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"Mirando el Vecindario"

 

 

Eustoquio Gómez

Versión digital del libro de Edgar C. Otálvora

Editorial Pomaire. Caracas. 1993


 

 Prólogo

 

Por y para Olga Elena

I

La historia venezolana del siglo XX, lo que de ella el ciudadano común e incluso muchos especialistas conocen, es en buena parte el resultado de la visión que ha creado la élite venezolana aparecida a raíz del golpe contra el General Isaías Medina Angarita.

Lo que genéricamente se conoce como la “generación del 28” ha aportado una completa descripción y explicación a los fenómenos venezolanos de este siglo. Descripción y explicación profundamente marcadas por la lucha política, lo que ha producido una inauténtica lectura para el venezolano de hoy.

La actividad política, especialmente cuando se ejerce, con pasión, conduce casi irremediablemente a la estructuración de un discurso en el cual los ataques al enemigo político sustituyen la justa evaluación del mismo, los deseos grupales se convierten en boca del político en metas colectivas, las tácticas políticas derivan explicaciones sociológicas y económicas de la realidad, las frases del panfleto ocasional se vuelcan en verdades más o menos inapelables.

Esta situación se hace extrema cuando un grupo político o una generación tiene la posibilidad de arribar al poder y reproducirse en él. Este pareciera ser el caso venezolano.

A nuestra manera de ver, de ninguna manera se debe condenar la conducta de los creadores de nuestra historia oficial; ellos en definitiva cumplieron con su obligación temporal. Por el contrario, se trataría de intentar llegar a una interpretación menos apasionada, basándose en una información remozada, ampliada, pero fundamentalmente vista con otros ojos, vista por un venezolano no comprometido en los vericuetos políticos, en no pocos casos familiares, que ilustran nuestra cronología. Lo que está sobre la mesa es una titánica aventura intelectual de la cual deberá emerger una satisfactoria historia nacional, que ha de ser producto del trabajo de una generación de estudiosos dispuesta a inventar un nuevo pasado para el país.

“Inventa” creemos que es el término más exactamente ilustrativo, porque la tarea consistirá en dar forma adecuada a una cuarta parte de nuestra historia, como razón inicial para repensar toda nuestra formación cultural como comunidad nacional. Estudiar al margen de patrones patrioteros, el proceso de integración cultural que teniendo como inicio el clásico contacto colombino entre diversos grupos étnicos, adquiere dimensión real cuando a principias de nuestro siglo se adelanta el monumental esfuerzo de unir, física y culturalmente, las parcelas en que estaba dividida lo que sólo en el papel oficial era una unidad.

En resumidas palabras, debemos procurar una visión del pasado colectivo venezolano, ajeno a la inveterada tradición de otorgar etiquetas de “bueno” o “malo” sin matices o bemoles, a cuanto hombre público ha existido en este país.

Además, ante la repulsiva intentona de algunos publicitados intelectuales por construir y ofrecer al país una “identidad cultural” sustentada en recuerdos paleontológicos de minorías étnicas aborígenes, es preciso recuperar sabiamente los aspectos positivos de los hombres que han forjado a este país.

Pretender buscar nuestra razón de ser en aspectos culturales, seguramente pintorescos y agradables a los ojos de turistas y trasnochados izquierdistas universitarias, es un contrasentido, es una simple forma de asumir colectivamente la visión milenarista que con tanto pesimismo nos ha marcado.

A esta altura del presente prólogo son fácilmente discernibles las consecuencias de lo que estamos proponiendo. No es simplemente un interés basado en la persecución de sapiencias intelectuales para uso de tesistas faltos de temas originales. La búsqueda de una nueva lectura del pasado venezolano lleva implícita una necesidad colectiva de valores morales legítimos y positivos No basta con denunciar la famosa “crisis de valores” sobre la base de las páginas rojas de los periódicos que diariamente nos alimentan con escándalos de todo tipo. No es suficiente alertar sobre las terribles consecuencias de un pueblo falto de principios éticos con los cuales guiar el destino nacional. La ausencia de valores positivos ha de enfrentarse creándolos, buscándolos en nuestro pasado, reafirmando los aportes que los hombres de esta tierra han hecho, deslastrándonos de las imágenes negativas con que la historia oficial ha recubierto el pasado.

