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LA CRÓNICA DE EDGAR C. OTÁLVORA


Caracas, Venezuela 22 de Agosto, 2000. Edición No.16. Se distribuye semanalmente (...o cuando haga falta)

La Crónica de Edgar C. Otálvora

MAL EMITIDO 

La Crónica     de Edgar C. Otálvora

 

           Tres días antes de las pasadas elecciones  intenté cobrar un cheque en el último de los bancos de capital venezolano. Presenté cheque, cara y cédula. Se trataba de un pago que me permitiría guarecerme en bolívares, mientras pasaba el día de los sufragios.

           Sorpresa!!!. El cheque no podía ser pago porque según el banco estaba mal emitido. Pensé que era una broma  o una ignorancia (más lo segundo que lo primero) del cajero, así que recurrí a la autoridad máxima: el gerente. La señora me explicó que en Venezuela el nombre legal está conformado por el primer nombre y por el primer apellido, razón por la cual el cheque que yo le mostraba, a nombre de mi primer nombre y mi segundo apellido o no era mío o estaba mal emitido. Creyendo que se trataba de alguna indisposición local, me fui a otra agencia del mismo banco: la respuesta fue al calco. El cheque estaba mal emitido porque el suscrito es Edgar Contreras, así que Edgar Otálvora es otro. De nada valió que le explicara a la señora gerente que yo humildemente tenía dos nombres y dos apellidos, y que cualquiera de las siete combinatorias posibles de mis nombres y apellidos era legítima.

           Ese día además de quedarme sin bolívares para esperar el chaparrón electoral, descubrí que fui mal emitido. Lamentablemente mi padre y madre ya partieron de este mundo y no podré comentarles que algo errado hicieron, porque por alguna razón bancaria, fui mal emitido.

           El cheque lo deposité en mi cuenta, y pasados cinco días (de jueves a martes) el monto del chequecito ya figuraba en mi cuenta. En aquel momento pensé en las glorias de ese anónimo mecanismo que llaman caja de compensación interbancaria, el cual  no conjeturó sobre la posibilidad de que yo le hubiese robado un cheque a algún primo. Alabadas  sean las computadoras, pensé. Lo automático sobre la despótica discrecionalidad de un cajero humano.

           Fanático de las computadoras, desde los tiempos de las tarjetas perforadas, siempre supuse que en ellas estaba el futuro.

           Debo confesar que poco a poco me he venido arrepintiendo de tanto entusiasmo informático. Por ejemplo, hoy mi mujer llamó para pedirme que comprara un cartucho de tinta para nuestra vieja deskjet. Suerte que esas cosas se encuentran en cualquier esquina, así que entré en la primera tienda de computadoras que encontré por la avenida Casanova. Pedí el cartucho que ya había visto en una vidriera, y la señorita pasó algo así como tres minutos sin darme respuesta, mientras continuaba tecleando en su computadora. Llegué a pensar que la compra no era del menor interés para la empresa.

             Pasado el largo interludio, la joven levantó la cabeza, me dijo que el producto si estaba en existencia, que el precio era tal y que por favor pasara hasta su escritorio para hacer la orden de compra. Caramba!!!, mi humilde compra merecía toda una orden de compra!!!. Luego de preguntarme nombre, número de cédula, número de teléfono y no sé que otros datos, la joven vendedora me indicó que debía pasar por caja a cancelar. Fui  a caja y cometí el grave error de cancelar con un cheque. Nuevo interrogatorio y posterior proceso de conformación telefónica. Ya aprobado el cheque, que afortunadamente estaba bien emitido, la joven de la caja pasó cinco minutos alimentando su computadora, con los datos del cheque, confirmando mi nombre, mi número de cédula, mi número de teléfono, y otros datos necesarios para hacerme entrega de la cajita con el cartucho de tinta. Luego de imprimir largos pliegos, con varias copias y diversos colores, la joven me entregó la factura para que la firmara. Caramba!!! Mi humilde compra, estimados lectores, gracias a las computadoras se había transformado en un acto digno del mejor ceremonial para la firma de tratados internacionales. En un acto de grosera incomprensión hacia la revolución informática venezolana, agarré mi cartucho, protesté el exceso de protocolo para la venta de un cartucho y me fui sin factura. Probablemente la joven cajera todavía a estas horas, deberá estar explicándole al analista de sistemas de su empresa, que un cliente no cumplió con los pasos establecidos, y por eso está sobrando una factura y faltando una firma.

           Todo esto me vino a la mente escuchando el tema del gran fraude electrónico electoral que dicen se produjo en Venezuela. A lo mejor lo que pasó no fue fraude, sólo que a las autoridades electorales les pareció que los votos de la oposición estaban mal emitidos. Cómo el cheque, claro!!!. Y dado que estaban mal emitidos había que corregirlos por aquello de qué dirán, y corregirlos de sobra, para que no quedara duda de la refinada técnica del CNE.  Quizás, por eso será que ahora sobran votos.

Alguien llamó la atención que en México, tan cerca de USA y tan lejos de Venezuela, tienen casi cien millones de habitantes y lograron hacer unas elecciones sin INDRA y sin computadoras. A pura pepa de ojo, cantandito tarjetas y llevando las cuentas mediante el viejo método de marcar palotes. Ah...y otra cosa. En México ganó la oposición, a pesar de que para votar no necesitaron un lápiz especial y una lectora óptica.

Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez.       

 

 

 

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