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Eustoquio Gómez

Versión digital del libro de Edgar C. Otálvora

Editorial Pomaire. Caracas. 1993

 En el texto se identifica al autor con las iniciales “ECO”. Las intervenciones del señor Eustoquio Gómez Villamizar y la señora Josefita Gómez de Briceño se identifican con las iniciales "EG” y “DJ”, respectivamente


 

Capítulo I

Diez años después de la muerte del general

 

ECO: El 18 de octubre de 1945 se produce la caída del gobierno del general Isaías Medina Angarita. Para muchos, este día resultó el último de la dominación andina iniciada en 1899. ¿Cómo se presentó esta fecha, el día del golpe contra Medina, para ustedes, miembros de la familia Gómez?

DJ: Eustoquio se encontraba fuera del país. Había viajado a Bogotá para contratar los toros que serían lidiados en la Feria de Caracas que estaba siendo organizada por nuestro primo Juan Vicente Ladera. El había encomendado a mi hermano la tarea de ir a Colombia a seleccionar el ganado de la famosa ganadería Clara Sierras. Por aquellos días Eustoquio vivía en su casa de La Castellana en Caracas. Para aquel entonces esa era una zona con muy pocas casas, apenas unas diez casas. Nosotros siempre le criticábamos su decisión de vivir tan alejado de la ciudad.

Para el año 1945, yo vivía junto a mi esposo y mis hijos, en la urbanización La Florida. El día 18 de octubre aquello fue horrible. Por vía telefónica me informaron que la casa de mi hermano en La Castellana estaba siendo saqueada. Yo me apresuré para ir hasta la casa de Eustoquio, donde conseguimos todo aquello hecho un desastre. En aquel tiempo para ir a La Castellanas era obligatorio atravesar el para entonces pueblito de Chacao, que era una callecita con casas coloniales muy viejas.

Yo salí acompañada por nuestro chofer, un señor de apellido Reina, junto con Sarita...

ECO: ¿Cuál parentesco unía a la señorita Sarita con el general Juan Vicente Gómez?.

DJ.: Santa, era la “tía vieja” de nosotros. Una de las hijas mayores del general Gómez, había nacido en La Mulera y vivió toda su vida junto a mi padre y a nosotros.

EG.: Para Josefita y para mí, Sarita fue una segunda madre.

DJ.: Aquel 18 de octubre, cuando íbamos pasando por Chacao alguien disparó dándole a uno de los cauchos del automóvil. A pesar de este incidente, continuamos nuestro viaje hacia la casa de mi hermano. Los niños de Eustoquio, mis sobrinos, estaban en la calle. Todo estaba echado a la calle y recuerdo que Sarita logró tomar un cofrecito que contenía las joyas de la primera esposa de mi hermano. En ese tiempo Eustoquio estaba casado con una señora española a quien había conocido durante nuestra permanencia en Europa.

La gente andaba como loca. Estaban saqueando la casa de mi hermano, se llevaban los lavabos, tumbaban las puertas y golpeaban las paredes. Por el piso rodaban numerosas fotografías de cuando nosotros éramos unos niños.

Ante aquella situación, yo llevé a los niños en el carro, fuera de aquel lugar. Pero no fuimos directamente hasta mi casa de La Florida, temiendo que la turba estuviera allí. Como la casa de nuestro primo Juan Vicente Ladera quedaba cerca, en Santa Eduvigis, nos fuimos para allá. Dejé a los niños de Eustoquio en casa de Ladera, pero yo temía por mis propios hijos que aún permanecían en nuestra casa junto a mi esposo, Leopoldo Briceño.

Cuando llegué a la Florida, aquello era un infierno. Frente a nuestra casa vivía el señor Pérez Pisanti y muy cerca tenía su residencia el doctor Arturo Uslar Pietri. Ya esas casas estaban siendo saqueadas.

Vino a nuestra casa el doctor Marcelino Madriz, que estaba casado con una prima nuestra. El se ofreció para sacamos de aquel sitio.

Nos fuimos en el carro de Marcelino. Sobre el “capot” llevaba una sábana con una inmensa cruz roja, lo que nos salvó de la turba que se dedicaba a saquear la casa del señor Pisanti.

Marcelino nos llevó para una casa de hacienda que quedaba donde hoy está la Urbanización  Los Chaguaramos en Caracas, todo aquello era una inmensa hacienda, lo que hoy en día es Bello Monte eran inmensos potreros.

Poco tiempo después nos vimos obligados a tomar otra vez, el camino del exilio. Yo viajé a los Estados Unidos, en compañía de mis pequeños tres hijos, mientras mi esposo, Leopoldo, se quedaba en Caracas resolviendo los problemas de último momento, relacionados con su profesión de médico. Nuestro viaje fue hacia New York, vía Miami.

ECO: Don Eustoquio ¿qué consecuencias tuvo para usted el golpe del 18 de octubre de 1945?.

EG: Inmediatamente, al enterarnos del golpe contra Medina Angarita, viajé desde Bogotá a Cúcuta. Alrededor del día 22 de octubre, en compañía de mi primo Mario Pacheco, intentamos viajar a Venezuela, cosa que fue imposible.

Llegamos al aeropuerto de San Antonio, en el Estado Táchira, y me encontré con el comandante Isea Chuecos, quien ocupaba un importante puesto militar en aquel sitio. Me llamó para informarme de una orden por él recibida, en el sentido de hacerme preso en caso de que yo intentara regresar a Venezuela. “Móntese en aquel carro, el chofer tiene orden de llevarlo de regreso hasta Cúcuta. Y es mejor que no intente volver a cruzar la frontera”.

