En aquellos días, cada tres o cuatro meses
podía viajar a Caracas. Los generosos ciento cincuenta bolívares por
artículos de página editorial de El Nacional, o los cuatrocientos cincuenta
por trabajos en Feriado, o los cuatrocientos de los artículos en las páginas
culturales de Sofía Imber en El Universal esos eran los recursos que me
permitían viajar a Caracas.
Venir a Caracas significaba una rutina de dos o tres días, que vista
desde hoy resulta agotadora. Visita a las exposiciones de arte del momento,
librerías Lectura y Suma, cine y teatro, mucha Rajatabla, mucho Alberto de
Paz y Mateos. Y mucha Sabana Grande...mucha Vesuviana, mejor dicho.
Cuando llegaba agosto y las vacaciones colectivas en la Universidad
de los Andes nos sacaban a locales y a extraños hacia la playa y Caracas, la
Vesuviana se convertía en sitio obligado para que ñangaras y no ñangaras, se
acercaran para una cerveza y una pizza. El café en el gran café, la pizza de
la Vesuviana y de vez en vez, comida árabe en La Soledad, porque en aquellos
días todavía no existían restaurantes árabes en Mérida.
Hoy en día vivo a diez minutos (bajando) o veinte minutos (subiendo)
a pie de Sabana Grande. Hoy en día visito a Sabana Grande menos que aquellos
días cuando hacerlo significaba un viaje de 45 minutos en avión o de 13
horas en autobús. Conste que he hecho esfuerzos por ir a Sabana Grande, en
conseguirle el lado positivo de la cosa. Pero poco se puede hacer. Recién
llegado a Caracas, a principios de año, comencé a encontrarme con un amigo
(proyectos de negocios en mente...) en el Gran Café. La tercera cita fue en
mi casa, era más fácil y menos peligroso.
Porque a la ya conocida alta probabilidad de atraco u homicidio a
los cuales nos arriesgamos al salir a la calle, ir a Sabana Grande se
convirtió en algo así como una inmersión súbita en el escenario de Blade
Runners.
Imposible dar un paso seguido de otro, sin confrontar la duda de pisotear
los manteles de ventas con revistas viejas españolas, o pantaletas
colombianas, o palitos de incienso, o fotos de la pareja presidencial
bolivariana. Puede intentar, mi estimado lector, moverse un poco hacia la
derecha para verse atrapado entre una multitud que observa la demostración
de un pela-papas especial. También podría intentar caminar en la otra acera
y descubrir de pronto que no hay forma humana de atravesar hasta la otra
acera, porque lo impide una larga muralla de vendedores informales que
proyectan su capitalismo salvaje desde las puertas del otrora chic Centro
Comercial Chacaito hasta las puertas mismas de la torre La Previsora.
Si bien Piero prefirió hacerse colombiano, todavía de vez en cuando uno
escucha aquella canción de “Caminando por Caracas”, escrita cuando al
izquierdoso ex argentino le impresionaba El Pulpo y La Araña, y la facilidad
con la cual los venezolanos le pagaba los tragos. Piero sin proponérselo
compuso treinta años atrás una verdadera canción a la utopía. Porque caminar
por Caracas es cada día más, una utopía.
Utopía que está en pugna con este capitalismo salvaje que expande sus garras
desde la puerta del cementerio general del sur hasta la salida del metro en
Petare. Capitalismo salvaje que en estos tiempos de interminable
transición, se ha transformado en la esencia misma del hecho económico, en
la sustancia misma del hecho social, en la base de toda riqueza y toda
pobreza: en la gran buhonería nacional. Viva la buhonería, adiós a Sabana
Grande. A comer pizza traída por motorizado y a caminar en algún apretado
centro comercial.!!!
Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez.
PD: La consigna sigue siendo FF. Fuera Fidel!!! |