Hace un par de
días, el personal de seguridad del aeropuerto detectó a un joven que
intentaba introducirse en el sistema de tren de aterrizaje de un avión. La
aeronave tenía como destino a los Estados Unidos, pero al contrario de lo
que mis estimados lectores pudieran estar pensando, el hecho no ocurrió en
Barranquilla o en La Habana.
Ocurrió en Maracaibo, la
segunda ciudad del país, la capital petrolera venezolana.
Desconozco detalles, porque
lamentablemente la prensa no se ha dedicado a definir detalles de este
candidato a emigrante ilegal venezolano.
En todo caso, este muchacho
salvado de morir aplastado por el sistema de aterrizaje, asfixiado por
falta de oxigeno, o congelado por falta de presurización, cuyo cuerpo
probablemente hubiera caído destrozado a tierra en las proximidades de algun
aeropuerto en La Florida, es un macabro símbolo de los tiempos que corren.
Todos tenemos un sobrino, una
vecina, un compañero de la facultad, todos comenzamos a tener un emigrante
en la familia. Hasta hace poco eran los muchachos recién graduados con ganas
de casarse y vivir con dos mil dólares. O el cuarentón que ya no consigue
trabajo de programador. O el locutor de radio o el técnico en televisión que
recibieron una inmejorable oferta de trabajo. Los balseros aéreos como
alguien con tino los ha calificado.
Pero a esos balseros con
tiquete aéreo, ya no les va tan bien como esperaban. El sueño americano al
parecer no es tan fácil como se lo vendieron en la serie de televisión.
Recuerden que cual salvadoreños, algunos venezolanos mayameros solicitaron
status de refugiados como consecuencia de la tragedia de Vargas. Querían
meter el cuento de que su partida al norte se debía a los serios problemas
económicos causados por las lluvias.
A los militares retirados, a
los políticos en conserva, a los empresarios con casa allá y negocio aquí, a
todos ellos se les está sumando una nueva migración, menos chic, menos
cosmopolitan. Ya ellos crearan su modus vivendi de venezolanos en el exilio
mayamero, con sus respectivas clases y subclases.
Pero los que nos quedamos,
tendremos que comenzar a acostumbrarnos a una nueva imagen del venezolano en
el extranjero. El “ta barato dame dos” pareciera que sólo está quedando para
los más altos dignatarios revolucionarios. Los demás ya saben que la ruta
hacia el norte es de polizón.
Ojalá que los
venezolano-americanos no comiencen a reemplazar a los chicanos, peruanos o
dominicanos, en esos deprimentes espectáculos que llaman talk-show y donde
se muestran las miserias que Latinoamérica exporta.
Saludos para todos. Nos seguimos
hablando... y hasta la próxima vez.
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