El fallecimiento en el 2003 del cardenal
Ignacio Velasco, arzobispo de Caracas, avivó el enfrentamiento entre
el Gobierno venezolano y la Santa Sede. Las tensiones entre el
gobierno izquierdista y la Iglesia comenzaron seis años atrás,
cuando tras esperar varios meses por una audiencia presidencial, la
Conferencia Episcopal fue sede para una tensa conversación entre el
Presidente y la alta jerarquía eclesiástica venezolana. “Se está con
el gobierno o contra el gobierno”, habría sido la posición oficial.
“La Iglesia tiene más de 2.000 años de historia”, habría sido la
respuesta de los obispos. El presidente de la Conferencia Episcopal,
monseñor Baltasar Porras, fue sumado a la lista oficial de “enemigos
del gobierno”, siendo tema de airados discursos presidenciales y
blanco de agresiones físicas y procesos judiciales en la ciudad de
Mérida, donde ejerce como arzobispo. Las relaciones con el Vaticano
han estado también en tensión desde entonces. La diplomacia del Papa
debió rechazar el amago para designar a un militar como embajador
venezolano ante la Santa Sede, violando viejas reglas vaticanas.
Este hecho, sumado a la posición crítica de la Nunciatura que ejerce
la vocería del Cuerpo Diplomático acreditado en Caracas, sirvió de
argumento para gruesos ataques presidenciales, ante las cámaras de
TV, contra el nuncio. Pese a que en el interior de la Iglesia se
cumplió el usual proceso de consultas para escoger al nuevo
arzobispo de Caracas, su designación fue paralizada ante la amenaza
de veto gubernamental, basándose en el convenio que norma las
relaciones entre los dos Estados. El Gobierno abiertamente promovió
obispos que considera ideológicamente leales, mientras activaba
acciones de desprestigio contra quienes señala como “enemigos”.
Con el inicio del gobierno de Benedicto XVI, la usualmente discreta
diplomacia vaticana, hizo público el conflicto existente para la
designación del arzobispo de Caracas. El derecho de la Iglesia a
designar sus autoridades fue exigido directamente por el Papa, en un
discurso público de finales de agosto. Todo indica que para ese
momento ya el Vaticano, con el impulso del nuevo Papa, había
decidido poner fin a la ausencia de titular en la principal
arquidiócesis de Venezuela. Desde que comenzaron las diferencias
entre el Gobierno y el Vaticano por la designación caraqueña, en
Roma se asomó una opción: el Papa designaría un administrador
apostólico para Caracas, figura no vetable por el Gobierno. Al
parecer, la Santa Sede fijó el próximo día de San Miguel, el 29 de
septiembre, como fecha límite para decidir al respecto. Según
fuentes confiables, el Vaticano decidió hacer valer los resultados
de la designación hecha por Juan Pablo II y confirmada por Benedicto
XVI en la persona del arzobispo de Valencia, monseñor Jorge Urosa.
La diplomacia revolucionaria habría fracasado en su intento de
torcer el brazo del Vaticano, así como se enteró tarde de la
descertificación impuesta por Washington la semana pasada.
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