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LA CRÓNICA DE EDGAR C. OTÁLVORA


Caracas, Venezuela 10 de Julio, 2000. Edición No.10. Se distribuye semanalmente (...o cuando haga falta)

La Crónica de Edgar C. Otálvora

 CAMINO A LA SANTIDAD 

La Crónica de Edgar C. Otálvora

        

            Siempre pensé que la santidad era una de esa ilusas ilusiones humanas. Equivocadamente pensaba que en todo caso, la santidad era asunto de seres especiales, iluminados, escogidos por el Santísimo.

            Aceptar que existe la santidad implica dos ideas igualmente difíciles de manejar. En primer lugar, la santidad supone que existe algo que pueda llamarse de  "santo". En estos días de cambio de milenio,  entre palitos de incienso, afiches de angelitos y muebles country no pareciera descabellado pensar en cosas santas. Pero cosas santas del más allá, porque (y esa es la segunda idea) la sola suposición de santos del "mas acá" es por lo menos, discutible.

            Esfuerzos supremos ha hecho su Santidad Juan Pablo II para demostrarnos que aún hoy existen santos. Algunos quizá sospechosos de favoritismo político por los lados del Opus Dei, otros con indiscutible acento nacionalista, para recordar a polacos o venezolanos que por esas tierras también se produce santidad. Aparte del impulso papal a la causa de la santidad, la opinión generalizada  pone en duda cualquier posibilidad de un renacer de la santidad.

            Estoy cada vez más convencido que la santidad está en camino de convertirse en poco menos que una epidemia. Estamos a las puertas de una masiva explosión de santidad, en los cuatro costados de nuestro planeta neoliberal y globalizado. Pese a los peores augurios de los escépticos o  ateos, la santidad pronto estará de moda. Me pongo como ejemplo.

            Bastó que una mañana mi tensión arterial llegara a 200, juntándose al reciente descubrimiento de una hernia hiatal,  para que con la humildad del caso comenzara mi camino hacia la santidad.

            Ya el gastroenterólogo había señalado el fin de mis días de tomador de jugo de naranja. Debo confesar que mi odontólogo-periodontista me había exigido el uso de pitillo para tomar el cítrico jugo para así evitar la retracción de las encías. Pero el gastroenterólogo fue más severo: nada de naranja, piña, limón, gaseosas, cerveza, y un traguito de whisky sólo de vez en cuando. Además de mandarme a colocar unos ladrillos en las patas superiores de la cama, el gastroenterólogo retiró de mi dieta todo tipo de salsas, café y cigarrillos. Estos últimos, en un acto premonitorio de clara inspiración divina, ya habían sido retirados de mi ingesta diaria, algunos años antes.

            Volviendo al cardiólogo. El listado de exámenes a los cuales fui sometido parecía una verdadera lista de mercado. De mercado como los que se hacían antes, quiero decir. Después de múltiples exámenes para precisar las causas de la hipertensión, se concluyó que no hay causas. Es decir, tengo una hipertensión reflexiva, que se explica por sí sola: un verdadero portento ontológico, en otras palabras.

            Con hipertensión autojustificada, los cardiólogos se han dado el placer de entregarme cada uno de ellos, su lista de productos que poco a poco han abandonado mi plato y mi vaso. Y como en los últimos cuatro años he mudado tres veces de ciudad, he recibido por lo menos cinco o seis listas de productos prohibidos. Nada de licores, nada de comidas pesadas, cero grasas, cero triglicérido, cuidado con el aguacate, cero colesterol del malo, nada de mariscos y de chuletas de cochino. Fin de la mantequilla, la mayonesa, las morcillas y el caviar. A comer sin sal, poco azúcar porque no debe engordar, sólo leche desnatada y cuidado con los quesos madurados. Es bueno que procure tranquilidad, busque situaciones de armonía, como ir a misa o escuchar música clásica. Para mayor colmo, tomarse diariamente unas sospechosas pastillitas y comenzar a hacer ejercicio de forma organizada. Y digo sospechosas porque según algunos de mis amigos, las famosas pildoritas al parecer tienden a bajarnos el "ánino" a nosotros los varones (ojo...no es mi caso,) . Y con el "ánimo" bajo y con la tensión alta, cuidado con ingerir viagra, porque va a ir derechito al hueco del cementerio.

            Así que ya pueden ver. Entre las listas de los cardiólogos y de los gastroenterólogos, usted mi estimado lector, podrá ir descubriendo su propia vía hacia la santidad. Sin tragos, sin cigarros, sin macarrones con salsa, escuchando sólo música clásica y la misa de las seis de la tarde, con la cama hecha un tobogán y con el "ánimo" en peligro de caerse (según mis amigos...),   el camino de la santidad claramente está abierto para todos nosotros. 

            Salvo la envidia, todos los pecados capitales parecieran debidamente compensados por esta nueva avanzada de la santidad, vía las listas de productos prohibidos por los médicos.

            Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez.

 

 

 

 

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