Posteriormente, como un mes después de aquel incidente, recibí la visita de un teniente de la policía de Cúcuta, con un oficio del gobierno colombiano donde se me ordenaba que me alejara ciento ochenta kilómetros de la frontera venezolana. Esto me obliga a regresar a Bogotá.

Estando en Bogotá conseguí casi casualmente, a un teniente del ejército colombiano a quien yo conocía. Se sorprendió muchísimo al verme y me interrogó sobre las causas de mi estadía en Bogotá. Luego de contarle mi situación, muy amablemente me ofreció su ayuda. Iba a conseguirme una audiencia con el doctor Mariano Ospina Pérez, quien era el Presidente de Colombia para aquella época.

Días después recibí una llamada de aquel teniente. Había conseguido una cita con el doctor Ospina. “Yo voy a esperarte en la antesala de la oficina presidencial así que nos vemos antes de las cuatro de la tarde”. Llegó el día fijado y me presenté en el Palacio de San Carlos, sede de la presidencia colombiana, y el teniente me estaba esperando. Pocos minutos después fui recibido por el Presidente de Colombia.

El doctor Ospina Pérez me recibe y me dice: «Mucho gusto, señor Gómez. ¿Cómo está usted?”. Era una persona muy agradable, muy fina en sus modales, un gran señor. “Mire señor Gómez, yo sinceramente creía que usted era un coronel uno de esos revolucionarios con cinturón ancho y lleno de balas, con revólver y puñal. Pero ya veo que usted es un hombre joven... no señor, inmediatamente voy a dar la orden para que le entreguen a usted un salvoconducto para que regrese a Cúcuta. Viva tranquilo en Cúcuta y sepa que aquí tiene a un amigo”.

Entonces pude regresar hasta Cúcuta, desde ahí se hacía más  fácil la comunicación con la gente amiga de Venezuela. Ese exilio fue largo, estuve viviendo en Cúcuta tres años, sin poder entrar a Venezuela. Mientras tanto mi esposa había salido rumbo a los Estados Unidos.

ECO: ¿Usted continuaba en el exilio a la caída del gobierno de Rómulo Gallegos?.

EG: No. Un poco antes del golpe del año 1948 contra Gallegos, entré en contacto con Leonardo Ruiz Pineda...

ECO: El era gobernador del Estado Táchira para esa época...

EG: El había sido mi compañero de estudios en la Universidad de Caracas y nos unía una gran amistad. En aquella oportunidad, como muestra de su generosidad y nobleza se preocupó por conocer mi situación, y durante una de sus visitas a Cúcuta, me hizo saber su deseo de conversar conmigo. En aquella oportunidad me dijo: “Eustoquio, yo no quiero que continúes en este injusto exilio. Quiero que regreses a Venezuela y por eso te enviaré el salvoconducto que te garantizará tu seguridad cuando decidas regresar al país”.

Días después fue un motorizado hasta Cúcuta. Era un enviado del Gobernador del Táchira llevando el prometido salvoconducto. La primera visita que hice cuando ingresé al país fue al Gobernador. Lo visité en el Palacio de los Leones, aquel hermoso edificio que mi padre había ordenado construir durante su estadía en el Táchira, siendo presidente del Estado. Hablamos bastante tiempo, recordando viejos tiempos de estudiantes en Caracas y sobre los nuevos tiempos.

ECO: El asesinato de Ruiz Pineda, en la opinión de muchos, fue un duro golpe en quienes representaban el espíritu adeco de los primeros años...

EG: Yo lamenté profundamente el asesinato de Leonardo Ruiz Pineda. Fue un gran hombre, una de las figuras más valiosas de Acción Democrática. Yo creo que con la muerte de Ruiz Pineda, los políticos de la vieja guardia adeca salieron ganando.

ECO: ¿Cuál fue su situación a raíz de los juicios de responsabilidad civil decretados por el gobierno adeco contra prominentes figuras del gobierno de los andinos?

EG: Después que saquearon mi casa, fue expropiada por gobierno, porque a mi me incluyeron en la lista de enjuiciados. Acudí a mi gran amigo, Ricardo Montilla, figura importante dentro de AD, a quien cariñosamente llamábamos “el chino” Montilla. Le pedía que basándose en su influencia me ayudara a librarme de tan injusta condena de expropiación. Tiempo después conocí la sentencia. Decía que aún cuando yo no había ocupado cargos públicos, yo era la prolongación de mi padre.

La casa de la Castellana fue expropiada por el Estado venezolano. Poco después se la vendieron a un militar de la época, el coronel Pulido Barreto. Cuando cae el gobierno de Gallegos y gobernaba la Junta de Gobierno presidida por el coronel Carlos Delgado Chalbaud, yo le pedí una audiencia al coronel Marcos Pérez Jiménez, quién me recibió.

ECO: En aquellos días estaban devolviendo las propiedades expropiadas en el año 1945...

EG: A todo el mundo se las devolvieron, menos a mí. Yo le pedí a Pérez Jiménez, que de ser posible me devolvieran mi casa, y fue él quien me informó de la venta de que había sido objeto mi propiedad. “vente la próxima semana que ya te tendré una noticia sobre tu casa”.

Tal como me lo pidió, regresé una semana después a su despacho. El coronel Pulido pedía quinientos mil Bolívares para devolver mi casa. Le pedí a Pérez Jiménez que le informara a Pulido que se podía quedar con mi casa porque eso no valía tanto dinero.

DJ: No le resultó suficiente a la gente todos los momentos desagradables que pasamos en 1935 a la muerte del general Gómez. Diez años después todavía se nos perseguía como a criminales.

 

 

 

 

 

 

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