ECO: El 18 de octubre de 1945 se produce la caída del
gobierno del general Isaías Medina Angarita. Para muchos, este día resultó
el último de la dominación andina iniciada en 1899. ¿Cómo se presentó esta
fecha, el día del golpe contra Medina, para ustedes, miembros de la familia
Gómez?
DJ: Eustoquio se encontraba fuera del país. Había viajado
a Bogotá para contratar los toros que serían lidiados en la Feria de Caracas
que estaba siendo organizada por nuestro primo Juan Vicente Ladera. El había
encomendado a mi hermano la tarea de ir a Colombia a seleccionar el ganado
de la famosa ganadería Clara Sierras. Por aquellos días Eustoquio vivía en
su casa de La Castellana en Caracas. Para aquel entonces esa era una zona
con muy pocas casas, apenas unas diez casas. Nosotros siempre le
criticábamos su decisión de vivir tan alejado de la ciudad.
Para el año 1945, yo vivía junto a mi esposo y mis hijos,
en la urbanización La Florida. El día 18 de octubre aquello fue horrible.
Por vía telefónica me informaron que la casa de mi hermano en La Castellana
estaba siendo saqueada. Yo me apresuré para ir hasta la casa de Eustoquio,
donde conseguimos todo aquello hecho un desastre. En aquel tiempo para ir a
La Castellanas era obligatorio atravesar el para entonces pueblito de Chacao,
que era una callecita con casas coloniales muy viejas.
Yo salí acompañada por nuestro chofer, un señor de
apellido Reina, junto con Sarita...
ECO: ¿Cuál parentesco unía a la señorita Sarita con el
general Juan Vicente Gómez?.
DJ.: Santa, era la “tía vieja” de nosotros. Una de las
hijas mayores del general Gómez, había nacido en La Mulera y vivió toda su
vida junto a mi padre y a nosotros.
EG.: Para Josefita y para mí, Sarita fue una segunda
madre.
DJ.: Aquel 18 de octubre, cuando íbamos pasando por
Chacao alguien disparó dándole a uno de los cauchos del automóvil. A pesar
de este incidente, continuamos nuestro viaje hacia la casa de mi hermano.
Los niños de Eustoquio, mis sobrinos, estaban en la calle. Todo estaba
echado a la calle y recuerdo que Sarita logró tomar un cofrecito que
contenía las joyas de la primera esposa de mi hermano. En ese tiempo
Eustoquio estaba casado con una señora española a quien había conocido
durante nuestra permanencia en Europa.
La gente andaba como loca. Estaban saqueando la casa de
mi hermano, se llevaban los lavabos, tumbaban las puertas y golpeaban las
paredes. Por el piso rodaban numerosas fotografías de cuando nosotros éramos
unos niños.
Ante aquella situación, yo llevé a los niños en el carro,
fuera de aquel lugar. Pero no fuimos directamente hasta mi casa de La
Florida, temiendo que la turba estuviera allí. Como la casa de nuestro primo
Juan Vicente Ladera quedaba cerca, en Santa Eduvigis, nos fuimos para allá.
Dejé a los niños de Eustoquio en casa de Ladera, pero yo temía por mis
propios hijos que aún permanecían en nuestra casa junto a mi esposo,
Leopoldo Briceño.
Cuando llegué a la Florida, aquello era un infierno.
Frente a nuestra casa vivía el señor Pérez Pisanti y muy cerca tenía su
residencia el doctor Arturo Uslar Pietri. Ya esas casas estaban siendo
saqueadas.
Vino a nuestra casa el doctor Marcelino Madriz, que
estaba casado con una prima nuestra. El se ofreció para sacamos de aquel
sitio.
Nos fuimos en el carro de Marcelino. Sobre el “capot”
llevaba una sábana con una inmensa cruz roja, lo que nos salvó de la turba
que se dedicaba a saquear la casa del señor Pisanti.
Marcelino nos llevó para una casa de hacienda que quedaba
donde hoy está la Urbanización Los Chaguaramos en Caracas, todo aquello era
una inmensa hacienda, lo que hoy en día es Bello Monte eran inmensos
potreros.
Poco tiempo después nos vimos obligados a tomar otra vez,
el camino del exilio. Yo viajé a los Estados Unidos, en compañía de mis
pequeños tres hijos, mientras mi esposo, Leopoldo, se quedaba en Caracas
resolviendo los problemas de último momento, relacionados con su profesión
de médico. Nuestro viaje fue hacia New York, vía Miami.
ECO: Don Eustoquio ¿qué consecuencias tuvo para usted
el golpe del 18 de octubre de 1945?.
EG: Inmediatamente, al enterarnos del golpe contra Medina
Angarita, viajé desde Bogotá a Cúcuta. Alrededor del día 22 de octubre, en
compañía de mi primo Mario Pacheco, intentamos viajar a Venezuela, cosa que
fue imposible.
Llegamos al aeropuerto de San Antonio, en el Estado
Táchira, y me encontré con el comandante Isea Chuecos, quien ocupaba un
importante puesto militar en aquel sitio. Me llamó para informarme de una
orden por él recibida, en el sentido de hacerme preso en caso de que yo
intentara regresar a Venezuela. “Móntese en aquel carro, el chofer tiene
orden de llevarlo de regreso hasta Cúcuta. Y es mejor que no intente volver
a cruzar la frontera”.
Posteriormente, como un mes después de aquel incidente,
recibí la visita de un teniente de la policía de Cúcuta, con un oficio del
gobierno colombiano donde se me ordenaba que me alejara ciento ochenta
kilómetros de la frontera venezolana. Esto me obliga a regresar a Bogotá.
