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"Mirando el Vecindario"

 

 

LA CRÓNICA DE EDGAR C. OTÁLVORA


Caracas, Venezuela 04 de Noviembre, 2000. Edición No.27 Se distribuye semanalmente (...o cuando haga falta)

La Crónica de Edgar C. Otálvora

LA RESTINGA

La Crónica de Edgar C. Otálvora

 

         

          Intentamos sacar el mayor jugo al tiempo, aprovechando que estos días son de pocos turistas en Margarita. El plan era y fue conocer y reconocer lugares, hacer una que otra comprita y tener mucho, mucho tiempo para leer.

La zona hotelera estaba tomada por europeos en viaje tipo paquete, es decir, llegar al hotel, tres comidas en horario inmodificable, mucha piscina, ilimitado consumo de bebidas nacionales, aguardiente y ron mezclado con jugos de frutas  jarabe de granadina, un viaje en bus del hotel hasta Playa El Agua, y una que otra ida al supermercado en procura de  un cartón de Marlboro.

Mi amigo el marido de La Pocha, quienes venden tostones con langosta en Playa El Agua (el trailer es amarillo, lo atiende La Pocha  y bien vale la pena...) insiste en que esos turistas de paquete no compran ni agua mineral. Así que los tostones con langosta son para los criollos, es decir...

Decía que el plan era aprovechar el tiempo. El domingo nos fuimos a La Restinga. Manejo hasta Boca de Río, con Tetas de María Guevara mediante. Entramos a las instalaciones de Inparques, donde una amable señora tras una taquilla, nos informa el precio del ingreso al parque, y la modalidad para tomar una lancha con tres opciones: viaje de ida  vuelta a la playa, breve recorrido por el parque, o largo recorrido por el parque con ida  vuelta incluida a la playa.

El negocio del viaje en lancha se pacta directamente con el capitán de la misma. El capitán actúa (no es un eufemismo) como maquinista, navegante, baquiano y guía  narrador del paseo. El recorrido por el parque fue de una perfección de cronómetro y seguridad. Parada para ver el barco hundido, recorrido por los dos túneles más largos del manglar, el tunel del beso, el tunel del amor, los árboles que caminan hacia el mar. Luego, escala para observar directamente una pequeña estrella de mar, parada para ver directamente algunos caballitos de mar, breve parada para sentir la sal en las hojas del mangle ¿rojo?.  Finalmente ir hasta la playa: Docena de ostras a quinientos bolívares, cerveza Regional fría  y agua tibia.

Ni un guardia nacional, ni un policía, ni un jovencito rompiendo mangles con una moto de agua, ninguna lancha de turismo rapaz, sólo una pequeña lancha de las señoras autorizadas para la explotación de las ostras.

Los lancheros están organizados y han hecho sus propias reglas. El sentido de la navegación en los estrechos canales, la organización de cuadrillas para retirar eventuales árboles ya caídos, un sistema de multas en caso de violaciones por parte del capitán a las normas de atención al público, operaciones para despachar turistas destructores. Si el capitán le falla y no va a buscarlo en la playa a la hora, tendrá que pagar a la asociación de lancheros una multa equivalente al viaje.

No hay policías y no parecieran necesarios. Ahí están los guardianes de su propio parque, con sus propias reglas y su aparato de justicia local.

El viernes salimos de Puerto La Cruz hacia Caracas. Lluvias desde Boca de Uchire en adelante y caucho sin aire a quince kilómetros antes de llegar a El Guapo.

Mientras Olga coloca el triángulo de seguridad, mientras procuro las herramientas, al tiempo que comienza a llover a cántaros sobre nosotros, un jeep de la policía se detiene.

El joven policía se acerca con la mano en el mango del revólver. Pregunta cuál es el problema.

-Bueno... es que el caucho perdió el aire...

-¿Y eso fue de repente?. Pregunta el policía.

-Ya venía perdiendo pero como no encontramos una cauchera decidimos cambiarlo.

-Ah bueno...entonces me entrega su cédula.

-Yo pensé que usted venía a ayudarme y en vez de eso me pide la cédula...

Entrego la cédula, la revisa, le pido que me la devuelva y me dice que esté tranquilo, que él después me la devuelve.

-Estoy cumpliendo con mi deber, señor.

Olga ya regresó de colocar el triangulo de seguridad y es igualmente conminada a entregar su cédula de identidad.

El policía se lleva nuestros documentos hasta su carro patrulla, y sólo nos quedó la opción de anotar la placa del carro policía: por lo menos sabríamos después quien nos había arrestado por el delito de portar un caucho sin aire.

                  Esta vez salió del carro patrulla el otro policía. Mientras yo procuraba destornillar el caucho sin aire, escuché cuando mi mujer reclamó por el trato recibido. El policía  pidió disculpas por la actuación de su colega, quien se me acercó y comenzó a ayudar en esa estratagema ingenieril que es cambiar un caucho bajo la lluvia. Al final cambiamos el caucho entre todos.

Dadas las gracias, devueltos los documentos, expresados los deseos recíprocos de suerte, partimos en procura de una cauchera.

La radio informaba que en Caracas la lluvia continuaba por cuarto día consecutivo. Con el aguacero encima, con los atentos policías que antes de ayudar deben confirmar documentos, con el informe radial sobre el caso de un policía torturado y violado por sus propios compañeros (¿Vladimiro Montesinos andará ahora por estos lados del mundo?), con el reporte radial acerca de los crímenes en las últimas veinticuatro horas, con la decisión de los caraqueños de no respetar los semáforos por temor a un asalto, sentimos lo lejos que estábamos de La Restinga  y lo cerca que ya estaba la entrada a Caracas.

 

Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez.

 

 

 

 

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