LOS GUERREROS DEL MERCOSUR
Venezuela Analítica, Caracas, Venezuela, enero 2000
El Mercosur ya estuvo de moda. Después de su nacimiento en
1991, todos querían saber de él, estar cerca, hacer negocios con aquel
surgiera como el poderoso bloque comercial del sur. Los europeos pensaban
que una relación estrecha con el Mercosur les permitiría compensar la
hegemonía económica norteamericana. Venezuela y Colombia se trampeaban en
sus esfuerzos por agradar al nuevo bloque. No pocos en las alturas de
Washington vieron con malos ojos el enlace de dos de las principales
economías de la región y no faltaron actos que obviamente buscaban abrir
brechas entre Argentina y Brasil. Por su parte, los organizadores de evento
anual del jet set financiero mundial en Davos, llegaron incluso a crear una
versión “mercosur” de su reunión empresarial.
El Mercosur estaba de moda. Brasília y Buenos Aires se
permitían actuar cual hermanos mayores para poner orden en casa, por
ejemplo, cuando el general Oviedo intentó derrocar al gobierno paraguayo. El
Mercosur tiene su código político que excluye automáticamente a cualquiera
de sus miembros que abandone la ruta democrática.
El experimento de apertura comunitaria comenzó a hacer agua
en 1997. Las medidas económicas que Brasil tomó en octubre de aquel año,
buscaban poner coto al déficit de la balanza comercial, uno de los dolores
de cabeza creados por la fortaleza que la moneda brasileña había adquirido
ante el dólar. Con el tiempo, el paquete de Cardoso incluyó una devaluación
del real y un incremento de los mecanismos de control del comercio externo,
que se tradujeron en medidas para-arancelarias que limitaban las
posibilidades de acceso al mercado brasileño, incluso para sus socios del
Mercosur. La reducción de la capacidad de compra de los brasileños
inmediatamente se reflejo en sus pedidos de productos argentinos. Uruguayos
y argentinos comenzaron a quejarse porque sus quesos debían esperar en la
frontera, para cumplir nuevas medidas sanitarias impuestas por Brasil.
Ciudad del Este, antigua ciudad Strossner, en la frontera paraguaya con
Brasil, se convirtió al calor del Plan Real brasileño, en el más exitoso
centro de redistribución de mercancía de contrabando y pirateada del
continente, dejando atrás a Maicao, San Andrés o Panamá. El férreo control
brasileño contra los contrabandistas y la pérdida del poder adquisitivo del
brasileño convirtieron a Ciudad del Este en una sombra del otrora
resplandor.
Argentina por su parte, no sólo perdió compradores
brasileños. Comenzó a sentir el ingreso masivo de productos brasileños con
menor precio. La reacción del gobierno Menen fue, durante sus dos últimos
años, de dar oídos y apoyar los reclamos proteccionistas de diversos
sectores empresariales. Así, las textileras y fábricas de calzados del sur
brasileño vieron paralizadas sus mercaderías en largas esperas burocráticas,
incluso de meses, antes de poder llevar sus productos hasta su socio
argentino. En paralelo, Brasil se ha convertido en receptor privilegiado de
inversión directa extranjera, e incluso, fábricas instaladas en Argentina
han cerrado sus puertas, trasladando sus líneas de montaje a Brasil
Fueron muchas las reuniones de emergencia, en Brasilia, Río
de Janeiro y en Buenos Aires, que protagonizaron los gobiernos brasileño y
argentino en los dos últimos años. Pequeñas disputas comerciales se
transformaron en verdaderas batallas políticas, donde las cancillerías y
ministros de economía rápidamente se tornaban en guerreros rivales,
escenificando torneos donde casi siempre, los presidentes tenían que
intervenir para intentar bajar los ánimos: cosa que no siempre lograban.
La llegada del nuevo gobierno argentino ha abierto espacio
para una modificación en la forma como se viene produciendo el entronque
entre Brasilia y Buenos Aires, en las negociaciones sobre temas nuevos y
sobre el no siempre calmo día a día del experimento comercial sureño.
Buenos Aires dio el primer paso. El gobierno de De la Rúa ha
decidido crear un mecanismo con funciones precisas, en cuanto a sus
negociaciones con Brasil. La decisión del nuevo gobierno es clara: el
Ministerio de Economía define las políticas y la Cancillería se encarga de
defenderlas ante su socio mayor, el Brasil de Fernando Henrique. El
vicecanciller argentino, Horacio Chighisola, será el jefe de las
negociaciones ante Brasilia, restándole relevancia al rol cumplido por la
burocracia del Ministerio de Economía, durante el gobierno Menem.
Brasilia ha respondido dándole un nuevo status a la
instancia oficial de contacto con Argentina en lo tocante al Mercosur. El
gobierno brasileño ha designado un Embajador para atender las negociaciones
regionales, bajo el título de Embajador Extraordinario para Asuntos del
Mercosur. La designación recayó sobre uno de los pilares de las
negociaciones comerciales brasileñas bajo el gobierno de FHC, el Embajador
José Botafogo Gonçalves. Duro negociador, tal como ya lo demostrara con los
miembros de la Comunidad Andina.
La creación de una diplomacia paralela por parte de Brasil
(paralela pero estrechamente dependiente de la Cancillería de Itamaraty)
para los asuntos Mercosur, y la institucionalización diplomática de la
representación argentina en el seno de los debates Mercosur, podría
representar una llamada al orden en esas negociaciones. Orden necesario pero
no suficiente. Porque las cancillerias tienden a convertir sus batallas en
causas nacionales, cuando en realidad suelen ser sólo escaramuzas
burocráticas.
Ambos gobiernos han designado a sus nuevos
gladiadores...vale la pena esperar la conclusión del nuevo round del
Mercosur.
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