La única forma de lograr dar una coherente estructura cultural al país es comenzar ahora mismo a escribir nuestra propia historia, nuestra autorreflexión fabricada sin miramientos con los altares a héroes usualmente respetados y aceptados como tales, pero con sentido de revalorización a quienes por gracia del vencedor político de turno han quedado excluidos del santoral político nacional.

 

II

Es tal el número de libros, folletos, revistas, artículos de prensa, referidos al periodo gomecista, que no sin cierta razón existen quienes comienzan a hablar del “gomecismo” como una “tendencia” en la literatura nacional. Sin embargo, existe una profunda laguna, una ausencia que para los efectos de un estudio del período es demasiado evidente. Hasta ahora, salvo algún periodista de anécdotas, nadie al parecer se ha preocupado por solicitarle a la familia Gómez, sus puntos de vista y sus versiones sobre el período del gobierno andino.

Son de tal dimensión las deformaciones que de la época del gobierno del General Juan Vicente Gómez, posee el hombre de la calle, que fácilmente cuando se compara con el país actual pareciera que estamos hablando de mundos planetarios diferentes.

La imagen de los primeros años del siglo ha sido configurada alrededor de un estigma fetichista de Juan Vicente Gómez, suerte de trauma nacional que oscila entre las imágenes de un dictador cavernario padre de un oscurantismo de folletín, y las de un anciano campesino, bruto, analfabeto, mezcla de ingenuidad y brujería maléfica, además de ser andino, casi colombiano.

No puede evitarse de dejar constancia del camino abierto por el doctor Ramón J. Velásquez, quien con su obra escrita ( “Confidencias Imaginarias...”, “La Calda del Liberalismo Amarillo”, v.g.) que marcan un cambio cualitativo en la interpretación del gobierno andino, y quien con el estímulo a decenas de investigadores, la publicación de documentos, y mediante la apertura y mantenimiento de varios centros de documentación y rescate documental (“Archivo Histórico de Miraflores”, FUNRES, v.g.) ha colocado en manos de las actuales generaciones los elementos argumentales para repensar los primeros años del siglo que corre.

Sin embargo, es altamente prejuiciada y estereotipada la imagen que los medios de comunicación siguen vendiendo de Juan Vicente y por extensión de los Gómez y los andinos, incluso de hoy en día. Es además una visión ignorante de la gama de hombres que viniendo desde todo el país, dieron un aporte sustancial a la conformación de la actual Venezuela.

Escapa a los limitados objetivos de este libro hacer una evaluación de la gestión gubernamental desarrollada por cientos de médicos, abogados, ingenieros, intelectuales de grande valía, quienes tuvieron en los años de gobierno andino su oportunidad generacional para aplicar sus ideas. Esta evaluación aún está por hacerse.

Pero ya es hora de expresar claramente que el gobierno del general Juan Vicente Gómez, a la luz de una generación no afectada por las pasiones políticas de la “generación del 28”, amerita una nueva interpretación, una nueva valoración, un tratamiento más justo.

La imagen deformada del gobierno gomecista lo ha condenado a ser recordado por el estado de autoridad fuerte que lo caracterizó. Seguramente por esto no faltará quien ante estas páginas crea ver un discurso de reminiscencias dictatoriales. Pero no se trata de eso. Un hombre de la actual Venezuela debe necesariamente creer que resulta necesario un poco más de orden y disciplina social lo que casi automáticamente hace que la mirada se tome hacia el pasado. Esto es cierto, pero no es simplemente un poco de eficiencia policial lo que creemos se debe buscar en el gobierno andino, es algo más profundo; son las explicaciones primarias de la Venezuela Petrolera y las fuentes desde las que debemos definir los nuevos vectores del futuro nacional.

 

III

¿Por qué Eustoquio Gómez?. ¿Por qué un libro sobre Eustoquio Gómez? Las respuestas son múltiples y se encuentran en el fenómeno de la insurgencia andina del año 1899.

