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A FAVOR DE LA COLOMBIA DEMOCRÁTICA

El Universal, Caracas, Venezuela, 11 de septiembre de 2000


                       

            Un claro error de marketing ha tenido el gobierno de Andrés Pastrana, respecto al Plan Colombia. Pero el errado manejo de imagen, no puede ser razón para que los demócratas del continente echen al pajón el más completo esfuerzo político, económico y militar que el Estado colombiano ha desarrollado para desarraigar la violencia guerrillera de su país.

            El Plan Colombia parte de un supuesto clave: es necesario destruir la red de producción de drogas ilegales, para debilitar la base de financiamiento de la guerrilla, y más específicamente de las FARC.  Esta concepción se produce en un marco de circunstancias que deben tomarse en cuenta para entender lo que ocurre al otro lado del río Táchira.

Hasta ahora la acción del estado colombiano sobre la violencia ha estado maniatada por un estado de la opinión pública bogotana, que en ocasiones, parece no percatarse de la gravedad del conflicto militar que se desarrolla fuera de la capital. En medio de la tranquilidad capitalina, el tema de la guerrilla suele tornarse tema de abogados, fiscales, ONG y jueces, quienes al final suelen liberar alegando razones procedimentales, a combatientes guerrilleros detenidos en medio de sangrientos combates.

Pareciera que el gobierno colombiano ha  definido una estrategia que entiende al narcotráfico y la guerrilla como dos caras de un mismo problema, ameritando una respuesta unívoca que pasa por la militarización del combate contra el narcotráfico. Así surgen dos componentes importantes: uno, la corresponsabilidad mundial en los costos del combate contra el narcotráfico;  y dos, el reconocimiento de la guerrilla colombiana como un problema de seguridad para la comunidad democrática del continente: aspectos que los Estados Unidos tardaron  demasiado en comprender. El cambio de actitud gringa es una victoria diplomática del gobierno Pastrana, quien logró un giro de percepción del hecho colombiano tras la desastrosa e inútil confrontación de Washington contra el gobierno Samper.

El programa colombiano incluye sustitución de cultivos y creación de bases productivas en las tierras colonizadas por la guerrilla y el narcotráfico. Hasta ahora lo más  publicitado es el contenido militar y específicamente, el aporte norteamericano de varias decenas de helicópteros artillados y blindados.  De acuerdo con información  hecha pública con motivo del debate del Plan Colombia en el Congreso de EEUU, la entrega total de los equipos  sólo concluirá en año y medio, tiempo necesario para la producción de los mismos. En definitiva, el desarrollo pleno del Plan Colombia corresponderá administrarlo al liberal Horacio Serpa, a la conservadora Noemí Sanin o a cualquier otro que tome posesión de la Presidencia de Colombia en 2002. Este hecho hace pensar que las reacciones de la guerrilla colombiana y sus  propagandistas y aliados externos  es  una temprana respuesta política, ante un plan que pondría en jaque el poderío de las FARC.

Las últimas informaciones disponibles, indican que el crecimiento de tropas que las FARC vivió durante el gobierno Samper (demasiado ocupado en defenderse de Washginton) comienza a revertirse como un alto costo operativo. Mantener en pie de guerra a  20.000 hombres, armados, alimentados, vestidos con uniformes y símbolos, tiene altísimos costos. Un informe anónimo de origen aparentemente militar,  que circuló en Bogotá hace algunas semanas, da cuenta de la preocupación del estado mayor de las FARC sobre “las dificultades en la situación financiera de los bloques” y la necesidad de unificar el cobro de los diversos impuestos al narcotráfico. Por otra parte, ese documento señala ( y ya las noticias recientes lo han confirmado) que las FARC se disponen a tomar militarmente los territorios controlados por el ELN y el EPL (zona petrolera de Arauca, sur de Bolívar y Santanderes), asumir sus fuentes de finanzas e impedir que esos grupos lleguen a acuerdos con el gobierno que signifiquen entrega de armamento.

Existe dentro de la élite colombiana, una cierta esperanza sobre la efectividad de la nueva estrategia colombiana, la cual podría aprovechar la debilidad logística de la guerrilla cerrándole sus fuentes primarias de divisas.

Dentro de esas perspectivas debería  estar la posición de Venezuela ante Colombia.

            Muchas veces escuché a militares venezolanos quejarse porque Colombia sólo protegía sus grandes ciudades, permitiendo que narcocultivadores y guerrilla fijaran operaciones en las áreas fronterizas. Lejos pueden los militares venezolanos, en sana continuidad de doctrina, rechazar el actual plan colombiano para confrontar estos elementos de indiscutible efecto perverso sobre la soberanía nacional. Por el contrario, las fuerzas armadas venezolanas deberían estar diseñando su propio aporte a sus colegas colombianos, en continuación de las operaciones coordinadas que en el pasado se cumplieron.

            Lamentablemente el actual gobierno venezolano posee compromisos internacionales, que hacen que nuestro país esté dando cobardemente la espalda a Colombia. Esos compromisos figuran en el acta final del II Congreso Anfictiónico Latinoamericano y del Caribe, celebrado en Caracas durante 1997. Dicho Congreso, organizado por el Foro de Sao Paulo, agencia de esa izquierda latinoamericana que ahora se auto proclama bolivariana, acordó “exigir la neutralidad del gobierno venezolano en el conflicto interno de Colombia y oponernos a la presencia de asesores militares extranjeros en nuestra frontera”.  Ya en marzo de 1999, el presidente Chávez en fiel cumplimiento de los acuerdos del Foro de Sao Paulo, se declaró “neutral” en el conflicto colombiano. Ahora, cuando Colombia logra concertar los recursos para una acción militar contra la guerrilla, el presidente Chávez se muestra contrario “a la presencia de asesores militares” en Colombia.

            Gusta el presidente Chávez decir, en genérico, que su gobierno apoya a Colombia. Eso no basta.  Venezuela debe estar con la Colombia encabezada por sus legítimos dirigentes, que lucha por el mantenimiento de su democracia.

 

 

 

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