sintáctico, lo que podríamos denominar declinación sintagmática, y, por otra, parte el hecho de que el vasco presenta un sistema ergativo, no acusativo, como el de las lenguas indoeuropeas (al menos en el estadio en el que las conocemos).

En el plano fonético podemos comprobar una gran relación entre el vasco y el ibérico, y en muchos aspectos también entre el vasco y el castellano. Sin embargo este plano está muy sujeto a variaciones, aunque los testimonios aquitanos corroboran en parte esta relación.

Finalmente en el plano léxico el vasco presenta un alto grado de originalidad, y es precisamente en este aspecto donde con mayor insistencia se basa la hipotética relación vasco-ibérica, como veremos, pero el hecho de que el vasco presente muchos términos de filiciación celta, latina y castellana (y quizás también del Antiguo Europeo), puede volverse en un argumento en contra de esta supuesta relación, por cuanto el vasco también pudo verse influido por el ibérico, al igual que lo hizo por las lenguas ante-

riormente mencionadas.

 

c) Parentesco con otras lenguas.

 

Al ser el vasco una lengua "aislada" dentro de las lenguas indoeuropeas, ha sido inevitable compararla con otras lenguas más o menos distantes geográfica o cronológicamente.


 

Muchos han sido los estudiosos que se han ocupado de este tema, y muchas han sido las lenguas  con las que se ha intentado establecer una relación con el vasco. Sin embargo, ninguna de las soluciones propuestas ha resultado satisfactoria, e incluso se han propuesto auténticas exageraciones, cuando no verdaderos disparates. De todos modos, de entre estas propuestas, dos (además de la relación con el ibérico, que luego estudiaremos) han sido las que han presentado un mayor grado de "sensatez" o cierto grado de verosimilitud; nos referimos a las lenguas camíticas y las lenguas caucásicas.

Las lenguas camíticas, como el beréber, además de ser el grupo más relativamente cercano geográficamente, tiene algunas coincidencias formales con el vasco, aunque muy escasas, y alguna coincidencia léxica. A estas coincidencias hay que añadir el hecho de que también en la lengua del substrato de la Irlanda precéltica encontramos también un elemento morfológico coincidente tanto con el vasco como con el beréber, se trata de una posible desinencia de genitivo en -n. Podríamos hablar así de una cierta continuidad lingüística en época prehistórica o protohistórica en la fachada atlántica euro-africana. Sin embargo, los datos son muy escasos, y no nos permiten salir de la mera hipótesis.

Con respecto a las lenguas caucásicas, el vasco presenta con éstas ciertas afinidades estructurales y también léxicas, pocas para establecer un origen común, pero casi demasiadas para considerarlas solamente como simples coincidencias. También aquí podríamos hablar de un continuidad lingüística a lo largo del Mediterráneo y de parte del Oriente Medio, pero nos encontramos con el mismo problema del que hablamos con respecto a las lenguas camíticas; además, lo poco que conocemos de las lenguas de substrato mediterráneo no parece favorecer la aceptación de esta hipótesis. Nos encontramos, por tanto, ante un problema de muy difícil solución, prácticamente imposible.

 

d) Hipótesis vasco-ibérica.

 

El hecho de que no se conozca ningún parentesco lingüístico con el vasco, y que lo mismo suceda con el ibérico, unido al contumaz hermetismo que presenta esta lengua, ha hecho inevitable que se relacionen ambas lenguas.

Éste ha sido precisamente uno de los temas que más han tratado los estudiosos, tanto del vasco como del ibérico, lo cual es lógico tratándose de dos lenguas peninsulares. Además resulta significativo el que al leer en voz alta un texto escrito en lengua ibérica, éste suene a vasco. Por otra parte, algunos sufijos vascos coinciden con ciertas terminaciones que podemos aislar en ibérico, y de ambas lenguas sabemos que tienen una estructura de tipo aglutinante. Finalmente, algunas palabras vascas coinciden con algunos elementos lexicales ibéricos. Todos estos datos han hecho inevitable el considerar que  ambas lenguas presentan algún tipo de relación; de qué tipo es lo que falta dilucidar.


 

A pesar de todas estas coincidencias, nos encontramos con un grave problema para establecer un afinidad vasco-ibérica: El vasco no sirve para descifrar prácticamente nada de la lengua ibérica, ni siquiera remontándonos a un período arcaico del vasco, como el aquitano. Además, hemos dicho que podemos ver algunas coincidencias formales entre las dos lenguas, pero sólo algunas, mientras que otras quedan completamente aisladas. Por otra parte, como veremos, en el ibérico, al tratar una palabra no podemos saber, en la mayoría de los casos,  si nos encontramos ante un verbo, un substantivo, o cualquier otra clase de palabra, por lo que los criterios de comparación siempre carecerán de una base sólida segura.

 Por todo ello muchos estudiosos han postulado que la relación entre el vasco y el ibérico no es de tipo genético, sino que se debe a la relación de proximidad y vecindad que ambas lenguas tuvieron en un período cronológico que no podemos establecer, pero que seguramente sería largo. El tipo de relación existente no cabe duda que sería de un influencia ejercida sobre el vasco por parte del ibérico, posiblemente más desarrollado culturalmente y quizás con cierto grado de lengua franca en la zona de contacto durante un determinado período, lo que favorecería un cierto transvase de material léxico, sobre todo del ibérico al vasco, aunque quizás, en menor medida, también en sentido contrario. En este sentido no hay que olvidar que el vasco también adoptó una gran cantidad de palabras de origen celta, latino, y posteriormente castellano y francés, lo que sin duda ha sido una de las razones que le han permitido sobrevivir, y nada nos impide, sino todo lo contrario, pensar que lo mismo sucedió con respecto al ibérico.

 

 

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3.- El Ibérico.

 

a) Situación histórica y geográfica.

 

A lo largo de esta sucinta exposición sobre las diferentes lenguas  habladas en la península ibérica en época prerromana, hemos hecho algunas menciones que anticipaban algunos datos sobre la lengua ibérica, de la que, a pesar de que poseemos una cantidad importante de testimonios, apenas sabemos casi nada, y sigue resultándonos un misterio casi completo.

Este misterio nos resulta todavía más desesperante si añadimos el hecho de que, por lo poco que sabemos, el ibérico fue una lengua de gran prestigio y de fuerte influencia (aunque tampoco sabemos si por meros motivos comerciales, o también por razones sociales, políticas o culturales) sobre otros pueblos de lengua no ibérica en los siglos anteriores a la era cristiana.

Según los testimonios escritos  que disponemos el ibérico fue una lengua utilizada entre los siglos VI a.C. y el Iº d.C.. Este período de  tiempo es lo suficientemente amplio para que se produjeran inevitables  evoluciones internas dentro de la lengua propia, y para que se produjeran otros cambios motivados por las influencias de otras lenguas de otros pueblos con los que los iberos entraron en contacto a lo largo de una época que atravesó por muchísimas vicisitudes, como pudieron ser los fenicios (y cartagineses), griegos y romanos, además de otros diferentes pueblos peninsulares.

