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LA CRÓNICA DE EDGAR C. OTÁLVORA


Caracas, Venezuela 22 de Febrero, 2001. Año 2.Edición No.7 Se distribuye semanalmente (...o cuando haga falta)

La Crónica de Edgar C. Otálvora

conFUSIÓN

La Crónica de Edgar C. Otálvora

           Los bancos venezolanos andan en la moda de la confusión, llamada por los expertos y los medios como fusiones.

           Personalmente he vivido intensamente la confusión del banco donde mantengo una cuenta corriente desde el siglo pasado.

           Cuatro meses atrás, el banco informó que de forma urgente, todos los clientes debíamos actualizar nuestros datos. A casa llamaron cinco veces, pidiendo confirmar los datos por esa vía, o solicitando que me dirigiera a mi respectiva sucursal. Por aquello de no dar información por teléfono, me embarqué en una de esas colas típicas de El Paraíso y cumplí mi responsabilidad.

           Ya a mediados de enero, por radio y TV, el banco conminó a todos sus clientes a cambiar su tarjeta. Caso contrario, el primero de febrero el cliente que no cambiara su tarjeta, amanecería en ese limbo del no ser, del no estar: el limbo de no poder ordeñar al cajero automático ni pedir el saldo vía fax desde la comodidad de su hogar.

           Por supuesto que recibí el primero de febrero con mi nueva tarjeta en el bolsillo. Ya me habían advertido la señorita que me atendió en el banco,  que las tarjetas viejas fenecían el 31 de enero, pero las nuevas sólo funcionarían el cinco de febrero. Después en la televisión vi que las tarjetas empezarían a funcionar el día doce de febrero y más tarde anunciaron que las nuevas tarjetas valdrían el día diez.

           Viendo como el banco hacía un brindis que hasta con ministro contó, viendo que el banco hasta compró la portada de varios diarios para anunciar su confusión, también veía que los días pasaban y mi tarjeta seguía muerta.

            Luego del gran día de la confusión, sin tarjeta activada, y ya clausurada la oficina que usualmente usaba, me han señalado que debo reunirme con una asesora financiera para dilucidar el problema de mi tarjeta. He visitado media docena de oficinas del banco. En cada una de ellas encuentro filas de decenas de clientes y clientas esperando su turno para la reunión con la asesora financiera. Fila que me niego a hacer porque yo, al contrario de esos clientes y clientas, yo sí cumplí con mi responsabilidad de cambiar a tiempo mi tarjeta. Apelando a esa tradición del padrinazgo, abordé a un subgerente de sucursal, le expliqué mi caso, y él muy  amablemente imprimió un resumen de los movimientos de mi humilde cuenta, pero igualmente me manifestó que para el asuntico de la tarjeta sólo las señoritas asesoras financieras me podían atender.

               He llamado a todos los teléfonos que ofrece el banco. He gastado una fortuna en teléfono conectándome a Internet para visitar la página del banco que ofrece soluciones para todo. Hasta ahora, en los albores del nuevo mes sigo sin tarjeta. A los efectos bancarios no soy nadie, y por ello cada vez que Olga me pide que compre alguna cosa para completar el almuerzo, debo hacer cola en el banco para cobrar un cheque. Porque para más vaina, ahora los bancos no conforman cheques por montos pequeños, y para comprar medio kilo de merluza esta mañana debí pasar una hora ante la taquilla del banco, esperando para cobrar un chequecito.

Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez.

 

 

 

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