Los lunes eran un día esperado
por muchos venezolanos, para enterarse de los dividendos que pagarían las
apuestas de las carreras de caballos dominicales. Hoy, esperamos las
estadísticas de homicidios y robos ocurridas entre la noche del viernes y la
madrugada del lunes.
El tema de la
delincuencia ha venido ganándole terreno a cualquier otro, al momento de
conversar con el vecino de silla en la barbería o con los parientes que
vienen de visita. Temas como las mujeres de servicio, el tráfico, la
carestía, la mudanza a Miami del hijo de la vecina o el último modelo de
uniforme militar estrenado por el presidente de la república, han dado paso
a la monotemática reseña sobre la delincuencia que acecha y acecha a cada
uno de nosotros los que aún vivimos en el país.
Todavía se recuerda
aquellos tranquilos días de principios de los noventa, cuando la
delincuencia azotaba robándole los zapatos Nike a los muchachos en la calle.
Aquellos robos de adminículos deportivos resultan una bobada comparados con
los cuentos que hoy se escuchan. Ahora también se habla de justicia popular,
colectiva y anónima: de linchamiento, para hablar más descarnadamente.
Linchamiento: método establecido por la muy gringa Ley de Lynch, elevada a
la categoría artística en la muy española Fuenteovejuna y promocionada por
Ibsen Martínez cuando al son de Yordano, invitaba a asesinar dirigentes
sindicales desde las pantallas de Radio Caracas Televisión.
El linchamiento, para
salud moral y estética de quienes habitamos en el Valle de Caracas, parecía
seguir siendo asunto lejano de allá arriba en los cerros. El linchamiento
para muchos, es todavía una modalidad suburbana, propia de zonas donde no
entra la policía, según cuentan. La semana pasada pude ver que no hay cosa
más falsa: el linchamiento no es cosa lejana y ajena. El linchamiento ya
está entre nosotros.
El viernes fui a una de las varias
oficinas de una empresa, de la cual obviamente no daré su nombre. Pero puedo
decirles, estimados lectores, que esta empresa vende boletos aéreos, divisas
y ediciones especiales de monedas...(ya adivinaron el nombre de la
empresa???). Efectivamente, estoy hablando de esa casa de cambios que todos
conocemos. Total del cuento...En la muy custodiada oficina de compra venta
de dólares, en las paredes y para la vista y revista del público han
colocado un cartelón con la fotografía de una mujer. Un típico aviso de “Se
busca”.
El título del letrero
dice: “Profesión: Delincuente. Especialidad: Estafadora”. Al píe de la foto
explica que la señora es experta en clonar tarjetas de crédito y robar con
ese método. El departamento de seguridad pudo simplemente distribuir
fotografías entre los empleados, para advertirlos de la peligrosidad de la
señora delincuente. Pero obviamente no creyó que eso fuera suficiente, y en
vez de apelar a las autoridades policiales o judiciales, prefirió linchar a
la señora, por lo menos en fotografía.
Lo que hace el
departamento de seguridad de Italcambio (¡caramba!... se me salió el nombre
de la empresa...) creo que no se diferencia en nada de los linchamientos
mediante los cuales, según la prensa, los habitantes de los barrios pobres
hacen justicia por sus propias manos, a falta de autoridad que se encargue
de los delincuentes.
A propósito, tal como
están las cosas en estos días, parece que llamar a las autoridades puede
resultar peor que el mismo delito que se quiere denunciar. Fíjense,
estimados lectores, en el caso reciente de un amigo de Mérida. Un médico le
diagnosticó a la hija de mi amigo, una gravísima infección que obligaría a
una intervención quirúrgica que (cuatro millones de bolívares mediantes)
probablemente implicaría la pérdida del útero de una muchacha de 21 años.
Luego de consultar a otros médicos y en medio de la lógica preocupación
paternal, mi amigo fue informado que su hija sólo tenía una fiebre asociada
a una infección en la garganta. Mi amigo decidió denunciar al médico de los
cuatro millones, quien por cierto atiende en la más famosa de las clínicas
privadas de la muy universitaria ciudad de Santiago de los Caballeros de
Mérida.
Decía que llamar a las
autoridades puede resultar peor que quedarse callado ante los delincuentes.
Ahora, mi amigo ha tenido que sacar a su hija de Mérida porque comenzaron a
recibir llamadas amenazadoras; las autoridades policiales junto a los
fiscales exigen realizar una inspección vaginal a la joven (nadie entiende
para qué), y los fiscales encargados del caso en vez de adelantar la
investigación contra el médico, han convertido a mi amigo de acusador en
acusado y hasta de falsificar informes médicos lo quieren señalar.
Quizá mi amigo debería
hacer como Italcambio, y publicar una foto del médico de los cuatro
millones, para así conocerle la cara y nunca llevarle una hija para que la
atienda. No cabe duda, y que vergüenza produce, pero Lynch anda suelto entre
nosotros.
Saludos para todos. Nos seguimos
hablando... y hasta la próxima vez.
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