Por lo que se refiere al lugar en el que se habló ibérico, esta cuestión, además de los  problemas de solución que presenta toda lengua poco conocida, produce un problema añadido, por cuanto nos encontramos probablemente con dos problemas de uso. Es decir, por una parte debemos señalar los pueblos que sin duda tendrían la lengua ibérica como lengua autóctona, y por otra parte tenemos constancia de que otros pueblos usaban la lengua ibérica básicamente para actividades comerciales, mientras que probablemente ellos utilizaran una propia distinta.

 Por lo que podemos saber, la lengua ibérica fue utilizada a lo largo de toda la costa mediterránea hasta, al menos, la mitad de Andalucía, extendiéndose hacia el interior de la península sobre todo en Cataluña, el valle del Ebro, y, a través de la actual provincia de Albacete, hasta la alta Andalucía (el territorio oretano).

Sin embargo tenemos indicios de que la lengua ibérica no era la única lengua hablada en todo este amplio territorio, sino que a partir de un núcleo originario se extendió por amplias zonas como una especia de lengua franca. Por otra parte, el que la lengua ibérica tuviera un indudable prestigio comercial y que por ello se extendiera sobre zonas ocupadas por pueblos no ibérico-hablantes nos lo testimonian algunos documentos comerciales hallados en la ciudad griega de Ampurias, como posiblemente lo indica una carta escrita en ibérico por ó a un galo, a pesar de encontrarnos en territorio griego.


 

Es precisamente en la zona Nororiental de la península donde nos encontramos con mayores indicios de que allí se hablaba otra lengua, además de usarse la ibérica. Desgraciadamente estos testimonios se limitan casi exclusivamente a datos onomásticos, y así encontramos nombres propios de individuos de los poblados desde Ullastret (en Cataluña) hasta Azaila (en Aragón) que difícilmente podrían considerarse como ibéricos (aspecto éste que además es uno de los menos peor conocidos). Además algunos indicios toponímicos nos llevan en la misma dirección. Incluso algunos nombres de la famosa Turma Salluitana es poco probable que sean ibéricos.

Por otra parte, como ya hicimos mención en el apartado correspondiente, en la zona de la alta Andalucía, donde encontramos textos y un sistema toponímico de indudable ibericidad lingüística, tenemos constancia, a través de estos mismos textos, de la existencia de una lengua substancialmente diferente a la ibérica (aunque tampoco equiparable a la tartésica).

Por todo ello sabemos que la configuración lingüística y dialectológica de la zona tradicionalmente considerada como ibérica no era unitaria, y desde luego mucho más compleja de lo que en un principio podríamos suponer. Posiblemente el pueblo que tuviera la lengua ibérica como propia debió ser el que ocupara el espacio central de toda la zona considerada ibérica, que es precisamente el territorio donde no encontramos indicios de ninguna otra lengua (y, curiosamente, donde se llevaron a cabo diferentes adaptaciones alfabéticas); nos referimos a las zonas denominadas Contestania y Edetania, y quizás, aunque nos alejamos de la zona central, a Oretania (con la zona intermedia entre Contestania y Oretania), a partir de las cuales se produjo una expansión (no sabemos de qué tipo, aunque probablemente sería pacífica) hacía otras zonas que despertarían el interés de estos pueblos.

Sería interesante tener todo ello en cuenta no sólo desde un punto de vista lingüístico, sino también histórico: La zona de Oretania sería probablemente el punto en el que el pueblo ibérico empezaría a recibirla influencia de la cultura tartésica (incluido su sistema de escritura), es además un territorio con una gran riqueza minera (apetecida por diferentes pueblos), y lugar de paso entre la Baja Andalucía y la costa mediterránea levantina (donde tanto púnicos como griegos tenían indudables intereses comerciales). Por otro lado, es precisamente en la zona nororiental de la península donde tenemos una mayor constancia de la influencia  de los ibéricos sobre otros pueblos. En primer lugar sabemos que los celtíberos adaptaron el signario ibérico para notar su propia lengua, y también sabemos que en esta zona se produjo el contacto entre iberos y pueblos de lengua euskera, produciéndose los influjos mencionados al hablar de esta última lengua. Además tenemos los testimonios de actividades comerciales en la costa catalana, tanto en lengua ibérica (como el mencionado), como en lengua griega (como recoge la carta del famoso plomo hallado en Ampurias).

Recapitularemos todo ello cuando intentemos hacer una muy hipotética reconstrucción histórica, para finalizar este trabajo.


 

b) Tipos de escritura.

 

Cuatro son básicamente los tipos de escritura que los iberos emplearon para notar su lengua, dos de ellos además bastante originales, aunque con un modelo claro, y otros dos de evidente origen foráneo, como son el griego jónico y el latino. Por ello no nos limitaremos a mencionarlos, sino que además intentaremos  explicar su origen y las motivaciones de sus formas y usos, aunque sea a partir de nuestros limitados cono-

cimientos.

 

b.1. Semisilabario Suroriental. Es posiblemente es sistema más antiguo para notar la lengua ibérica, pues de él encontramos testimonios a partir del siglo VI a.C., y su uso continuaría hasta probablemente el siglo II a.C. El territorio en el que se usó abarcaría desde la zona oriental de Andalucía  hasta el territorio ubicado al sur del río Júcar. A pesar de que todavía no se ha descifrado en su totalidad, su sistema gráfico es básicamente idéntico al semisilabario nororiental, el mejor conocido y del que descri-

biremos las características, a las que me remito para conocer las de éste. La razón por la que hemos mencionado éste en primer lugar es porque creemos que fue el primero en ser utilizado. Para ello nos basamos no sólo en argumentos cronológicos, sino también paleográficos y geográficos. No cabe duda de que este semisilabario es una clara adaptación del sistema de escritura  tartésico, tanto por el tipo de  dibujos, como por el sentido de la escritura, además de algunas coincidencias fonemáticas, que los iberos creadores del sistema nororiental tuvieron que readaptar, como veremos. Por otra parte, este semisilabario fue utilizado básicamente en la zona de contacto entre lo iberos y los antiguos tartesios, por lo que tenemos un argumento que confirmaría mi anterior formulación. Basándonos en estos datos, serían probablemente lo oretanos los que como consecuencia de sus relaciones comerciales (u otras) con los tartesios adaptaron el sistema de escritura de éstos para crear uno nuevo, que aunque no se adaptaba bien a la lengua ibérica, sí posiblemente eliminaría las grafías que no eran consideradas necesarias. Ello ocurriría probablemente a finales del siglo VII o ya en el VI, época que coincide con el inicio de la cultura ibérica.

