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LA CRÓNICA DE EDGAR C. OTÁLVORA


Caracas, Venezuela 12 de Mayo, 2000. Edición No.1 Se distribuye semanalmente (...o cuando haga falta)

La Crónica de Edgar C. Otálvora

EL SACRIFICIO DE SEGUIR SIENDO CLASE MEDIA

La Crónica de Edgar C. Otálvora

            

            El precio que se debe pagar, para poder formar parte de la clase media, parece que es alto.

            En aquellos lejanos años de estudiante, mi profesor de Macroeconomía nos intentaba mostrar con gráficos y datos, una realidad incuestionable. Después que las personas han adquirido cierto nivel de ingreso y por lo tanto cierto nivel de consumo, es sumamente difícil abandonar esos hábitos de consumo, cuando los ingresos comienzan a bajar. Esa es una verdad científica, de la ciencia que inventó Adam Smith en 1776, y que se ha hecho muy  popular hoy en día. Tan popular es esa ciencia que desde 1959 ofrece Premios Nóbel para sus mejores cerebros. Tan popular es la Economía, que cada uno de nosotros, se siente un economista incomprendido.

La verdad científica en cuestión, se resume en una expresión, a la cual poco a poco nos hemos ido acostumbrando los habitantes de este país: “Es que yo soy mal pobre”. Como “mal  pobre” nos auto-calificamos con no poca actitud de auto-consuelo. “Es que soy mal pobre”, decimos cuando en el supermercado nos atrevemos a comprar unos gramitos de salami o de quesito parmesano, “para la pasta, tú sabes”. Salami y parmesano made in Venezuela, nada de productos importados, pero en todo caso, salami y parmesano “para darse un gustico”, dice la señora que tengo a un lado mientras una veintena de clases media hacemos la fila frente a la nevera del supermercado. Hacemos la cola, con el papelito con el número que nos tocó para atendernos.

Seguir siendo de la clase media tiene sus costos. No es fácil seguir dándose el gustico de consumir los productos que hacen la diferencia entre un chusma plato de comida y un socialmente aceptable plato de comida. No es fácil meterse en la cabeza que ya no se puede comprar agua francesa para los teteros, mermelada inglesa para la merienda y vinagre francés para la ensalada.

Pero la perseverante clase media se las ingenia para navegar en este mar de infelicidad. Pese a las tormentas, pese a las imposiciones de la implacable realidad económica, pese a las terribles reglas de las cadenas y tiendas, la clase media marcha adelante, con la frente un poquito caída, pero adelante.

Unas semanas atrás, día sábado para mayor precisión, me encontraba arreglando las luces de la sala que sirve de taller a mi esposa. Me habían hablado de una hipertiendas dedicadas a cosas de ferretería. En las cuales se encuentra cualquier perolito que usted busque, y lo fundamental, a buen precio. Me fui hasta allá y descubrí que estaba repleta de gente. Pura clase media, casi toda en parejas, de todas las edades, pero clase media al fin y al cabo. Me adentré en el mundo de la hipertienda de ferretería estilo caraqueño, y descubrí que el tipo de cable que necesita y la lámpara halógena no existían en existencia. Luego de deambular por los pasillos, me decidí a comprar un reflector y un hueso para el perro. Luego de una cola de diez minutos llegué finalmente a la caja... pagué y me dirigí hacia la puerta de salida. Otra cola en esa puerta, una cola de todos los que procuraban salir. Resulta que para salir de aquel templo del mercadeo ferretero se debe mostrar a un señor mal encarado y peor hablado, el contenido de la bolsita que llevas debajo del brazo. Supuse que los dueños de la tienda, suponen que la clase media suele robar en los establecimientos y por eso es bueno revisarla antes que se dé a la fuga.         

Por recomendación de un empleado de la hiperferretería, y siendo casi las siete de la noche, me fui a una súper tienda de productos eléctricos. Allí las imposiciones policiales comenzaron al entrar. Un agente privado del orden público, es decir, un vigilante con revolver 38 en el cinto, me obligó a estacionar mi carro de retroceso, de espaldas a la pared. En caso de contrariar la medida, no podría dejar el carro en el estacionamiento de aquella moderna tienda. Ya dentro, mientras solicitaba mis diez metros de cable número 16 y una lamparita halógena, vino otro vigilante y me reclamó el hecho de no haber dejado mi koala con el personal de la entrada. Me enteré en ese momento que está terminantemente prohibido que los clientes (sospechosos ladrones de la clase media) entren en aquel templo del comercio eléctrico, portando bolsos y similares. Fui a la caja, pagué y me disponía a salir de la tienda. A pocos pasos de la caja, otro vigilante revisó mi bolsita, confirmó que el cable número 16 que yo portaba había sido efectivamente medido y pagado. Después de esta requisa pude finalmente salir a la  libertad de la calle.

En otra oportunidad hablaremos de las hiper tiendas que castigan con el látigo del desprecio a la clase media buscadora de ofertas y paquetes tamaño familiar. Por ahora, sólo nos queda recapitular sobre el tema. De verdad, es difícil seguir siendo clase media...

            Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez.

 

 

 

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