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La biografía de Juan Pablo Rojas Paúl

 

LA CRÓNICA DE EDGAR C. OTÁLVORA


 

Caracas, Venezuela 28 de Junio, 2000. Edición No.8. Se distribuye semanalmente (...o cuando haga falta)

La Crónica de Edgar C. Otálvora

 COLAS CUBANAS 

La Crónica de Edgar C. Otálvora

 

  

            Cuando llegaron las hipertiendas a Caracas, se volcaron hacia clientes que compraran productos al por mayor. Diez kilos de pasta de tomate para los restaurantes italianos, paquetes gigantes de  caraotas para los restaurantes criollos, y paquetes hipergrandes de papel higiénico para oficinas, hoteles, moteles y demás.

            Hace algunos años era relativamente fácil entrar al selecto círculo de compradores de los hipermercados venezolanos. Total, todos nosotros, pobres miembros de la clase media, hemos registrado alguna empresa, de maletín (o sólo de papel) es cierto, pero empresa al fin y al cabo. Los papeles de la empresita creada por si acaso salía algún proyecto con los organismos multilaterales. Esos papeles de la empresita son la carta de entrada para que el miembro de la clase media pase a formar parte de “los afiliados”.

Los afiliados están obligados a comprar por lo menos una vez cada seis meses, porque de lo contrario la hipertienda los hundirá en las profundidades del oprobio, lo retirará de su sistema computarizado y le retirará la tarjeta. Los dueños de la hipertienda  exigen que todo afiliado muestre clara fidelidad. La traición al juramento de fidelidad será aleccionadoramente punida.

            Por ello, los clase media somos bien juiciosos (como dicen en Bogotá) con nuestra membresía hipercomercial. La tarjeta de filiación la guardamos celosamente en nuestra cartera, cual estampita de la Rosa Mística y del Santo Niño. No perdemos oportunidad para glorificar nuestra membresía ante nuestros semejantes y de noche, mientras sacamos la cuenta de los gastos de la quincena, la vemos con ojos de ternura y suspiramos un “que haría yo sin ti”.

            Porque ser afiliado nos permite ir a comprar aquellos paquetes gigantes que antes estaban reservados a los restaurantes y oficinas. Ahora podemos ir y comprar un paquete con tres cajotas corn flakes , o una bolsa con seis quilos de espagueti, o una caja con doce botellas de aceite, o un paquetico de atún ahumado traído de Costa Rica, que podemos servir como si de tratara de tierno salmón. Después con el carrito cargado de los hiperpaquetes, los afiliados iremos a la caja para esperar entre media hora u hora y media. Colas más adecuadas a una tienda estatal cubana, que para una moderna firma capitalista de alcance global. Cola lenta porque allí no tienes empacadores, ni muchachos que ayuden con los paquetes: es más, ni siquiera hay bolsas para empacar las tres botellas de yogurt de bajas calorías que pudiste comprar, estirandito el sueldo.

            Cual taquilla de banco en la caja se necesita mostrar la cédula. Ya en la puerta de salida, revisan el carrito y las facturas. Después de esta revisión de tipo eminentemente policial, el clase media se dispone a empujar el pesado cargamento hasta su vehículo. Allí en ese carrito de hipermercado lleva su razón de ser, su sentido de pertenencia a una clase social, su rango de clase media empobrecida pero con orgullo de los otrora viajes de crucero. Porque en estos tiempos que corren, para seguir siendo clase media es  necesario aceptar las reglas ultrajantes de los hipermercados, comprar por cuotas a la prima desempleada y hacerse el loco con la visita semestral de los carajitos al odontólogo.

Por muy suecos y tecnológicos que sean sus accionistas, esas tiendas han venido prosperando bajo una filosofía bien vernácula. Es esa filosofía comercial según la cual, el dueño de la tienda, el mesonero, la cajera del banco, la secretaria de la jefatura civil o el presidente comandante, nos están haciendo un favor, y por lo tanto debemos aceptar toda suerte de normas arbitrarias y hasta vejatorias.

El tema da para más...pero ya está bueno por hoy. Mañana debemos madrugar para hacer las compras del mes...ya saben donde!!!

            Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez.

 

 

 

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