Intentamos sacar el mayor jugo al tiempo, aprovechando que estos
días son de pocos turistas en Margarita. El plan era y fue conocer y
reconocer lugares, hacer una que otra comprita y tener mucho, mucho tiempo
para leer.
La zona hotelera estaba tomada por europeos en viaje tipo paquete, es decir,
llegar al hotel, tres comidas en horario inmodificable, mucha piscina,
ilimitado consumo de bebidas nacionales, aguardiente y ron mezclado con
jugos de frutas jarabe de granadina, un viaje en bus del hotel hasta Playa
El Agua, y una que otra ida al supermercado en procura de un cartón de
Marlboro.
Mi amigo el marido de La Pocha, quienes venden tostones con langosta en
Playa El Agua (el trailer es amarillo, lo atiende La Pocha y bien vale la
pena...) insiste en que esos turistas de paquete no compran ni agua mineral.
Así que los tostones con langosta son para los criollos, es decir...
Decía que el plan era aprovechar el tiempo. El domingo nos fuimos a La
Restinga. Manejo hasta Boca de Río, con Tetas de María Guevara mediante.
Entramos a las instalaciones de Inparques, donde una amable señora tras una
taquilla, nos informa el precio del ingreso al parque, y la modalidad para
tomar una lancha con tres opciones: viaje de ida vuelta a la playa, breve
recorrido por el parque, o largo recorrido por el parque con ida vuelta
incluida a la playa.
El negocio del viaje en lancha se pacta directamente con el capitán de la
misma. El capitán actúa (no es un eufemismo) como maquinista, navegante,
baquiano y guía narrador del paseo. El recorrido por el parque fue de una
perfección de cronómetro y seguridad. Parada para ver el barco hundido,
recorrido por los dos túneles más largos del manglar, el tunel del beso, el
tunel del amor, los árboles que caminan hacia el mar. Luego, escala para
observar directamente una pequeña estrella de mar, parada para ver
directamente algunos caballitos de mar, breve parada para sentir la sal en
las hojas del mangle ¿rojo?. Finalmente ir hasta la playa: Docena de ostras
a quinientos bolívares, cerveza Regional fría y agua tibia.
Ni un guardia nacional, ni un policía, ni un jovencito rompiendo mangles con
una moto de agua, ninguna lancha de turismo rapaz, sólo una pequeña lancha
de las señoras autorizadas para la explotación de las ostras.
Los lancheros están organizados y han hecho sus propias reglas. El sentido
de la navegación en los estrechos canales, la organización de cuadrillas
para retirar eventuales árboles ya caídos, un sistema de multas en caso de
violaciones por parte del capitán a las normas de atención al público,
operaciones para despachar turistas destructores. Si el capitán le falla y
no va a buscarlo en la playa a la hora, tendrá que pagar a la asociación de
lancheros una multa equivalente al viaje.
No hay policías y no parecieran necesarios. Ahí están los guardianes de su
propio parque, con sus propias reglas y su aparato de justicia local.
El viernes salimos de Puerto La Cruz hacia Caracas. Lluvias desde Boca de
Uchire en adelante y caucho sin aire a quince kilómetros antes de llegar a
El Guapo.
Mientras Olga coloca el triángulo de seguridad, mientras procuro las
herramientas, al tiempo que comienza a llover a cántaros sobre nosotros, un
jeep de la policía se detiene.
El joven policía se acerca con la mano en el mango del revólver. Pregunta
cuál es el problema.
-Bueno... es que el caucho perdió el aire...
-¿Y eso fue de repente?. Pregunta el policía.
-Ya venía perdiendo pero como no encontramos una cauchera decidimos
cambiarlo.
-Ah bueno...entonces me entrega su cédula.
-Yo pensé que usted venía a ayudarme y en vez de eso me pide la cédula...
Entrego la cédula, la revisa, le pido que me la devuelva y me dice que esté
tranquilo, que él después me la devuelve.
-Estoy cumpliendo con mi deber, señor.
Olga ya regresó de colocar el triangulo de seguridad y es igualmente
conminada a entregar su cédula de identidad.
El policía se lleva nuestros documentos hasta su carro patrulla, y sólo nos
quedó la opción de anotar la placa del carro policía: por lo menos sabríamos
después quien nos había arrestado por el delito de portar un caucho sin
aire.
Esta vez salió del carro patrulla el otro policía. Mientras yo procuraba
destornillar el caucho sin aire, escuché cuando mi mujer reclamó por el
trato recibido. El policía pidió disculpas por la actuación de su colega,
quien se me acercó y comenzó a ayudar en esa estratagema ingenieril que es
cambiar un caucho bajo la lluvia. Al final cambiamos el caucho entre todos.
Dadas las gracias, devueltos los documentos, expresados los deseos
recíprocos de suerte, partimos en procura de una cauchera.
La radio informaba que en Caracas la lluvia continuaba por cuarto día
consecutivo. Con el aguacero encima, con los atentos policías que antes de
ayudar deben confirmar documentos, con el informe radial sobre el caso de un
policía torturado y violado por sus propios compañeros (¿Vladimiro
Montesinos andará ahora por estos lados del mundo?), con el reporte radial
acerca de los crímenes en las últimas veinticuatro horas, con la decisión de
los caraqueños de no respetar los semáforos por temor a un asalto, sentimos
lo lejos que estábamos de La Restinga y lo cerca que ya estaba la entrada a
Caracas.
Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez. |