Regularmente viajaba con mis padres desde Mérida hasta Tovar,
siempre en domingo, para visitar a las tías, a los primos, a las comadres,
para comprar queso y pan tovareño, para llevar flores al cementerio. En
algunas ocasiones, viajé con mis padres hasta San Cristóbal: la
descentralización no existía en los años sesenta y los maestros debían
realizar sus gestiones ante el IPASME en la capital del otro estado.
A Mérida se llegaba y se salía por estrechas carreteras de canal y
medio. Nada de avenidas, autopistas o túneles. Carreteras que con las
lluvias se transformaban en recipiendaria de toda la tierra y las piedras
imaginables que caían de las laderas. Y los mansos ríos se hacían con fuerza
para llevar a pique hasta al puente más duro, que casi siempre databa de
principios de siglo.
Así que crecí con un muy cercano conocimiento de esos ingenios que
llaman puentes de guerra, puentes provisionales, o el nombre que mejor le
guste al ingeniero. Crecí con la inminencia de encontrar maquinaria
despejando la carretera entre Puente Real y Estanques. Crecí con la certeza
de que esa maquinaria estaría allí, amarilla y con el escudo del Ministerio
de Obras Públicas, pronta a despejar la carretera para que el viaje hasta
Tovar fuera posible. Crecí viendo cómo después de una crecida, luego de un
río revuelto y un puente caído, en uno o dos días el ruidoso puente de metal
había aparecido. En ocasiones la provisionalidad se hacía larga, pero puente
había, sí señores.
Ayer vi en la televisión las imágenes del “puente” construido en El
Guapo para reemplazar el destruido en diciembre pasado, en la carretera que
une a la capital con todo el oriente del país. El “puente” que ya había
conocido directamente hace unas semanas, es en realidad un montículo de
tierra y piedras con cuatro tubos incrustados, que permiten el paso del agua
del río. Ayer vi en la televisión cómo el agua del río superaba la altura
del montículo, razón por la cual la mitad oriental del país quedó aislada de
la capital.
Ayer vi en la televisión un puente peatonal construido en el
litoral, camino a Los Caracas. Un año después de la llamada Tragedia de
Vargas, no ha sido posible que monten un puentecito de guerra, para que los
carros no tengan que vadear el río que en ocasiones se vuelve tormentoso.
Ayer supe de personas que se las llevó el río con todo y carros, el domingo
pasado.
No cabe duda que hoy vivo en un país diferente a aquel donde crecí.
Y uno se pregunta, estimado lector, ¿Dónde estarán los ingenieros
del MOP o los oficiales de ingeniería militar quienes sabían armar puentes
de guerra en cuestión de horas, sin mucho grafiquito computarizado?. O sin
ir muy lejos... ¿Dónde están los que armaron el elevado de Altamira en un
día? ¡Que alguien los busque...!
Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez. |