 


 

b.2. Semisilabario Nororiental. Este sistema de escritura es conocido como el típico sistema ibérico,                      aunque estamos viendo que simplemente es uno más, si bien es el más ampliamente atestiguado. Al contrario del Suroriental está escrito de izquierda a derecha, y aunque los signos son básicamente los mismos, hay algunas diferencias. En este semisilabario encontramos (si omitimos algunas variantes locales) veintiocho signos, y una de las  características más llamativas consiste en la mezcla de signos con valor fonemático (aquellos utilizados para las vocales solas y las consonantes líquidas, nasales y silbantes), al lado de otros con valor silábico (aquellos utilizados en la combinación de una consonante oclusiva con una vocal). Con ello resulta fácil comprobar que resulta imposible marcar la sucesión de una consonante oclusiva con una continua, y también notar una oclusiva final de sílaba. Otro dato significativo es la no distinción de oclusivas sordas y oclusivas sonoras. Sin embargo, por los testimonios procedentes de otros sistemas de escritura sabemos que en ibérico sí existían oclusivas finales de sílaba, y también distinguían las sordas de las sonoras (al menos por lo que se refiere a las consonantes dentales y velares).  Con ello comprobamos que tal semisilabario era bastante inadecuado para la notación de la lengua ibérica, y se nos escapan las razones de su profusa utilización, aunque intentaremos conocer algunas.

En cuanto a su uso, sabemos que abarca al menos desde los siglos V a.C. al Iº a.C. (quizás incluso después), y la zona de utilización iría desde el norte del río Segura hasta  algunos puntos del sur de Francia. Por todo ello, creemos que este sistema fue una adaptación un poco posterior del semisilabario suroriental realizada por los iberos de la zona de Contestania en un intento de efectuar una mejor adaptación gráfica a las características de su lengua (y así encontramos la innovación

de una grafía para marcar el fonema /m/, y la creación de otro signo "Y", cuyo valor no está claro, aunque sin duda comporta un rasgo de nasalidad). Este sistema fue por tanto el que se extendió al resto de la zona ibérica y a los pueblos que se vieron influenciados por la cultura ibérica y tuvieron un contacto comercial con ellos. El porqué de las razones de su utilización a pesar de contar con otro sistema más adecuado aparentemente, como fue el alfabeto jónico, no las sabemos, pero no olvidemos que hay otros pueblos que se sirvieron de sistemas de escritura con rasgos coincidentes, a pesar de ser inadecuados para su lengua (como los propios micénicos), a pesar de que algunos incluso conocían otros sistemas mucho más adecuados (como sucedía con los griegos chipriotas, que resultan un curioso precedente para la actitud ibérica).

 


 

b.3. Alfabeto Jónico. Los documentos que tenemos escritos en lengua ibérica con un alfabeto adaptado                   del griego jónico son muy escasos, aunque tremendamente importantes. Éstos ocupan solamente en el ámbito cronológico el siglo IV a.C. (sobre todo su primera mitad), aunque si tenemos en cuenta las características de los dos documentos más importantes, el plomo de Alcoy y el de El Cigarralejo, es posible que los primeros intentos de adaptación se produjeran ya en el siglo V. Su zona de aparición ocupa el sureste peninsular, especialmente el espacio comprendido entre los ríos Júcar y Segura, y, por lo tanto, la zona que denominamos contestana. Es curioso indicar que posiblemente también fue esta zona aquella en la que se produjo la transformación del semisilabario suroriental que dio origen al nororiental. De lo que no cabe duda es que este tipo de alfabeto fue una influencia directa de gentes de habla y escritura griega, posiblemente de Massalia o de Ampurias, ciudades de origen jónico, ejercida sobre las costas de la actual provincia de Alicante con motivo de un contacto sin duda de tipo comercial entre los dos pueblos y con unas perspectivas que apuntarían a la alta Andalucía y la ruta que habría que recorrer.

Unos datos importantísimos que nos aportan los textos escritos en alfabeto jónico es la constatación de la diferenciación por sonoridad de las oclusivas, al menos dentales y velares, y el hecho de que las sílabas, y palabras, en ibérico puedan acabar también por consonante oclusiva, tal y como se nos atestigua en la palabras garokan ó bask. Además, de entre los dieciséis signos de que consta este alfabeto, tenemos constancia de una diferenciación entre dos consonantes vibrantes (quizás una simple y otra múltiple), lo que representa un hecho importante, dado que los iberos tuvieron la necesidad de marcar esta distinción modificando el signo de la vibrante existente en la grafía jónica. Lo mismo sucede con la presencia de dos consonantes silbantes, aunque con respecto a este hecho también hay que destacar que los iberos no recrearon ningún signo a partir de uno ya existente para la silbante, sino que usaron un signo que ya existía en el alfabeto jónico, aunque estaba ya en gran desuso; nos referimos a la letra denominada San (signo semejante a M), que solía representar una -ss-. Por otra parte es llamativa la existencia de una sola nasal (dental, al menos gráficamente), y la constatación de la sílaba -na- (hecho importante para hablar de las nasales en ibérico, como comprobaremos más adelante). Finalmente, un último hecho destacable es la no pertinencia de la cantidad de las vocales, pues encontramos la adaptación de H, pero no de E, y en cambio de O, pero no de W.

Las razones por las que los iberos no siguieron utilizando este tipo de alfabeto, aparentemente mejor adaptado a las características de su lengua, ya dijimos que nos son desconocidas (¿prestigio del sistema semisilábico? ¿predominio de una escuela de escribas? ¿extraña influencia de sistemas orientales?).

 

b.4. Alfabeto Latino. Verdaderamente los textos en lengua ibérica escritos en alfabeto latino son                  muy escasos y de época tardía, y se ciñen, además, casi exclusivamente a nombres propios, por lo que nos aportan una información relevante muy escasa. De todos modos sirven para corroborar las características de la lengua ibérica que ya destacamos al hablar del alfabeto jónico. Aunque también observamos la presencia de una oclusiva labial sorda /p/ (aunque posiblemente sea una variante alofónica de /b/, también del fonema nasal bilabial /m/, e incluso, lo que no deja de ser novedoso, y quizás producto de la evolución interna del ibérico o de influjos de otras lenguas, la secuencia de consonantes "muta cum liquida".


 

c) Soportes gráficos.    

 

Son muchos y variados los soportes gráficos sobre los que encontramos textos escritos en lengua ibérica, aunque algunos nos aportan una mayor información que otros.

Así destacamos los documentos inscritos en plomo, sobre todo aquellos en encontramos en escritura jónica. Aunque de algunos de ellos desconocemos su finalidad, de otros podemos suponer que se trata de cartas comerciales o de diferentes documentos contables, a juzgar por el valor de algunos de los signos que contienen, de indudable valor numérico.

Otros documentos utilizan un soporte pétreo, más abundantes tras la influencia ejercida por Roma. Entre éstos destacan aquellos que sin lugar a dudas tienen, algunos de ellos, un valor sepulcral (importantísimos a la hora de establecer algún tipo de paralelismos semi-bilingües, y otros un carácter votivo.

Un tercer elemento sobre el que hay abundantes inscripciones es el cerámico, especialmente en el tipo de cerámica conocido como de estilo de Liria, donde suelen aparecer palabras o textos, algunos muy largos, junto a imágenes o dibujos. La relación de estos textos con las imágenes que acompañan nos es desconocida, si es que existe, por lo que hay que mantener un alto grado de escepticismo al respecto, pues puede dar lugar a equívocos duraderos, como la famosa, y errónea, interpretación del texto transcrito como gudur deisdea a través del vasco, y de la imagen bélica con la que aparecía.

