Esta mañana fui al Centro Comercial
Sambil. Más por gusto que por necesidad, (perdón), más por necesidad que
por gusto, me adentré en los pasillos repletos de mirones con caras de
haber sido compradores en otros tiempos.
En medio de los pasillos, están los quioscos de
mercancía menuda. Verdaderos altares que rinden reverencia al buhonerismo
en medio de la más refinada y chic de las catedrales del consumo
caraqueño. Vale la pena ver aquellos quioscos donde se venden esencias
para aromaterapia, espejitos con lunas, chocolates, gomitas, higos con
arequipe, franelas y gorras. Quioscos más cercanos al comercio informal
que al gran comercio. Quioscos de venta al detal y de poca variedad. Pero,
¡oh maravilla!!!. Cada uno de esos quioscos tiene una computadora, donde
el vendedor registra la venta de veinte gramitos de chocolates blancos o
media docena de palitos hindúes con olor a pachulí.
Para vender esas bolas de colesterol que llaman
bombones, las computadoras de los pasillos del Bombril (perdón) del
Sambil, funcionan perfectamente. Es más, estoy seguro que las jovencitas
que atienden los quioscos del Bombril, no tienen ni idea de qué es una
“flash card”. Es más, hasta ahora no se tiene noticias que alguna
encargada de quioscos del Bombril, llamara al Embajador gringo para que le
desatranque la caja registradora cuando la flash card le falla.
Caminando por el Bombril pensaba que eso del
Presidente Chávez llamar al Embajador gringo a las cinco de la mañana,
despertarlo mejor dicho, para decirle que el carro no anda, da como un
poquito de pena. Total, pensará el señor Embajador gringo, que si los
ingenieros de computación venezolanos no estuvieran emigrando para Miami
huyendo del desempleo local, seguramente las autoridades electorales no
necesitarían mandar un avión a buscar técnicos en Nebraska.
Por mandato de mi mujer, a media tarde fui al
supermercado para comprar algunos bastimentos de uso obligatorio, que
pudieran faltar en las proximidades de las elecciones generales. El
supermercado donde compro tiene las modestas y reducidas dimensiones de
siete puestos de estacionamiento, seis hileras de estantes y cuatro
cajeras. Pero en cada caja, un lector óptico se encarga de leer los
códigos de barras de los miles de productos que allí reposan, y ofrece la
cuenta en segundo apenas. Viendo aquel prodigio de computación que
selecciona precios y suma bolívares de un kilo seiscientos gramos de
cebolla y un pote de aceite de maíz (del envase de plástico que es más
barato), se me ocurrió que las autoridades electorales deberían ser
escogidas de entre las cajeras del supermercado y las vendedoras del
Bombril, por decir algo. Con ellas, el escrutinio de los votos estaría
completamente a salvo.
Porque una de las cosas que uno no termina de
entender, es por qué ahora que tienen computadoras, todo es más
complicado. Antes para inscribirse en el registro electoral, bastaba con
ir al colegio más cercano y llenar un formulario. Ahora, con computadoras
y todos los juguetes informáticos, sólo se podía hacer la inscripción en
tres o cuatro sitios en toda la ciudad...y con colas dignas de una tienda
de comestibles cubana.
Estas reflexiones me llevaron a recordar a Luiz de
Miranda.
Luiz nació en el sureño estado de Río Grande do Sur,
y por lo tanto es lo que en Brasil llaman un gaúcho. Los registros
oficiales señalan que Luiz es de profesión poeta y ha publicado más de 30
títulos con sus obras. Luiz, miembro de organizaciones culturales y ficha
del izquierdista PT Partido de los Trabajadores, se presentó a cumplir con
su derecho de escoger Presidente para su país: corría el año 1996 y Lulla
da Silva le peleaba la presidencia al profesor Fernando Henrique Cardoso.
Luiz llegó a la mesa electoral, y con sorpresa descubrió que no aparecía
en los listados de electores. Luiz fue informado por las autoridades
electorales que él ya era cadáver, ya estaba muerto y en consecuencia, no
podría votar.
Luiz de Miranda decidió demandar a la Justicia
Electoral, reclamando una indemnización de un millón de reales, que para
la fecha eran más o menos un millón de dólares. El poeta gaúcho alegó que
las autoridades electorales le habían causado daño físico y un daño a su
civismo, al amor a la patria. Finalmente en mayo de 1998, la jueza
Ingfrid Sliwka dio la razón a Luiz al considerar que el Estado brasileño
es responsable de daños causados por sus agentes y en consecuencia, debía
cancelar una indemnización a Luiz. La jueza fijó la indemnización en 9.750
reales, bastante menos de lo aspirado por Luiz, pero que al cambio del día
de hoy, serían unos seis millones y medio de bolívares...Nada mal, ¿no les
parece?...
Se me ocurre, que en caso de falla de los técnicos
de Nebraska, los electores venezolanos podriamos pensar en buscarnos
asesoramiento del poeta gaúcho Luiz de Miranda, para demandar a los
señores del CNE... Quien quita!!!
Saludos para todos. Nos seguimos
hablando... y hasta la próxima vez. |