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LA CRÓNICA DE EDGAR C. OTÁLVORA


Caracas, Venezuela 17 de Noviembre, 2000. Edición No.29 Se distribuye semanalmente (...o cuando haga falta)

La Crónica de Edgar C. Otálvora

OTROS PUENTES

La Crónica de Edgar C. Otálvora

  

        Regularmente viajaba con mis padres desde Mérida hasta Tovar, siempre en  domingo, para visitar a las tías, a los primos, a las comadres, para comprar queso y pan tovareño, para llevar flores al cementerio. En algunas ocasiones, viajé con mis padres hasta San Cristóbal: la descentralización no existía en los años sesenta y los maestros debían realizar sus gestiones ante el IPASME en la capital del otro estado.

        A Mérida se llegaba y se salía por estrechas carreteras de canal y medio. Nada de avenidas, autopistas o túneles. Carreteras que con las lluvias se  transformaban en recipiendaria de toda la tierra y las piedras imaginables que caían de las laderas. Y los mansos ríos se hacían con fuerza para llevar a pique hasta al puente más duro, que casi siempre databa de principios de siglo.

        Así que crecí con un muy cercano conocimiento de esos ingenios que llaman puentes de guerra, puentes provisionales, o el nombre que mejor le guste al ingeniero. Crecí con la inminencia de encontrar maquinaria despejando la carretera entre Puente Real y Estanques. Crecí con la certeza de que esa maquinaria estaría allí, amarilla y con el escudo del Ministerio de Obras Públicas, pronta a despejar la carretera para que el viaje hasta Tovar fuera posible. Crecí viendo cómo después de una crecida, luego de un río revuelto y un puente caído, en uno o dos días el ruidoso puente de metal había aparecido. En ocasiones la provisionalidad se hacía larga, pero puente había, sí señores.

        Ayer vi en la televisión las imágenes del “puente” construido en El Guapo para reemplazar el destruido en diciembre pasado, en la carretera que une a la capital con todo el oriente del país. El “puente” que ya había conocido directamente hace unas semanas, es en realidad un montículo de tierra y piedras con cuatro tubos incrustados, que permiten el paso del agua del río. Ayer vi en la televisión cómo el agua del río superaba la altura del montículo, razón por la cual la mitad oriental del país quedó aislada de la capital.

        Ayer vi en la televisión un puente peatonal construido en el litoral, camino a Los Caracas. Un año después de la llamada Tragedia de Vargas, no ha sido posible que monten un puentecito de guerra, para que los carros no tengan que vadear el río que en ocasiones se vuelve tormentoso. Ayer supe de personas que se las llevó el río con todo y carros, el domingo pasado.

        No cabe duda que hoy vivo en un país diferente a aquel donde crecí.

        Y uno se pregunta, estimado lector, ¿Dónde estarán los ingenieros del MOP o los oficiales de ingeniería militar quienes sabían armar puentes de guerra en cuestión de horas, sin mucho grafiquito computarizado?. O sin ir muy lejos... ¿Dónde están los que armaron el elevado de Altamira en un día? ¡Que alguien los busque...!

 

Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez.

 

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