El cuarto elemento, y posiblemente el de más clara interpretación, es el de las diferentes monedas acuñadas en diversas cecas ibéricas. En este aspecto contamos con la ventaja de saber el nombre ibérico de la ciudad que efectuó la acuñación, por lo que en cierto sentido podemos separar los elementos sufijales que aparecen junto a los nombres de tales ciudades, como en los casos de -(s)ken, -etar, o s´alir, de los que, como veremos en el momento de hablar del léxico ibérico, podemos hablar de un valor aproximado, sin que la concreción pueda ser completa.

Finalmente también encontramos algunas inscripciones sobre plata, bronce, diferentes tipos de armas, rupestres, sobre mosaicos, etc., pero aunque son relativamente escasas, siempre pueden aportar datos sobre la epigrafía y la lengua ibéricas.

 

d) Características lingüísticas.

 

d.1. Fonética y fonología.  Es este campo uno en los que podemos plantear las características de la lengua              ibérica con un mayor grado de seguridad, aunque desgraciadamente todavía quedan aspectos que no están completamente resueltos.


 

Por lo que respecta a las vocales, sabemos que existían cinco, /a/, /e/, /i/, /o/ y /u/,  sin que entre ellas exista ningún grado de oposición vocálica. Además, es posible que exista, como más tarde intentaré razonar, una especie de vocal nasalizada, y que estaría notada por el signo, cuyo valor claro todavía se desconoce, "Y".

Por lo que respecta a las sonantes es muy probable la existencia de /j/, notada por una "i" seguida de vocal. Del mismo modo, es posible que el signo "Y" mencionado antes pueda marcar también una nasal vocalizada.

También tenemos constancia de la existencia de una líquida lateral /l/; de dos vibrantes /r/ y /r´/, cuya diferencia no podemos determinar aunque quizás responda al número de vibraciones (y que curiosamente nunca inician palabra, como en vasco); de dos silbantes /s/ y /s´/, que marcarían una diferencia de sonoridad, como lo indicaría la posible adaptación de éstas que efectuaron los celtíberos, aunque la primera de ellas quizás comporte en alguna ocasión un cierto rasgo de africada; y probablemente tres nasales, /n/, /m/ (aunque dada su escasa y aparición y sus contextos, quizás sólo sea una mera variante de /N/, o quizás una contracción de /n/ más /b/), y, precisamente, aquella marcada con el signo "Y", que sin lugar a dudas, y como hemos visto, tiene algún grado de nasalidad.

Por lo que se refiere a las consonantes oclusivas, tenemos tres series articulatorias, labial, dental y velar, que oponen un rasgo de sonoridad, aunque para la serie labial no tenemos constancia de un fonema sonoro, si no es un simple alófono del fonema sordo, y así tendríamos: /b/, /t/, /d/, /k/ y /g/.

Los fenómenos que tienen lugar al unirse diferentes fonemas, tanto vocálicos como consonánticos, son difíciles de determinar, pues pueden mantenerse inalterados o bien producir contracciones (sin que haya reglas fijas), asimilaciones, haplologías, etc. Y, dado que tampoco conocemos en muchos casos la estructura básica de las palabras u otros elementos léxicos, no sabemos si tales cambios están provocados por procesos  morfológicos o sintácticos.

Finalmente, por lo que se refiere a la estructura de la sílaba, obviamente el núcleo lo ocupa una vocal, y ésta sólo puede estar precedida por una consonante (hay ejemplos en contra de esta argumentación, pero son muy escasos, tardíos y problemáticos), mientras que puede estar seguida por varias, aunque siempre siguiendo un orden de abertura descendente.

 


 

d.2. Morfología. Al llegar a este terreno empezamos a adentrarnos en un campo en el que nuestros conocimientos                son más escasos, pues estamos envueltos por profundas inseguridades. Conocemos algunos elementos que aparecen de manera recurrente tras otros que podemos aislar como palabras o como otros elementos morfológicos, pero no sabemos cuales son sus características. De todos modos, por lo que podemos entrever, sabemos que al unir uno de estos elementos o alguna palabra, ésta no manifiesta cambios en su estructura básica ni en su final. De ello deducimos que el ibérico no era una lengua flexiva, sino aglutinante. Aunque tenemos excepciones como sucede con el elemento egun  /  egur  / egu, que podría presentar un caso semejante a la heteróclisis indoeuropea, aunque también mantiene coincidencias con el vasco, aunque es más probable que se deba a variantes condicionadas por los elementos a los que precede.

También podemos sospechar la presencia de infijaciones como en banir / bantir, que en alguna ocasión provoca metátesis de los sonidos posteriores al elemento infijado como en gani / gadin, lo que representaría un claro paralelismo con el sistema verbal vasco, aunque por desgracia tampoco estamos en condiciones de saber qué elementos léxicos ibéricos corresponden a formas verbales. Por otra parte también encontramos, y en esto también mantendría ciertas coincidencias con el vasco, la sufijación de elementos o palabras diferentes seguidas consideradas como una unidad, por lo que tendríamos una especie de declinación sintagmática.

Como se puede comprobar nos movemos en un terreno lleno de inseguridades, a pesar de lo cual podemos identificar algunos elementos morfológicos cuyo valor no podemos saber, pero teniendo en cuenta los contextos lingüísticos o extralingüísticos  en los que aparecen podemos llegar a intuir o establecer una base para posteriores estudios, que corroboren o eliminen tales intuiciones. Resultaría demasiado extenso exponer un relación exhaustiva de todos los elementos identificables, y por lo tanto extraeremos los más significativos o abundantes.


 

Destacan en primer lugar los sufijos -etar y -(s)ken, que aparecen en monedas unidos al nombre de la ciudad que las acuña, por lo tanto tendríamos un sufijo que indicaría origen, bien de forma semejante a una desinencia de genitivo o ablativo, bien mediante la indicación de étnicos, así tendríamos arseetar, como "de Arse" o "el pueblo, o habitantes, de Arse". Otro sufijo que podemos identificar es -ka, solo o unido a otros elementos, que aparece con frecuencia unido a nombres probablemente personales, y especialmente en documentos que parecen cartas, de ahí que pueda tratarse de un sufijo, o infijo, de genitivo, dativo o destinativo. Otro sufijo que suele acompañar a nombres de persona es -Yi, aunque también es muy frecuente que vaya acompañado de otros elementos, y que quizás se correspondería con la forma -nai que aparece en alfabeto jónico. En fin hay otros muchos elementos para los cuales se han propuesto diferentes valores, e incluso algunos son semejantes a otros sufijos o infijos vascos, pero también desconocemos si se deben a meras coincidencias o guardan alguna relación, y si existe, qué tipo de relación sería. Indiquemos algunos: -ar (Según el profesor J. Siles, acompañaría a nombres propios e indicaría animación de inanimados, lo que es indicativo al aparecer en muchas ocasiones seguido de -Yi ), -ban, -en, -er, -ke ó -ike, -te, -ir´a, etc.[6]

 

d.3. Sintaxis. Como es fácil suponer, en este aspecto todavía nos encontramos ante un grado mayor                         de inseguridades, pues al no saber el valor de lo que podríamos considerar palabras o elemento léxicos, difícilmente podemos conocer la relación que dichas palabras o elementos guardan entre sí. Pese a todo, la coincidencia de "palabras" con idéntico final, o de grupos de palabras terminados por un mismo elemento, como decíamos, indicaría cierto grado de concordancia o de flexión sintáctica.