El general Eustoquio Gómez, es luego del propio Juan Vicente, el mejor representante de los hombres que saliendo de estas montañas aún incomprendidas, allanaron el camino hacia la figuración andina en la vida venezolana.

La etiqueta, mácula en realidad, con que la historia oficial identifica a Eustoquio es la de un hombre sanguinario, quién sembró de terror los sitios donde ejerció el poder a la sombra del gobierno de su primo. La historia caraqueña incluye página especial para relatar, como ejemplo de la violencia con que los andinos acabaron la supuesta paz existente hasta su llegada, el asesinato del gobernador Mata Illas por Eustoquio Gómez, durante el gobierno del general Cipriano Castro. La historiografía continúa con un Eustoquio Gómez, quién siendo Presidente del Estado Táchira, originó un estado de violencia de tales dimensiones que aquellas tierras quedaron cubiertas de muertos. Se le reconoce a Eustoquio Gómez alguna actividad positiva durante su estadía en Barquisimeto al frente de la Presidencia del Estado Lara, ya en los años finales de su vida. Finalmente, Eustoquio Gómez en la historia postgomecista es mostrado como el representante del régimen gomecista quien busca desesperadamente permanecer en el poder a la muerte del general Juan Vicente Gómez. Para lo cual organizó una conjura en la cual estaban comprometidos los peores elementos del régimen.

Esta conjura terminó con la muerte de Eustoquio cuando intentó tomar la Gobernación de Caracas, en gesto casi demencial  por parte de un hombre que se negaba a aceptar la idea de un gobierno diferente al de su familia.

Hasta aquí la versión oficial de la vida de Eustoquio Gómez, hasta aquí lo que es viva prueba de las deformaciones históricas de las que antes hemos hablado.

Eustoquio Gómez no fue un hombre “bueno” o “malo” simplemente. Su figura se destaca como la de un hombre de su época, con las virtudes, defectos, pasiones, conflictos e incógnitas de una personalidad recia enfrentada a un mundo que bajo su mirada y en parte por su mano, estaba cambiando.

En Eustoquio Gómez confluyen perfectamente dos relaciones alternas con su entorno. La violencia como herramienta individual y colectiva de garantizarse la supervivencia, y mucho mas, la preeminencia en una sociedad donde la personalidad del hombre fuerte cubila el vacío de un Estado. Pero junto a ello, una poderosa fuerza positiva de construcción de un espacio social deseable. En síntesis, Eustoquio Gómez fue un guerrero civilizador.

La historia oficial no sólo ha desvirtuado al hombre de fuerza, sino que ha ocultado con insistencia su obra de modernización de su tierra natal, el Táchira, y luego de la zona que disfrutó a plenitud sus virtudes de gobernante, el estado Lara.

Todo lo anterior pareciera justificar plenamente un libro referido a Eustoquio Gómez, pero aún existen más elementos.

Eustoquio Gómez fue un agente principal en los momentos cuando se decidió el futuro venezolano a la muerte del general Juan Vicente Gómez. Esta es una parte de nuestra historia inmediata que no sólo resulta fascinante por lo anecdótico, sino que es de obligatoria revisión para entender el proceso político venezolano contemporáneo. Porque aparentemente en 1935 sucedió un terremoto venezolano político que barrió de la faz terrestre todo vestigio de una familia completa, y todo parece indicar que las cosas no fueron exactamente así.

 

IV

En este libro no pretendemos ilustrar la verdad, ni la mentira, ni medias verdades, ni medias mentiras. Se buscó, trabajando durante años con Don Eustoquio Gómez Villamizar, hijo del general Eustoquio Gómez, recrear sus recuerdos del padre: Los sucesos presenciados, las anécdotas escuchadas, los momentos vividos como parte de la Familia Gómez. En ocasiones contamos con la presencia de Doña Josefita, hija también del general Eustoquio. Ellos, dos personas salidas de la historia, decidieron contarle al autor su versión de la historia. He aquí pues, una versión de la historia venezolana del siglo veinte.

Mérida, 1985. Miraflores, 1993.

 

 

 

 

 

 

 

 

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