Estando en Bogotá conseguí casi casualmente, a un
teniente del ejército colombiano a quien yo conocía. Se sorprendió muchísimo
al verme y me interrogó sobre las causas de mi estadía en Bogotá. Luego de
contarle mi situación, muy amablemente me ofreció su ayuda. Iba a
conseguirme una audiencia con el doctor Mariano Ospina Pérez, quien era el
Presidente de Colombia para aquella época.
Días después recibí una llamada de aquel teniente. Había
conseguido una cita con el doctor Ospina. “Yo voy a esperarte en la antesala
de la oficina presidencial así que nos vemos antes de las cuatro de la
tarde”. Llegó el día fijado y me presenté en el Palacio de San Carlos, sede
de la presidencia colombiana, y el teniente me estaba esperando. Pocos
minutos después fui recibido por el Presidente de Colombia.
El doctor Ospina Pérez me recibe y me dice: «Mucho gusto,
señor Gómez. ¿Cómo está usted?”. Era una persona muy agradable, muy fina en
sus modales, un gran señor. “Mire señor Gómez, yo sinceramente creía que
usted era un coronel uno de esos revolucionarios con cinturón ancho y lleno
de balas, con revólver y puñal. Pero ya veo que usted es un hombre joven...
no señor, inmediatamente voy a dar la orden para que le entreguen a usted un
salvoconducto para que regrese a Cúcuta. Viva tranquilo en Cúcuta y sepa que
aquí tiene a un amigo”.
Entonces pude regresar hasta Cúcuta, desde ahí se hacía
más fácil la comunicación con la gente amiga de Venezuela. Ese exilio fue
largo, estuve viviendo en Cúcuta tres años, sin poder entrar a Venezuela.
Mientras tanto mi esposa había salido rumbo a los Estados Unidos.
ECO: ¿Usted continuaba en el exilio a la caída del
gobierno de Rómulo Gallegos?.
EG: No. Un poco antes del golpe del año 1948 contra
Gallegos, entré en contacto con Leonardo Ruiz Pineda...
ECO: El era gobernador del Estado Táchira para esa
época...
EG: El había sido mi compañero de estudios en la
Universidad de Caracas y nos unía una gran amistad. En aquella oportunidad,
como muestra de su generosidad y nobleza se preocupó por conocer mi
situación, y durante una de sus visitas a Cúcuta, me hizo saber su deseo de
conversar conmigo. En aquella oportunidad me dijo: “Eustoquio, yo no quiero
que continúes en este injusto exilio. Quiero que regreses a Venezuela y por
eso te enviaré el salvoconducto que te garantizará tu seguridad cuando
decidas regresar al país”.
Días después fue un motorizado hasta Cúcuta. Era un
enviado del Gobernador del Táchira llevando el prometido salvoconducto. La
primera visita que hice cuando ingresé al país fue al Gobernador. Lo visité
en el Palacio de los Leones, aquel hermoso edificio que mi padre había
ordenado construir durante su estadía en el Táchira, siendo presidente del
Estado. Hablamos bastante tiempo, recordando viejos tiempos de estudiantes
en Caracas y sobre los nuevos tiempos.
ECO: El asesinato de Ruiz Pineda, en la opinión de
muchos, fue un duro golpe en quienes representaban el espíritu adeco de los
primeros años...
EG: Yo lamenté profundamente el asesinato de Leonardo
Ruiz Pineda. Fue un gran hombre, una de las figuras más valiosas de Acción
Democrática. Yo creo que con la muerte de Ruiz Pineda, los políticos de la
vieja guardia adeca salieron ganando.
ECO: ¿Cuál fue su situación a raíz de los juicios de
responsabilidad civil decretados por el gobierno adeco contra prominentes
figuras del gobierno de los andinos?
EG: Después que saquearon mi casa, fue expropiada por
gobierno, porque a mi me incluyeron en la lista de enjuiciados. Acudí a mi
gran amigo, Ricardo Montilla, figura importante dentro de AD, a quien
cariñosamente llamábamos “el chino” Montilla. Le pedía que basándose en su
influencia me ayudara a librarme de tan injusta condena de expropiación.
Tiempo después conocí la sentencia. Decía que aún cuando yo no había ocupado
cargos públicos, yo era la prolongación de mi padre.
La casa de la Castellana fue expropiada por el Estado
venezolano. Poco después se la vendieron a un militar de la época, el
coronel Pulido Barreto. Cuando cae el gobierno de Gallegos y gobernaba la
Junta de Gobierno presidida por el coronel Carlos Delgado Chalbaud, yo le
pedí una audiencia al coronel Marcos Pérez Jiménez, quién me recibió.
ECO: En aquellos días estaban devolviendo las
propiedades expropiadas en el año 1945...
EG: A todo el mundo se las devolvieron, menos a mí. Yo le
pedí a Pérez Jiménez, que de ser posible me devolvieran mi casa, y fue él
quien me informó de la venta de que había sido objeto mi propiedad. “vente
la próxima semana que ya te tendré una noticia sobre tu casa”.
Tal como me lo pidió, regresé una semana después a su
despacho. El coronel Pulido pedía quinientos mil Bolívares para devolver mi
casa. Le pedí a Pérez Jiménez que le informara a Pulido que se podía quedar
con mi casa porque eso no valía tanto dinero.
DJ: No le resultó suficiente a la gente todos los
momentos desagradables que pasamos en 1935 a la muerte del general Gómez.
Diez años después todavía se nos perseguía como a criminales.
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