Pero por el momento muy poco más es lo que podemos añadir.

 

d.4. Topónimos y Antropónimos. Obviamente en este campo el nivel de nuestros conocimientos es                         más amplio que en otros y nos movemos con una mayor certidumbre, pues conocemos algunos de los nombres con los que los iberos llamaban a sus ciudades (y quizás a sus habitantes), y también conocemos algunos de los nombres de persona de los propios iberos, que han servido además de base para conocer otros. Otra cuestión sería saber si tales nombres tienen otro valor, es decir si su campo semántico es aplicable a otros aspectos concretos.

De todos modos, por lo que sabemos en cuanto a los topónimos nuestros conocimientos se limitan a nombres de ciudades, y quizás algunos otros que han servido de substrato para la lengua latina, por lo que sería interesante conocer a qué lugares se aplican, aunque seguiríamos desconociendo en su mayor parte a qué aspectos concretos se aplican, por lo que es poco lo que podríamos llegar a saber.


 

Por lo que respecta a los antropónimos, gracias al hallazgo de la relación de nombres de personajes ibéricos (aunque algunos de ellos no serían de etnia ibérica propiamente dicha) que se encuentra en la Turma Salluitana, podemos conocer bastante bien su estructura. Ésta consiste en un compuesto bimembre de dos elementos bisílabos, como sucede en Sanibelser, Illurtibas, etc. Ello es importante a la hora de enfrentarnos a un texto cualquiera, pues podríamos aislar los elementos onomásticos de los que no lo son, y comprobar qué tipo de elementos morfológicos se unen a ellos, para así conocer que tipo de relación pueden guardar entre sí o con respecto a otros elementos. Esta tarea, como se ve, es bastante complicada, pero puede marcar un inicio para una cierta comprensión de dichos textos. Lo que tampoco sabemos es si estos componentes onomásticos no tienen ningún otro valor fuera de los nombres en los que aparecen o si, por el contrario, si aparecieran en otros contextos, tendrían un valor semántico diferente, es decir si se trata de nombres parlantes, y si fuera así qué valor o significado tendrían.

 

d.5. Léxico. El conocimiento del léxico ibérico, y de sus significados, bien podría ser la finalidad última                      sobre el conocimiento de esta lengua, pero es precisamente en este aspecto donde nuestro desconocimiento es prácticamente completo. A ello se debe la ausencia de auténticos textos bilingües, pues aunque algunos de ellos pueden serlo, o son excesivamente cortos, como las leyendas monetales, o más que bilingües son monorreferenciales. De todos modos encontramos algunas palabras que suelen aparecer en contextos muy concretos o acompañadas de una misma serie de elementos, por lo que si no podemos establecer con claridad su significado, sí podemos intuir a qué campo hacen referencia o por lo menos reducir las posibilidades de éstos.

Así encontramos en primer lugar la palabra s´alir, que además de mantener  paralelos morfológicos con otras lenguas, suele aparecer en contextos muy concretos como pueden ser monedas (en las que suele acompañar al nombre de la ciudad, como en iltir´ta s´alir nai) y también en textos acompañada de numerales y del elemento ka. Todo ello nos lleva a postular un significado relacionado con el dinero, las monedas o la plata.

Otra palabra posiblemente conocida es Iltir´ ó Iltun, sobre la que precisamente se estableció la división lingüística ibérica. Tal palabra suele ser un componente habitual en numerosos nombres de ciudades, por lo que su significado debe ser precisamente el de "ciudad" o "pueblo".

La palabra seltar suele aparecer en monumentos o estelas funerarias, y muchas veces acompañado de nombres de persona y del elemento "Yi", y así no sería muy aventurado el suponer el significado de "tumba" o algo semejante.

También en un contexto semejante nos encontramos con la formula ar´e take (con algunas variantes), y en ocasiones acompañada por la expresión latina HEIC EST SIT(US), de  ahí que tal formula se haya traducido como "Aquí yace" o algo semejante, pero tampoco estamos seguros de que sea un texto completamente bilingüe, por lo que nada definitivo puede ser establecido.

Un posible ejemplo de paralelismo lingüístico lo encontramos en la palabra eban, que suele estar precedida de nombres de persona, y en ocasiones es posible que abreviada como e, lo mismo que sucede con los documentos en latín con respecto a la palabra FILIUS, por lo que es posible que esa sea la traducción correcta.

Otro elemento recurrente es precisamente "Yi", que quizás corresponda al que en alfabeto jónico aparece como nai, en unos contextos habitualmente determinados, como hemos visto. Es posible, aunque con un grado de inseguridad mayor, que nos encontremos ante la palabra "Yo", lo que tendría un claro paralelismo con el vasco.


 

También nos encontramos con otras muchas palabras, algunas de las cuales aparecen frecuentemente en unos contextos determinados, pero es todavía menos lo que podemos decir acerca del significado o del campo semántico de referencia de éstas. Entre ellas destacan iunstir,  ekiar (¿"hacer"?), teban, baite, bas´er, etc., etc., pero como hemos dicho, muy poco más se puede decir de ellas, si no es analizar sus contextos de aparición y posibles referencias y paralelismos.  En este sentido encontramos también algunas palabras que presentan coincidencias formales con otras del vasco, pero también desconocemos si estas coincidencias son también semánticas o simplemente son formales (de hecho tales palabras tampoco sirven para traducir los textos en los que aparecen); sirvan de ello los siguientes ejemplos: adin, baikar, ibar, laur (¿"edad, único, orilla, cuatro"?).

Como se puede comprobar es muy amplio y profundo el mar de inseguridades en el que navegamos, de ahí que sea necesario un análisis no sólo interno de los textos, sino también contextual, con todas las reservas que sean necesarias para ello. Al menos hasta que la suerte nos depare el hallazgo de un texto bilingüe lo suficientemente extenso para establecer un nivel de traducción seguro, aunque, sinceramente, esto es muy difícil, y si lo esperamos, es conveniente esperarlo trabajando.

 

e) Posición lingüística del ibérico.

 

De lo anteriormente expuestos podría deducirse que es muy poco lo que podemos decir acerca de la posición lingüística del ibérico. Apenas intuimos de qué tipo de lengua se trata, y por ello nos resulta mucho más difícil establecer algún tipo de paralelismo con respecto a otra u otras lenguas conocidas o constatadas. Por ello, el ibérico se nos presenta como una lengua aislada y original (como otras muchas lenguas que están aisladas o son originales, porque al conocer tan poco de ellas nos vemos obligados, o aliviados, a darles estos calificativos.

