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LA CRÓNICA DE EDGAR C. OTÁLVORA


Caracas, Venezuela 24 de Mayo, 2000. Edición No.3. Se distribuye semanalmente (...o cuando haga falta)

La Crónica de Edgar C. Otálvora

EL HÉROE ELECTOR

La Crónica de Edgar C. Otálvora

           

            Esta mañana fui al Centro Comercial Sambil. Más por gusto que por necesidad, (perdón), más por necesidad que por gusto, me adentré en los pasillos repletos de mirones con caras de haber sido compradores en otros tiempos.

En medio de los pasillos, están los quioscos de mercancía menuda. Verdaderos altares que rinden reverencia al buhonerismo en medio de la más refinada y chic de las catedrales del consumo caraqueño. Vale la pena ver aquellos quioscos donde se venden esencias para aromaterapia, espejitos con lunas, chocolates, gomitas, higos con arequipe, franelas y gorras. Quioscos más cercanos al comercio informal que al gran comercio. Quioscos de venta al detal y de poca variedad. Pero, ¡oh maravilla!!!. Cada uno de esos quioscos tiene una computadora, donde el vendedor registra la venta de veinte gramitos de  chocolates blancos o media docena de palitos hindúes con olor a pachulí.

Para vender esas bolas de colesterol que llaman bombones,  las computadoras de los pasillos del Bombril (perdón) del Sambil, funcionan perfectamente. Es más, estoy seguro que las jovencitas que atienden los quioscos del Bombril, no tienen ni idea de qué es una “flash card”.  Es más, hasta ahora no se tiene noticias que alguna encargada de quioscos del Bombril, llamara al Embajador gringo para que le desatranque la caja registradora cuando la flash card le falla.

Caminando por el Bombril pensaba que eso del Presidente Chávez llamar al Embajador gringo a las cinco de la mañana, despertarlo mejor dicho, para decirle que el carro no anda, da como un poquito de pena. Total, pensará el señor Embajador gringo, que si los ingenieros de computación venezolanos no estuvieran emigrando para Miami huyendo del desempleo local, seguramente las autoridades electorales no necesitarían mandar un avión a buscar técnicos en Nebraska.

Por mandato de mi mujer, a media tarde fui al supermercado para comprar algunos bastimentos de uso obligatorio, que pudieran faltar en las proximidades de las elecciones generales. El supermercado donde compro tiene las modestas y reducidas dimensiones de siete puestos de estacionamiento, seis hileras de estantes y cuatro cajeras. Pero en cada caja, un lector óptico se encarga de leer los códigos de barras de los miles de productos que allí reposan, y ofrece la cuenta en segundo apenas.  Viendo aquel prodigio de computación que selecciona precios y suma bolívares de un kilo seiscientos gramos de cebolla y un pote de aceite de maíz (del envase de plástico que es más barato), se me ocurrió que las autoridades electorales deberían ser escogidas de entre las cajeras del supermercado y las vendedoras del Bombril, por decir algo. Con ellas, el escrutinio de los votos estaría completamente a salvo.

Porque una de las cosas que uno no termina de entender, es por qué ahora que tienen computadoras, todo es más complicado. Antes para inscribirse en el registro electoral, bastaba con ir al colegio más cercano y llenar un formulario. Ahora, con computadoras y todos los juguetes informáticos, sólo se podía hacer la inscripción en tres o cuatro sitios en toda la ciudad...y con colas dignas de una tienda de comestibles cubana.

Estas reflexiones me llevaron a recordar a Luiz de Miranda.

Luiz  nació en el sureño estado de Río Grande do Sur, y por lo tanto es lo que en Brasil  llaman  un gaúcho. Los registros oficiales señalan que Luiz es de profesión poeta y ha publicado más de 30 títulos con sus obras. Luiz, miembro de organizaciones culturales y ficha del izquierdista PT Partido de los Trabajadores, se presentó a cumplir con su derecho de escoger Presidente para su país: corría el año 1996 y Lulla da Silva le peleaba la presidencia al profesor Fernando Henrique Cardoso. Luiz llegó a la mesa electoral, y con sorpresa descubrió que no aparecía en los listados de electores. Luiz fue informado por las autoridades electorales que él ya era cadáver, ya estaba muerto y en consecuencia, no podría votar.

Luiz de Miranda decidió demandar a la Justicia Electoral, reclamando una indemnización de un millón de reales, que para la fecha eran más o menos un millón de dólares. El poeta gaúcho alegó que las autoridades electorales le habían causado daño físico y un daño a su civismo, al amor a la patria.  Finalmente en mayo de 1998, la jueza Ingfrid Sliwka dio la razón a Luiz al considerar que el Estado brasileño es responsable de daños causados por sus agentes y en consecuencia, debía cancelar una indemnización a Luiz. La jueza fijó la indemnización en 9.750 reales, bastante menos de lo aspirado por Luiz, pero que al cambio del día de hoy, serían unos seis millones y medio de bolívares...Nada mal, ¿no les parece?...

Se me ocurre, que en  caso de falla  de los técnicos de Nebraska, los electores venezolanos podriamos pensar en buscarnos asesoramiento del poeta gaúcho Luiz de Miranda, para demandar a los señores del CNE... Quien quita!!!

            Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez.

 

 

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