Por y para Olga Elena
I
La historia venezolana del siglo XX, lo que
de ella el ciudadano común e incluso muchos especialistas conocen, es en
buena parte el resultado de la visión que ha creado la élite venezolana
aparecida a raíz del golpe contra el General Isaías Medina Angarita.
Lo que genéricamente se conoce como la
“generación del 28” ha aportado una completa descripción y explicación a los
fenómenos venezolanos de este siglo. Descripción y explicación profundamente
marcadas por la lucha política, lo que ha producido una inauténtica lectura
para el venezolano de hoy.
La actividad política, especialmente cuando
se ejerce, con pasión, conduce casi irremediablemente a la estructuración de
un discurso en el cual los ataques al enemigo político sustituyen la justa
evaluación del mismo, los deseos grupales se convierten en boca del político
en metas colectivas, las tácticas políticas derivan explicaciones
sociológicas y económicas de la realidad, las frases del panfleto ocasional
se vuelcan en verdades más o menos inapelables.
Esta situación se hace extrema cuando un
grupo político o una generación tiene la posibilidad de arribar al poder y
reproducirse en él. Este pareciera ser el caso venezolano.
A nuestra manera de ver, de ninguna manera
se debe condenar la conducta de los creadores de nuestra historia oficial;
ellos en definitiva cumplieron con su obligación temporal. Por el contrario,
se trataría de intentar llegar a una interpretación menos apasionada,
basándose en una información remozada, ampliada, pero fundamentalmente vista
con otros ojos, vista por un venezolano no comprometido en los vericuetos
políticos, en no pocos casos familiares, que ilustran nuestra cronología. Lo
que está sobre la mesa es una titánica aventura intelectual de la cual
deberá emerger una satisfactoria historia nacional, que ha de ser producto
del trabajo de una generación de estudiosos dispuesta a inventar un nuevo
pasado para el país.
“Inventa” creemos que es el término más
exactamente ilustrativo, porque la tarea consistirá en dar forma adecuada a
una cuarta parte de nuestra historia, como razón inicial para repensar toda
nuestra formación cultural como comunidad nacional. Estudiar al margen de
patrones patrioteros, el proceso de integración cultural que teniendo como
inicio el clásico contacto colombino entre diversos grupos étnicos, adquiere
dimensión real cuando a principias de nuestro siglo se adelanta el
monumental esfuerzo de unir, física y culturalmente, las parcelas en que
estaba dividida lo que sólo en el papel oficial era una unidad.
En resumidas palabras, debemos procurar una
visión del pasado colectivo venezolano, ajeno a la inveterada tradición de
otorgar etiquetas de “bueno” o “malo” sin matices o bemoles, a cuanto hombre
público ha existido en este país.
Además, ante la repulsiva intentona de
algunos publicitados intelectuales por construir y ofrecer al país una
“identidad cultural” sustentada en recuerdos paleontológicos de minorías
étnicas aborígenes, es preciso recuperar sabiamente los aspectos positivos
de los hombres que han forjado a este país.
Pretender buscar nuestra razón de ser en
aspectos culturales, seguramente pintorescos y agradables a los ojos de
turistas y trasnochados izquierdistas universitarias, es un contrasentido,
es una simple forma de asumir colectivamente la visión milenarista que con
tanto pesimismo nos ha marcado.
A esta altura del presente prólogo son
fácilmente discernibles las consecuencias de lo que estamos proponiendo. No
es simplemente un interés basado en la persecución de sapiencias
intelectuales para uso de tesistas faltos de temas originales. La búsqueda
de una nueva lectura del pasado venezolano lleva implícita una necesidad
colectiva de valores morales legítimos y positivos No basta con denunciar la
famosa “crisis de valores” sobre la base de las páginas rojas de los
periódicos que diariamente nos alimentan con escándalos de todo tipo. No es
suficiente alertar sobre las terribles consecuencias de un pueblo falto de
principios éticos con los cuales guiar el destino nacional. La ausencia de
valores positivos ha de enfrentarse creándolos, buscándolos en nuestro
pasado, reafirmando los aportes que los hombres de esta tierra han hecho,
deslastrándonos de las imágenes negativas con que la historia oficial ha
recubierto el pasado.
