En estas fechas de fin de año, suelen
realizarse evaluaciones, balances, resúmenes, estadísticas anualizadas,
proyecciones para el próximo año. Una franelita para el estreno del 24, una
reunión familiar para hacer las hallacas navideñas, un regalo por muy barato
que fuera.
En estas fechas, usualmente se comenzaba a
sentir que el año se iba y algo estaba a punto de cambiar. Era algo más que
los dos últimos dígitos del año. Algo acababa y un poco de esperanza y
buenos deseos se sentía. No quiero escribir un remake de alguna vieja
canción de la Billos, sólo quiero dejar constancia de algo que se siente:
algo que algunos con quienes hablo, no terminan por atreverse a darle el
nombre, pero creo que es indiscutible desesperanza.
Desesperanza al no percibir un camino
cierto para el futuro inmediato. Desesperanza por ver como el régimen ataca,
insulta, persigue a las instituciones de las que formamos parte, a los
amigos que se atreven a enfrentar la dictadura constitucional. Desesperanza
al ver como el país es tomado por ideas y personajes que no entienden de
democracia, ni de contradictores, sino de enemigos y guerras.
No se habla de Navidad, los temas del día
son cosas como el truculento proceso de designación de los magistrados de la
Corte. Se habla de la política de intervención gubernamental en la
educación. Se habla de programas censurados, periodistas sometidos al
escarnio, órdenes de borrar las imágenes de José Antonio Páez y de exaltar a
Ernesto Guevara. Se habla de cómo el país se ha convertido en un gran
mercado de buhoneros, en un ring de pelea exaltada desde el poder, para
enfrentar a civiles con militares, a empresarios con obreros, a estudiantes
con maestros, a unos contra otros.
En estos días poco se habla de la Navidad.
Muchos a quienes conozco se preguntan cómo entrar a los Estados Unidos para
irse a vender los conocimientos que tanta falta le hacen a nuestro país.
En estos días poco se habla de Navidad en
mi país. Ojalá pronto volvamos a hacerlo.
Debo confesar que inicialmente pretendía
escribir una nota tradicionalista, navideña, olorosa a pólvora (de morteros
explotando en el cielo), olorosa a hallacas con garbanzos como las hacemos
en Mérida, con colores y luces de pesebre con almácigos, musgo y trigo, con
el sonido de violines en la paradura del niño, con vino dulce, biscochuelo,
leche´burra y dulce de lechosa.
Pero estimados lectores, toca repetir a
Brecht: “en estos días hablar de árboles es casi un crimen, porque significa
dejar de hablar de tantas y tantas alevosías”.
Saludos para todos. Nos seguimos
hablando... y hasta la próxima vez.
La Crónica volverá a circular en enero del
2001. |