Si nos basamos en los pocos datos que podemos conocer o intuir del ibérico, observamos que se trata de una lengua aglutinante, lo que nos serviría de primera conclusión para establecerle algún tipo de parentesco. Por ello podemos afirmar que el ibérico se trata de una lengua no indoeuropea, lo que no obsta para que se viera influenciada por otras lenguas indoeuropeas (celta, griego, latín, ¿etc.?), y otras lenguas flexivas no indoeuropeas (fenicio). Así habría que buscar algunos paralelismos lingüísticos con otras lenguas de tipo aglutinante, lo que no deja de ser problemático, al igual que sucedía con el caso del vasco.

De este mismo modo se han buscado conexiones entre el ibérico y otras diferentes lenguas, todas ellas con resultados en su mayoría infructuosos. Con todo dos han sido las lenguas que más aceptación han tenido en el momento de relacionarlas con el ibérico.


 

En primer lugar destacamos el caso de las lenguas camíticas, cuyo más conocido representante es el beréber, que además tiene la ventaja de cierta cercanía geográfica. Con este grupo de lenguas el ibérico presenta ciertas coincidencias formales, como es el caso de la palabra eban, que en beréber significaría "piedra" (aunque nosotros mantenemos que en ibérico la traducción más adecuada sería "hijo"), e incluso un supuesto sufijo de genitivo (coincidente con el substrato irlandés precéltico) en -en. De todos modos se detectan muy pocas coincidencias significativas más, lo que nos lleva a ser escépticos sobre esta supuesta relación, sobre todo si tenemos en cuenta que coincidencias formales no tienen por qué implicar coincidencias léxicas.

La lengua con la que en mayor medida se ha puesto en relación el ibérico ha sido el vasco, como ya mencionamos al tratar esta lengua. Sin embargo, a pesar de las grandes y significativas coincidencias fonéticas, léxicas e incluso morfológicas (si lo son, cosa que no estamos en condiciones de asegurar  fehacientemente), la mayor dificultad que encontramos para establecer una relación clara es el hecho de que el vasco (ni siquiera si tenemos en cuenta sus estadios más antiguos que los principales estudiosos de esta lengua son capaces de reconstruir) no sirve para comprender el ibérico, a pesar de que éste, leído en voz alta, recuerda al vasco (pero esto no pasa, por el momento, de ser una mera curiosidad de tipo lingüístico). De todos modos, no cabe duda de que ambas lenguas presentan rasgos en común, pero recordamos que, como ya indicaron los profesores Michelena y Gorrochategui, éstas seguramente se deben a influjos de lenguas en contacto "de vecindad".

Así, nos volvemos a encontrar al ibérico como una lengua aislada, pero no olvidemos que tenemos indicios de que en la península ibérica, junto al ibérico, se hablaban otras lenguas de las que por desgracia  apenas sabemos nada, y sólo podemos constatar su presencia. Ya hemos hablado de una lengua con presencia en la alta Andalucía, con extensiones hacia zonas de Portugal. La verdad es que ni siquiera sabemos si ésta es la misma que aquélla que hemos denominado Tartésico o si se trata de alguna otra. Lo que sí podemos atestiguar es que, a pesar de contener numerosos iberismos, no parece que por sus características  sea asimilable o coincidente (aunque sea "genéticamente") con el ibérico. Por otra parte tenemos constancia de que al menos en la zona de Cataluña y en parte de Aragón se hablaba una lengua diferente al ibérico, y a la cual esta se superpuso en cierta medida como lengua de prestigio, pero en este caso todavía disponemos de menos datos para saber el grado de independencia "familiar" de esta lengua, o si guardaría algún tipo de relación con el ibérico.


 

Finalmente debemos decir que, por tanto, el ibérico se nos presenta como una lengua aislada, sin conexiones seguras con otras lenguas, y que por ello el estudio del ibérico debe basarse en razones y datos internos de esta lengua, aunque ello no impide utilizar otras lenguas con cierta proximidad geográfica que nos puedan ser útiles, al menos para conocer diferentes variantes estructurales lingüísticas, o palabras   viajeras o de amplia difusión, para un mayor grado de esclarecimiento del persistente enigma de la lengua ibérica, al menos hasta que apareciera, si algún dios ctónico lo permitiera o lo pudiera remediar, algún texto bilingüe.

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***ADDENDA.

 

*AD. I. Sugerencias sobre un posible valor del signo ibérico "Y".

 

El signo ibérico "Y" continúa siendo la mayor incógnita gráfica del semisilabario ibérico nororiental, y una de las más importantes sobre la fonética de esta lengua. A este respecto se han propuesto varias soluciones, aunque destacan dos por su mayor grado de verosimilitud.

Según A. Tovar, tal signo podría desempeñar dos funciones diferentes según su contexto de aparición:

un valor silábico o vocálico prelabializado ante consonante, /um/; o un valor consonántico y postlabializado ante vocal, /mb/.

Por otra parte J. Siles piensa que el signo "Y" representa un vestigio de un momento en el que las nasales no se representaban solas, sino con un valor silábico, con vocal por tanto, como sucede con las oclusivas, de ahí los diferentes valores de tal signo, que marcarían esa transformación gradual de valor silábico a valor consonántico simple, y así también, como en la hipótesis de Tovar, marcaría diferentes funciones según el contexto, y así obtendríamos los valores /na/, /n/ ó /a/.

Bajo mi modesto punto de vista debo indicar que mi postura coincide en mayor medida con la defendida por el profesor Siles (sobre todo si tenemos en cuenta que la secuencia na es muy escasa en el semisilabario nororiental, mientras que en alfabeto jónico suele aparecer en contextos aproximadamente semejantes a los que aparece "Y" en tal silabario), aunque creo que deben establecerse algunas puntualizaciones.


 

Mantengo que  el signo "Y" no representa en ocasiones la secuencia silábica de dos fonemas /n/ más /a/, o diferentes valores, vocálico o consonántico, según el contexto. Creo que la solución es más simple, y por ello mantengo la existencia de un fonema nasal sonántico /n/, cuyo valor fonético estaría representado por tal nasal sonante vocalizada /na/,preferentemente,  o por una vocal abierta nasalizada, /an/. Y ello, y en esto coincido con los profesores anteriormente mencionados, estaría condicionado por un contexto predominantemente vocálico o consonántico. De tal manera quedaría explicada la adaptación de tal fonema efectuada por los introductores del alfabeto jónico, pues el mencionado signo na, que ya se puede mantener que transcribe "Y", sería lo forma más semejante o adaptable al valor propio de tal signo, y del que no se disponía de otro signo para transcribirlo.

Este valor sería además congruente con los contextos en los que aparece, pues nos lo podemos encontrar en posición intervocálica, como interconsonántica, como entre vocal y consonante o entre consonante y vocal. Aunque es conveniente destacar dos, o tres, secuencias de aparición. Así es frecuente que tal signo "Y", aparezca seguido de la secuencia -bar´, por lo que nos encontraríamos con un sonido [am]; por otro lado también es frecuente la aparición ante i, lo que vendría a corroborar la explicación dada con respecto al alfabeto jónico, donde nos encontramos con la secuencia -nai; finalmente también debemos destacar que tal signo aparece con frecuencia precedido del signo -n-, por lo que más que pensar en una geminada, quizás fuera conveniente pensar en una pérdida de consciencia del antiguo valor nasal del signo "Y", en detrimento de su valor vocálico (en cuyo caso "Y" podría tener el valor de una simple /a/), lo que vendría confirmado al comprobar que a tal secuencia "nY", le sigue frecuentemente el signo utilizado para "i".