La única forma de lograr dar una coherente
estructura cultural al país es comenzar ahora mismo a escribir nuestra
propia historia, nuestra autorreflexión fabricada sin miramientos con los
altares a héroes usualmente respetados y aceptados como tales, pero con
sentido de revalorización a quienes por gracia del vencedor político de
turno han quedado excluidos del santoral político nacional.
II
Es tal el número de libros, folletos,
revistas, artículos de prensa, referidos al periodo gomecista, que no sin
cierta razón existen quienes comienzan a hablar del “gomecismo” como una
“tendencia” en la literatura nacional. Sin embargo, existe una profunda
laguna, una ausencia que para los efectos de un estudio del período es
demasiado evidente. Hasta ahora, salvo algún periodista de anécdotas, nadie
al parecer se ha preocupado por solicitarle a la familia Gómez, sus puntos
de vista y sus versiones sobre el período del gobierno andino.
Son de tal dimensión las deformaciones que
de la época del gobierno del General Juan Vicente Gómez, posee el hombre de
la calle, que fácilmente cuando se compara con el país actual pareciera que
estamos hablando de mundos planetarios diferentes.
La imagen de los primeros años del siglo ha
sido configurada alrededor de un estigma fetichista de Juan Vicente Gómez,
suerte de trauma nacional que oscila entre las imágenes de un dictador
cavernario padre de un oscurantismo de folletín, y las de un anciano
campesino, bruto, analfabeto, mezcla de ingenuidad y brujería maléfica,
además de ser andino, casi colombiano.
No puede evitarse de dejar constancia del
camino abierto por el doctor Ramón J. Velásquez, quien con su obra escrita (
“Confidencias Imaginarias...”, “La Calda del Liberalismo Amarillo”, v.g.)
que marcan un cambio cualitativo en la interpretación del gobierno andino, y
quien con el estímulo a decenas de investigadores, la publicación de
documentos, y mediante la apertura y mantenimiento de varios centros de
documentación y rescate documental (“Archivo Histórico de Miraflores”,
FUNRES, v.g.) ha colocado en manos de las actuales generaciones los
elementos argumentales para repensar los primeros años del siglo que corre.
Sin embargo, es altamente prejuiciada y
estereotipada la imagen que los medios de comunicación siguen vendiendo de
Juan Vicente y por extensión de los Gómez y los andinos, incluso de hoy en
día. Es además una visión ignorante de la gama de hombres que viniendo desde
todo el país, dieron un aporte sustancial a la conformación de la actual
Venezuela.
Escapa a los limitados objetivos de este
libro hacer una evaluación de la gestión gubernamental desarrollada por
cientos de médicos, abogados, ingenieros, intelectuales de grande valía,
quienes tuvieron en los años de gobierno andino su oportunidad generacional
para aplicar sus ideas. Esta evaluación aún está por hacerse.
Pero ya es hora de expresar claramente que
el gobierno del general Juan Vicente Gómez, a la luz de una generación no
afectada por las pasiones políticas de la “generación del 28”, amerita una
nueva interpretación, una nueva valoración, un tratamiento más justo.
La imagen deformada del gobierno gomecista
lo ha condenado a ser recordado por el estado de autoridad fuerte que lo
caracterizó. Seguramente por esto no faltará quien ante estas páginas crea
ver un discurso de reminiscencias dictatoriales. Pero no se trata de eso. Un
hombre de la actual Venezuela debe necesariamente creer que resulta
necesario un poco más de orden y disciplina social lo que casi
automáticamente hace que la mirada se tome hacia el pasado. Esto es cierto,
pero no es simplemente un poco de eficiencia policial lo que creemos se debe
buscar en el gobierno andino, es algo más profundo; son las explicaciones
primarias de la Venezuela Petrolera y las fuentes desde las que debemos
definir los nuevos vectores del futuro nacional.
III
¿Por qué Eustoquio Gómez?. ¿Por qué un
libro sobre Eustoquio Gómez? Las respuestas son múltiples y se encuentran en
el fenómeno de la insurgencia andina del año 1899.
