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LA CRÓNICA DE EDGAR C. OTÁLVORA


Caracas, Venezuela 27 de Octubre, 2000. Edición No.26 Se distribuye semanalmente (...o cuando haga falta)

La Crónica de Edgar C. Otálvora

LOS CUENTOS QUE ME CONTARON

La Crónica de Edgar C. Otálvora

  

            Ayer martes, el nuevo embajador de Colombia en Caracas ofreció una recepción con motivo de su presentación de credenciales al gobierno venezolano.

            En un momento mientras conversaba con Roberto Giusti, tras cinco años de no encontrarnos, se acercó al grupo el poeta Hernández De Jesús. Era la primera vez en mi vida desde que soy mayor de edad y tomo whisky públicamente, que me encontraba tan cerca con este poeta y artista merideño.

            Tras  certificar que se trataba del propio catire Hernández De Jesús, no pude dejar de expresarle que yo guardaba un recuerdo muy particular de él.

            En aquellos días tenía algo así como doce años de edad. Uno de mis amigos más cercanos era Iván Contramaestre, el hijo mayor de Carlos, el famoso pintor y poeta de los tiempos de El Techo de la Ballena. Ellos vivían en La Pedregosa y solía visitarlos.

            Un día Iván me anuncia que esa tarde llegarían a su casa las cajas con la Colección 70. Aquella colección que una editorial mejicana (¿Grijalbo?) dedicó a los clásicos del marxismo leninismo. De los utópicos al manifiesto del 48, de Lenin a Bakunin. Aquella tarde fui a casa de los Contramaestre y me cargué como cinco o seis libros, todavía olorosos a embalaje.

            Al final de la tarde Carlos se ofreció para llevarme hasta  el Centro Experimental de Arte CEA, dirigido por el propio Carlos, y donde Miguel Granados hacía algunos esfuerzos para que el suscrito aprendiera el arte del grabado. Camino al CEA, Carlos me anunció que debía entrar al recién inaugurado edificio administrativo de la ULA, para recoger algun material en la Dirección de Cultura. Con mis libracos bajo el brazo acompañé a Carlos hasta el último piso del edificio administrativo y me senté a esperarlo que terminara su compromiso. Salió de una sala acompañado del poeta Hernández de Jesús, quien al verme me preguntó si yo vendía aquellos libros. Le dije que no. Que me los había prestado Iván. El catire se volteó a Carlos y le dijo...

            -Carlos, cómo es posible que le prestes esos libros a este muchacho, que debería estar leyendo todavía “Los Cuentos que me contaron”.???!!!

            -Iván y Edgar son muy amigos y se la pasan leyendo de toda vaina...!!!. Fue la respuesta de Carlos.

            Juro que sentí odio hacia aquel prepotente intelectual que venía a insultar mi capacidad de entendimiento. Juro que desde aquel día y por muchos años, odie al catire Hernández de Jesús. Su hermano, José Gregorio Hernández, mi compañerito de la escuela primaria y luego de trabajo en la revista AZUL de la ULA, fue mi gran amigo de muchas ocasiones. Pero al catire no le podía perdonar aquella afrenta intelectual.

            Ayer en la Embajada de Colombia, cuando le conté la anécdota de la cual él por supuesto no tenía porque acordarse, me contestó:

            -No sé porque lo hice, pero sin duda que es más interesante leer el libro de Javier Villafañe que cualquiera de los clásicos del marxismo.

            No pude sino responderle, que hoy cuando ya no tengo doce años, no puedo dejar de darle la razón.

 

Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez.

         

 

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