 Reconozco que todo esto es muy especulativo, pero espero que posteriores estudios confirmen o desmientan tal hipótesis, y que al menos sirva para realizar un estudio más detallado utilizando todos los materiales léxicos disponibles.

 

*AD. II Ensayo Temerario-especulativo sobre una hipótesis de reconstrucción histórico-lingüística.

 

Compaginar los datos históricos con los lingüísticos es en muchas ocasiones una tarea harto difícil, pero cuando los datos históricos se convierten en datos meramente arqueológicos tal tarea adquiere en ocasiones visos de imposibilidad. A pesar de ello en también muchas ocasiones nos vemos tentados a relacionar ambos datos para llegar si no a conclusiones aceptadas, sí al menos a formulara hipótesis de trabajo aceptables. A ello obedece la razón de este breve ensayo, dejando claro de antemano que simplemente se trata de una especulación.

A partir de los datos lingüísticos que disponemos sabemos que la configuración étnica de los pueblos que ocupaban la península ibérica anterior a la romanización representaba un mosaico de lenguas, de algunas de las cuales podemos adivinar su origen, pero de otras no. Sin embargo, tenemos testimonios arqueológicos de que durante siglos y milenios se produjo un continuo movimiento de pueblos por toda Europa y la cuenca del Mediterráneo, al que la península ibérica no se vio ajena.


 

Podríamos hablar de población autóctona de la península ibérica, pero, ¿qué entendemos por población autóctona? Desde luego no puede ser la que siempre ha ocupado la península, porque tal cosa es imposible, y mucho más difícil probar. Por ello podríamos hablar referirnos a la población autóctona como aquella  de la que tenemos constancia su existencia desde épocas remotas, pero nos es imposible mediante cualquier medio saber de dónde procedía. De entre todos los pueblos prerromanos que conocemos merecerían tal calificativo sólo los vascos y los iberos, junto a los pueblos a los que éstos se superpusieron en el cuadrante nororiental de la península. Pero, ¿y el resto? ¿Son autóctonos? ¿En qué grado, afirmativa o negativamente?.

Por una parte sabemos que procedentes de Europa se difundieron por la península diferentes culturas, como la Cultura de los Túmulos, la Cultura del Vaso Campaniforme, la Cultura de los Campos de Urnas, la Cultura de Hallstatt, la de La Tène, etc. Asimismo sabemos que en la fachada atlántica hubo relaciones conectadas con el fenómeno del Megalitismo, etc.  Por otra parte, también sabemos que al menos desde el Neolítico, la costa Mediterránea y la zona meridional de la península estuvo sometida a numerosos influjos procedentes del Mediterráneo. Todo esto nos lleva a plantearnos que debió existir algún tipo de relación entre estos movimientos y la complejidad lingüística existente en la península.

Es muy posible que entre los diferentes grupos que se desplazaban a lo largo de toda Europa desde al menos el IIº milenio a.C. estuvieran incluidos algunos grupos de habla indoeuropea. Posiblemente algunos de estos grupos penetraron en la península, posiblemente con una no muy alta demografía, y diera origen al primer substrato lingüístico del que tenemos constancia, nos referimos al grupo de lenguas o dialectos que conformaban el Antiguo Europeo. Posteriormente, algo semejante debió suceder con los integrantes de los pueblos de la cultura de los Campos de Urnas, de los que aunque tenemos los principales testimonios en la zona nororiental (a partir del XIIº siglo, por lo menos), es posible que se extendieran por otras zonas de la península, ¿Pertenecían a estos grupos el pueblo posteriormente conocido como los Lusitanos, que alcanzaron su lugar de ocupación definitivo al ser empujados posteriormente por pueblos celtas? Y por otra parte, ¿qué otros grupos pudieron integrar tal cultura? ¿los que dieron origen a las lenguas nororientales de las que tenemos constancia?

Finalmente sí sabemos que la irrupción de los grupos integrantes de la Cultura de Hallstatt se produjo alrededor del siglo VIIIº a.C., y que éstos eran básicamente pueblos celtas, que darían origen a los celtíberos. Incluso en épocas posteriores tenemos constancia (incluso escrita gracias a las obras de César) de que se produjeron nuevas penetraciones de otros pueblos, galos concretamente, por lo que podemos hablar de una continuidad relativa en este aspecto.


 

Por lo que respecta a los influjos mediterráneos, destacamos el hecho de que en el siglo XII a.C. se produjo en el Mediterráneo Oriental una serie de movimientos de pueblos que hicieron sucumbir diferentes civilizaciones, como la micénica, la hitita, la ugarítica, y transformaron profundamente otras, como la egipcia. Estos pueblos recibieron el nombre de "Pueblos del Mar", los nombres de algunos de los cuales nos son conocidos, como ya indicamos al hablar del Tartésico. También sabemos que muchos de estos pueblos, tras realizar sus saqueos, buscaron diferentes lugares en los que establecerse definitivamente (de los que tenemos un claro ejemplo en el caso de los Filisteos). Pues bien, no es posible que tales convulsiones tuvieran algún tipo de repercusión en el Mediterráneo Occidental, y que incluso alguno de estos pueblos alcanzara esta zona, que, a juzgar por ciertos hallazgos, es muy posible que ya fuera conocida al menos por los micénicos. Hay sospechas de que algunos de estos pueblos "del Mar" se establecieron en algunos de lugares del Mediterráneo central. Ello concordaría con el momento del supuesto inicio de lo cultura tartésica, e incluso con el momento de la legendaria fundación de Cádiz (que quizás no fuera precisamente fenicia, aunque con esta hipótesis se abriría el camino a éstos), y ayudaría a interpretar mejor algunas del las cuestiones que se plantean sobre el origen de la escritura tartésica, e incluso sobre algunas de las características de la lengua tartésica, sobre cuyos detalles me remito al apartado correspondiente.

Tales hipótesis y especulaciones afectarían a algunos de los pueblos que conocemos, pero no a muchos otros, y así por ejemplo podríamos plantearnos varias preguntas como ¿Qué pueblos son sucesores de las culturas de los Millares, del Argar, de las Cogotas, entre otras?

Como se puede comprobar sobre algunas cuestiones sólo podemos plantearnos otras cuestiones, pero sobre otras es posible indagar o establecer un principio de indagación, pues no olvidemos que la  península ibérica nunca ha estada aislada, y, por lo que podemos deducir, mucho menos en época prerromana.

 

 

*** CONCLUSIONES.

 

Como colofón a todo lo expuesto podemos concluir que la situación lingüística de la península ibérica en época prerromana era complejísima. Ello se debe no sólo a la cantidad de lenguas que se hablaban en ella, sino también a la gran mezcla e imbricación de los pueblos que las hablaban.