El general Eustoquio Gómez, es luego del
propio Juan Vicente, el mejor representante de los hombres que saliendo de
estas montañas aún incomprendidas, allanaron el camino hacia la figuración
andina en la vida venezolana.
La etiqueta, mácula en realidad, con que la
historia oficial identifica a Eustoquio es la de un hombre sanguinario,
quién sembró de terror los sitios donde ejerció el poder a la sombra del
gobierno de su primo. La historia caraqueña incluye página especial para
relatar, como ejemplo de la violencia con que los andinos acabaron la
supuesta paz existente hasta su llegada, el asesinato del gobernador Mata
Illas por Eustoquio Gómez, durante el gobierno del general Cipriano Castro.
La historiografía continúa con un Eustoquio Gómez, quién siendo Presidente
del Estado Táchira, originó un estado de violencia de tales dimensiones que
aquellas tierras quedaron cubiertas de muertos. Se le reconoce a Eustoquio
Gómez alguna actividad positiva durante su estadía en Barquisimeto al frente
de la Presidencia del Estado Lara, ya en los años finales de su vida.
Finalmente, Eustoquio Gómez en la historia postgomecista es mostrado como el
representante del régimen gomecista quien busca desesperadamente permanecer
en el poder a la muerte del general Juan Vicente Gómez. Para lo cual
organizó una conjura en la cual estaban comprometidos los peores elementos
del régimen.
Esta conjura terminó con la muerte de
Eustoquio cuando intentó tomar la Gobernación de Caracas, en gesto casi
demencial por parte de un hombre que se negaba a aceptar la idea de un
gobierno diferente al de su familia.
Hasta aquí la versión oficial de la vida de
Eustoquio Gómez, hasta aquí lo que es viva prueba de las deformaciones
históricas de las que antes hemos hablado.
Eustoquio Gómez no fue un hombre “bueno” o
“malo” simplemente. Su figura se destaca como la de un hombre de su época,
con las virtudes, defectos, pasiones, conflictos e incógnitas de una
personalidad recia enfrentada a un mundo que bajo su mirada y en parte por
su mano, estaba cambiando.
En Eustoquio Gómez confluyen perfectamente
dos relaciones alternas con su entorno. La violencia como herramienta
individual y colectiva de garantizarse la supervivencia, y mucho mas, la
preeminencia en una sociedad donde la personalidad del hombre fuerte cubila
el vacío de un Estado. Pero junto a ello, una poderosa fuerza positiva de
construcción de un espacio social deseable. En síntesis, Eustoquio Gómez fue
un guerrero civilizador.
La historia oficial no sólo ha desvirtuado
al hombre de fuerza, sino que ha ocultado con insistencia su obra de
modernización de su tierra natal, el Táchira, y luego de la zona que
disfrutó a plenitud sus virtudes de gobernante, el estado Lara.
Todo lo anterior pareciera justificar
plenamente un libro referido a Eustoquio Gómez, pero aún existen más
elementos.
Eustoquio Gómez fue un agente principal en
los momentos cuando se decidió el futuro venezolano a la muerte del general
Juan Vicente Gómez. Esta es una parte de nuestra historia inmediata que no
sólo resulta fascinante por lo anecdótico, sino que es de obligatoria
revisión para entender el proceso político venezolano contemporáneo. Porque
aparentemente en 1935 sucedió un terremoto venezolano político que barrió de
la faz terrestre todo vestigio de una familia completa, y todo parece
indicar que las cosas no fueron exactamente así.
IV
En este libro no pretendemos ilustrar la
verdad, ni la mentira, ni medias verdades, ni medias mentiras. Se buscó,
trabajando durante años con Don Eustoquio Gómez Villamizar, hijo del general
Eustoquio Gómez, recrear sus recuerdos del padre: Los sucesos presenciados,
las anécdotas escuchadas, los momentos vividos como parte de la Familia
Gómez. En ocasiones contamos con la presencia de Doña Josefita, hija también
del general Eustoquio. Ellos, dos personas salidas de la historia,
decidieron contarle al autor su versión de la historia. He aquí pues, una
versión de la historia venezolana del siglo veinte.
Mérida, 1985.
Miraflores, 1993.
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