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"Mirando el Vecindario"

 

 

LA CRÓNICA DE EDGAR C. OTÁLVORA


Caracas, Venezuela 04 de Julio, 2000. Edición No.9 Se distribuye semanalmente (...o cuando haga falta)

La Crónica de Edgar C. Otálvora

 EL TICKET

La Crónica de Edgar C. Otálvora

 

El otro día fui a un supermercado que forma parte de una hipertienda, muy moderna  ella, que hasta pertenece a una cadena internacional. Era una de esas compras de última hora para un almuerzo dominguero que ofrecíamos en casa. Cuando salía del supermercado chic me detuvo un vigilante y con tono golpeadito me dijo “¡el ticket!”. Ingenuamente supuse que se trataba del ticket del estacionamiento, y que aquel señor de uniforme se había  percatado que no me lo habían sellado, pues lo más lógico dado lo chic del supermercado, era que él se preocupara por este detalle.

            Le entregué el ticket del estacionamiento y aquel señor de uniforme, ofendido y bramando me preguntó si yo estaba jugandito con él. “Mire amigo, el ticket de la caja, y déjese de esos jueguitos y respete a la autoridad”. Aquel señor vigilante me hizo entrar en conciencia. Primero, por muy refinado que sea el supermercado-tienda por departamentos, allí también revisan las bolsitas del mercado para impedir que la clase media se dé a la fuga con alguna latica de anchoas en el bolsillo. Segundo. El vigilante, sabedor del pensamiento de sus patrones, me trataba como si él y yo fuéramos compinches de botiquín.

            Pero aparte de la defensa a la propiedad privada, ante los probables ataques de nosotros los empobrecidos clases media, el cuento viene a colación para referirme a un personaje imprescindible en la vida de esta ciudad, que ahora han dado en llamarla Gran Caracas.

            Me refiero al ticket o al tiquete.

Guardias armados aparte, en la puerta de todas las panaderías de la ciudad que tienen puertas (en algunas zonas de alta concentración de votos bolivarianos, ya atienden a través de barrotes), ahora han colocado a un personaje epicentral en el hecho económico que constituye la compra de dos canillas y un litro de jugo de naranja. Se trata del encargado de entregar un ticket a todo consumidor que entre al sitio. Usted pide sus dos canillas, la jovencita las pesa y pide “...el ticket!”. Allí anota las claves de la compra de las dos canillas. El joven que atiende la nevera coloca sobre el mostrados el litro de naranja (60 por ciento de legítimo jugo artificial concentrado) y sin levantar la vista exige “el ticket...!”. Usted va hasta la caja y la señora pide gruñe “el ticket...”, y antes de Usted superar el marco de la puerta estará allí el guardián que exigirá  “el ticket”. 

Porque ya el ticket no es la factura para pedir descuento en el impuesto sobre la renta, o para mandar al muchacho de la casa para que “le cambien esas canillas que deben ser de ayer porque están tiesas”. No. Ahora el ticket es la prueba de que por esta vez, el clase media no se atrevió a irse sin pagar el pastelito de queso y el cafecito marrón. Es decir, el ticket ya no es una factura sino un salvoconducto para que el guardián de la puerta permita que uno salga en libertad, después de haber osado poner en riesgo la propiedad del portugués de la esquina.

Concluí que si quería ahorrarme la revisión policial a la salida de la tienda por departamentos o de la panadería,  sería conveniente hacer las compras en un camioncito que se estaciona los viernes en la mañana cerca del edificio donde vivo. El dueño del camioncito, por lo menos, saluda con “buenos días...” y no pide ticket. El problema es que el camionero sólo vende verduras y algunas frutas que trae de la Colonia Tovar. Pero en serio, que maravilla es poder comerse unos duraznos cuya compra no ameritaron el susodicho ticket.

            Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez.

 

 

 

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