Podemos seguir manteniendo la división de la península en dos áreas principales, la indoeuropea y la no indoeuropea, pero teniendo en cuenta que al efectuar una línea divisoria sobre ellas lo estamos haciendo de manera que afecta a la situación inmediatamente anterior a la llegada de los romanos, mientras que en momentos anteriores tal división podría discurrir por otras zonas.

También hay que tener en cuenta que tal división tampoco es tajante, pues es muy posible que en la zona "indoeuropea" mantuvieran su existencia pueblos de lengua no indoeuropea y viceversa.

Por otra parte dentro de cada una de estas dos mitades la situación lingüística también era muy compleja por cuanto podemos conocer la existencia de varias lenguas dentro de ellas. Así en la zona indoeu-

ropea tenemos constancia de al menos tres lenguas, el Celtibérico, el Lusitano, y el grupo denominado Antiguo Europeo, con una repartición geográfica que en ocasiones se nos presenta confusa. Además existían otros pueblos ágrafos, cuya lengua puede coincidir con aquellas de las que tenemos constancia escrita o no, o incluso ser hablantes de otras lenguas que ni siquiera conocemos.


 

Algo semejante sucede en la zona no indoeuropea, donde constatamos especialmente tres lenguas, el vasco, el ibérico y el tartésico (si no es ésta una lengua indoeuropea), pero podemos sospechar la existencia de otras en algunos puntos de Andalucía, Cataluña y Aragón. Qué grado de relación o de independencia pueden guardar éstas con respecto a las otras, es algo que por el momento sólo podemos conjeturar.

Para terminar debe decir que toda esta complejidad debe representar un estímulo para estudiar, o intentar conocer, todas estas lenguas. Pero estoy convencido de que esto se debe apoyar en las aportaciones que historiadores y arqueólogos puedan hacer a lingüísticas y filólogos, del mismo modo que aquéllos deben apoyarse en éstos, para llegar así a una colaboración que facilite el conocimiento global de nuestro pasado.

Alcanzar un alto grado de conocimiento de este pasado es algo en ocasiones muy utópico, pero hay que recordar que las utopías pueden convertirse en realidad, y para lograrlo hay que acometer la tarea de tal conversión, y realizarlo mediante diversos caminos, que después pueden demostrarse como equivocados o no, pero que pueden servir de inicio para emprender otros nuevos que resulten mejor dirigidos y más adecuados.

 

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**BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA.

 

- Lengua y cultura en la Hispania prerromana. Actas del V Coloquio sobre Lenguas y Culturas Prerromanas de la Península Ibérica. (Colonia, 1.989) (J. Untermann, F. Villar, edd.) Salamanca, 1.993.

De ellas me han sido especialmente útiles las siguientes ponencias:

*ANDERSON, J.M.: "Iberian and Basque linguistic similarities." (Pp. 487-498).

*GORROCHATEGUI, J.: "La onomástica aquitana y su relación con la ibérica." (Pp. 609-634).

*DE HOZ, J.: "La lengua y la escritura ibérica y la lengua de los iberos." (Pp. 635-666).

*MAYER, M. y VELAZA, J.: "Epigrafía ibérica sobre soportes típicamente romanos." (Pp. 667-682).

*PANOSA I DOMINGO, M.I.: "Complejidad, distribución y escritura en el NE peninsular. Hipótesis                                                   de trabajo." (Pp. 719-726).

*QUINTANILLA, A.: "Sobre el vocalismo de la lengua ibérica." (Pp. 727-738).

*VALERI, V.: "Las nasales ibéricas." (Pp. 739-747).

*VILLAR, F.: "Las silbantes en Celtibérico." (Pp.773-812).

 

-BLANCO FREIJEIRO, A. Historias del viejo mundo. 1.- Los primeros españoles. Madrid, 1.994.

 

-DE HOZ, J. "La epigrafía Celtibérica. Epigrafía Hispánica de época romano-republicana. Zaragoza,                      1.987 (Pp. 43-102).

 

-ID. "Testimonios lingüísticos relativos al problema céltico en la Península Ibérica". Los Celtas. Hispania         y Europa. (M. Almagro-Gorbea y G. Ruiz Zapatero, edd.). Madrid, 1.993.

 

-FLETCHER VALLS, D. Els Ibers. Valencia, 1.983.

 

-ID. Textos ibéricos del museo de Prehistoria de Valencia. Valencia, 1.985.

 

-GORROCHATEGUI, J. "En torno a la clasificación del lusitano". Actas del IV Coloquio sobre Lenguas                                              y Culturas Prerromanas de la Península Ibérica. Vitoria, 1.985 (Pp. 77-92).

 

-ID. "Descripción y posición lingüística del Celtibérico". Memoriae L. Mitxelena magistri sacrum.

       (J. Lacarra y I. Ruiz Arzalluz, eds). San Sebastián, 1.991 (Pp. 3-31).

 


 

-ID, "Las lenguas de los pueblos paleohispánicos". Los Celtas. Hispania y Europa. (M. Almagro-Gorbea         y G. Ruiz Zapatero, edd). Madrid, 1.993.                                   

 

-ID, "El Celtibérico, dialecto arcaico celta". Emerita, 62, 1.994 (Pp. 297-324).

 

-PRESEDO, F. et Alii. Historia de España Antigua. I: Protohistoria. Madrid, 1.988.

 

-SANTOS YANGUAS, J. Los pueblos de la España Antigua. Madrid, 1.989.

 

-SILES, J. Sobre un posible préstamo griego en ibérico. Valencia, 1.976.

 

-TOVAR, A. "Lenguas y Pueblos de la Antigua Hispania". Actas IV. (Pp. 362-391).

 

-UNTERMANN, J. (1.981-2) "La varietá linguistica nel' Iberia prerromana. AION, 3. (Pp. 15-35).

 

-VELAZA FRÍAS, J. Epigrafía y lengua ibéricas. Madrid, 1.996.

 

-VILLAR, F. Los indoeuropeos y los orígenes de Europa. Madrid, 1.991.

 

**Para una bibliografía más detallada, que siempre se debe tener en cuenta, aunque no se refiera sólo a datos lingüísticos, pueden verso los repertorios bibliográficos que aparecen en las obras mencionadas.

 

 

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[1]Tal claridad no lo es tanto, como veremos en su momento.

[2] Hay que hacer notar que tal semisilabario tampoco era adecuado para notar las características de la lengua ibérica. Pese a todo tales adaptaciones inadecuadas no son exclusivas de los hábitos gráficos antiguos.

[3] Compárese con relación a esto el griego escrito en el silabario "Lineal B".

[4] Sobre las características de este semisilabario, aunque presenta características propias, y no está, como he dicho, totalmente descifrado, me referiré más pormenorizadamente al tratar los tipos de escritura utilizados en la notación de la lengua ibérica.

[5] ¿Influencias mediterráneas anteriores?

[6]Una relación más exhaustiva podría encontrarse en los repertorios lexicales de J. Velaza, J. Siles o J. Untermann

 

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