Hasta febrero
nadie creía que habría campaña, elecciones sí, pero campaña no. Hasta que a
Arias Cárdenas le dio la ventolera y se lanzó a pedir votos. Por aquellos
días primigenios de la candidatura arista, varias veces denunció agresiones
de que había sido objeto, por parte de quienes él describió como cabilleros
de boina roja.
Estoy seguro que mis estimados lectores estarán de acuerdo, al pensar que
sobre la boina roja queda poco nuevo para comentar. Pero ahora que ha pasado
por lo menos esta campaña, y que ya se puede teorizar sobre estos giros
politológicos nacionales, pareciera que sobre las cabillas aún queda mucha
tela para cortar, o mejor dicho, mucho hierro que cortar.
No cabe duda que la humilde barra de hierro que en tiempos normales es
utilizada en el sector de la construcción, ha vuelto a figurar en el manual
de la vida política nacional. Es decir, la humilde cabilla ha saltado de la
mano del albañil a la del dirigente político. La barrita de hierro volvió al
ruedo político, y esta vez por la puerta grande de las batallas que acabamos
de presenciar entre unos y otros de los promeseros del Samán de Güere.
No es la primera vez que la pacífica cabilla es desviada en su conducta. Son
muchas las historias de huelgas que se acabaron a punta de cabillas.
Muchas las elecciones sindicales, o de centros de estudiantes que acabaron
con unas cuantas cabezas rotas a punta de cabilla. La cabilla ya ha sido
comunista, medinista, urredeca, adeca, copeyana, mirista, masista, douglista,
bandera rojista y ahora bolivariana. La cabilla, quien lo puede dudar,
representa el primer eslabón en lo que pudiéramos calificar como la carrera
armamentista en la vida política nacional. Digamos que toda banda armada de
todo partido que se respete, debe tener sus orígenes en la elemental
cabilla. La cabilla tiene a su vez un complemento que le sirve de camuflaje.
Se trata del periódico. Un periódico arrugado, posiblemente nunca leído, que
sirve para dos propósitos: el primero es esconder el arma, y la segunda y no
menos importante función, es impedir que la noble arma se manche de la
sangre enemiga.
Después de la cabilla de hierro vienen otras armas, como es de lógico
suponer. Incluso porque algunos políticos de armas tomar, prefieren un más
normal, como decir un revolver, una ametralladora, o un carro bomba, por
ejemplo.
Como todos sabemos, el nombre genérico de las armas, es el de “los hierros”.
Cuando el malandro que lo está atracando para robarle el carro, le apunta a
Usted, estimado lector, con un hierro calibre 38, ese malandro en realidad
está rindiendo solemne ofrenda a la cabilla. Ese sacrosanto nombre de “el
hierro” para referirse a la herramienta de trabajo del atracador, es la
forma más sincera como la delincuencia rememora sus orígenes comunes con esa
otra ardua profesión, esa profesión afín como lo es la sacrificada
cabillería.
Porque hablar de cabillas obliga a hablar de los cabilleros. Pero no todos
los cabilleros son iguales. No señor...!. Hay cabilleros y cabilleros...
Quien ha tenido que ver con el negocio de levantar edificios sabe que los
dobladores de cabilla son obreros calificados y escasos. Cualquier obrero
pega bloque o pone friso, pero no todos saben el milenario arte de doblar
cabillas. Los cabilleros de la construcción tienen poco que ver con los
cabilleros de la política. Unos doblan cabillas y los otros pretenden doblan
voluntades con la cabilla. Cabilla que se usa cuando la partida secreta e
INDRA, se quedan cortos. Pidiendo perdón a los cabilleros de obra, pasemos
revista a los cabilleros que han insurgido en esta ahora religitimada quinta
república.
Creo que una definición de cabillero podría ser ésta. Un cabillero es un
trabajador a destajo, a tiempo parcial o completo, que se ocupa de
garantizar que el enemigo se sienta amenazado y desista de seguir
amargándole la vida al patrón. Al patrón del cabillero, quiero decir. El
perfil profesional del cabillero es amplio y variado. Grado de instrucción
no se precisa, y en ocasiones, incluso estorba. No se recuerda cabilleros
flacos, así que debe suponerse que cierta cantidad extra de masa corporal,
es requisito valioso a la hora de acceder al cargo de cabillero.
En ocasiones tengo la duda, sobre calificar la cabillería como un oficio o
como una profesión. Algunos datos existentes muestran que algunos cabilleros
son cabilleros hasta la vejez, independientemente de que salten de un
partido a otro y de una república a otra. Profesión u oficio, lo cierto es
que antes de escribir esta crónica, busqué en las páginas amarillas por la
letra “ce”de cabillero. En el índice de las páginas amarillas se puede leer,
cito, Cabilla, cabillero, cabillería, dos puntos, ver sección de Sicarios.
¿Estarían, señores lectores, de acuerdo en afirmar que en resumidas
cuentas, los cabilleros no son más que un tipo de sicario con bajo poder de
fuego?. Por cierto, ¿ya comenzó la campaña para las elecciones de octubre?.
Saludos para todos. Nos seguimos hablando... y hasta la próxima vez. |